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Wrapped in plastic
Twin Peaks tenía todo el aspecto de ser una serie emancipadora cuando se estrenó en 1990, pero entonces teníamos apenas dieciocho años y ninguna necesidad de verla, no teníamos necesidad de ver ninguna serie. Al fin y al cabo a esa edad hay mejores cosas que hacer que la comunión. A esa edad el interés estaba en los márgenes.
Pero de Twin Peaks era difícil desembarazarse, la murga era constante y desde la indiferencia yo la imaginaba como una serie un poco estática aunque la reconocía capaz de dinamizar a la sociedad televidente, de estimular el músculo deductivo de las personas atrapadas en la cárcel del sofá. Como fuera, su insistencia me llevó a rehuirla y el misterio, que era su razón de ser, se me fue diluyendo en la experiencia. Nunca llegué a ver Twin Peaks pero aun así la contraje. Y seguí viviendo con la serie adivinada, que pasó a ser en mí un recuerdo venido de ninguna parte.
Ahora empiezo a temer que un día ya no muy lejano desfallezca en mí cualquier deseo, veo que algunos amigos ya no lo conservan, algunos se retiran a medianoche y antes de dormir, cenicientos, atienden uno detrás de otro, sin lapso para la especulación, sin semanas de por medio, negándole el sentido al formato, capítulos de series ulteriores, contemporáneas, se aturden en las mismas series con diferentes collares, series de la HBO, muy buenas, buenísimas, exuberantes y llenas de argucias, ¡la edad de oro de las series! Todas y cada una, hasta donde yo sé, de corazón venezolano. El caso es que, por azares y un porciento de voluntad, hace unos días he visto por primera vez Twin Peaks, que es una serie que hoy está ya muy vista y muy tranquila y por tanto se ve mejor.
Mirar Twin Peaks en aquella televisión antigua debió de ser como comer hipocampos con tenedor y cuchillo… ¿de pescado? Da igual, es inútil, cualquier imagen es falsa y precaria pero viene bien para transmitir la extrañeza que entonces parecían querer expresar los seguidores de aquella serie que hoy ha envejecido un poco y por ello debería contarnos más cosas. ¿Cuál es el significado completo de Twin Peaks? ¿Podemos comprender sus detalles en retroceso, desde la perspectiva histórica? Pues no, no tengo tiempo, bastará con decir que Twin Peaks es hoy un sobreentendido.
En su día Twin Peaks fue una yegua brava pidiendo rienda, una miniatura espléndida, pero vista ahora el carácter le ha mudado en comedia. Una comedia algo estupefacta de la que nadie debería reírse y que puede emparentarse con lo que décadas después se daría en llamar post humor (risas). Ocurre así en sus redundancias y en su argumento fortuito, en sus escenas un poco inconsecuentes, siempre sostenidas unos segundos de más para que les encontrásemos la violencia, procurándose así el carácter. Petrificada, Twin Peaks sigue siendo, más que lo que fue, lo que parece. El pájaro ruiseñor y la música de cristal pulsando el bosque. La atmósfera ominosa, el entonado de romance antiguo y falaz, un tío con una moto y el cortinaje griego y escarlata como parte del drama, el hallazgo del telón dentro del drama. Sigue todo ahí.
Sólo los poetas pueden ver el futuro. Los jóvenes creen atisbarlo porque su tiempo funciona como un prisma atravesado por un rayo, el futuro enunciándose como ilusión. Algunos jóvenes parecen haber entendido algo por ensalmo, algo nuevo, algo distinto, pero siempre es una vieja idea la que va a cambiar algunas cosas, lo que podrá corregirnos. Lo que explican los jóvenes viene siempre teñido de descubrimiento y pasión, pero el joven no es más que el mensajero venido de un tiempo anterior. Los que estamos en un punto intermedio estamos perdidos, ya no podemos comprender nuestro tiempo, este tiempo que ya no es nuestro porque se nos va haciendo tarde, pero los nuevos sueños ilimitados, el factor primario, todo lo que hoy intenta sintetizar el vaporwave, toda esa belleza se construye con el barro de bellezas antiguas. Todo eso ya lo sublimó Twin Peaks.
