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Más allá de las estrategias de representación del Poder
Fernando Sánchez Castillo en el CA2M de Móstoles
Toda capacidad de enunciación establece en primera instancia una concepción dialéctica entre forma y contenido, si bien no toda declaración o exposición se interesa (y este punto sería definitivo, esencial) por la apreciación de la forma en tanto que “sedimentación” del contenido. Como consecuencia de esta “desviación”, la forma artística (incluso liberada en parte de su referente) resultará siempre problemática en términos históricos, pues si bien no se ocultan lo que sin duda podemos definir como las fuentes, también estructura un nuevo circuito de reflexión, a la luz, precisamente, de esa desviación que obliga al contenido a una “decantación” (en su sentido vinícola) que tendría el mismo proceso y resultado que se obtiene con ese procedimiento: que el vino (o una determinada producción artística) respire, se oxigene y se airee, de modo que se puedan despertar y liberar sus aromas y bouquet.
La obra realizada por Fernández Sánchez Castillo en la última década, y las obras aquí expuestas son una selección de las mismas más otras no conocidas, es una sedimentación —o “decantación”— de elementos estructuradores de sentido, si bien no tanto (que también, por supuesto) de un encadenado de referentes —históricos, políticos, sociales, populares…— muy identificables de nuestra Historia (e “historia”) como país, y quienes aquí vivimos, como de un destilado de lo que un gran intelectual del materialismo histórico como Georg Lukács definía como “la insubordinación de lo concreto contra la tierra de nadie de la Abstracción”, territorio este último, se lamentaba Lukács, que parece no pertenecer a nadie, y en consecuencia ninguno de hace responsable tanto de sus atributos como de sus deficiencias.
Esta indisciplina o desobediencia de todo lo que de abreviado y resumido posee la Historia (o gran Abstracción), considero que es algo así como la piedra de Rosetta de la que se sirve FSC, y que con su descubrimiento posibilitó el conocimiento y desciframiento, en clave moderna, de los jeroglíficos egipcios. También lo podemos argumentar de diversa manera, utilizando para ello una conocida frase de Freud, que es la siguiente: “La cultura (o todo aquello que el ser humano produce como capital simbólico) es el producto de un crimen cometido en común”, idea ésta, por cierto, que la crítica y teoría estética contemporáneas han pasado por ella como de puntillas, de una forma entre precavida y respetuosa; pero si leemos la frase con atención podemos derivar de la misma una explicación muy similar a la frase ya citada de Lukács: nadie se hará cargo, en efecto, de un crimen cometido en común. Siguiendo la misma estela, Theodor W. Adorno, en Minima Moralia, escribe una idea muy similar: “Toda responsabilidad concreta desaparece en la representación abstracta de la injusticia universal”. Es de suponer, ahora lo pienso, que muy probablemente los tres autores citados habían leído, o visto representada, la Fuenteovejuna de Lope. Pues bien, contra esa Abstracción opone Fernando Sánchez Castillo el poder dialéctico y representativo de lo concreto.
cepillar la historia a contrapelo
Con el título de Más allá, FSC expone en CA2M de Móstoles una selección, muy bien argumentada y estructurada por Ferran Barenblit, comisario de la muestra, de trabajos ya realizados, pero también de lecturas de obras anteriores, no tanto “versionadas” como visualizadas y representadas de una manera especial, singular, y sin por ello anular o variar la razón formal y argumentativa de la obra en cuestión.
La obra de arte autónoma, al menos como la estructura y piensa FSC, bien recurriendo a la ironía trágica o festiva (pues conviene recordar que en la obra de nuestro artista hay más humor de lo que aparenta), bien a la memoria impugnadora de su propia tradición, se transforma siempre en “memoria anticipada” (o actualización de un pasado histórico) de lo que podría ser el sujeto reconciliado con su Deseo, siempre y cuando, ay, ese sujeto no estuviera tan enajenadamente “reconciliado” con su mundo presente. Este punto de inflexión llevado a cabo por FSC en su obra es de una sofisticación extrema pues pretende nada menos que alterar (o re-interpretar, sería más correcto) lo que Marcuse llamó “la colonización del Inconsciente”, que si bien podemos entenderlo como una alienación desprovista de crítica, aún resulta mucho más fértil pensar en ella como una decantación, semántica y significativa, de su original sentido, y con ello la apropiación tanto de sus valores irrenunciables como de sus deficiencias históricas.
