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Indonesia, país de futuro (y siempre lo será)

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Bintan es una de las 17.000 y pico islas de la República de Indonesia. Está situada a una hora en transbordador desde Singapur y tiene exactamente la mitad de extensión que Mallorca. Es una de las salidas habituales de fin de semana para quienes residimos en la ciudad-Estado, seamos nacionales o no, dado el limitado espacio disponible, salvo que se practique la aquí celebérrima «staycation», es decir, stay más vacation, o, en otras palabras, irse de vacaciones a un hotel en la misma ciudad de Singapur, algo que sólo tiene gracia si uno no reside en un apartamento con piscina comunitaria ni posee una casa con piscina privada. El tamaño de Singapur (700 kilómetros cuadrados, o siete veces Barcelona) no da para salir en coche demasiado lejos, a no ser que se cruce uno de los puentes que nos unen a Malasia para pasar el fin de semana en la ciudad de Johor Bahru.

Dicho eso, y dado el índice galáctico de robos de automóviles que hay en Malasia, ¿quién conduce hasta Johor Bahru cuando puede dejarse llevar a Indonesia en transbordador sorteando los buques que esperan para atracar en el puerto de Singapur?

A medida que nos alejamos de Singapur rumbo a Bintan, en la cubierta del barco las sacudidas y el ruido impiden la comunicación verbal fluida. Sin embargo, para nosotros siempre es mejor que sentarse en el interior, sin vistas, sin el olor del mar y sin la posibilidad de obtener fotografías inusuales para los europeos o los singapurenses ya nacidos y criados entre asfalto y rascacielos.

Las visitas a Indonesia me hacen pensar en las relaciones tradicionalmente difíciles que mantiene con sus vecinos singapurenses, malasios y australianos, tres de los cinco miembros de los Five Power Defence Arrangements (los otros dos, para quien sepa leer entre líneas, son el Reino Unido y Nueva Zelanda). Relaciones marcadas tanto por las necesidades económicas evidentes (PIB en PPA: 5.000 $) como por el orgullo herido de saberse fuerte (260 millones de habitantes en una superficie equivalente a cuatro veces España) sin tener la capacidad de demostrarlo por culpa de la corrupción y de la dejadez crónicas. Indonesia declaró la independencia de Holanda en 1945, mas no cristalizó de facto como Estados Unidos de Indonesia hasta 1949, tras cuatro años de guerra contra el poder colonial que dejaron decenas de miles de muertos. Luego pasó a ser Democracia Parlamentaria de 1950 a 1957 y Democracia Guiada de 1957 a 1967. En total, diecisiete años del llamado «Viejo Orden» bajo la dirección de Sukarno. El período de la Democracia Guiada marcaría a sangre y fuego (literalmente) las relaciones con las futuras Malasia y Singapur, dado el carácter complejamente tripartito de tal sistema: patria, islam y comunismo.

De vuelta a la realidad, lo primero que te sorprende al desembarcar en Tanjung Pinang, la capital de la provincia de las Islas Riau, es el hedor de la bajamar, por un lado. Por otro, que los funcionarios de inmigración ya no te pidan una propina por la cara, según me han contado que sucedía en cualquier puerto indonesio hasta no hace tanto. Algo ha mejorado el país en lo que llevamos de milenio.

Pero sólo algo. Téngase en cuenta que en la provincia de Aceh, donde el islamismo manda, los pantalones ceñidos están prohibidos, y que en todo el país a las aspirantes a policía aún hoy día se las somete a una prueba de virginidad con ginecólogas que confiesan sin reparos cuán desagradable es su trabajo manual. Dicha práctica no parece que vaya a cambiar bajo el mandato del nuevo y flamante Presidente Joko Widodo, supuesto socialdemócrata favorable al libre mercado (su hijo, bilingüe, ha estudiado en Singapur como parte de la nueva ola) que, durante la campaña electoral de 2014, prometía luchar contra la corrupción y garantizaba galletas de soja para el pueblo al mismo tiempo que su rival político prometía que Indonesia organizaría un Mundial de Fútbol. La nación eligió galletas sabiamente. O no.