Twin Peaks recuperará toda su fortaleza el día en que muera la última persona que vio la serie en su día, pero entretanto puede volverse a ella como se va a un descampado a chutar latas o se rescata del frigorífico una botella de champán con una cucharilla basculándole en la boca. ¿Quién guardó esa botella descorchada? ¿Qué celebración de mierda fue aquella que quedó a mitad?
Años después de Twin Peaks, David Lynch quiso hacer otra serie y se la vendió a los franceses, que a última hora se echaron atrás. La cosa se quedó en Mulholland Drive, una película que llegamos a ver siete veces en el cine porque era como un chicle al que no se le iba el sabor nunca. Recuerdo que en una ocasión un tío se levantó a aplaudir. Mulholland Drive tenía algunos cabos sueltos que Lynch pensaba atar en el desarrollo seriado, pero fue mejor así, siempre es mejor que no te cuenten el final, que no te lo cuente nadie, ni siquiera la película, por eso yo sólo he visto el primer capítulo de Twin Peaks y no voy a ver más para así concebir la serie entera, para llevármela nueva a la memoria, porque además lo primero que he advertido viendo el primer capítulo es que hay cosas que no voy a ver aunque la siguiera viendo, que Diane no va a salir nunca porque es la posteridad, la diosa de los bosques; que el agente Cooper, comisionado en el subconsciente, le habla desde allí a Diane, su grabadora, que no es tanto un personaje como la conciencia misma, la superficie, y en sus informes le comunica aspectos, le filtra sus percepciones, pero no, Diane no va a salir nunca, de eso estoy seguro y en ello tendrá algo que ver que lo que más me haya sorprendido de la serie sea su abundancia de escenas nocturnas, algo que en mi recuerdo tan luminoso no tenía previsto de ninguna de las maneras.
Twin Peaks era en mí una laguna y tengo decidido que lo seguirá siendo porque esa es su naturaleza. Una naturaleza fin de siècle, ilusionada, trágica y decadente, embargada de tanta euforia vital que no cabe en nosotros, que nos emborracha y acaba por abatirnos y nos emboca a la melancolía, a una nostalgia de lo no vivido mientras nos aventuramos con el fuego por el misterioso camino que lleva a las cumbres gemelas.
En la portada, el Agente Cooper con Audrey.
Wrapped in plastic
Twin Peaks tenía todo el aspecto de ser una serie emancipadora cuando se estrenó en 1990, pero entonces teníamos apenas dieciocho años y ninguna necesidad de verla, no teníamos necesidad de ver ninguna serie. Al fin y al cabo a esa edad hay mejores cosas que hacer que la comunión. A esa edad el interés estaba en los márgenes.
Pero de Twin Peaks era difícil desembarazarse, la murga era constante y desde la indiferencia yo la imaginaba como una serie un poco estática aunque la reconocía capaz de dinamizar a la sociedad televidente, de estimular el músculo deductivo de las personas atrapadas en la cárcel del sofá. Como fuera, su insistencia me llevó a rehuirla y el misterio, que era su razón de ser, se me fue diluyendo en la experiencia. Nunca llegué a ver Twin Peaks pero aun así la contraje. Y seguí viviendo con la serie adivinada, que pasó a ser en mí un recuerdo venido de ninguna parte.
Ahora empiezo a temer que un día ya no muy lejano desfallezca en mí cualquier deseo, veo que algunos amigos ya no lo conservan, algunos se retiran a medianoche y antes de dormir, cenicientos, atienden uno detrás de otro, sin lapso para la especulación, sin semanas de por medio, negándole el sentido al formato, capítulos de series ulteriores, contemporáneas, se aturden en las mismas series con diferentes collares, series de la HBO, muy buenas, buenísimas, exuberantes y llenas de argucias, ¡la edad de oro de las series! Todas y cada una, hasta donde yo sé, de corazón venezolano. El caso es que, por azares y un porciento de voluntad, hace unos días he visto por primera vez Twin Peaks, que es una serie que hoy está ya muy vista y muy tranquila y por tanto se ve mejor.
