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Porno en ruinas
Fotografías de Paco Cerdà. Colección “Xàtiva en pany i clau” (2015).
Mi padre tenía un enorme, destartalado y polvoriento taller de ebanistería a las afueras de Xàtiva. De pequeña, pasaba horas allí jugando con las virutas de madera y los soñolientos gatos, respirando el olor a madera recién cortada, barniz y cola blanca. El taller lindaba con una antigua y olvidada villa de terratenientes que habían vivido cerca de la huerta con las comodidades del que se limita a cobrar rentas. No sé qué fue del linaje. Pero la fachada de desvencijados balcones y ruinosos adornos en estuco no indicaba prosperidad. Uno de los recuerdos más firmes de mi infancia se vincula al día en que, por una misteriosa puerta que comunicaba el taller con esta vivienda, nos adentramos en un universo detenido en 1920. Mis padres y yo, en insólita expedición grabada en mi memoria como se imprimen los sueños sobrecogedores, penetramos en un dormitorio con la elegante cama puesta, el aguamanil al lado, fotografías en sepia por las paredes y el detalle de una cajita sobre la cómoda que guardaba dientes de leche de niños ya perdidos.
El recuerdo se intensifica cuando acerco mis dedos temblorosos hasta la cabecita femenina de porcelana que adorna el mango de una coqueta sombrilla. Intento cogerla con cuidado pero, al caer al suelo, la cabecita sonriente de ojos azules y labios rojos se parte en pedazos. Durante varios días no logro conciliar el sueño, aterrorizada. Estaba convencida de haber roto un misterioso encantamiento cuyas negras consecuencias me perseguirían de por vida. Años después, de la mañana a la noche, unos maleantes entraron a la fuerza en la casa abandonada y se llevaron todo lo que tenía valor para venderlo a los anticuarios. Algún tiempo después la casa fue demolida, junto con el taller y otras villas de las afueras, para ampliar la ciudad a golpe de P.A.I. con la alegre connivencia de constructoras y ayuntamiento. Justo en la misma zona donde ahora me he comprado un piso aséptico, sin polvo, olor a serrín, sombrillas art déco y dientes de leche. Destruir para construir. No puedo evitar sentir un poco de pena y otro tanto de culpabilidad.
Está de moda el turismo de la desolación, el tourisme noir: visitar parajes o pueblos malogrados por el erosivo paso del hombre, por el ciclón de la historia. Se estila el ruin porn, un movimiento turístico y fotográfico que arrasa en ciudades estadounidenses como Philadelphia o Detroit, y que encuentra adeptos vía web en todo el planeta. Gente fascinada ante los efectos físicos del tempus fugit en los elementos urbanos y arquitectónicos. Precisamente, el goce en la contemplación de las ruinas está en la base de magníficos trabajos: el del artista de Brooklyn Ian Ference, que ha documentado con extraordinaria sensibilidad el interior de olvidados psiquiátricos americanos; el proyecto de Lung Liu sobre The Salton Sea (California), antigua zona de veraneo devastada por un desastre natural; o las fotografías de Eric Holubow, quien se define como un urban exploration photographer de Chicago y ha constatado la degradación de fábricas, teatros, centrales nucleares, hoteles, cárceles o sanatorios abandonados en Estados Unidos. Estos artistas comparten una idéntica mirada enamorada de la degradación y la muerte, y un deseo palpitante por captar esta esencia con la mayor exquisitez estética posible.
Curiosidad, morbo, cansancio del turismo tradicional, atracción por el feísmo o la sordidez, búsqueda de la belleza en los despojos… Las razones de este fenómeno son variadas, pero la principal se halla en nuestra psicología de seres-para-la-muerte: a todos nos anonada constatar el vacío en lugares que todavía conservan marcas de un pasado repleto de vida, da igual si ese pasado pertenece a los aztecas o a los empleados de una fábrica de coches de Michigan. Siempre nos revela algo que en el fondo ya sabemos: que nuestro pequeño y amado mundo correrá pareja suerte. Por eso esta fascinación contemporánea no es novedosa. En realidad, es un efecto consustancial al ser humano.
