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¿Por qué, papá?
Llegará el día que mis hijos me pregunten: “¿Papá, por qué somos del Atleti?”. Para ese entonces yo tendré una respuesta muy estudiada, un fortín rojiblanco lleno de héroes y leyendas. Y como ya sabemos, los héroes, mientras más metros bajo tierra estén, y las leyendas, mientras más añejas sean, mejor, porque nos permiten manipularlas a nuestro antojo. Les diré que yo jugué una vez en el Calderón el 2006 junto a Pantic en un partido amistoso, aunque la verdad sea que entré en el segundo tiempo y el ídolo serbio ya se había retirado lesionado. Les diré que su madre supo que estaba embarazada de ellos el día que empezó la liga 2013-2014, la que me devolvió la esperanza en el equipo pese a que sólo fui una fecha al campo y gratis porque el dinero nunca me alcanza. Les diré que una tarde entré a la tienda oficial del Atleti y casi lloro de emoción al tocar la ropa para bebés. Porque quiero que mis hijos crean en lo mismo que su padre creyó.
Así es como se perpetúan las tradiciones, así es como las religiones suman tantos seguidores y el negocio del fútbol es cada día más rentable y despiadado. Los padres obligamos a los hijos en un intento por compartir las que consideramos son experiencias inolvidables o el camino correcto para crecer como personas de bien. El fútbol me apartó de los estudios pero forjó mi carácter y me enseñó las virtudes y los defectos del ser humano, sobre todo lo segundo, y lo agradezco. Admiro a la gente que en vez de leerse un libro de autoayuda y encubrir sus fracasos con un discurso motivador, llora, se asoma al abismo de sus limitaciones y deja que sus heridas sangren, hasta que una vez concluido el duelo, sigue adelante, sabiendo lo que le puede volver a pasar. El Atleti ha tenido y tiene jugadores que encajan en mi filosofía de vida. Movilla es uno de ellos. Ese calvo fue barrendero alguna vez y en su mejor momento la miopía de un técnico lo condenó al banco de suplentes. No volvió al club pero siguió demostrando su calidad en otros equipos. ¿Y cuál es la lección? Fe, hijos, ¡fe!
“Porque quiero que mis hijos crean en lo mismo que su padre creyó. Así es como se perpetúan las tradiciones, así es como las religiones suman tantos seguidores y el negocio del fútbol es cada día más rentable y despiadado”
La primera definición de la RAE para dicha palabra corresponde a su acepción religiosa. Yo prefiero la cuarta: Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o algo. Por eso detesto a los hinchas que se retiran del estadio cuando su equipo va perdiendo y faltan pocos minutos para que el partido acabe. Es cierto que el fútbol se ha maleado. Mis hijos no podrán jugar partidos en la calle esquivando a los coches como lo hice yo en mi infancia limeña. Si entran en un equipo de barrio o de donde sea, soportaremos juntos a esos padres que presionan a sus hijos para que triunfen como Diego Costa, Futre o Kiko, aunque jueguen como el Pato Sosa, ese uruguayo a quien solo vale recordar para burlarnos de su caída dominando un balón el día que lo presentaron. Mientras, las estrellas, esos talentos que no necesitan más de tres palabras para explicar sus goles y jugadas, serán más fugaces en los equipos que no tengan presupuestos obscenos. Y estoy convencido de que no dejarán de llover más escándalos de toda clase sobre los equipos españoles. No se puede negar, la esencia está perdida, pero hay que rescatarla de alguna forma. A veces veo el precio de las entradas y me parece que se trata de un deporte de ricos para ricos.
A mis hijos les regalaré camisetas y espero llevarlos al Calderón antes de su derribo en favor de la construcción de pisos, algo que sobra en este país, que disfruten la peregrinación desde nuestro hogar en Legazpi, bordeando el Manzanares, que se contagien de la fiebre que convierte las calles en una marea rojiblanca. Pero que aprendan pronto, por favor, que esto es un juego, no una religión, y que si su padre llora cuando el Atleti pierde un partido importante o insulta a los jugadores en el televisor, es porque pertenece a una generación obsoleta. Los nuevos hinchas no deben exigir solo buenos resultados, sino también transparencia en la gestión de sus equipos, honestidad, que los presidentes de sus clubs no hagan causa común con otros presidentes encarcelados por corrupción, que los vicios de su sociedad no contaminen los campos.
Sí, que mis hijos sean del Atleti, pero libres.