El Poder, más como representación que acción, ha sido, bien lo podemos decir, una constante, una viga maestra, en el planteamiento y desarrollo estético de la obra de nuestro artista. Pero no menos constante han sido los múltiples virus que FSC ha sabido inocular en las fisuras dejadas o abandonadas por ese “Poder” (sirva ahora el entrecomillado para separarle de su mismo axioma), pues para perpetuarse necesita, como decía Benjamin con inteligente humor, “cepillar la historia a contrapelo”.
Esta muestra lo que plantea en primer lugar es una destrucción semiológica de los monumentos (formas, en definitiva) tradicionales de la representación histórica. O lo que es lo mismo: una apropiación estética de la Historia, de nuestra Historia. Y en segundo lugar, casi como correlato del primer punto ya expresado, estamos ante una crítica disolvente, pero muy productiva, de un cierto ethos vanguardista que no renuncia a la monumentalidad de la forma (recordemos el conocido tratamiento que el artista realizó con el Azor, el yate del que esperemos haya sido el último dictador de nuestra historia, comprado finalmente por FSC), pero mucho menos renuncia a la transgresión semántica e interpretativa de esa misma forma. Como se sabe, el yate, después de no pocas travesías por tierra, acabó siendo una especie de escultura de Richard Serra. En la muestra podemos ver una sección de ese bloque compacto. Como vemos igualmente el perímetro del pavimento urbano de la calle Claudio Coello de Madrid, donde fue asesinado el almirante Carrero Blanco, convertido por el artista en una especie de herida abierta o un “tápies” realizado en el suelo como si fuera un arte público y político.
El Poder como “sociología de los tiempos”
No son pocas las heridas, abiertas unas, cicatrizadas otras, que nos son mostradas en esta exposición. No todas corresponden a nuestro pasado, pues también se nos hace presente, muy presente, el anónimo estudiante que se enfrentó a los tanques en la Plaza de Tianamen. Nunca más se supo de él. Ni todas las heridas son públicas, pues una de las más sutiles y bellas obras expuestas es una pieza pequeña que nos señala el lugar de parada y espera de prostitutas del barrio del Raval en Barcelona y el ligero hundimiento del peso de ellas en el suelo. Ni todas son trágicas o dramáticas, pues sin duda el humor, ya lo hemos dicho, es un componente muy poco estudiado en la obra de FSC.
Pero sobrevolando todas estas particularidades existe una cuestión esencial en esta exposición y en la obra toda, lógicamente, de FSC. No se me ocurre mejor sistema que exponerla con una frase interrogativa que aparece en el imprescindible ensayo de Andreas Huyssen En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Dice el admirable teórico alemán: “¿Qué sucedería si la relación entre la memoria y el olvido estuviera transformándose bajo presiones culturales en las que comienzan a hacer mella las nuevas tecnologías de la información, la política de los medios y el consumo a ritmo vertiginoso?”. Ni más ni menos. La obra de FSC es una dialéctica, a veces muy tensa, entre memoria y olvido, entre recuerdo y abandono, entre el “así fue” y “así nos lo enseñan”, entre la pasividad, menos muerta de lo que creemos, del pasado, y la dinámica, menos activa de lo que quisiéramos, del presente. Y esta dialéctica se encuentra mediatizada, atravesada, por presiones que muchas veces pensamos que son culturales, pero en realidad son siempre presiones del Poder inteligentemente travestido de “sociología de los tiempos”.