El tema de las ruinas interesó a los poetas barrocos obsesionados con las devastadoras manecillas del reloj. “Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! / y en Roma misma a Roma no la hallas: / cadáver son las que ostentó murallas / y tumba de sí propio el Aventino”, sentenció Francisco de Quevedo en el Seiscientos. Y, un siglo después, Giambattista Piranesi plasmaba esos vestigios romanos en sus hipnóticos grabados. Los románticos, con sus teorías sobre lo bello y lo sublime, reivindicaron el inquietante sentimiento que provocan los castillos o conventos semiderruidos. Un culto a la destrucción del dios Cronos que se observa en las pinturas crepusculares de Caspar Friedrich. El alemán pintó como nadie los restos de arquitecturas antiguas bajo la luz de la luna. Y es que las ruinas siempre han confirmado algo que nos gusta repetirnos en épocas de desilusión y crisis: todo pasa y poco queda, jugando con el verso machadiano. En realidad, la constatación de la fugacidad humana a través de la decadencia tiene un punto tan turbador que emborracha y, según parece, crea adictos a la estética destroy. A esta secta pertenecen los usuarios de Reddit que han creado el sitio Abandoned Porn. Contenido hard para ojos ávidos de óxido, grietas y soledad. Porque la presencia de vida humana está desterrada de las melancólicas instantáneas que día tras día engrosan este espacio virtual.
Xàtiva es una de las ciudades con más pasado de mi tierra, tanto que se remonta a los neandertales y sigue con los íberos, romanos, árabes (que introdujeron el papel en Europa por aquí), hasta la conquista del rey Jaume I en 1240, su execrable quema en 1707 por Felipe V, el Borbón cuyo cuadro cuelga con la cabeza abajo en el museo municipal, y un largo etcétera de efemérides y personajes importantes, como los papas Borja, el pintor Josep de Ribera, el cantautor Raimon o el inventor de la taquigrafía española, naturales de esta ciudad. No quiero extenderme cantando las glorias de mi pueblo. Sólo quiero refrendar que todo pasado esplendoroso conlleva una ruina. Y que esa ruina implica tanta desolación como belleza.
El enorme casco histórico de Xàtiva, con infinitas calles y callejas, se deja pasear de muchas maneras. En las mañanas de invierno, buscamos el sol que se cuela entre la estrechez de las cornisas decoradas con artesonados de madera carcomida. En las tardes de primavera, acariciamos con la mirada los desconchados de las vetustas paredes y las estropeadas placas de cerámica del XVIII que todavía decoran los bajos de los balcones. Pero, sobre todo, recorremos sus calles en las noches de verano, con una tenue iluminación amarillenta y la banda sonora del silencio matizado con algún ladrido lejano. Desde la ética, resulta triste. Desde la estética, apasionante.
Los xativins han dejado la antigua ciudad, acostada en la ladera de la sierra, semiabandonada. Las plazas con hermosas fuentes de piedra, los majestuosos caserones nobiliarios, las humildes casas de los jornaleros, los conventos y las iglesias, las mil perspectivas posibles sobre el imponente castillo extendido en la montaña, duermen en el sueño de la historia. Los habitantes viven en los pisos de la urbe nueva, incipiente en los años 60 del siglo XX y dominante en la actualidad. Sólo algunos románticos empedernidos (y con dinero, todo hay que decirlo; funcionarios progres en su mayoría) rehabilitan casas para trasladarse a la zona antigua. El resto de supervivientes son viejos a punto de morir en pintorescas casas que acompañan su decrepitud, a lo The Fall of the House of Usher, pero sin un Poe que lo relate alambicadamente.
En Xàtiva, como en otras ciudades de pasado brillante y presente sin lustre, la melancolía del abandono se alía con la belleza de la decadencia. A finales del XIX, Georges Rodenbach demostró este axioma en su novela Brujas la muerta. Y Byron, Musset, Gautier o Wagner hicieron lo propio con Venecia, convirtiéndola en un emblema artístico (y turístico) de la decadencia. En el corazón de Castilla, Toledo fue una “ciudad muerta” llena de misticismo para los autores del 98 español. Azorín o Baroja reivindicaron la voluptuosidad que se esconde tras los gastados adoquines o las puertas decrépitas de las calles viejas. No en vano, la literatura modernista potencia el motivo de la ciudad muerta, según Ricardo Gullón, porque “aporta una visión abarcadora del tiempo: el ayer agotado en el hoy y el hoy cerrando el paso al mañana. Parábola de una cesación de actividad que, desde anómalas perspectivas, puede tener encanto”.
