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Demócrito de Abdera (460 A.C.-370 A.C.)

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Podría perfectamente tratarse de un ciudadano ilustrado, cosmopolita y laico de nuestra época, demócrata convencido, preocupado por la educación y la salud, crítico con la desigualdad económica y el crecimiento demográfico, cuya mente racionalista no desdeña, sin embargo, el saber de los sentidos (fragmentos 255, 276, 277). Moderadamente hedonista, recomienda evitar el exceso de ocupaciones públicas y privadas, a fin de salvaguardar el humor (3). Exigente y autocrítico, aspira a poner en sintonía lo que piensa, lo que dice y lo que hace (2). En sus viajes por África y Asia, ha recogido los signos de su tiempo, los de todos los tiempos, aquellos que permiten cartografiar la realidad y vivir con sereno escepticismo en un mundo del que «nada conocemos, sino lo que cambia» (9). La única tacha aparente de Demócrito consistiría en cierta susceptibilidad ante la falta de reconocimiento: «Estuve en Atenas, y nadie me reconoció» (116).

Cierto que Aristóteles elogiará su rigor, y Cicerón su elegancia; que Séneca lo saludará como al más perspicaz de los pensadores antiguos, y Nietzsche como al más consecuente; cierto: Voltaire considerará su filosofía «la única buena», y Marx le consagrará su tesis. Pese a todo, dos ominosos silencios ensombrecen la memoria de Demócrito: el universal de Platón, que nunca lo menciona, y el incidental de Aristóteles, en cuyos libros dedicados a la ética tampoco aparece su nombre. Guthrie (1965) sintetiza la cuestión con su proverbial maestría: «En conjunto, el veredicto de la investigación ha sido sorprendentemente generoso con Demócrito. Si las sentencias son genuinas, el problema radica en explicar su supervivencia durante más de setecientos años, cuando ni Platón ni Aristóteles muestran conocimiento alguno de la ética democrítea… Nunca podremos juzgar con certeza el grado de responsabilidad que sobre sus máximas corresponde al gran filósofo».

Los fragmentos éticos de Demócrito —los que más conciernen al aforismo, género por excelencia del pensamiento moral— proceden, en efecto, de fuentes tanto más caudalosas cuanto más tardías. De los 29 que integran nuestra selección (en la que se ha prescindido por completo de la muy sospechosa serie de 84 máximas editadas en el siglo XVII a partir de un manuscrito medieval atribuido a «Demócrates»), únicamente el primero es transmitido por un escritor anterior a nuestra era (Cicerón). De los restantes, 11 provienen de autores de los siglos I al III (desde Plutarco a Porfirio), mientras que 16 dependen de un recopilador de la quinta centuria (Estobeo), y otro de la sexta. Por suerte, contamos con la indulgencia de Aristóteles: «Sócrates se ocupaba de las virtudes morales y fue el primero en definirlas. Entre los físicos, sólo Demócrito se ocupó del asunto» (Metafísica, 1078 b). Cicerón comenta: «Mediante la investigación, Demócrito perseguía el buen estado de ánimo, pues en eso radicaba para él el bien supremo, al que llama serenidad y a veces intrepidez, es decir, ausencia de temor en el alma. Pero todo ello, aunque excelente, no estaba perfeccionado; dijo poco acerca de la virtud. Fue más tarde cuando tales cuestiones empezaron a ser tratadas por Sócrates» (De Finibus, V, 29).

En resumen: el legado democríteo es exiguo, pero excepcional. Único científico interesado por la ética, su exploración del infinito le condujo al descubrimiento de la conciencia. En lugar de intentar explicar la materia por medio del intelecto, probó a explicar el intelecto a través de la materia. Uno de sus preceptos —«Hombres que nada saben, pero tienen conciencia de la maldad de su modo de vida…»— atestigua la primera aparición en lengua griega del término «conciencia» en sentido moral. Otra de sus proposiciones documenta el neologismo «microcosmos»: «El hombre es un mundo en miniatura». Ambas nociones emergen de forma sincrónica en la mente de Demócrito, dejando patente su correspondencia. Se diría, incluso, que la misión de la conciencia estriba sobre todo en inferir de las leyes del cosmos las reglas de su propio gobierno. Jaeger (1938) relaciona esa nueva «voz de la conciencia» con otro imperativo del filósofo: «En una manifestación paralela al giro socrático hacia el interior, Demócrito trata de otorgar un nuevo significado al antiguo concepto de vergüenza social, colocando en su lugar la vergüenza del hombre ante sí mismo, instancia decisiva para el desarrollo de la conciencia ética [“Nadie debe avergonzarse ante los demás tanto como ante sí mismo…” (264)]». Recordemos a Nietzsche: «¿Cuál es el sello de la libertad alcanzada? Ya no avergonzarse ante uno mismo» (1882). Muchas de las sentencias morales o consejos de sabiduría práctica del abderita giran alrededor de una palabra clave: euthymia («buen ánimo»), traducible a discreción por contento, bienestar, tranquilidad, serenidad, impasibilidad. Un siglo más tarde, Epicuro elegirá el vocablo «ataraxia» para designar esa misma disposición anímica.