Freud, de nuevo (este hombre es una mina), y para finalizar: “La verdad tiene estructura de ficción”. Aquí llegamos a otro punto importantísimo, a otro “gran angular”, en la obra de FSC. Ciertamente cuando hablamos de “verdad” en términos artísticos, o puramente creativos, debemos ser conscientes —o “responsables”— de que ese axioma únicamente puede encontrar su apropiada correspondencia dialéctica siempre y cuando estemos dispuestos a asumir la contundencia ontológica de su propia imposibilidad. O mejor: de su natural quimera, o ilusión referencial. Sin duda que se trabaja con realidades históricas (cualidad siempre presente, en mayor o menor medida, en la obra de FSC), pero un artista no es un historiador, ni está obligado a desbrozar lo auténtico de lo falso, pues su más importante deseo es “ficcionar” (palabra o concepto que es un verdadero barbarismo lingüístico, y ello ya nos advierte de su irregularidad) aquello que en el pasado fue sancionado “por el mármol y el acero”, como maravillosamente expresó Borges en un verso memorable, y en un idioma insultante de pura belleza y perfección.
Así, entonces, tanto la Verdad como la Ficción, y sin salirnos del siempre pantanoso territorio del Arte, serían como el Águila y el Sol del poema de Octavio Paz (y emblemas más o menos folclóricos de la simbología estética usada durante el franquismo), y que sin duda un artista como FSC bien puede utilizar esa ave y ese astro para resituarlos dentro de unas coordenadas históricas pertenecientes al compartido pasado de nuestro país. Así los hechos, la ficción sería la verdad artística, su contracara, de la verdad histórica, o el complemento dialéctico necesario para llegar a un conocimiento otro, a una verdad diferente, a una comprobación de la Historia más rica y sugerente, a una revisión del pasado sin duda más “artística”, pero también más humana y reconciliadora.
Llegados a este punto (y gracias a las obras de FSC que podemos contemplar en esta exposición) estamos más preparados para mejor entender qué es lo que en realidad nos quería decir un famoso médico de Viena al prevenirnos de que la verdad tiene estructura de ficción. Si logramos analizar, pensar y discurrir sobre este aserto freudiano habremos logrado situarnos en un mirador privilegiado para admirar la extraordinaria obra de Fernando Sánchez Castillo.
Más allá de las estrategias de representación del Poder
Toda capacidad de enunciación establece en primera instancia una concepción dialéctica entre forma y contenido, si bien no toda declaración o exposición se interesa (y este punto sería definitivo, esencial) por la apreciación de la forma en tanto que “sedimentación” del contenido. Como consecuencia de esta “desviación”, la forma artística (incluso liberada en parte de su referente) resultará siempre problemática en términos históricos, pues si bien no se ocultan lo que sin duda podemos definir como las fuentes, también estructura un nuevo circuito de reflexión, a la luz, precisamente, de esa desviación que obliga al contenido a una “decantación” (en su sentido vinícola) que tendría el mismo proceso y resultado que se obtiene con ese procedimiento: que el vino (o una determinada producción artística) respire, se oxigene y se airee, de modo que se puedan despertar y liberar sus aromas y bouquet.
La obra realizada por Fernández Sánchez Castillo en la última década, y las obras aquí expuestas son una selección de las mismas más otras no conocidas, es una sedimentación —o “decantación”— de elementos estructuradores de sentido, si bien no tanto (que también, por supuesto) de un encadenado de referentes —históricos, políticos, sociales, populares…— muy identificables de nuestra Historia (e “historia”) como país, y quienes aquí vivimos, como de un destilado de lo que un gran intelectual del materialismo histórico como Georg Lukács definía como “la insubordinación de lo concreto contra la tierra de nadie de la Abstracción”, territorio este último, se lamentaba Lukács, que parece no pertenecer a nadie, y en consecuencia ninguno de hace responsable tanto de sus atributos como de sus deficiencias.