Si el flâneur de Baudelaire se recrea en la variopinta masa que pasea por la ciudad moderna, mi flaneurismo huye de las aglomeraciones humanas para observar, sin prisas y en la mayor soledad posible, las calles y las casas detenidas en el pasado. En Xàtiva, en Lisboa, en Mirambel, en Budapest o en Morella. Paseo a la búsqueda de las modestas huellas de la intrahistoria unamuniana: los timbres que ya no suenan, los buzones sin correspondencia desde hace décadas, los restos de pintura de una pared que ha sido azul, amarilla y verde en épocas superpuestas, los cristales quebrados de las ventanas donde antaño se asomaban rostros, y las puertas, sobre todo, las puertas. Esas bocas del tiempo que se han tragado a los inquilinos de las casas jurándoles fidelidad ad eternum. O hasta que un incendio involuntario, la patada de un okupa o un P.A.I. acaba con ellas y con el delicado e irrepetible mundo que protegían: baldosas sueltas, retratos en blanco y negro, papeles vintage en las paredes húmedas, baúles vacíos, calendarios desfasados, sillas cojas, espejos picados. Puertas viejas que, en su muda cerrazón, custodian el absurdamente inútil legado de sus dueños: cabezas de porcelana y cajitas con dientes de leche. Ruinas.
Webs y obras citadas:
Ian Ference: http://www.ianferencephoto.com/personal.html
Lung Liu: http://www.lungliu.com/saltonsea/index.php
Eric Holubow: http://ebow.org/home.html
Abandoned Porn: https://www.reddit.com/r/AbandonedPorn/
Francisco de Quevedo, Obra poética, ed. J. M. Blecua, Castalia, Madrid, 1969.
Georges Rodenbach, Brujas la muerta, Vaso roto, México-Madrid, 2011.
Edgar Allan Poe, La caída de la casa Usher, Nórdica, Madrid, 2015.
Ricardo Gullón, Espacios poéticos de Antonio Machado, Fundación Juan March-Cátedra, Madrid, 1987.
Porno en ruinas
Fotografías de Paco Cerdà. Colección “Xàtiva en pany i clau” (2015).
Mi padre tenía un enorme, destartalado y polvoriento taller de ebanistería a las afueras de Xàtiva. De pequeña, pasaba horas allí jugando con las virutas de madera y los soñolientos gatos, respirando el olor a madera recién cortada, barniz y cola blanca. El taller lindaba con una antigua y olvidada villa de terratenientes que habían vivido cerca de la huerta con las comodidades del que se limita a cobrar rentas. No sé qué fue del linaje. Pero la fachada de desvencijados balcones y ruinosos adornos en estuco no indicaba prosperidad. Uno de los recuerdos más firmes de mi infancia se vincula al día en que, por una misteriosa puerta que comunicaba el taller con esta vivienda, nos adentramos en un universo detenido en 1920. Mis padres y yo, en insólita expedición grabada en mi memoria como se imprimen los sueños sobrecogedores, penetramos en un dormitorio con la elegante cama puesta, el aguamanil al lado, fotografías en sepia por las paredes y el detalle de una cajita sobre la cómoda que guardaba dientes de leche de niños ya perdidos.
El recuerdo se intensifica cuando acerco mis dedos temblorosos hasta la cabecita femenina de porcelana que adorna el mango de una coqueta sombrilla. Intento cogerla con cuidado pero, al caer al suelo, la cabecita sonriente de ojos azules y labios rojos se parte en pedazos. Durante varios días no logro conciliar el sueño, aterrorizada. Estaba convencida de haber roto un misterioso encantamiento cuyas negras consecuencias me perseguirían de por vida. Años después, de la mañana a la noche, unos maleantes entraron a la fuerza en la casa abandonada y se llevaron todo lo que tenía valor para venderlo a los anticuarios. Algún tiempo después la casa fue demolida, junto con el taller y otras villas de las afueras, para ampliar la ciudad a golpe de P.A.I. con la alegre connivencia de constructoras y ayuntamiento. Justo en la misma zona donde ahora me he comprado un piso aséptico, sin polvo, olor a serrín, sombrillas art déco y dientes de leche. Destruir para construir. No puedo evitar sentir un poco de pena y otro tanto de culpabilidad.
