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Mayra Gómez Kemp en el salón comedor

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La voz de Mayra Gómez Kemp resonaba en el aparatoso comedor de muebles caoba donde la familia española –que por 1982 tenía un tamaño medio de 3’51 miembros– se agolpaba en torno a una pantalla de 12 pulgadas. 12 pulgadas por las que asomarse a la modernidad, por el módico precio de 11.000 pesetas, que era lo que costaba un televisor en color, entonces sólo presente en un 27 % de los hogares españoles. En esa España que seguía constreñida en sus dos canales –en uno de los cuales hacía poco había aparecido Tejero pegando tiros y mandando a sus señorías a tirarse al suelo del hemiciclo– y sepultada en su decoración interior estilo remordimiento, nosotros, 24 millones de españoles enfundados en nuestros 24 millones de pijamas de felpa esperábamos que los viernes por la noche empezara nuestro programa favorito, el Un, dos, tres… responda otra vez. Javier Ikaz, autor del libro Yo fui a EGB y gurú de la nostalgia recordaba para El Estado Mental esas veladas: “El Un, dos, tres era viernes por la noche, leche y pijama en el sofá de la salita. Era fin de semana, pero sobre todo era entretenimiento, aquella sintonía, las azafatas, los temas de cada semana”. Y ciertamente el programa era un maquiavélico producto de entretenimiento familiar que hipnotizaba a las masas democráticas de la época al hibridar todos los formatos de concursos: el de variedades, el sorteo de premios por eliminatoria y el concurso de preguntas o habilidades… un poco como reflejo del ecléctico proceso constituyente que estábamos viviendo. Todo ello, y nos referimos al programa y no la Transición, comandado durante siete años (1982-88) por la gran Mayra Gómez Kemp que acaba de lanzar su libro de memorias para Plaza y Janes titulado convenientemente ¡Y hasta aquí puedo leer! donde recuerda ella también aquellos míticos viernes por la noche.

   

Esos viernes por la noche todo parecía igual pero Mayra sonaba diferente, familiar pero extraña. Mayra con ese deje cubano disfrazado de gangosidad de Miami al fondo de su perfecto castellano sonaba exactamente a la España de 1982, conocida pero singular, extraña pero familiar, con la victoria aplastante del PSOE y su promesa de transformación radical y con el Mundial de Futbol como primer evento global no eucarístico y democrático que organizábamos y que, a su vez, iba a mejorar la red de radio televisión. Mayra, lucía también diferente, como una española media modernizada, una a la que la peluquera del barrio adicta a bares de la Movida pone guapa. Su rostro, además, se adelantó unos meses a la renovación democrática que el nuevo director del Ente, José María Calviño, intentaba imponer en una serie de catastróficas desdichas de un personaje más grande que el propio medio: el día que Las Vulpes no la montaban, era el propio Calviño quien decía que él personalmente hará todo lo posible para que Fraga no vuelva a mandar o que no hacía tele pública para que le gustase al entonces presidente del gobierno, Felipe González. Entremedio Tola se mofaba del parlamento en su programa semanal o el Partido Demócrata Popular denunciaba que en la velada de ayer “se efectuó ampliamente y sin contradicción alguna la apología de la homosexualidad, seguida de un amplio programa, prácticamente unidireccional, en defensa del aborto...”.

Pero volvamos a la Mayra de unos años antes, porque la sofisticada y culta Mayra estaba en realidad lejos de ser una española media ya que al aterrizar en la España franquista de los 70 con su licenciatura norteamericana buscando una oportunidad en un país donde pocas mujeres habían tenido la posibilidad de viajar, de ir a la universidad y menos de hablar varios idiomas, pronto va a encontrar trabajo en publicidad y también en la radio. Primero fue a Barcelona y después a Madrid, donde consiguió un papel en la obra de teatro rock de Richard O'Brien, The Rocky Horror Show, empujada por el también actor Alberto Berco, quién será a partir de entonces su compañero de vida (afirmamos que encontrar tu pareja en el elenco de Rocky Horror es lo más). Y es aquí cuando los hilos del destino se empiezan a cruzar hacia el programa que la iba a lanzar al estrellato, el Un, dos, tres, dirigido por Chicho Ibáñez Serrador. Y es que fue Alberto Berco, discípulo del padre de Chicho, quien le consiguió una entrevista para ser azafata en el programa y tal vez fuera su papel en la obra de O'Brien, referente en la obra audiovisual de Ibáñez Serrador, lo que despertó el interés del director.

El caso es que Mayra no consiguió el papel de azafata, pero sí un papel de actriz en el famoso concurso que ya en los 70 goza de tanta popularidad que en 1977 fue elegido por el ministro de interior, Martín Villa, para provocar una interrupción del mismo y dirigirse al GRAPO que tenía secuestrados al abogado tradicionalista Antonio María de Oriol y al teniente general Villaescusa y donde supuestamente captores y cautivos también disfrutaban del concurso. La gran oportunidad personal de Mayra dentro del Un, dos, tres llegará unos años después con el desgraciado accidente sufrido por el primer presentador, Kiko Ledgard, a quien va a suceder a la cabeza del programa, alcanzando audiencias de 24 millones y una repentina fama no muy digerida por sus compañeros de radio, cuya reacción recoge Mayra en las memorias citando al Ernesto Sábato cuando sus vecinos se preguntaban: "¿Cómo va a ser este hijoputa premio Nobel, si es vecino mío?".  