Si la historia del aforismo y la prosa fragmentaria se inicia en Occidente con Heráclito El Oscuro, a quien ya dedicamos en 2009 un estudio monográfico (Heráclito: Fragmentos e interpretaciones), el siguiente hito de la tradición grecolatina lleva el sello de su contrafigura histórica. Último de los presocráticos —apenas diez años más viejo que el maestro de Platón—, Demócrito de Abdera constituye por sí mismo una tupida encrucijada. En su triple faceta de físico, moralista y lingüista —muy aficionado, por cierto, a los juegos de palabras—, renovó el pensamiento científico, despejó simultáneamente el camino hacia el risueño epicureísmo y hacia el austero escepticismo, y fundó, cabría decir, la escuela de la línea clara.

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Aristóteles: «Nadie trató tema alguno sino superficialmente, a excepción de Demócrito… Demócrito y Leucipo postularon que una misma cosa parece contraria a personas diferentes. Algo parece otra cosa si se le cambia un solo ingrediente: una tragedia y una comedia están, en efecto, compuestas por las mismas letras» (De generación y corrupción, 315 a, 315 b).

Aristóteles: «Demócrito fue el único en hablar con propiedad… Leucipo y Demócrito explican todos los fenómenos con rigor metódico» (De generación y corrupción, 323 b, 324 b).

Aristóteles: «Leucipo y Demócrito no admiten que la multiplicidad proceda de la unidad, ni viceversa, sino que todas las cosas se generan por el encuentro, es decir, por la combinación de los átomos» (Del cielo, 303 a).

Cicerón: «Todas las cosas derivan del azar, si bien el azar les asigna su plena necesidad. De tal opinión fue Demócrito» (Sobre el destino, 17, 39).

Cicerón: «Yo buscaría un filósofo digno de crédito a quien seguir. ¿Pero cuál de ellos reúne esa condición? ¿Demócrito? Ya me veo atacado por vuestras invectivas: “¿Cómo puedes admitir el vacío? ¿Cómo puedes admitir la existencia de esos átomos? ¿Cómo pensar que sin intervención de una inteligencia puede producirse una obra perfecta?”» (Cuestiones académicas, 40).

Cicerón: «Cuando niega que exista algo eterno, porque no hay nada que permanezca en el mismo estado, ¿no está negando por completo la divinidad?» (Sobre la naturaleza de los dioses, I, 12).

Cicerón: «Demócrito, de cuya fuente tomó Epicuro el agua para regar sus jardines» (Sobre la naturaleza de los dioses, I, 43).

Cicerón: «Heráclito es extremadamente oscuro; Demócrito, en absoluto» (Sobre adivinación, II, 64, 133).

Cicerón: «Perdida la luz de sus ojos, no podía ya distinguir el blanco del negro; sin embargo, distinguía aún lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto… Sostenía, por cierto, que la vista de los ojos obstaculiza la del alma» (Disputaciones tusculanas, V, 39, 114).

Horacio: «Como Demócrito atribuye más valor al genio que a la técnica, y excluye del Helicón a los poetas sensatos, muchos se dejan crecer las uñas y la barba, buscan lugares apartados y evitan bañarse» (Arte poética, 295).

Séneca: «Los griegos dieron a la firmeza de alma el nombre de euthymia, sobre la que Demócrito escribió un libro insigne, y a la que yo llamo tranquilidad… No debemos juzgar aborrecibles, sino ridículos los vicios del vulgo, imitando antes a Demócrito que a Heráclito. Éste juzgaba nuestras acciones miserables; aquél, las tenía por locuras» (Sobre la tranquilidad del ánimo, II; XV).

Séneca: «Dicen que siempre se le vio en público riendo, pues nada que se hiciera con solemnidad le parecía serio» (Sobre la ira, II).