Está de moda el turismo de la desolación, el tourisme noir: visitar parajes o pueblos malogrados por el erosivo paso del hombre, por el ciclón de la historia. Se estila el ruin porn, un movimiento turístico y fotográfico que arrasa en ciudades estadounidenses como Philadelphia o Detroit, y que encuentra adeptos vía web en todo el planeta. Gente fascinada ante los efectos físicos del tempus fugit en los elementos urbanos y arquitectónicos. Precisamente, el goce en la contemplación de las ruinas está en la base de magníficos trabajos: el del artista de Brooklyn Ian Ference, que ha documentado con extraordinaria sensibilidad el interior de olvidados psiquiátricos americanos; el proyecto de Lung Liu sobre The Salton Sea (California), antigua zona de veraneo devastada por un desastre natural; o las fotografías de Eric Holubow, quien se define como un urban exploration photographer de Chicago y ha constatado la degradación de fábricas, teatros, centrales nucleares, hoteles, cárceles o sanatorios abandonados en Estados Unidos. Estos artistas comparten una idéntica mirada enamorada de la degradación y la muerte, y un deseo palpitante por captar esta esencia con la mayor exquisitez estética posible.
Curiosidad, morbo, cansancio del turismo tradicional, atracción por el feísmo o la sordidez, búsqueda de la belleza en los despojos… Las razones de este fenómeno son variadas, pero la principal se halla en nuestra psicología de seres-para-la-muerte: a todos nos anonada constatar el vacío en lugares que todavía conservan marcas de un pasado repleto de vida, da igual si ese pasado pertenece a los aztecas o a los empleados de una fábrica de coches de Michigan. Siempre nos revela algo que en el fondo ya sabemos: que nuestro pequeño y amado mundo correrá pareja suerte. Por eso esta fascinación contemporánea no es novedosa. En realidad, es un efecto consustancial al ser humano.
El tema de las ruinas interesó a los poetas barrocos obsesionados con las devastadoras manecillas del reloj. “Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! / y en Roma misma a Roma no la hallas: / cadáver son las que ostentó murallas / y tumba de sí propio el Aventino”, sentenció Francisco de Quevedo en el Seiscientos. Y, un siglo después, Giambattista Piranesi plasmaba esos vestigios romanos en sus hipnóticos grabados. Los románticos, con sus teorías sobre lo bello y lo sublime, reivindicaron el inquietante sentimiento que provocan los castillos o conventos semiderruidos. Un culto a la destrucción del dios Cronos que se observa en las pinturas crepusculares de Caspar Friedrich. El alemán pintó como nadie los restos de arquitecturas antiguas bajo la luz de la luna. Y es que las ruinas siempre han confirmado algo que nos gusta repetirnos en épocas de desilusión y crisis: todo pasa y poco queda, jugando con el verso machadiano. En realidad, la constatación de la fugacidad humana a través de la decadencia tiene un punto tan turbador que emborracha y, según parece, crea adictos a la estética destroy. A esta secta pertenecen los usuarios de Reddit que han creado el sitio Abandoned Porn. Contenido hard para ojos ávidos de óxido, grietas y soledad. Porque la presencia de vida humana está desterrada de las melancólicas instantáneas que día tras día engrosan este espacio virtual.
Xàtiva es una de las ciudades con más pasado de mi tierra, tanto que se remonta a los neandertales y sigue con los íberos, romanos, árabes (que introdujeron el papel en Europa por aquí), hasta la conquista del rey Jaume I en 1240, su execrable quema en 1707 por Felipe V, el Borbón cuyo cuadro cuelga con la cabeza abajo en el museo municipal, y un largo etcétera de efemérides y personajes importantes, como los papas Borja, el pintor Josep de Ribera, el cantautor Raimon o el inventor de la taquigrafía española, naturales de esta ciudad. No quiero extenderme cantando las glorias de mi pueblo. Sólo quiero refrendar que todo pasado esplendoroso conlleva una ruina. Y que esa ruina implica tanta desolación como belleza.