Por motivos que no atañen en esta revista y que menciono de paso, de camino a las cabañas donde nos alojaremos, nos detenemos brevemente en la oficina de la agencia que organiza los trayectos en transbordador. Dicha oficina se erige en el marco ideal para arrancarse los ojos en presencia de un cuadro indescriptible:

Volvemos a subir al taxi sexy (no es coña, véase la foto siguiente) y me sumerjo en una conversación acerca de la Konfrontasi, el enfrentamiento militar de baja intensidad que Indonesia ideó para desestabilizar a la naciente Federación de Malasia entre 1963 y 1966 con ayuda china y soviética, como no podía ser de otro modo. Dicha Konfrontasi hunde sus raíces en la Emergencia Malaya (1948-1960) que las guerrillas comunistas apoyadas por China, la URSS e Indonesia perdieron frente a la Commonwealth. Mas esa Emergencia, y por qué se llama así, es otra historia.

La Konfrontasi comenzó en 1963 bajo el perturbador lema «¡Aplastemos a Malasia!», que tanto descolocaba al segmento malayo de islamistas en Babia que fantaseaban con una unión malayoindonesia basada en la identidad de lengua y religión. Sin embargo, la realidad dictaba que los indonesios no sólo no deseaban unión alguna con sus correligionarios sino que, por si fuera poco, no querían que la mitad norte de la isla que ellos llaman Kalimantan, y que el resto del mundo llama Borneo, pasara de manos británicas a manos de la nueva Federación de Malasia, heredera expansiva de una difunta Federación de Malaya (1948-1963) que se había limitado a la península malaya. La respuesta indonesia al nacimiento de la nueva Malasia fue el inicio de una guerra de guerrillas a lo largo de la frontera malayoindonesia que duraría tres años y que terminaría en nueva victoria de la Commonwealth. Dicha guerra también se libró en Singapur (por aquel entonces Estado miembro de esa Federación de Malasia), donde hubo un total de 37 ataques terroristas llevados a cabo por saboteadores indonesios que pretendían generar una guerra civil entre los tres grupos étnicos que, a grandes rasgos y obviando las mezclas que siempre ha habido, se pueden discernir en Singapur: chinos, malayos (gran parte, en realidad, javaneses asimilados) e indios.

El ataque más conocido fue el bombazo en la MacDonald House, a la sazón sede del Hong Kong and Shanghai Bank, en 1965. Murieron tres civiles singapurenses y los responsables, dos infantes de marina que terminaron juzgados y ejecutados en Singapur, están oficialmente considerados Héroes Nacionales de Indonesia, hasta el punto de que al gobierno indonesio no se le ha ocurrido nada más que bautizar recientemente una corveta en honor de Harun Said y Osman Mohamed Ali, los susodichos. Singapur presentó una queja formal y con razón. Huelga señalar que la provocación de incidentes diplomáticos absurdos en pleno siglo XXI no es algo que se intente evitar en Yakarta precisamente por lo expuesto más arriba: la sensación constante de agravio nacional frente a vecinos más exitosos. Repárese, por ejemplo, en que el gobierno indonesio planeaba restringir la habitual contratación de jóvenes indonesias como servicio doméstico en Singapur y Malasia, iniciativa que lleva a una mentalidad occidental a preguntarse mediante qué mecanismo legal puede una democracia imperfecta como la indonesia, pero democracia a la postre desde 1998, prohibir que una ciudadana mayor de edad compre un billete de avión y salga libremente del país para trabajar en una democracia vecina.

Tras una hora de trayecto, el taxi sexy de cinturones de seguridad inexistentes porque los han arrancado de cuajo nos deja en el hotel de cabañas Shady Shack, nuestro destino tirado de precio con tres comidas diarias y la única medusa que me ha picado en la vida. También hay perros abandonados que se hacen amigos de los visitantes con celeridad, e incluso se bañan con ellos. Sorprendentemente, los mosquitos nos dejaron tranquilos.

