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La luz de un estadio de fútbol

Una conversación con el poeta Mariano Blatt
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Del entorno podría decirse que resulta familiar. Es una luminosa mañana de invierno y Montserrat, el barrio de Buenos Aires donde se encuentra Bonito Hotel, ofrece una serie de sonidos que van de lo reconocible (autobuses, taxis, camiones, golpes metálicos, ladridos) a lo inefable (estruendos de lo que podría ser un campo de deportes, un patio con gente, una escuela). Si fumara sería un buen momento para salir al balcón y dilucidar emisiones. Pero continúo en el interior, con las persianas semiabiertas, a la espera. Si bien el efecto de este mundo circundante no llega a cautivar, ralentiza y muestra otro estado de atención. El hecho de que se expanda y permanezca de manera transitoria, lo convierte en  “una palabra dentro de la oreja”, tal como señala David Toop, al proponer pensar en el sonido como un oído. Pongo música (The Caretaker), con la intención de continuar inmerso en esta sucesión de perfectos recuerdos involuntarios y Mariano Blatt (Buenos Aires, 1983) aparece, puntual, sonriente y con anteojos de sol. Sus poemas, que no libros,  parecen ser escritos por primera vez, aunque se acerque a sus temas con la proximidad de un naturalista, la visión que extrae de todo ello es inmediata, próxima y pegadiza. Y no sólo porque la maquinaria rítmica de la que proceden convierta al sonido y a las cadenas de repetición en una estructura comunicante, sino porque son poemas de bailar. Blatt extrae la sustancia de lo mal dicho, de “esas palabras que están un poco al costado de las que usan los demás”, para llegar a lo nimio, a lo barrial, a lo festivo. Su pesquisa no funciona por la selección, tampoco por la incorporación de un conjunto de formas desplazadas. Lo que persigue es subrayar el modo en que esos sonidos, esa euforia significante, es materia de hibridación. 

Después de leer tus poemas el primer impulso es continuar hablando de grupos, de autobuses, de drogas y de las calles de tu barrio (Agronomía). Cada uno de estos elementos conforma un lugar, pero es un lugar construido y no un espacio tangible. Los poemas muestran esta constante entre señalamiento y construcción.

Hay algo bien curioso con todo esto, para empezar el número de la colección de Mansalva “Mi juventud unida”, que acaba de ser publicado, es el 111, el número de mi colectivo favorito. Con respecto a los lugares creo que tengo cierta explicación. Soy muy nostálgico de los lugares, me encanta ver fotos de Buenos Aires antiguas, imágenes de esquinas que conozco bien, puedo pasar horas viendo esas fotos. Imaginar cómo era ese lugar por el que paso todos los días hace cien o sesenta años. Este efecto creo que se traslada a los poemas, por eso tanta referencia de los lugares por los que transito y me rodean. Una calle es como el universo entero para mí. Hay una palabra para eso que es la querencia. Siempre quise ser de un barrio, es algo que nunca tuve porque mi familia se mudaba mucho, y de repente llegué a Agronomía y lo convertí en “mi barrio”. Después encontré otra explicación para esto de nombrar las calles, las líneas de colectivos, las estaciones, que para alguien que no es de ahí no significan nada. Me gusta nombrar las cosas porque los nombres propios son sonidos para alguien que no es de ahí. Esto me permite recuperar algo del lenguaje que ya perdimos, decir una palabra que no tiene sentido pero a través de un sonido particular. Siempre pienso que si vos querés inventar una palabra en castellano es muy difícil,  se te pueden ocurrir cosas graciosas, pero hacerla entrar en el sistema del habla es muy complejo. El hecho de usar los nombres propios, las calles, mantiene algo de este interés, es lo más cerca que estoy de convertir algo que es sólo sonido en un elemento del lenguaje.

La insistencia referencial permite detectar varios mapas. Pero de inmediato las referencias son desplazadas hacia la experiencia. ¿Cómo negocias la presencia del dato concreto, la entrada referencial y lo que ello acciona?

Mis poemas son ficción, no tienen nada que ver conmigo.

Creería que la señalización de la experiencia cultural debería ya ir desapareciendo en mis poemas. Todo eso tiene que ver con la idea de la juventud. Cuando sos joven sentís que todo lo que estás consumiendo es nuevo y querés dejar constancia porque en esas referencias te construís a vos mismo. Es una manera de marcar el territorio de las personas con las que vas a hablar. Si no conocés la referencia no hay diálogo. Dar datos de uno mismo para ubicarse. Es como el póster en la habitación de los adolescentes.

¿Esta constante referencial irrumpe o se trata de una suerte de inserción vinculada a la arquitectura del poema? 