Esta indisciplina o desobediencia de todo lo que de abreviado y resumido posee la Historia (o gran Abstracción), considero que es algo así como la piedra de Rosetta de la que se sirve FSC, y que con su descubrimiento posibilitó el conocimiento y desciframiento, en clave moderna, de los jeroglíficos egipcios. También lo podemos argumentar de diversa manera, utilizando para ello una conocida frase de Freud, que es la siguiente: “La cultura (o todo aquello que el ser humano produce como capital simbólico) es el producto de un crimen cometido en común”, idea ésta, por cierto, que la crítica y teoría estética contemporáneas han pasado por ella como de puntillas, de una forma entre precavida y respetuosa; pero si leemos la frase con atención podemos derivar de la misma una explicación muy similar a la frase ya citada de Lukács: nadie se hará cargo, en efecto, de un crimen cometido en común. Siguiendo la misma estela, Theodor W. Adorno, en Minima Moralia, escribe una idea muy similar: “Toda responsabilidad concreta desaparece en la representación abstracta de la injusticia universal”. Es de suponer, ahora lo pienso, que muy probablemente los tres autores citados habían leído, o visto representada, la Fuenteovejuna de Lope. Pues bien, contra esa Abstracción opone Fernando Sánchez Castillo el poder dialéctico y representativo de lo concreto.
cepillar la historia a contrapelo
Con el título de Más allá, FSC expone en CA2M de Móstoles una selección, muy bien argumentada y estructurada por Ferran Barenblit, comisario de la muestra, de trabajos ya realizados, pero también de lecturas de obras anteriores, no tanto “versionadas” como visualizadas y representadas de una manera especial, singular, y sin por ello anular o variar la razón formal y argumentativa de la obra en cuestión.
La obra de arte autónoma, al menos como la estructura y piensa FSC, bien recurriendo a la ironía trágica o festiva (pues conviene recordar que en la obra de nuestro artista hay más humor de lo que aparenta), bien a la memoria impugnadora de su propia tradición, se transforma siempre en “memoria anticipada” (o actualización de un pasado histórico) de lo que podría ser el sujeto reconciliado con su Deseo, siempre y cuando, ay, ese sujeto no estuviera tan enajenadamente “reconciliado” con su mundo presente. Este punto de inflexión llevado a cabo por FSC en su obra es de una sofisticación extrema pues pretende nada menos que alterar (o re-interpretar, sería más correcto) lo que Marcuse llamó “la colonización del Inconsciente”, que si bien podemos entenderlo como una alienación desprovista de crítica, aún resulta mucho más fértil pensar en ella como una decantación, semántica y significativa, de su original sentido, y con ello la apropiación tanto de sus valores irrenunciables como de sus deficiencias históricas.
El Poder, más como representación que acción, ha sido, bien lo podemos decir, una constante, una viga maestra, en el planteamiento y desarrollo estético de la obra de nuestro artista. Pero no menos constante han sido los múltiples virus que FSC ha sabido inocular en las fisuras dejadas o abandonadas por ese “Poder” (sirva ahora el entrecomillado para separarle de su mismo axioma), pues para perpetuarse necesita, como decía Benjamin con inteligente humor, “cepillar la historia a contrapelo”.
Esta muestra lo que plantea en primer lugar es una destrucción semiológica de los monumentos (formas, en definitiva) tradicionales de la representación histórica. O lo que es lo mismo: una apropiación estética de la Historia, de nuestra Historia. Y en segundo lugar, casi como correlato del primer punto ya expresado, estamos ante una crítica disolvente, pero muy productiva, de un cierto ethos vanguardista que no renuncia a la monumentalidad de la forma (recordemos el conocido tratamiento que el artista realizó con el Azor, el yate del que esperemos haya sido el último dictador de nuestra historia, comprado finalmente por FSC), pero mucho menos renuncia a la transgresión semántica e interpretativa de esa misma forma. Como se sabe, el yate, después de no pocas travesías por tierra, acabó siendo una especie de escultura de Richard Serra. En la muestra podemos ver una sección de ese bloque compacto. Como vemos igualmente el perímetro del pavimento urbano de la calle Claudio Coello de Madrid, donde fue asesinado el almirante Carrero Blanco, convertido por el artista en una especie de herida abierta o un “tápies” realizado en el suelo como si fuera un arte público y político.