Allí no hay nada más que hacer que caminar, bañarse, fotografiar lo que surja inesperadamente, hacer una hoguera nocturna acompañados del sonido que llega de un molesto karaoke inopinado que alguien ha montado a unos cientos de metros a todo volumen y, naturalmente, leer los relatos magistrales que Somerset Maugham escribió en Singapur, ambientados en el sudeste asiático.

No obstante, las vacaciones también dan para charlar con indonesios católicos de origen chino sobre los altercados de 1998 que tanto los perjudicaron, hasta el extremo de forzarlos a abandonar su país tras generaciones de arraigo e, incluso, de olvido de la lengua familiar china en beneficio del indonesio. Si bien es cierto que las manifestaciones empezaron como protestas contra el gobierno del Nuevo Orden de Suharto, en el poder desde la liquidación en 1967 del Viejo Orden antes mencionado, los alborotos degeneraron rápidamente, tomando la peligrosa senda de las pulsiones étnico-religiosas: los indonesios musulmanes no sólo saquearon y prendieron fuego a las propiedades de sus compatriotas chinos sino que se llegó al asesinato de los propietarios de los negocios y a la violación de las mujeres, acusándolos de haberse enriquecido a costa del proletario musulmán. Muchos de esos indonesios chinos devinieron a la postre ciudadanos singapurenses que, si pueden evitarlo, no ponen los pies en Indonesia por razón alguna.

En otro orden de cosas, la diplomacia indonesia con sus vecinos se ha enrarecido en los últimos años a causa de un problema persistente y de difícil solución: la polución atmosférica que surge de Sumatra por la quema ilegal e incontrolada de bosque y cultivo. A las empresas que controlan las concesiones de terreno les sale más barato limpiarlo a fuego que mediante otros medios. Las consecuencias son de largo recorrido: los habitantes de Malasia, de Singapur y de algunas zonas de Indonesia misma tienen que salir a la calle portando máscaras como si fueran cirujanos, las visitas al médico por irritaciones oculares se multiplican, mueren recién nacidos con problemas respiratorios en zonas rurales indonesias (al menos un caso confirmado), etc. Algunos, asmáticos, nos pasamos el día consultando la aplicación gratis que nos da la lectura oficial del PSI o Pollutant Standard Index. En un día normal como hoy, mientras escribo, la cosa va tal que así:

A partir de 100 el aire ya huele a quemado y conviene salir a la calle con máscara, y durante septiembre y octubre hemos llegado a valores de 300, con una humareda que entra en casa por debajo de la puerta y que hace que se agoten las existencias de purificadores de aire en las tiendas de electrodomésticos. En Kalimantan, la Borneo indonesia, se llegó a un valor de 1.000 y se interrumpió el tráfico aéreo e incluso terrestre. No había visibilidad.

El asunto se ha tratado, se trata y se tratará en niveles diplomáticos internacionales. Mediante la fotografía vía satélite se está consiguiendo identificar, a pesar del caos organizativo y legal indonesio, cuáles son las concesiones que se incendian, y de ahí se llega a las empresas contaminantes, que pueden estar registradas en cualquier parte del mundo, hecho que dificulta sobremanera la persecución legal de los criminales. Afortunadamente, ha habido detenciones y algunas cabezas rodarán, mas sabiendo cómo funcionan las cosas en Indonesia, es indudable que no rodarán las suficientes.

En suma, el dinamismo y el talento que se perciben en aquellos lares se diluyen en un marasmo de apatía burocrática, corrupción y obsesiones religiosas. A la postre, al menos 250 indonesios se han unido al Estado Islámico y varios millones lo apoyan explícitamente. No parece que nada vaya a cambiar en serio. Indonesia, por ahora, seguirá siendo un gigante dormido con una clase media universitaria y occidentalizada que no sabe, no quiere o no puede tirar de un carro de ruedas enfangadas que resbalan en el lodo político.

 

Todas las fotografías son del autor del artículo, salvo la portada, que es un sello de correos.