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¡Hola! 70 años en la espuma de la vida

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A esta hora ya sabrán si Escocia se independiza de la Gran Bretaña o no, una noticia importante para muchos, sin duda, pero no para mí. También me pasa con el asunto catalán, que por muchas antorchas que me saquen en procesión, me deja fría. Digamos que no me llega al corazón, esa víscera caprichosa. Mi amigo Marcelo me dice que me he quedado antigua, que pocas cosas encienden la pasión como tener un enemigo al que echarle las culpas de todo. Avísame, le contesto yo, cuando llegue el polvo de la reconciliación... Así soy yo de antigua, que todavía creo en la reconciliación, en el goce de volver a encontrarnos, en convertir el mar que nos separa en el mar que nos une y revolcarnos de nuevo por la arena, cual Burt Lancaster y Deborah Kerr en De aquí a la eternidad.

Ahora que todo es voluble, que el amor tiende a disiparse antes de darse, que los reyes abdican y los grandes señores se mueren por efecto dominó, ahora que todo el mundo (en el matrimonio y en el patrimonio) aspira al divorcio, al reparto de bienes y la enajenación de los males, ahora que todo es ahora, la revista ¡Hola! cumple 70 años. 70 años de romance fiel con el lector español, 70 años de reinado indiscutible en quioscos y salas de espera, 70 años de educación sentimental, 70 años de éxito al servicio del éxito y la fama, ¿alguien da más? ¿Hay algo comparable en el ámbito cultural? Si me van a decir Revista de Occidente, mejor se quedan callados; ¡Hola! ha cumplido 70 años de vívida vida en un páramo cultural lleno de zombis: contemplen los anaqueles de un quiosco y ya verán como lo único que brilla de verdad es el ¡Hola!. William Blake escribió que la eternidad tiene envidia de los frutos del tiempo, y el ¡Hola! parece haber alcanzado su lozana eternidad a fuerza de dedicarse, como decía su fundador Antonio Sánchez Gómez, a la "espuma de la vida", a los frutos más perecederos. La eternidad y la ubicuidad: ¡Hola! y Hello! se editan en treinta y un países, repartidos por los cinco continentes, y su difusión alcanza los diez millones de lectores. Y eso sin contar su influencia en otros medios menos amenos, donde el tiempo también les ha dado la razón, como demuestran a diario los diarios cuando hablan de sociedad, o incluso cuando empiezan hablando de la fundación que le quieren montar al campechano, el que fuera nuestro Jefe de Estado hasta hace exactamente hoy tres meses, para acabar desmintiendo a la manera del semanario setentón, con esa prosa pudorosa y respetuosa siempre con la versión oficial, los rumores sobre el posible divorcio de Sofía. Estamos leyendo El País, sí, pero parece el ¡Hola!

El ¡Hola! no abdica, el ¡Hola! sigue reinando y celebra su cumpleaños en Madrid con un despliegue de 70 portadas históricas tamaño puerta del paraíso a todo lo largo del eje Colón-Cibeles-Neptuno, enseñoreándose frente al Thyssen y la Biblioteca Nacional, y a pie de calle, porque aunque los protagonistas de este “semanario de amenidades” son siempre famosos —por méritos propios y sobre todo por herencia— es una publicación popular, el espejo donde se mira el pueblo de España. T. W. Adorno en Bajo el signo de los astros ya demostró allá por los cincuenta cómo la enajenación del sujeto en la cultura de masas consiste en imaginarte por encima de tu situación socioeconómica y cultural. Así como las lectoras, mayoritariamente amas de casa, del Ángeles Times de entonces (un diario conservador afín al Partido Republicano), se identificaban con el destinatario explícito de la sección del horóscopo –un profesional masculino, atractivo, con estudios, joven y adinerado, que ostenta un lugar de autoridad, que toma decisiones constantemente y vive intensos idilios, es decir, alguien bastante alejado de la vida del ama de casa–, españoles y españolas llevan 70 años mirándose en el espejo favorecedor del ¡Hola!. Si en este país las clases populares se piensan clase media, los de clase media se sienten de clase alta y los pobres se autodenominan precarios; si en esta España nuestra parece que basta con ver series de televisión por cable para ser culto, ¿cómo no vamos a encontrar una rápida identificación con esas estrellas del papel cuché que se asoman con poderío a las portadas del ¡Hola!?  Los comisarios de la exposición no ignoran esta cuestión crucial de la alienación de las masas y han colocado para la ocasión, frente a la Biblioteca Nacional, un photocall con teatral escenografía que permite al curioso de la calle subir apenas tres escalones, sentarse en una chaise longe roja y posar cual milloneti en la portada del semanario. Yo me he hecho la foto reglamentaria con mi amigo Marcelo, al que a regañadientes conseguí arrastrar con mis seductoras maneras y mis promesas siempre cumplidas; su cara de espanto seguro que nos brinda ventaja en las votaciones online, a ver si hay suerte y nos toca el lujoso crucero por el Mediterráneo, que este chico tan intelectual necesita un poco de sol.