El Poder como “sociología de los tiempos”
No son pocas las heridas, abiertas unas, cicatrizadas otras, que nos son mostradas en esta exposición. No todas corresponden a nuestro pasado, pues también se nos hace presente, muy presente, el anónimo estudiante que se enfrentó a los tanques en la Plaza de Tianamen. Nunca más se supo de él. Ni todas las heridas son públicas, pues una de las más sutiles y bellas obras expuestas es una pieza pequeña que nos señala el lugar de parada y espera de prostitutas del barrio del Raval en Barcelona y el ligero hundimiento del peso de ellas en el suelo. Ni todas son trágicas o dramáticas, pues sin duda el humor, ya lo hemos dicho, es un componente muy poco estudiado en la obra de FSC.
Pero sobrevolando todas estas particularidades existe una cuestión esencial en esta exposición y en la obra toda, lógicamente, de FSC. No se me ocurre mejor sistema que exponerla con una frase interrogativa que aparece en el imprescindible ensayo de Andreas Huyssen En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Dice el admirable teórico alemán: “¿Qué sucedería si la relación entre la memoria y el olvido estuviera transformándose bajo presiones culturales en las que comienzan a hacer mella las nuevas tecnologías de la información, la política de los medios y el consumo a ritmo vertiginoso?”. Ni más ni menos. La obra de FSC es una dialéctica, a veces muy tensa, entre memoria y olvido, entre recuerdo y abandono, entre el “así fue” y “así nos lo enseñan”, entre la pasividad, menos muerta de lo que creemos, del pasado, y la dinámica, menos activa de lo que quisiéramos, del presente. Y esta dialéctica se encuentra mediatizada, atravesada, por presiones que muchas veces pensamos que son culturales, pero en realidad son siempre presiones del Poder inteligentemente travestido de “sociología de los tiempos”.
Freud, de nuevo (este hombre es una mina), y para finalizar: “La verdad tiene estructura de ficción”. Aquí llegamos a otro punto importantísimo, a otro “gran angular”, en la obra de FSC. Ciertamente cuando hablamos de “verdad” en términos artísticos, o puramente creativos, debemos ser conscientes —o “responsables”— de que ese axioma únicamente puede encontrar su apropiada correspondencia dialéctica siempre y cuando estemos dispuestos a asumir la contundencia ontológica de su propia imposibilidad. O mejor: de su natural quimera, o ilusión referencial. Sin duda que se trabaja con realidades históricas (cualidad siempre presente, en mayor o menor medida, en la obra de FSC), pero un artista no es un historiador, ni está obligado a desbrozar lo auténtico de lo falso, pues su más importante deseo es “ficcionar” (palabra o concepto que es un verdadero barbarismo lingüístico, y ello ya nos advierte de su irregularidad) aquello que en el pasado fue sancionado “por el mármol y el acero”, como maravillosamente expresó Borges en un verso memorable, y en un idioma insultante de pura belleza y perfección.
Así, entonces, tanto la Verdad como la Ficción, y sin salirnos del siempre pantanoso territorio del Arte, serían como el Águila y el Sol del poema de Octavio Paz (y emblemas más o menos folclóricos de la simbología estética usada durante el franquismo), y que sin duda un artista como FSC bien puede utilizar esa ave y ese astro para resituarlos dentro de unas coordenadas históricas pertenecientes al compartido pasado de nuestro país. Así los hechos, la ficción sería la verdad artística, su contracara, de la verdad histórica, o el complemento dialéctico necesario para llegar a un conocimiento otro, a una verdad diferente, a una comprobación de la Historia más rica y sugerente, a una revisión del pasado sin duda más “artística”, pero también más humana y reconciliadora.
Llegados a este punto (y gracias a las obras de FSC que podemos contemplar en esta exposición) estamos más preparados para mejor entender qué es lo que en realidad nos quería decir un famoso médico de Viena al prevenirnos de que la verdad tiene estructura de ficción. Si logramos analizar, pensar y discurrir sobre este aserto freudiano habremos logrado situarnos en un mirador privilegiado para admirar la extraordinaria obra de Fernando Sánchez Castillo.