Plutarco: «Quien dijo “El que quiera mantener buen ánimo no debe ocuparse de muchos asuntos…” [3], propuso una paz muy cara, comprada al precio de la inactividad» (Sobre el buen ánimo, 465 c).

Marco Aurelio: «“Haz pocas cosas —dice Demócrito— si quieres estar de buen ánimo…” [3]. La mayoría de las cosas que decimos o hacemos no son necesarias, y si fuésemos capaces de suprimirlas, dispondríamos de más ocio y tranquilidad. De donde conviene recapacitar en cada ocasión: ¿no será esta una de las innecesarias?» (Meditaciones, IV, 24).

Donne (1595): «Es significativo que los excesos de la risa, al igual que los del llanto, fuesen tomados como signo de sabiduría. Demócrito y Heráclito, enamorados de ambos extremos, fueron llamados por ello filósofos. Muchos de nuestros sabios se reirán de los llantos de Heráclito, pero ninguno llorará por la risa de Demócrito».

Leibniz (1711): «De Demócrito, casi no sabemos más que lo que ha extraído de él Epicuro, quien no era capaz de escoger siempre lo mejor».

Voltaire (1760): «La filosofía de Demócrito es la única buena. He tomado el partido de la risa y quiero morir riendo».

Hegel (1816): «El átomo puede concebirse en un sentido material, pero es puramente intelectual… Hoy y siempre, el ser seguirá siendo lo vacío y lo lleno… La atomística es la primera filosofía que libera a la investigación del deber de buscar un fundamento al universo».

Marx (1841): «Demócrito parece convertir al azar en fundamento».

Zeller (1844): «Alguien como Demócrito, que lleva a cabo una distinción tan neta entre apariencia sensible y realidad verdadera, no buscará el sentido y la felicidad en el mundo exterior, sino en una actitud interior».

Nietzsche (1876): «Demócrito comparte con Heráclito la creencia incondicional de que todo movimiento presupone una oposición, de que la lucha es el padre de todas las cosas. De todos los sistemas antiguos, el suyo es el más consecuente: implica la estricta necesidad de todas las cosas, sin lugar para saltos bruscos o extraños en la naturaleza. Gracias a él se supera por completo la concepción antropomórfica del mundo propia del mito, y se dispone de una hipótesis estrictamente científica».

Burnet (1920): «Es un hecho paradójico que los atomistas, considerados como los grandes materialistas de la antigüedad, fuesen los primeros en expresar con claridad que una cosa podía ser real sin ser corpórea».

Mondolfo (1941): «La vergüenza ante uno mismo puede ocultarse a los demás, pero no a la propia conciencia. Para el perfeccionamiento moral, resulta más útil reconocer los propios defectos que los del prójimo. Avergonzarse de sí mismo significa que ha cobrado forma un espectador y juez interior de nuestra conducta».

Bertrand Russell (1945): «Éticamente, consideró la alegría como meta de la vida, hallando en la cultura los mejores medios para alcanzarla… Demócrito es el último de los filósofos libres de la culpa que envenenó el pensamiento posterior, incluso en el mejor del cual hay un énfasis indebido sobre el hombre en contraposición al universo».

Snell (1946): «Nunca intenta definir el bien como un fin, a la manera de Sócrates y Platón, o concebir metafísicamente la justicia como norma de vida, al igual que Heráclito, sino que reconduce la ética a una esfera accesible al pensamiento científico».

Jaeger (1947): «Su descripción de la naturaleza en términos de interacción, regida por el azar, de incontables átomos en el espacio vacío, no dejaba lugar alguno a la deificación de fuerzas ni a la instauración de un único principio. Estaba convencido de que la fuente de las ideas religiosas había que buscarla en las apariciones de los dioses en los sueños. Pero las sanciones no proceden del más allá, sino de la propia vida interior del hombre, que constituye su verdadero infierno».

Cornford (1952): «En la Grecia del siglo V, la figura del sabio podía identificarse indistintamente con la de poetas y adivinos o con la de pensadores y filósofos. Esto relaciona estrechamente la inspiración del poeta y del adivino con la intuición filosófica que Demócrito denomina “sabiduría genuina”, facultad que entra en juego cuando fracasa el “conocimiento bastardo” de los sentidos… Demócrito afirma no haber dejado lugar para la providencia o la libertad en el mundo material de los átomos y el vacío. El universo infinito no es obra de un gran plan; los sucesos no tienen ninguna causa primera».