Mirar Twin Peaks en aquella televisión antigua debió de ser como comer hipocampos con tenedor y cuchillo… ¿de pescado? Da igual, es inútil, cualquier imagen es falsa y precaria pero viene bien para transmitir la extrañeza que entonces parecían querer expresar los seguidores de aquella serie que hoy ha envejecido un poco y por ello debería contarnos más cosas. ¿Cuál es el significado completo de Twin Peaks? ¿Podemos comprender sus detalles en retroceso, desde la perspectiva histórica? Pues no, no tengo tiempo, bastará con decir que Twin Peaks es hoy un sobreentendido.
En su día Twin Peaks fue una yegua brava pidiendo rienda, una miniatura espléndida, pero vista ahora el carácter le ha mudado en comedia. Una comedia algo estupefacta de la que nadie debería reírse y que puede emparentarse con lo que décadas después se daría en llamar post humor (risas). Ocurre así en sus redundancias y en su argumento fortuito, en sus escenas un poco inconsecuentes, siempre sostenidas unos segundos de más para que les encontrásemos la violencia, procurándose así el carácter. Petrificada, Twin Peaks sigue siendo, más que lo que fue, lo que parece. El pájaro ruiseñor y la música de cristal pulsando el bosque. La atmósfera ominosa, el entonado de romance antiguo y falaz, un tío con una moto y el cortinaje griego y escarlata como parte del drama, el hallazgo del telón dentro del drama. Sigue todo ahí.
Twin Peaks recuperará toda su fortaleza el día en que muera la última persona que vio la serie en su día, pero entretanto puede volverse a ella como se va a un descampado a chutar latas o se rescata del frigorífico una botella de champán con una cucharilla basculándole en la boca. ¿Quién guardó esa botella descorchada? ¿Qué celebración de mierda fue aquella que quedó a mitad?
Años después de Twin Peaks, David Lynch quiso hacer otra serie y se la vendió a los franceses, que a última hora se echaron atrás. La cosa se quedó en Mulholland Drive, una película que llegamos a ver siete veces en el cine porque era como un chicle al que no se le iba el sabor nunca. Recuerdo que en una ocasión un tío se levantó a aplaudir. Mulholland Drive tenía algunos cabos sueltos que Lynch pensaba atar en el desarrollo seriado, pero fue mejor así, siempre es mejor que no te cuenten el final, que no te lo cuente nadie, ni siquiera la película, por eso yo sólo he visto el primer capítulo de Twin Peaks y no voy a ver más para así concebir la serie entera, para llevármela nueva a la memoria, porque además lo primero que he advertido viendo el primer capítulo es que hay cosas que no voy a ver aunque la siguiera viendo, que Diane no va a salir nunca porque es la posteridad, la diosa de los bosques; que el agente Cooper, comisionado en el subconsciente, le habla desde allí a Diane, su grabadora, que no es tanto un personaje como la conciencia misma, la superficie, y en sus informes le comunica aspectos, le filtra sus percepciones, pero no, Diane no va a salir nunca, de eso estoy seguro y en ello tendrá algo que ver que lo que más me haya sorprendido de la serie sea su abundancia de escenas nocturnas, algo que en mi recuerdo tan luminoso no tenía previsto de ninguna de las maneras.
Twin Peaks era en mí una laguna y tengo decidido que lo seguirá siendo porque esa es su naturaleza. Una naturaleza fin de siècle, ilusionada, trágica y decadente, embargada de tanta euforia vital que no cabe en nosotros, que nos emborracha y acaba por abatirnos y nos emboca a la melancolía, a una nostalgia de lo no vivido mientras nos aventuramos con el fuego por el misterioso camino que lleva a las cumbres gemelas.
En la portada, el Agente Cooper con Audrey.