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Porque ese cielo azul que todos vemos

Rémy Zaugg en el Palacio de Velázquez
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La exposición Cuestiones de percepción, sobre la obra del artista suizo Rémy Zaugg (Courgenay, 1943 – Basilea, 2005), comisariada por Javier Hontoria y Eva Schmidt en el Palacio de Velázquez de Madrid, resulta una magnífica oportunidad de ver la obra de un artista muy poco conocido en España, pues hasta la actual muestra no recuerdo una presencia significativa de su trabajo. Es posible, no estoy seguro de ello, que algunas obras se vieran ocasionalmente en muestras colectivas, y con toda seguridad en stands de galerías extranjeras participantes en ARCO, pero en cualquier caso estoy hablando de una presencia mínima, residual, insignificante. A excepción, naturalmente, de la exquisita muestra colectiva que un gran artista español y admirador de Zaugg, Ignasi Aballí (con un buen y sentido texto en el catálogo), organizó en la Galería Elba Benítez con el título de Pintura (aún), en la cual había obra de este artista. De ahí la importancia de esta muestra en torno al trabajo (de alguna manera inclasificable por la singularidad y originalidad extremas de su discurso pictórico/artístico) de un creador que ha trabajado sobre la fenomenología de la percepción (sin duda debió de leer en fecha temprana el famoso ensayo del mismo título de Maurice Merleau-Ponty) con un rigor conceptual que si resulta de una gran eficacia creativa lo es porque jamás abandona la seducción visual con que presenta ese mismo rigor de concepto, o esa sofisticada trampa que sin ser visual ni óptica, desplaza los juegos perceptivos de la mirada a una condición “pre objetiva”, como si anterior al gesto, bien artístico o pictórico, fuera el Verbo, o el Pensamiento, o la Palabra que debe ser “pintada” antes que dicha o expresada. Ciertamente toda “fenomenología de la percepción” –que jamás ese atributo más mental que físico debería declinarse en singular, en la medida que la percepción es siempre un haz de intuiciones, o si se quiere un agavillar de sospechas– determina las diversas gestalts que el individuo artista decide apropiarse para un mayor rendimiento de lo que pretende decir por medio de lo creado. Ni qué decir tiene que esas mismas formas o configuraciones (posibles y no demasiados correctos significados en castellano del sustantivo alemán Gestalt) también pueden ser usadas por quien analiza y escribe sobre una sobre que es toda ella pura percepción. Por eso a continuación, y haciendo un salto hacia atrás en el tiempo de varios siglos, voy a servirme de uno de los más extraordinarios y “perceptivos” poemas escritos durante el Siglo de Oro, o lo que es lo mismo, en el Barroco español.

De incierta autoría compartida entre los hermanos Bartolomé Leonardo de Argensola y Lupercio Leonardo de Argensola el poema A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa nos puede servir –y mucho, quién lo hubiera dicho– para escribir sobre la obra de un artista suizo del siglo XX. Dice así el poema:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

Uno de nuestros más brillantes filólogos, José Manuel Blecua (padre), comentando este soneto, por él muy estudiado, incide en la cualidad literaria de “sátira lúcida y desengañada” que posee, así como en la voluntad epigramática, a la manera clásica de Marcial, que el mismo detenta y defiende. Es muy probable que la obra entera de Zaugg sea también una sátira lúcida y desengañada sobre la naturaleza no tanto del pintar como del hecho pictórico. Al igual que las secas y descoyuntadas frases o palabras que, pintándolas, imprime en el plano pictórico están dotadas de una cierta violencia justiciera de epigrama, como si desde la más íntima privacidad artística judicializara la naturaleza de lo creado, asumiendo, y de una manera tan bella como estremecedora, las dudas y “problemáticas seguridades” de una obra que alienta y protege uno de los más inteligentes discursos creativos realizados en Europa durante los últimos cuarenta años. Por no dejar de referir que en el poema de los Argensola, en la soberbia parte final del soneto, se manifiestan unos versos que parecen pintados (y pensados) por el propio Zaugg:

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza!

