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Nikos Dimou (Atenas, 1935)
Estudiante de Filología francesa e inglesa en Atenas, y de Filosofía en Múnich, el autor de La desgracia de ser griego —conjunto de aforismos publicados en 1975, que pasa por ser el ensayo en lengua griega más exitoso desde la antigüedad— hace explícita su intención de proceder a un análisis de las enfermedades del alma griega. Su compatriota Hipócrates, fundador del arte de curar, fue también el primero —cuarta centuria antes de nuestra era— en dar a una colección de notas el título de Aforismos. ¿Recuerdan sus primeras líneas? «La vida es corta, la ciencia extensa, la ocasión fugaz, la experiencia insegura, el juicio difícil. No solo es preciso hacer lo debido, sino que colaboren el enfermo, los presentes y las circunstancias».
El diagnóstico de Dimou coincide con el del poeta, diplomático y Premio Nobel Giorgos Seferis: la cultura griega padece un desgarramiento incurable entre su hemisferio oriental y su hemisferio occidental. La mera denominación de «civilización greco-cristiana» amalgama, a su juicio, dos nociones antagónicas. No ignora, como Hipócrates, que la risa tiene virtudes terapéuticas. Sin embargo, las páginas de La desgracia de ser griego, escritas durante los últimos años de la dictadura militar, no pueden ser inscritas en ninguna otra tradición que la del pesimismo griego.
El mejor criterio para conocer a una sociedad, observa, es su modo de afrontar la muerte, empeño en el que los griegos fracasan una y otra vez debido a su «incapacidad para reconciliarse con la finitud de la vida»: «Ninguna promesa de vida futura puede compensarlos por la pérdida del paraíso terrenal. Ninguna religión ha podido reconciliarlos con la muerte. Solo el "ahora" tiene el valor del "siempre"». Y en un post scriptum fechado en 2012, anota: «El problema fundamental de la existencia de los griegos no es otro que sus ganas de más y su incapacidad para arreglarse con menos».
El breviario de Dimou transmite un eco de las sabias sentencias grabadas en el templo de Delfos. No en vano, admite ser un hombre que ha procurado ayudar a sus semejantes a conocerse a sí mismos. Tentativa colmada de íntimos dilemas: «Traté de formular estos pensamientos de suerte que las personas serias los encontrasen serios, y las frívolas, frívolos. Ahora me tortura la preocupación de que pudiera ocurrir justo lo contrario».
La desgracia de ser griego (1975)
Definimos la felicidad como el estado (por lo general pasajero) en el que la realidad coincide con nuestros deseos.
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En otras palabras, podemos denominar desgracia a la distancia entre deseo y realidad.
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El pensamiento de Buda enseña la supresión del deseo como antídoto infalible contra la desgracia. (Y aún más efectivo: la supresión del origen de todo deseo, la supresión del yo).
◊
Podríamos definir al ser humano como el animal que desea siempre más de lo que puede alcanzar. El animal inadaptado. Dicho de otro modo, podríamos definir al ser humano como el ser que lleva dentro de sí la desgracia.
◊
Axioma: los griegos hacen cuanto pueden para agrandar la brecha entre deseo y realidad.
◊
En lo fundamental, los griegos ignoran la realidad. Viven dos veces por encima de sus posibilidades. Prometen el triple de lo que pueden hacer. Pretenden saber el cuádruple de lo que saben. Sienten (y se sienten) el quíntuple de lo que verdaderamente experimentan.
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Síntoma sustancial del alma griega: la fabricación de mitos.
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Los otros pueblos tienen instituciones. Nosotros tenemos espejismos.
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El reciente idilio de los griegos con la sociedad de consumo: un largo y doloroso noviazgo, sin matrimonio.
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Durante el último siglo la Iglesia griega ha servido, con fidelidad y devoción, a muchos señores. Excepto al Único.
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Parámetros estadísticos del griego medio: vive en el país más caro de Europa —en relación con su salario—, tiene la peor seguridad social, el mayor número de accidentes de tráfico, el sistema educativo más pobre y las tiradas de libros más raquíticas. (Espero que haya algún país —Portugal, por ejemplo— que me desmienta en algo).
◊
Mientras la mitad de los griegos intentan transformar Grecia en un país extranjero, la otra mitad emigra.
◊
Todo el método y el sistema que faltan en nuestra vida cotidiana y en nuestro trabajo, los aplicamos a nuestra misión secreta: destruir lo más eficazmente posible este hermoso lugar que nos deparó el destino.
◊
En nuestro fuero interno estamos convencidos de que no somos dignos de vivir en una tierra tan hermosa. E intentamos reducirla a nuestra medida. A nuestro nivel. Y acabamos cubriéndola de cemento y basura.
◊
Lleva a Grecia en tu corazón, y sufrirás un infarto.
◊
¿«Y qué hay de la muerte, camaradas»? De verdad, camaradas, gentes de toda la Tierra, ¿qué hay de la muerte?
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Todos cuantos amaron esta tierra murieron jóvenes, suicidas o locos.
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¿Encontrará alguna vez esta gente su rostro? Pero acaso sea la contradicción su verdadero rostro.
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Todo luz y áspera sombra. Nuestras almas también, luz y áspera sombra. Discordantes y divergentes.
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Naturalmente, se podría escribir también un libro que se titulara La felicidad de ser griego.
◊
Pues bien, al escribir sobre la desgracia, he escrito también sobre la felicidad.
◊
Sobre la felicidad de la desgracia de ser griego.