Kirk & Raven (1957): «Más de cuatro quintas partes de sus fragmentos se ocupan de cuestiones éticas. El contenido de algunos parece próximo a la doctrina socrática u otras posteriores, lo cual resulta embarazoso. Por diversos motivos, se podría rechazar la autenticidad de casi todos ellos. Lo seguro e importante es que Demócrito, al igual que Sócrates, dirige la atención moral hacia el interior, hacia el estado de nuestro alma. Sin embargo, el cuidado del alma de Demócrito no constituye una búsqueda de verdades universales, sino que se dirige al bienestar subjetivo, y pertenece, por tanto, a la ética práctica».

Lesky (1957): «Demócrito inicia una tendencia que conduce hasta la física moderna. Los átomos y el vacío representan un ser inmutable al que el conocimiento humano sólo tiene acceso una vez que ha logrado atravesar las apariencias sensibles. Demócrito separó el conocimiento oscuro, que adquirimos por medio de los sentidos, del verdadero, que alcanzamos por la razón. Pero no desconoció la precariedad de tal procedimiento. Más de una vez se lamenta de nuestra ignorancia. El hombre, con sus problemas y posibilidades, ocupa un amplio espacio en su filosofía, convirtiendo al materialista Demócrito en un teórico de la moral. Perfila por primera vez una finalidad de la existencia humana frente a la cual comienzan a desfigurarse los antiguos valores de la ética aristocrática. Exige como correctivo la vergüenza del hombre ante sí mismo… Se percibe tanta claridad y colorido en los escritos de este autor, cuyas altas dotes artísticas no pueden ponerse en duda, que juzgamos justificado el elogio de los antiguos. Sus fragmentos hacen patente un estilo caracterizado por la exactitud y el cuidado del investigador de la naturaleza».

Laín Entralgo (1958): «Sabe Demócrito que hay tres géneros de enfermedad: el de la casa o familia, el del modo de vivir y el del cuerpo (288). Genial concepto este de la “enfermedad del modo de vivir”… Parece seguro que Demócrito ejerció la medicina. Es tradición acreditada que Hipócrates fue discípulo suyo. Lo indudable, en todo caso, es que sus escritos transmiten un pensamiento capaz de explicar la psicoterapia verbal».

Guthrie (1965): «Escritor enciclopédico, la pérdida de sus obras invalida la reconfortante teoría de que el tiempo ha conservado o destruido las creaciones de la antigüedad en relación con sus méritos… El materialismo de Demócrito y el idealismo de Platón representan una verdadera “armonía de contrarios”, reflejada en una especie de relación amor-odio. El Timeo recuerda constantemente la doctrina democrítea, y difícilmente puede considerarse accidental que en ninguna parte mencione Platón su nombre. Demócrito era la encarnación del archienemigo, ya que para Platón el ser estaba esencialmente ligado a un esquema teleológico, irreconciliable con el origen materialista y mecánico del universo atomista… ¿Ha formado la materia por sí sola organismos de una complejidad, delicadeza y adaptabilidad casi increíbles, o ese orden le ha sido impuesto por un agente racional que elabora un plan? Fue Demócrito quien, por primera vez, obligó a los filósofos a tomar partido… La reacción fue rápida. En las páginas de su joven contemporáneo Platón, aunque nunca se menciona el nombre de Demócrito, se puede sentir el impacto de la hostilidad que había generado en su ánimo. Demócrito y Platón disputaron el primer asalto de un combate que todavía prosigue».

Ramnoux (1969): «Demócrito, el inventor del materialismo y casi de la materia, conservó los dioses justificando la imaginería popular. Pero es quien más aleja a los dioses, que se hacen indiferentes».

Guthrie (1969): «Las dudas sobre lo adecuado de nuestras facultades para alcanzar la verdad manifiestan la modestia del espíritu científico. Para Demócrito, en sus momentos más pesimistas, “no conocemos nada”. Pero no fue el abderita un escéptico total. Ofreció de la ley una concepción elevada. Cada cual debería establecer una ley en su alma, la ley del respeto propio o de la vergüenza ante sí mismo… La idea del rico que ayuda económicamente al pobre en una situación de mutua confianza aparece en el fragmento 255: “Cuando los poderosos deciden ayudar a los que nada poseen… establecen la concordia entre los ciudadanos”, acerca del cual escribió Bailey [1928]: “Considerando el estado general del sentimiento de clase en la mayor parte de las ciudades griegas, es el más notable de los dichos de Demócrito”».