En verdad que el azul es un color muy presente en la obra de este artista, quizás no más que otros, pero sin duda no son pocas las pinturas que a este pigmento o tono le “exigen” una cierta declaración de principios, casi a la manera de Miró –artista que yo diría que forma parte del panteón, más sentimental que artístico, de Zaugg– con su célebre leyenda Ceci est la couleur de mes rêves, de la no menos famosa pintura-poema de 1925 y que posee el mismo título de la frase pintada. Pero a diferencia del artista español Zaugg parece más interesado en una apelación no tanto al color de los sueños como a la demostración de que las palabras que contemplamos en el contexto del color (azul u otros) sirvan para establecer una dialéctica (o batalla de signos) para que, en última instancia, el resultado sea una “belleza igual de rostro verdadero”. Cualidad ésta, la belleza, importantísima en la obra del artista suizo, algo así como cifra o arcano indestructible de todo su discurso creativo.

En el escrito de Javier Hontoria publicado en el catálogo leemos lo siguiente: “Si la percepción es el centro del problema, el color y lenguaje son los instrumentos prioritarios con los que abordarlo”. Un poco más adelante incide en esta idea al afirmar que “el receptor de la obra deberá dejar de lado consideraciones formales previas en torno al gesto o a la textura de la superficie pintada, para centrarse forzosamente en las relaciones entre el texto y el color”. Estoy muy de acuerdo en esta focalización, pero para resituarla en una dirección que me parece muy importante en la obra de Zaugg: la unión de texto y color conforman los elementos estructuradores de la continua presencia, in absentia, de la representación humana en la obra del artista suizo. El texto es lo que lee la figura del espectador, que a su vez ha sido expresado, más que pintado, por la figura del artista. Se establece entonces una dialéctica “figurativa” donde ambos elementos prestan el sentido y significado de su forma pero no de su presencia. Si a ello le añadimos las continuas referencias a la cualidad del “ver” y el “mirar”, a la disfunción provocada por la “ceguera”, a las llamadas de atención “táctiles” de la naturaleza de la pintura, a las neutras indicaciones con respecto a un “lugar”, o a la “muerte”, creo que son argumentos (o si se quiere una señalética de lo humano) lo suficientemente obvios y reconocibles para que se pueda afirmar que la obra de Rémy Zaugg también participa (y vive), aún sin parecerlo, de una consideración plenamente figurativa o representativa. Ello aún se puede observar con igual potencia en las dos fastuosas series estrella de la muestra: Une feuille de papier y la extraordinaria y seminal Esquisses perceptives, especialmente, que tantas y tantas ideas y caminos aglutina y abre en esta brillante deconstrucción, avant la lettre, de un anodino cuadro de Cèzanne, La maison du pendu, y que posteriormente deviene bello y luminoso con la explosión y desintegración textual a lo que le somete Zaugg. Por estas dos bellísimas y estremecedoras series se hace obligada la visita al Palacio de Velázquez, y sin en absoluto desmerecer el resto de las series presentadas. Un rasgo más, en definitiva, de la extraordinaria sofisticación formal y conceptual de la que hace gala tanto artista como obra.

Es de apreciar y agradecer sin racanería alguna, para finalizar, la magnífica labor llevada a cabo por los comisarios, cabe suponer que en la parada madrileña ha sido mayor la activa y muy profesional participación de Javier Hontoria. En la muestra se pueden contemplar obras magníficas de todas las series en las que trabajó Zaugg, pero también, muy importante, trabajos pertenecientes a otros intereses o inquietudes del artista: diseño, arquitectura, videoarte, teoría, urbanismo y arte públicos, ocasionales comisariados… Por lo demás, una perfecta y relajada instalación de las obras permite al espectador una circulación por el espacio tan fluida como pausada, tan demorada como activa, tan contemplativa como interrogativa. Hasta llegar a la maravillosa y muy funcional jaima construida para albergar la admirable y refinada serie de Esquisses perceptives. En mi opinión, Cuestiones de percepción, y ahora que se acaba la temporada, ha sido la mejor muestra exhibida en el Palacio de Velázquez.

 

En portada, momento de la grabación de la película Projection, el 25 de agosto de 1990 en la montaña de Susten. De izquierda a derecha Reinhard Manz, Rémy Zaugg, René Pulfer y Kurt Würmili.

Dentro del texto, fotografía de la actual exposición en el Palacio de Velázquez de Madrid, por Joaquín Cortés / Román Lores. 

Ambas imágenes por cortesía del MNCARS.