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Miniaturas

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Ahora que los de mi generación, aquellos que nacimos en los años bisagra, entre los 70 y 80, estamos ya todos convencidos de lo que no han parado de repetirnos, que hemos nacido para ser emprendedores, que lo de tener una carrera, másteres y quizá un doctorado está muy bien, pero que a lo que hemos venido a este mundo es a pagar nuestra cuota de autónomos y lanzarnos al abismo de la precariedad –especialmente si se trabaja en el mundo de la cultura–, ya podemos centrarnos en crear nuestros esforzados proyectos –¿debería decir startups?– en un contexto socioeconómico cuanto menos inquietante.

Como inquietante es observar los recursos a nuestro alcance para desarrollar ideas en torno a lo cultural: éstos son escasos y, peor aún, menguantes. Como me decía hace poco un amigo, conversando sobre la situación de las galerías de arte en Madrid: “para intentar sobrevivir, venden cosas cada vez más pequeñas y más baratas, en espacios cada vez más reducidos, y parece como si los galeristas se fueran haciendo ellos mismos también pequeñitos”.

Obras pequeñas, espacios mínimos, galeristas menguantes… es como si la escena artística sufriera un proceso de miniaturización colectiva, como si todos nos fuéramos encogiendo para caber en el molde que nos están marcando. Según esta lógica, y para que no desentonen con los galeristas, habría también que reducir un poco a los artistas, incluso estaría bien fabricarles un pequeño cubículo en las inauguraciones donde juntarlos a todos, para que no estorben mucho; y reducir también a los gestores culturales, a los cuales en realidad no les va a importar mucho, pues así podrán estar en consonancia con los presupuestos que manejan, que son también pequeñitos.

Al final podríamos meternos todos en una caja, diseñada por algún artista pequeño antes de meterse en ella, al estilo del museo portátil La boîte-en-valise, de Marcel Duchamp –arriba en la foto–, y así el mundo de la cultura se haría más abarcable, y todos aquellos que consideran lo cultural un estorbo, algo superfluo e innecesario, un gueto de freaks, podrían lanzarnos al mar y observar como navegamos a la deriva, que en verdad es algo parecido a lo que ya ocurre, pero más divertido y veraniego.

Pues sí, en mi generación nos vamos haciendo pequeñitos, miniaturas, según vemos cómo el fantasma de la expectativa con la que nos educaron se adueña de nuestros sueños, transformándolos en frustración. Pero eso dura sólo un tiempo, y luego aprendes a no tomarte tan en serio, incluso a partirte de risa de ti mismo. Pero, cuidado, si reís, reíd con risas en miniatura, por lo bajo, no vaya a ser que os escuchen y os recorten un poquito más.

 

Imagen: La boîte-en-valise (1936-1941), Marcel Duchamp