El enorme casco histórico de Xàtiva, con infinitas calles y callejas, se deja pasear de muchas maneras. En las mañanas de invierno, buscamos el sol que se cuela entre la estrechez de las cornisas decoradas con artesonados de madera carcomida. En las tardes de primavera, acariciamos con la mirada los desconchados de las vetustas paredes y las estropeadas placas de cerámica del XVIII que todavía decoran los bajos de los balcones. Pero, sobre todo, recorremos sus calles en las noches de verano, con una tenue iluminación amarillenta y la banda sonora del silencio matizado con algún ladrido lejano. Desde la ética, resulta triste. Desde la estética, apasionante.
Los xativins han dejado la antigua ciudad, acostada en la ladera de la sierra, semiabandonada. Las plazas con hermosas fuentes de piedra, los majestuosos caserones nobiliarios, las humildes casas de los jornaleros, los conventos y las iglesias, las mil perspectivas posibles sobre el imponente castillo extendido en la montaña, duermen en el sueño de la historia. Los habitantes viven en los pisos de la urbe nueva, incipiente en los años 60 del siglo XX y dominante en la actualidad. Sólo algunos románticos empedernidos (y con dinero, todo hay que decirlo; funcionarios progres en su mayoría) rehabilitan casas para trasladarse a la zona antigua. El resto de supervivientes son viejos a punto de morir en pintorescas casas que acompañan su decrepitud, a lo The Fall of the House of Usher, pero sin un Poe que lo relate alambicadamente.
En Xàtiva, como en otras ciudades de pasado brillante y presente sin lustre, la melancolía del abandono se alía con la belleza de la decadencia. A finales del XIX, Georges Rodenbach demostró este axioma en su novela Brujas la muerta. Y Byron, Musset, Gautier o Wagner hicieron lo propio con Venecia, convirtiéndola en un emblema artístico (y turístico) de la decadencia. En el corazón de Castilla, Toledo fue una “ciudad muerta” llena de misticismo para los autores del 98 español. Azorín o Baroja reivindicaron la voluptuosidad que se esconde tras los gastados adoquines o las puertas decrépitas de las calles viejas. No en vano, la literatura modernista potencia el motivo de la ciudad muerta, según Ricardo Gullón, porque “aporta una visión abarcadora del tiempo: el ayer agotado en el hoy y el hoy cerrando el paso al mañana. Parábola de una cesación de actividad que, desde anómalas perspectivas, puede tener encanto”.
Si el flâneur de Baudelaire se recrea en la variopinta masa que pasea por la ciudad moderna, mi flaneurismo huye de las aglomeraciones humanas para observar, sin prisas y en la mayor soledad posible, las calles y las casas detenidas en el pasado. En Xàtiva, en Lisboa, en Mirambel, en Budapest o en Morella. Paseo a la búsqueda de las modestas huellas de la intrahistoria unamuniana: los timbres que ya no suenan, los buzones sin correspondencia desde hace décadas, los restos de pintura de una pared que ha sido azul, amarilla y verde en épocas superpuestas, los cristales quebrados de las ventanas donde antaño se asomaban rostros, y las puertas, sobre todo, las puertas. Esas bocas del tiempo que se han tragado a los inquilinos de las casas jurándoles fidelidad ad eternum. O hasta que un incendio involuntario, la patada de un okupa o un P.A.I. acaba con ellas y con el delicado e irrepetible mundo que protegían: baldosas sueltas, retratos en blanco y negro, papeles vintage en las paredes húmedas, baúles vacíos, calendarios desfasados, sillas cojas, espejos picados. Puertas viejas que, en su muda cerrazón, custodian el absurdamente inútil legado de sus dueños: cabezas de porcelana y cajitas con dientes de leche. Ruinas.
Webs y obras citadas:
Ian Ference: http://www.ianferencephoto.com/personal.html
Lung Liu: http://www.lungliu.com/saltonsea/index.php
Eric Holubow: http://ebow.org/home.html
Abandoned Porn: https://www.reddit.com/r/AbandonedPorn/
Francisco de Quevedo, Obra poética, ed. J. M. Blecua, Castalia, Madrid, 1969.
Georges Rodenbach, Brujas la muerta, Vaso roto, México-Madrid, 2011.
Edgar Allan Poe, La caída de la casa Usher, Nórdica, Madrid, 2015.
Ricardo Gullón, Espacios poéticos de Antonio Machado, Fundación Juan March-Cátedra, Madrid, 1987.