Por lo general aparece solo y es algo que necesito para construir el poema, es la única manera en que soy capaz de reponer algo. No podría construir ninguna escena sin poner los elementos que tienen más intensidad: el mate, la mañana. Hay algo de agradecimiento para con esas cosas. Es decir, están haciendo este momento de mi vida tan lindo que respondo escribiéndoles un poema y tienen que estar porque de no ser así no hay nada. Casi que el poema los escribo por ellos.

Hace poco la poeta María Salgado comentaba cómo la experiencia intensa de ciertos versos, al aparecer de una manera un tanto encriptada no pasaba al lector. Eso que el poeta se guardaba para sí y que construía el poema, irrumpe como una sospecha y a la vez como una negación. ¿Cómo es esta relación entre transmisión e intensidad para ti?

Mi experiencia no es importante, lo que importa es el poema. Cada vez estoy más a favor de lo autárquico de la literatura. Me gusta decir esto porque al leer mis poemas parece una gran contradicción sostener esta idea. Pero realmente nada de las situaciones que pasan en los poemas me pasaron a mí. Si pasaron fue de una manera muy distinta. Claro que yo hubiera querido que me hubiera pasado algo de eso. Cuando la gente me lee piensa: –mirá Mariano se tomó este colectivo, se drogó con este chico en esa esquina– y la verdad es que algo hice pero no en esa esquina y con esa gente. A veces me enoja que lo vean así, porque no hay ninguna relación entre Mariano y sus poemas. Quiero que los poemas sean leídos sin tener que pensar en la experiencia personal del autor.

Lo que ocurre en el poema es observado a través de una lupa densa y si bien la proximidad tiene algo de microscópico nos indica situaciones más generales. Por ello las calles de tu barrio o el autobús desde donde se viven esas calles construyen un lugar, sin necesidad de manejar un conocimiento previo. Todo ello parece responder a un procedimiento, a cierto plan de escritura.

Es algo que de alguna manera necesito para vencer ese terror que uno tiene cuando termina algo, el de nunca más poder escribir un poema. Escribir poesía es algo tan misterioso que nunca llegás a entender cuándo vas a volver a hacerlo. No sos como un artista en su taller probando cosas, eso no lo podés hacer con la poesía. Más bien estás en tu día haciendo algo y de repente aparece. El procedimiento es lo más parecido a tener un taller, sabés que si vas todos los días algo va a salir de esa rutina de trabajo. El procedimiento es una línea, una idea. Me interesa la salida de lo autorreferencial que me ofrece.

Las escenas de escritura construyen otra especie de constante en tus poemas: van de lo categórico al corazón de fan.

Todo es parte de una reflexión sobre el acto de escribir, es como un manual de fútbol escrito por un jugador de fútbol. Y a la vez es como un arranque de escritura, es como el “Aquí me pongo a cantar” del Martín Fierro, pero en clave desmitificación.

Pero también te animas a hablar de la utilidad de una práctica. Como esta entrada de tu diario Alguna vez pensé esto: “Funciones del poeta: mantener activo el sentido lingüístico de su grupo de amigos”.

Una de las cosas que hacemos los poetas, por la que los demás pueden reconocernos como poetas, es porque estamos todo el tiempo prestando atención a las palabras y a los modos en que  habla la gente. Por ejemplo, mi abuela que es de Hungría y vive en Argentina hace cincuenta o sesenta años, todavía habla mal, tiene problemas con los géneros y mi familia siempre la reta por sus errores. Yo no lo entiendo porque para mí es muy linda su manera de hablar. Como poeta todo el tiempo estás interesado en los corrimientos del lenguaje porque te parece que allí hay algo. Cuando estoy con mis amigos repito mucho lo que dicen los demás, la gente cree que me estoy burlando, pero lo repito para celebrarlo y para que lo volvamos a escuchar. Volvé a equivocarte y a tener peculiaridad en tu forma de hablar. Los poetas somos veedores de eso, queremos que la gente hable distinto. Hablar mal puede ser una opción. Hay una anécdota que me contó Santiago Llach de un cuento donde entran a robar un banco dos ladrones a punta de pistola,  y uno le dice al cajero –dame la plate–, está nervioso y se equivoca, pero hay una persona en la fila, un futuro escritor, que se ríe por el error y el ladrón le dispara. Lo que piensa ese personaje, un segundo antes de morir, es “ah esto es ser escritor”.

Mi juventud unida es el título de tu último libro, que a la vez reúne todos los libros publicados anteriormente.

