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JOY

He visto naves ardiendo más allá de Orión y señores haciendo cola con orejas de Mickey Mouse en la cabeza
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Puede que sepas algo de Henry Giroux y su ensayo El ratoncito feroz: Disney o el fin de la inocencia. Sin duda has leído o te suena Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de David Foster Wallace. Y quizá incluso hayas visto Escape from Tomorrow de Randy Moore. Por todo esto es casi seguro que no necesitas leer otra crónica desquiciada de visita a parque temático aderezada con observaciones sarcásticas sobre la cultura del entretenimiento. Desgraciadamente, yo sí tengo la necesidad de poner por escrito mi estancia de 48 horas en Disneyworld Orlando, y luego aderezar esto con unas observaciones sobre Inside out, la nueva película de Pixar.

A mí siempre me ha gustado Walt Disney. Sus películas clásicas de dibujos animados, como Pinocho o Peter Pan, y sus colecciones de diapositivas tridimensionales View Master son pilares fundacionales de mi personalidad. Mi primera visita a Disneyland en California con veinte años me supuso un fuerte shock. Claro que era consciente de la artificialidad nostálgica de todo aquel montaje, pero eso no me impedía entonces disfrutarlo en todo su esplendor. Esta vez fue diferente.

Quizá porque esta vez mi visita tuvo lugar en “otra etapa de mi vida” (por decirlo suavemente) y pocos días después de las elecciones municipales en España, con el asunto Zapata y los problemas de Grecia en los titulares de cada día. Con el futuro de la Democracia en juego, cogí un vuelo a Orlando con mi hijo de 9 años para pasar unos días de disfrute programado en los parques temáticos Magic Kingdom, Epcot y Hollywood Studios.

Digo programado porque había hecho la reserva varios meses atrás, cuando aún tenía algo de dinero en el banco, y también porque para pasarlo bien en Disney no vale el “allí lo vamos viendo”. Desde este año con cada entrada (en realidad una pulsera de plástico con GPS y los datos de tu tarjeta de crédito incorporados) el visitante tiene derecho a reservar pases para determinadas horas en sucesivas atracciones sin esperar las legendarias colas de dos horas o más. Es totalmente gratis, maximiza el disfrute y es facilísimo de usar, pese a lo cual pude observar cómo mucha gente no usa este sistema y prefiere seguir aguantando las colas con tal de ir en cada momento a lo que le apetece.

Habíamos entrado en el Magic Kingdom con la primera avalancha de turistas a las nueve de la mañana, que ya se considera mediodía en el Estado de Florida. La temperatura era de 32 grados con un factor de humedad del 88 por ciento y en la puerta nos recibieron señores de cierta edad deseándonos que nuestros sueños “se hagan realidad”. La promesa de realización de los sueños (así como la palabra “magia”) es una constante en Disneyworld. Se repite tanto, por megafonía y en cartelería diversa, que, no sólo pierde rápidamente su significado sino que acto seguido se transforma en algo parecido a una amenaza.

Cada día del año hay aproximadamente 50.000 personas sólo en Magic Kingdom. Yo tengo la sensación de que ya he visto antes a muchas de ellas. Sus caras me suenan. Una familia hindú se hace una foto con Goofy. Les había visto antes a todos ya. Un hombre adulto de unos cincuenta años lleva unas orejas de Mickey con cara de resignación. Visto. Hay mucho disfrute, sin duda, pero parece ser interior, resignado. Puede que sea imposible obligar a alguien a disfrutar, pero sin duda sí es posible resignarse a disfrutar. Visto. También hay una gran cordialidad por doquier, pero nadie se mira a la cara realmente, y se produce el extraño efecto de que, estando rodeado de muchísima gente, se percibe una gran soledad, aunque no descarto que sea cosa mía. Hay familias que disfrutan Disneyworld en grupo y se hacen camisetas específicas para la ocasión. Si estás visitando Disney por algún motivo concreto (cumpleaños, compromiso matrimonial, remisión de tu enfermedad, etc.) te hacen una chapa personalizada para que la lleves puesta indicando el motivo de tu disfrute. Por todas partes hay gente que se desplaza en scooters eléctricos para discapacitados, y no necesariamente por problemas de obesidad o artritis, sino por gusto.

Después de disfrutar de las primeras atracciones, mi hijo sufre un golpe de calor y tengo que llevarle a una enfermería. Allí una mujer encantadora nos abre la puerta de una sala refrigerada dividida en compartimentos y nos regala un Powerade para combatir la deshidratación. Mi hijo se tumba en una cama y se queda dormido una hora. El suelo es de baldosas de linóleo y en la pared beige hay un dibujo de Pluto enmarcado. Por unos momentos me siento como si estuviera en la enfermería de una película de Walt Disney, pero pronto regreso a la realidad: tan solo estoy en la enfermería de Disneyworld.

Puesto que no tenía nada que hacer mientras mi hijo se recuperaba, me conecté a la WiFi gratuita del parque. Para mi decepción, no tenía whatsapps ni correos electrónicos de nadie, tan sólo de algunos boletines automáticos. Procedí a cancelar con saña mis suscripciones a IberLibro, K-tuin, Asepeyo...  ¿En qué momento me había suscrito yo a la lista de correo de Asepeyo y qué es Asepeyo exactamente?