Como podemos ver la España del Un, dos, tres, la España de los 24 millones de españoles en pijamas de felpa, seguía siendo igual de envidiosa con el éxito ajeno que la pre-democrática pero era una España más precavida ya que se soñaba acomodada y no nueva rica como en los 90. La España del Un, dos, tres mantenía sus sueños en el ámbito pequeño-burgués y soñaba con un coche o un apartamento en Torrevieja. Preguntada sobre este aspecto Mayra explicaba a El Estado Mental  “Creo que si hoy se hiciera un concurso que tuviera coches, apartamentos y viajes, yo creo que la gente iría más a por los viajes y entonces no los querían ni ver. Querían el coche sobre todo, y el apartamento, aunque con el apartamento muchos decían ‘y ahora, ¿cómo lo mantengo?’ y lo vendían enseguida. Pero el coche lo querían todos”.  Esa España de movilidad reducida, que no se quería mover más allá del reino del Seat Panda, disfrutaba con Mayra, una de las primeras presentadoras de concursos del mundo, diosa de la fortuna catódica, que sin los avances actuales, como pinganillos o teleprompters, era capaz de llevar sobre sus hombros todo el peso del programa: “Que me pesaba muchísimo, porque yo sabía que lo que dijera quedaba dicho y a eso se iban a aferrar los concursantes, ¡yo estaba jugando con dinero ajeno!... y eso era muy serio”.

Mayra, pese a venir del nada reivindicado campo del entretenimiento familiar, ha venido reclamando desde hace años la labor de las mujeres dentro de la televisión exponiendo que el protagonismo femenino dentro de muchos programas era y muchas veces sigue siendo superficial y cosmético: “En España hasta que no llegan las privadas, los cámaras eran hombres, los de sonido, hombres, los de iluminación, hombres, menos sastrería, peluquería, maquillajes todo lo demás eran hombres. Y aún hay algo en lo que todavía siguen siendo sólo hombres y son los puestos de producción. Todavía yo estoy esperando que en una autonómica, una local o una generalista me venga a buscar en un coche de producción una mujer, siempre son hombres”. En la Revista de la Academia de Televisión, Mayra explicaba el reto que le supuso pasar por encima de los prejuicios de género para jugar el papel de tahúr como presentadora de ese programa ya que el personaje del presentador del Un, dos, tres estaba originalmente basado en el pícaro de la literatura del Siglo de Oro al que la presentadora va a introducir no sólo modificaciones de género sino otras provenientes del mundo del espectáculo anglosajón como el de “chica seria” en lo que los sajones llaman “Double act”: ese mecanismo del humor donde la seriedad y el sarcasmo de unos de los protagonistas (Mayra) se contrapone con el humor anárquico y loco del otro (toda la retahíla de gangosos, indios, chicas hipersexuales y afeminados que van a poblar el humor políticamente incorrecto del programa).

Si nos paramos a ver el primer programa de la temporada de Mayra (20/8/1982) una descubre que  estaba construido en torno a un eje femenino del que deberíamos destacar dos momentos: la presentación de las nuevas azafatas, donde Mayra narra los éxitos de las anteriores azafatas (incluidas a “otras que se han retirado para incluir otro tipo de éxitos, el matrimonio”) y donde éstas hacen entrega del relevo de las enormes gafas con cariñosas palabras o consejos a sus sucesoras, como las de Aghata Lys: “Cada vez que vayas al camerino súbete un poco la falda y cada vez que hables mastica un poco de chicle” (¡¡!!). Así como este alucinante dialogo cuando Mayra descubre que los tacañones son también mujeres:

Mayra: En ese caso… ¿Todas vamos a ser mujeres en este concurso?

Supertacañona: Y ¿qué tiene eso de malo? ¿Acaso la pérfida Albión no está en manos de una mujer? ¿Y la india con Doña Indira?... Bueno, y qué decir tiene de nuestra ministra.

Mayra: Sí,  pero doña Soledad Becerril…

Supertacañona: ¡Fue mujer ministrable! ¿verdad?... Pues por la misma razón queremos ser ¡cicutables!

De este modo el programa, emitido a dos meses de la aplastante victoria del PSOE, rendía homenaje a la joven ministra de cultura de Calvo Sotelo, Soledad Becerril, quien va a ser la primera mujer en acceder al Consejo de Ministros desde la Segunda República Española. Mayra contestaba al chiste con una risa clara que reverberaba en los muebles color caoba y a través de su risa una modernidad amable se colaba en nuestros hogares.