En un momento me dije tengo que armar el libro para Francisco Garamona, que es el editor de Mansalva, entonces agarré mi computadora y empecé. Tengo carpetas fechadas con lo que escribo por año, eso me permitió leer, seleccionar y armar el libro. Y ahí encontré un montón de cosas que nunca habían sido publicadas. Cuando pensaba en armar una poesía reunida me preguntaba ¿para qué?, si ya está todo editado. Era algo que me paraba, porque yo quería tener cosas nuevas. Al revisar descubrí que no tenía cosas nuevas pero sí cosas que nunca había publicado. Son cosas que si no fuera en una poesía reunida no publicaría nunca. Algunos me daban mucha risa por lo malos, pero me decía los meto porque es algo que escribí alguna vez. Los libros donde publiqué estos poemas están todos desarmados aquí y no hay ninguna información sobre ellos, ni siquiera hay una nota del editor. Los poemas aparecen pelados. El libro está armado por años, empieza con el primer poema publicable y termina con lo más reciente. Eso tiene que ver con la forma, en el 2014 escribí poemas muy cortos, de un solo verso y me pareció que si empezaba así no se iba a entender. Y por otra parte tengo estos dos poemas que voy a escribir durante toda mi vida.

¿Cómo son estos poemas?

Son dos poemas acumulativos, los típicos poemas de “lista”. Me di cuenta de esa otra faceta que todavía nadie que yo conozca había explorado en lo acumulativo. La idea es no terminar nunca esa acumulación o al menos alcanzar el nunca al que podemos aspirar los seres humanos: el tiempo de una vida. Hay un verso en una canción de Garamona que dice: “Parece el lugar donde viví”.  En esa época, yo repetía esa canción todo el día. Con ese “parece” nace la estructura de estos poemas. Es una acumulación que nunca termina. A veces quiero que pasen  quince o cincuenta años y ver en qué se transformó.

En tus poemas se habla a toda velocidad, pero lo que me interesa es que esa rapidez admite la repetición no tanto para remarcar el sentido sino para transformarlo. Como si lo dejaras ir hasta encontrar otra cosa.

Me interesa recuperar la parte rítmica, fonética. Menos sentido y más sonidos. Menos cantidad de sentido en todo caso. La lengua es como un instrumento musical que permite reconstruir la realidad. “El poema es sonido, el sonido es física: educación física.”

Este doble uso de la palabra lo podemos ver también en el trabajo de músicos como Matías Aguayo, Aldo Benítez o Diosque, repletos de fugas discursivas y sintaxis quebradas.

Puedo acercarme a ellos con mis poemas, son referentes. Pienso en las canciones de Aguayo en las que repite palabras. Descubrís vocales que apenas se entienden y te empiezan a confundir. Es un tipo de confusión que tiene que ver con la droga. Cuando uno está drogado habla medio así. Eso me influenció en mi percepción del sonido y en la voz, en como intentás decir algo u oír algo en una fiesta y es imposible construir una frase. El recuerdo más lindo que tengo del uso de mi propia lengua es querer hablar y no poder y que se resbale la voz. Uno está muy cómodo con su voz en ese momento. Y ahora que lo pienso, es la manera más directa de experimentar cómo el lenguaje es sonido. Cuando experimentás el corrimiento de la lengua, la falla, la fuga y el desarme de la estructura de comunicación, estás teniendo una experiencia poética.

Podríamos decir que son poemas que escuchan. Hay un ejercicio intenso de recolección y traslado.

El instrumento principal del poeta es el lenguaje. Pensar en un poeta que se tape los oídos para escuchar lo que pasa en la calle es imposible. Sería como un pintor que sale a caminar todos los días con los ojos cerrados. Si vas a escribir, tenés que querer escuchar todo el tiempo. En mi caso, por ahora, la escucha tiene que ver con entrar en un estado de atención, para que la lengua se suelte. Prestar atención a lo que escucho lo veo como un músculo al que hay que entrenar.

Esta idea de músculo nos lleva rápido a otra presencia: el  fútbol.

El fútbol me fascina, me gusta desde siempre, pero no soy una persona que disfruta del juego del fútbol y que dice quiero ver buen fútbol, ya que me gusta todo lo que rodea al fútbol más que lo que pasa en el juego. Sólo me interesa ver los partidos de los equipos que yo sigo. El partido no es lo más me gusta del fútbol. Lo que más me gusta es todo lo que hay alrededor, por eso me interesa más que el fútbol de primer nivel el fútbol de ascenso, que es el fútbol de segunda categoría. Cuando veía esos partidos o los resúmenes en la tele, lo que más me gustaba era ver la cancha, la tribuna chiquita, descubrir cuánta gente había, las banderas, es decir el contexto. Por eso me gusta ir a la cancha, estar en la tribuna y cantar con la gente. Ver a los chicos fumar porros, ver lo que hacen. Me gusta el ambiente que genera el partido. Después el resultado me interesa sólo en el caso de mi equipo. En general, disfruto más del fútbol de la B. En esos partidos, todo el tiempo repongo el lugar. Por ejemplo, estoy mirando un partido de Ituzaingó con Morón y pienso en cómo son las calles, cómo va a ser la salida. Después también me gustan los jugadores, imaginar sus vidas, la carrera de ellos cuando son juveniles. Hay algo de la plenitud física de la vida en todo ello. Me gusta porque son los jugadores a los que no les fue tan bien y sin embargo están ahí, jugando ese sueño.