Al cabo de un rato mi hijo se encontraba mejor e intentamos reincorporarnos a la ruleta del disfrute. Pero entonces vomitó y supe que teníamos que volver urgentemente al hotel. Yo me preguntaba todo el rato qué haría Louie. Si lo supiera tal vez podría intentar emularle para sentirme mejor, más justificado en todo. Si Louis CK había venido alguna vez a Disney, seguramente se habría alojado en alguno de los resorts más lujosos, que están más cerca. Yo sin embargo tenía que desplazarme en autobús hasta el hotel más económico y lejano. Allí podía disfrutar de un baño en la piscina Fantasía junto a rednecks con heridas en la piel por tatuajes defectuosos, y fauna americana de la que acostumbra a bañarse con la camiseta puesta en sitios públicos.

El día siguiente fue mucho mejor. Nos pusimos el despertador a las 7 de la mañana para estar en Epcot a la hora de apertura. Una vez allí fuimos corriendo (literalmente) a disfrutar de las sillas volantes de Soarin’ y luego otras experiencias superlativas como la atracción de Buscando a Nemo o el clásico Spaceship Earth, que está dentro de esa famosa bola blanca gigante y trata nada menos que sobre la historia de la Humanidad.

Por la tarde entramos en nuestro tercer parque: Hollywood Studios, donde empezó a caer la lluvia monzónica característica de esta región del sur de EEUU. Nos refugiamos disfrutando muchísimo de la película 3-D de los Muppets dos veces seguidas y posteriormente entrando en la sala de la exposición permanente Walt Disney: One Man’s Dream. Aquí entre ilustraciones originales, reproducciones de viejos despachos y mesas de dibujo, juguetes y objetos de coleccionista, una preciosa maqueta a escala de la atracción de Peter Pan y otra de la granja de la película de 1949 So dear to my heart, noto que estoy a punto de reconciliarme con “el sueño”, es decir con el relato de Disney que en algún momento yo había llegado a creerme años atrás. ¿Acaso es así de simplón el mecanismo de la nostalgia? Me da igual porque ahora estoy disfrutando genuinamente, y además sé que he contagiado a mi hijo el gusto por el Disney antiguo por encima del nuevo. Estéticamente preferimos la época de Ub Iwerks al muñeco de nieve de Frozen, y también me pregunto el por qué de esto.

Lo cierto es que Inside out le/nos ha gustado. Es la nueva y muy notable película de Pixar/Disney con estética de videojuego para el móvil y protagonizada por las emociones primarias de una niña. Joy (alegría o gozo) es la principal, y lo interesante es que Sadness (tristeza) no es su antagonista como lo habría sido en una película de los años 80, sino su aliada. Me preocupa leer la crítica de Richard Brody en The New Yorker porque acusa a Inside out no sin cierto fundamento de ser “un manual para vivir la vida como si fuera una película de Pixar”, es decir, de forma aséptica y trivializada. A nosotros nos ha gustado sobre todo el personaje del ridículo elefante rosa Bing Bong, que en versión peluche inunda de olor a algodón de azúcar las tiendas Disney.

En una de ellas, unos días después, mi hijo se somete voluntariamente a una actividad promocional de Inside out donde una dependienta anima a los niños/clientes (como diría Giroux) a que interpreten los diferentes personajes de la película pensando en recuerdos asociados a sentimientos. Joy es fácil, Asco también. Miedo es un poco problemático pero se hace. Sin embargo en una tienda Disney no se puede pedir a los niños que “interpreten”, ni siquiera como un juego, a Tristeza (que en realidad es poco menos que la verdadera heroína de la película) y en cambio se les pide que hagan la pantomima de consolar a un supuesto amigo que está “triste”. En resumen, que a pesar de Inside out, la tristeza sigue siendo un problema para Disney. Tío Walt al rescate.

Un autobús nos traslada del hotel Disney al aeropuerto de Orlando. A bordo, un vídeo nos muestra todas las cosas de Disneyworld que nos hemos perdido. Por ejemplo, un espectáculo de música y personajes de películas en el que por sorpresa aparecen sobre el escenario soldados del Ejército de EEUU (de permiso, pero vestidos de camuflaje) para sorprender a sus hijos, que están entre el público. Es sin duda un “sueño hecho realidad”, grabado en formato de reality show o tal vez de situación incómoda de Larry David. “Es hora de pensar en las próximas vacaciones e incluso en muchas décadas venideras de vacaciones en Disney. Ahora estáis regresando a casa pero el disfrute no tiene que acabar aquí”, afirma el narrador del vídeo antes de señalar dónde están las tiendas Disney en el aeropuerto. ¿El disfrute reside en el suvenir conseguido o se refiere al momento concreto de entregar papel moneda a cambio del producto que sea?

Me siento rodeado y con muchas ganas de escapar, a ser posible elevado por el aire con un montón de globos de colores.