¿Por qué, papá?
Llegará el día que mis hijos me pregunten: “¿Papá, por qué somos del Atleti?”. Para ese entonces yo tendré una respuesta muy estudiada, un fortín rojiblanco lleno de héroes y leyendas. Y como ya sabemos, los héroes, mientras más metros bajo tierra estén, y las leyendas, mientras más añejas sean, mejor, porque nos permiten manipularlas a nuestro antojo. Les diré que yo jugué una vez en el Calderón el 2006 junto a Pantic en un partido amistoso, aunque la verdad sea que entré en el segundo tiempo y el ídolo serbio ya se había retirado lesionado. Les diré que su madre supo que estaba embarazada de ellos el día que empezó la liga 2013-2014, la que me devolvió la esperanza en el equipo pese a que sólo fui una fecha al campo y gratis porque el dinero nunca me alcanza. Les diré que una tarde entré a la tienda oficial del Atleti y casi lloro de emoción al tocar la ropa para bebés. Porque quiero que mis hijos crean en lo mismo que su padre creyó.
Así es como se perpetúan las tradiciones, así es como las religiones suman tantos seguidores y el negocio del fútbol es cada día más rentable y despiadado. Los padres obligamos a los hijos en un intento por compartir las que consideramos son experiencias inolvidables o el camino correcto para crecer como personas de bien. El fútbol me apartó de los estudios pero forjó mi carácter y me enseñó las virtudes y los defectos del ser humano, sobre todo lo segundo, y lo agradezco. Admiro a la gente que en vez de leerse un libro de autoayuda y encubrir sus fracasos con un discurso motivador, llora, se asoma al abismo de sus limitaciones y deja que sus heridas sangren, hasta que una vez concluido el duelo, sigue adelante, sabiendo lo que le puede volver a pasar. El Atleti ha tenido y tiene jugadores que encajan en mi filosofía de vida. Movilla es uno de ellos. Ese calvo fue barrendero alguna vez y en su mejor momento la miopía de un técnico lo condenó al banco de suplentes. No volvió al club pero siguió demostrando su calidad en otros equipos. ¿Y cuál es la lección? Fe, hijos, ¡fe!
“Porque quiero que mis hijos crean en lo mismo que su padre creyó. Así es como se perpetúan las tradiciones, así es como las religiones suman tantos seguidores y el negocio del fútbol es cada día más rentable y despiadado”
La primera definición de la RAE para dicha palabra corresponde a su acepción religiosa. Yo prefiero la cuarta: Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o algo. Por eso detesto a los hinchas que se retiran del estadio cuando su equipo va perdiendo y faltan pocos minutos para que el partido acabe. Es cierto que el fútbol se ha maleado. Mis hijos no podrán jugar partidos en la calle esquivando a los coches como lo hice yo en mi infancia limeña. Si entran en un equipo de barrio o de donde sea, soportaremos juntos a esos padres que presionan a sus hijos para que triunfen como Diego Costa, Futre o Kiko, aunque jueguen como el Pato Sosa, ese uruguayo a quien solo vale recordar para burlarnos de su caída dominando un balón el día que lo presentaron. Mientras, las estrellas, esos talentos que no necesitan más de tres palabras para explicar sus goles y jugadas, serán más fugaces en los equipos que no tengan presupuestos obscenos. Y estoy convencido de que no dejarán de llover más escándalos de toda clase sobre los equipos españoles. No se puede negar, la esencia está perdida, pero hay que rescatarla de alguna forma. A veces veo el precio de las entradas y me parece que se trata de un deporte de ricos para ricos.
A mis hijos les regalaré camisetas y espero llevarlos al Calderón antes de su derribo en favor de la construcción de pisos, algo que sobra en este país, que disfruten la peregrinación desde nuestro hogar en Legazpi, bordeando el Manzanares, que se contagien de la fiebre que convierte las calles en una marea rojiblanca. Pero que aprendan pronto, por favor, que esto es un juego, no una religión, y que si su padre llora cuando el Atleti pierde un partido importante o insulta a los jugadores en el televisor, es porque pertenece a una generación obsoleta. Los nuevos hinchas no deben exigir solo buenos resultados, sino también transparencia en la gestión de sus equipos, honestidad, que los presidentes de sus clubs no hagan causa común con otros presidentes encarcelados por corrupción, que los vicios de su sociedad no contaminen los campos.
Sí, que mis hijos sean del Atleti, pero libres.