 

Kevin

Voy en motito a comprar pan
son como las diez de la mañá
tal que pienso un poco en dios
tal que pienso un poco en Kevin
paro en la plaza y saludo de manos con los chicos
tomo mate me preguntan qué hacés
pienso en Kevin
digo
ah no compro pan me confundí
ja pum cualquiera
Kevin me sonríe
Kevin te sonríoenciendo la moto son como las diez treinta
compro pan y en regreso al barrio veo a Kevin junto a un alambrado
luego camino de pinos se me cruza una vaca
me saluda la saludo diez cuarenta el sol es mi amigo
pum pincho goma qué fortuna
miro para atrás viene Kevin a caballo
me saluda lo saludo se baja hablo con el caballo
Kevin dice está pinchada ¿tenés pan?
tuc le doy pan
nos sentamos a la sombra
la sombra también es mi amiga
viene una gallina me saluda la saludo
tuc le doy pan pum saca un finito del bolsillo
le digo gallina sos copada me dice gracias buen pan
Kevin me sonríe
Kevin te sonrío
diez cincuenta y cinco se arma fogata
pasa la vaca viene el caballo
pasan los chicos no se quedan
diez de la mañá de nuevo
buenísimo el tiempo corre para atrás
el tiempo también es mi amigo
crece el pasto se mueven las nubes
Kevin es mi amigo
le digo me gusta tu pelo
me dice me gustan tus ojos
le saco la remera se va la vaca se va el caballo
diez treinta se va la gallina copada
me saca la remera me desata las zapatillas
crece el pasto se mueven las nubes
Kevin me sonríe
Kevin te sonrío
se saca las zapatillas me dice te las cambio
cuánto calzás pum como pan me pongo las zapas de mi amigo
me gusta tu campera me gusta tu caballo
diez y cuarto el sol es mi amigo
crece el pasto se mueven las nubes
nace un dios llueve en el pueblo
veo a Kevin contra un alambrado
hablo con dios me dice seguí así seguí asá
dios es mi amigo este barrio es mi novio
un camino de tierra me abraza esta mañana
vuelvo arrastrando la moto Kevin se me ríe
somos amigos me gusta su pelo
dobla dos cuadras antes
doblo dos cuadras después
gracias por las zapas me dice
gracias por tu pelo le digo.

 

Las cerezas

bajé a comprar
cervezas y cerezas
pero en el camino
me comí las cerezas
me tomé la cerveza
y ahora
como que me duele la cabeza.
entré en silencio
a lo mejor dormías
recostado en el sillón
desnudo
o apenas tapado. pensé
que si entraba en silencio
no despertarías
entonces yo
mi dolor de cabeza escondería pero
para mi sorpresa
cuando entré no dormías no
cuando entré
me dolías.
miraste las bolsas
“acá no hay cerveza, no hay cerezas
y vos tenés cara
de que te duele la cabeza” dijiste
parado desnudo
contra la cocina
donde cocinabas
jamón cocido.
te pedí disculpas
no me las diste
te pedí la hora
eran las nueve. volviste a la cocina
desnudo
para ver cómo estaba
el jamón cocido para ver
qué pasaba
si no me hablabas.
me quedé en el cuarto
con bolsas vacías en las manos
la mirada perdida en la tele prendida
por plata alguien jugaba al fútbol.
desnudo
volviste de la cocina
me abrazaste
y me dijiste
“el jamón cocido
ya está”.
en la boca
te di un beso
te pedí disculpas
no me las diste
te pedí la hora
eran las nueve
y diez. bajamos juntos
a comprar cerveza
a comprar cerezas.
yo me tomé la cerveza vos
te comiste las cerezas.
te pedí disculpas
no me las diste
te besé en la boca y mi beso tuvo
el sabor amargo de la cerveza
y el tuyo
el saber dulce de las cerezas.

 

La lata

Acá sentado en una lata de pintura dada vuelta
con una ramita de este tamaño en la boca
estoy
mirando a los caballos
con una mano y con la otra
acariciándome el pelo.
A veces dios aparece
y pone las cosas cada una en su lugar.

 

En portada, retrato de Mariano Blatt. Autobús de la línea 2 en Buenos Aires, fecha desconocida. Libros publicados por el entrevistado.