Furbank (1992): «La Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (1749) resultó ser una alegoría en torno a la paradoja de enceguecerse uno mismo para ver con mayor claridad… La leyenda cuenta que Demócrito encegueció adrede para pensar con mayor intensidad, y ése es el modelo de Diderot».

Hadot (1995): «Para abordar uno de sus temas favoritos, la tranquilidad del alma, filósofos como Séneca y Plutarco harán referencia a una obra de Demócrito consagrada a la euthymia, es decir, a la buena disposición del alma, que equivale a la alegría».

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«Sin locura nadie puede ser un gran poeta» (17 DK, Cicerón).

«La palabra es la sombra de la acción» (145 DK, Plutarco).

«En pez compartido no hay espinas» (151 DK, Plutarco).

«En las cosas más importantes, somos discípulos de los animales: de la araña, en el tejido y la costura; de la golondrina, en la edificación; de las aves canoras —el cisne y el ruiseñor—, en el canto» (154 DK, Plutarco).

«El hombre debe reconocer como norma que permanece alejado de la verdad» (6 DK, Sexto Empírico).

«Existen dos formas de conocimiento, una genuina, otra oscura. La oscura engloba vista, oído, olfato, gusto y tacto; la otra es la genuina» (11 DK, Sexto Empírico).

«[Demócrito hizo que los sentidos hablasen así a la razón]: ¡Oh, mísera razón, que tomas de nosotros tus certezas y pretendes rechazarnos! Nuestra caída sería tu propia ruina» (125 DK, Galeno).

«Todas las cosas son en verdad algo [den] y nada [meden]» (DK A 49, Galeno).

«La medicina cura las enfermedades del cuerpo, mientras que la sabiduría libera el alma de pasiones» (31 DK, Clemente de Alejandría).

«La educación y la naturaleza son análogas, ya que la educación transforma al hombre y, al hacerlo, fabrica su naturaleza» (33 DK, Clemente).

«En realidad, nada sabemos, pues la verdad yace en lo profundo» (117 DK, Laercio).

«Vivir mal es morir durante mucho tiempo» (160 DK, Porfirio).

«Buenas palabras no pueden encubrir una mala acción, como una buena acción tampoco puede ser perjudicada por palabras maliciosas» (177 DK, Estobeo).

«La cultura es un adorno para los afortunados y un refugio para los desdichados» (180 DK, Estobeo).

«Quienes huyen de la muerte, la persiguen» (203 DK, Estobeo).

«Valiente no es sólo quien hace frente al enemigo, sino a los placeres. No faltan dueños de ciudades que son esclavos de mujeres» (214 DK, Estobeo).

«Lo más valioso es una sabiduría intrépida» (216 DK, Estobeo).

«El deseo insaciable de riquezas es más penoso que la pobreza, pues a mayores deseos mayores carencias» (219 DK, Estobeo).

«Una vida sin alegrías es un largo camino sin posadas» (230 DK, Estobeo).

«Sobrepasada la medida, lo más placentero se convierte en lo menos agradable» (233 DK, Estobeo).

«Las fatigas voluntarias hacen más llevaderas las involuntarias» (240 DK, Estobeo).

«Para el hombre sabio toda la tierra es accesible, pues el alma buena tiene por patria el mundo entero» (247, Estobeo).

«La guerra civil es mala para todos, pues ocasiona el mismo daño a vencedores y vencidos» (249 DK, Estobeo).

«Es preferible la pobreza en democracia a la prosperidad de los déspotas, de igual modo que la libertad es preferible a la esclavitud» (251 DK, Estobeo).

«El coraje es el comienzo de la acción, pero el desenlace se halla en manos del azar» (269 DK, Estobeo).

«La educación de los hijos es incierta: el éxito se alcanza en medio de peligros y desvelos, y el fracaso es el más doloroso de todos» (275 DK, Estobeo).

«Expulsa mediante la razón la tristeza que se adueña del alma entumecida» (290 DK, Estobeo).

«Algunos hombres que nada saben de la disolución de la naturaleza mortal, pero tienen conciencia de la maldad de su modo de vida, se consumen entre inquietudes y temores, mientras fabulan historias sobre el tiempo que sigue a la muerte» (297 DK, Estobeo).

«El hombre es un mundo en miniatura» (34 DK, David el Armenio).

 
William Blake, Democritus, grabado sobre una imagen de Rubens, 1788. © Houghton Library, Harvard University.