Nikos Dimou (Atenas, 1935)
Estudiante de Filología francesa e inglesa en Atenas, y de Filosofía en Múnich, el autor de La desgracia de ser griego —conjunto de aforismos publicados en 1975, que pasa por ser el ensayo en lengua griega más exitoso desde la antigüedad— hace explícita su intención de proceder a un análisis de las enfermedades del alma griega. Su compatriota Hipócrates, fundador del arte de curar, fue también el primero —cuarta centuria antes de nuestra era— en dar a una colección de notas el título de Aforismos. ¿Recuerdan sus primeras líneas? «La vida es corta, la ciencia extensa, la ocasión fugaz, la experiencia insegura, el juicio difícil. No solo es preciso hacer lo debido, sino que colaboren el enfermo, los presentes y las circunstancias».
El diagnóstico de Dimou coincide con el del poeta, diplomático y Premio Nobel Giorgos Seferis: la cultura griega padece un desgarramiento incurable entre su hemisferio oriental y su hemisferio occidental. La mera denominación de «civilización greco-cristiana» amalgama, a su juicio, dos nociones antagónicas. No ignora, como Hipócrates, que la risa tiene virtudes terapéuticas. Sin embargo, las páginas de La desgracia de ser griego, escritas durante los últimos años de la dictadura militar, no pueden ser inscritas en ninguna otra tradición que la del pesimismo griego.
El mejor criterio para conocer a una sociedad, observa, es su modo de afrontar la muerte, empeño en el que los griegos fracasan una y otra vez debido a su «incapacidad para reconciliarse con la finitud de la vida»: «Ninguna promesa de vida futura puede compensarlos por la pérdida del paraíso terrenal. Ninguna religión ha podido reconciliarlos con la muerte. Solo el "ahora" tiene el valor del "siempre"». Y en un post scriptum fechado en 2012, anota: «El problema fundamental de la existencia de los griegos no es otro que sus ganas de más y su incapacidad para arreglarse con menos».
El breviario de Dimou transmite un eco de las sabias sentencias grabadas en el templo de Delfos. No en vano, admite ser un hombre que ha procurado ayudar a sus semejantes a conocerse a sí mismos. Tentativa colmada de íntimos dilemas: «Traté de formular estos pensamientos de suerte que las personas serias los encontrasen serios, y las frívolas, frívolos. Ahora me tortura la preocupación de que pudiera ocurrir justo lo contrario».
La desgracia de ser griego (1975)
Definimos la felicidad como el estado (por lo general pasajero) en el que la realidad coincide con nuestros deseos.
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En otras palabras, podemos denominar desgracia a la distancia entre deseo y realidad.
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El pensamiento de Buda enseña la supresión del deseo como antídoto infalible contra la desgracia. (Y aún más efectivo: la supresión del origen de todo deseo, la supresión del yo).
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Podríamos definir al ser humano como el animal que desea siempre más de lo que puede alcanzar. El animal inadaptado. Dicho de otro modo, podríamos definir al ser humano como el ser que lleva dentro de sí la desgracia.
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Axioma: los griegos hacen cuanto pueden para agrandar la brecha entre deseo y realidad.
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En lo fundamental, los griegos ignoran la realidad. Viven dos veces por encima de sus posibilidades. Prometen el triple de lo que pueden hacer. Pretenden saber el cuádruple de lo que saben. Sienten (y se sienten) el quíntuple de lo que verdaderamente experimentan.
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Síntoma sustancial del alma griega: la fabricación de mitos.
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Los otros pueblos tienen instituciones. Nosotros tenemos espejismos.
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El reciente idilio de los griegos con la sociedad de consumo: un largo y doloroso noviazgo, sin matrimonio.
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Durante el último siglo la Iglesia griega ha servido, con fidelidad y devoción, a muchos señores. Excepto al Único.
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Parámetros estadísticos del griego medio: vive en el país más caro de Europa —en relación con su salario—, tiene la peor seguridad social, el mayor número de accidentes de tráfico, el sistema educativo más pobre y las tiradas de libros más raquíticas. (Espero que haya algún país —Portugal, por ejemplo— que me desmienta en algo).
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Mientras la mitad de los griegos intentan transformar Grecia en un país extranjero, la otra mitad emigra.
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Todo el método y el sistema que faltan en nuestra vida cotidiana y en nuestro trabajo, los aplicamos a nuestra misión secreta: destruir lo más eficazmente posible este hermoso lugar que nos deparó el destino.
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En nuestro fuero interno estamos convencidos de que no somos dignos de vivir en una tierra tan hermosa. E intentamos reducirla a nuestra medida. A nuestro nivel. Y acabamos cubriéndola de cemento y basura.
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Lleva a Grecia en tu corazón, y sufrirás un infarto.
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¿«Y qué hay de la muerte, camaradas»? De verdad, camaradas, gentes de toda la Tierra, ¿qué hay de la muerte?
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Todos cuantos amaron esta tierra murieron jóvenes, suicidas o locos.
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¿Encontrará alguna vez esta gente su rostro? Pero acaso sea la contradicción su verdadero rostro.
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Todo luz y áspera sombra. Nuestras almas también, luz y áspera sombra. Discordantes y divergentes.
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Naturalmente, se podría escribir también un libro que se titulara La felicidad de ser griego.
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Pues bien, al escribir sobre la desgracia, he escrito también sobre la felicidad.
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Sobre la felicidad de la desgracia de ser griego.