Pero además de subirse al decorado —de cruzar al otro lado del espejo cerca de la estatua de Valle-Inclán—, podrá pasear por esa historia sintética hecha de momentos memorables de eso que llaman “periodismo de interés humano”. Los comisarios han prescindido con buen criterio del orden cronológico en favor del contraste y la continuidad de las historias de más alcurnia que han pasado una y otra vez por las coloridas páginas, proponiendo analogías obvias, y otras no tanto, entre la cara y el envés de cada panel expositor. Los más presentes son los miembros de la familia real española, con acento en Felipe que para algo ahora es rey y en la reina Sofía, esa profesional, y las ausencias más destacadas son las de Marichalar, Urdangarín y sus esposas Cristina y Elena. Los príncipes de Mónaco, con Grace y Carolina como estandartes principales, también gozan de mucho foco; y, qué decir de la familia real inglesa, sin Camilla pero con mucha Diana de Gales, la protagonista que más portadas acapara, en su vida de recién casada y en su momento de ya no puedo más, y en su muerte, que la convirtió en irrepetible.

 

Al margen de la realeza, como era de esperar, la Preysler —que encarna en el relato rosa el mito de la eterna juventud— chupa mucha cámara, con Julio en varias portadas y enseñando más tarde su mansión con Boyer, habitación por habitación. Sin embargo, el clan que se hace fuerte es el de Paquirri y la portada más sentida es la de la Pantoja con Paquirrín en brazos señalando la foto de boda de sus padres.

En el apartado internacional aparecen Marilyn y Lauren Bacall, Sofía Loren, María Félix en los años en los que en España sonaba María Bonita, la canción que Agustín Lara supuestamente le compuso a la Doña y Brigitte Bardot en su momento más misántropo: “detesto a la humanidad y quiero ser granjera”, decía en titulares. Frente al Café Gijón han optado por lo clásico y han expuesto a Audrey Hepburn —y a Penélope Cruz con su óscar en el envés— y a Rita Hayworth “excelente artista de la Fox, en cuyo rostro se encarna la belleza y la gracia de su ascendencia española”. Y Elisabeth Taylor, con 12 años y de boda con un tal Nickie Hilton. También están los Ángeles de Charlie y la Schiffer y la única portada que aparece del Hello! es un especial con la boda de Tom y Katie.

Las noticias llamémoslas serias que aparecen se reducen a cuatro: la feliz conquista de la luna y del otro lado la visita de Juanpi a España —la ciencia y la religión, con el cielo como vínculo, que para algo el pontifex máximus es el que construye un puente al cielo—, y, en tono trágico,  la espectacular caída de las Torres Gemelas aquel 11-S y el asesinato de Kennedy.

La única pega que le pongo a la exposición —congruente con “el espíritu positivo” que reivindica para sí el semanario— es la ausencia de la familia Jurado, a excepción de una portada con la boda de Rocío con Pedro Carrasco, nada sabemos de Rociíto ni de Antonio David ni de Ortega Cano. Cada cual ha disfrutado su momento con este semanario, patrimonio simbólico y cultural de España, y el mío se corresponde con esa época en la que el clan de los Jurado se disputaba las portadas con el clan de Jesulín. Ah, la adolescencia: mi amigo Marcelo le robaba a su padre el Interviú para masturbarse con las exclusivas del periodismo de investigación mientras yo me lo pasaba bomba con aquel esperpento de familias de nuevos ricos, toreros afeminados con aspiraciones a triunfar en la canción melódica (“Toda, toda, toda, te necesito toda…”), niñas feas que querían ser modelo (Carmen de Janeiro, ¿qué habrá sido de ti?) y fincas con nombres de culebrón venezolano, como Ambiciones. Era también la época en que Enrique y Julio José Iglesias querían ser cantantes. Un despiporre que coincidía con el tiempo en que empezaron a imponer su reinado los famosos de garrafón; años antes de que dieran el salto a la televisión ya estaban danzando por el escaparate del ¡Hola! esa jauría de personajes neobarrocos que señalaban en su asalto a los cielos que la vulgaridad y la falta de un origen noble no sólo no era un obstáculo para ser famoso, sino que se había convertido en una virtud para llegar al corazón, esa víscera caprichosa, del común de los mortales.

Escocia, Gran Bretaña, Elisabeth, Guillermo, Cataluña, España,  Juan Carlos, Felipe... Marcelo dice al terminar el recorrido de la expo que las modas, los reyes, las leyes y las fronteras cambian para que el privilegio continúe. No sé, le contesto yo, al menos el ¡Hola! no engaña a nadie. Ahora que todo se derrumba, no creo que haya mejor plan que asomarse a través de esta exposición a “aquella parte de la realidad que carece de peso específico pero donde precisamente residen la belleza y la alegría”. Si después de recorrerla y hacerse la foto en la chaise longe sienten como mi amigo Marcelo un poso de tristeza, no se aflijan, piensen que a lo mejor les toca un lujoso crucero por el Mediterráneo.