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La Little India de Singapur

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Había una vez un jamaicano muy inglés llamado Sir Thomas Stamford Raffles que hablaba el malayoindonesio de la época y trabajaba para la mítica British East India Company. Preocupado por la presencia holandesa en Indonesia, concluyó que crear, bajo dominio británico, un puerto de comercio libre en la casi deshabitada isla de Singapur sería una buena idea. Y lo fue. Tal idea despertó el interés migratorio de una población asiática muy numerosa que se moría de asco principalmente en el sur de China, en Java y en la India (mayormente en el sur y en especial en Tamil Nadu). Así, de la política inicial de segregación británica mediante la creación de asentamientos uniformes que evitasen conflictos étnico-religiosos nacieron barrios como Kampong Java («Villa Java», de la que hoy sólo queda el nombre de una calle), Chinatown y Chulia Kampong, el barrio indio original que desapareció en beneficio de la Little India que aún hoy colea con ganas y gracia sin par. Como muestra, la posibilidad de cortarse el pelo a la moda cinematográfica tamil por sólo 5 dólares singapurenses. No sé qué más queréis.

Pasear por Little India de noche es mucho más entretenido que de día. Sepa quien vaya que, salvo por los templos hinduistas, no se deleitará con arquitectura particularmente india, dado que el barrio en su concepción actual presenta tanto edificios modernos cuanto shophouses de estilo colonial (casas adosadas de no más de tres plantas donde las familias vivían y trabajaban). A decir verdad, es un barrio más bien pequeño que tiene poco de residencial. Y sin embargo está muy vivo a todas horas. El peor día para visitarlo es un domingo porque las calles están tan abarrotadas de tamiles de la India (no de tamiles singapurenses) con el día libre que apenas se puede caminar con cierta comodidad. Dichos tamiles vienen a Singapur a desempeñar algunos de los trabajos que los singapurenses no quieren ni en pintura, a saber: albañilería y obrería. Mayoritariamente tienen un inglés de estar por casa como mucho, y se sienten cómodos en Singapur porque el tamil es una de las cuatro lenguas oficiales del país (las otras son inglés, mandarín y malayo). Hay quien se pregunta por qué les gusta tanto venir a trabajar a un país donde se les paga poco en términos occidentales, trabajan de sol a sol y viven en dormitorios gubernamentales, que están bien, o en pisos-patera que no están tan bien. En este último caso, es innegable que meter a diez varones adultos, todos con bigote, en un piso que sólo tiene un retrete y una ducha no es lo ideal. Sin embargo, no sólo continúan viniendo con gusto y alegría sino que este año, a la muerte de Lee Kuan Yew (el segundo padre de Singapur tras Raffles, y padre del actual Primer Ministro), en algunas aldeas tamiles de la India se organizaron procesiones con foto enmarcada en honor del fallecido y de su política de importar a personal tamil que no tiene mucho que hacer en su propio país mientras que, trabajando en Singapur, puede remitir dinero a casa en una moneda más fuerte.

Llegados a Little India, una de las visitas recomendadas, aparte del nuevo y flamante museo llamado Indian Heritage Centre, es el celebérrimo centro comercial Mustafa, consistente en dos edificios unidos por un puente que, lamentablemente, no tiene vistas al exterior. Mustafa no sólo ofrece casi de todo sino que no cierra nunca, de modo que cuando entras a las tres de la madrugada te llevas la impresión de estar en un casino con luz artificial perpetua que te fuerza a comprar impulsivamente al mismo tiempo que pierdes la noción del tiempo. Dicho esto y sin que sea un demérito para Mustafa, siempre es mejor zigzaguear por las calles sin preocupación alguna. El peor barrio de Singapur es más seguro que el mejor barrio de Barcelona.

Las tiendas de Little India son un mosaico abigarrado de productos que difícilmente se pueden encontrar en otro lugar. Hay una tienda china mal iluminada que no me sorprendería que vendiera Gremlins entre la disparidad de productos de primera y segunda mano que ofrece. Uno puede adquirir desde botellas vacías vintage hasta juguetes rotos, como la imagen ilustra.

Mas siendo justos, se debe declarar que las mejores tiendas de Little India son, cómo no, las indias, con sus mezclas de exotismo desenfrenado y colores chillones de punta a punta de los establecimientos, ya vendan fruta a medianoche o mezclas sin criterio alguno de imágenes religiosas como las siguientes.

Algunos de los mejores momentos que he pasado en mis cinco años en Singapur han sido en compañía de dos amigos indios, Jeet y Terence, con quienes solía dar paseos nocturnos por Little India, una verdadera mina de fotografías como las que ilustran este artículo. Comprábamos ron indio o whisky en cualquier colmado tamil y caminábamos durante un par de horas. El ron indio es tan criminal que el vendedor nos ofrecía un huevo duro (tal cual, había que pelarlo) por si teníamos la mala idea de bebérnoslo con el estómago vacío.

Dichos paseos daban para ver lo nunca visto, como inmigrantes indios borrachos dándose puñetazos a gritos en plena calle, DVDs de películas malabares de acción con héroes de pelo en pecho o guías tamiles para varones deseosos de aprender a satisfacer a las señoras. Que la ilustración de la cubierta refleje a una mujer blanca no deja de ser una operación de mercadotecnia brillante para aumentar las ventas, como señalaban mis amigos.

Otro momento inolvidable, dada la legendaria fama de masculinidad con bigote que rodea a los tamiles, se me grabó a fuego en la mente al ver cómo un grupo de inmigrantes cuchicheaba en un callejón mal iluminado frente a un burdel de transexuales filipinos, que se los miraban con cara de «a que no te atreves a entrar». No me detuve a presenciar la culminación del asunto, por llamarlo de algún modo, pero me quedó claro que esos chavales no estaban por la labor de explorar la oferta española de Little India, alternativa y multicultural, ejemplarmente reflejada en la próxima foto.

Dado el carácter geográficamente central pero festivamente marginal del barrio, proliferan los budget hotels que tanto sirven para un roto como para un descosido. Si uno está de viaje, desea ahorrarse dinero y no necesita un hotel con piscina, alojarse en uno barato es más que suficiente incluso si viaja con niños, aunque me consta por experiencia propia que los gemidos, e incluso gritos, de algunos huéspedes y de las señoritas que los acompañan en habitaciones de 2 horas por 40 $ pueden dificultarle a uno la conciliación del sueño.

Volviendo a la saludable afición de dar inocentes vueltas nocturnas con una botellita de whisky o ron en la mano, resulta que hay que aprender a vivir sin ella a causa de la reciente prohibición de consumir alcohol en la calle por la noche. Dicha prohibición es el resultado de los disturbios callejeros de diciembre de 2013 precisamente en Little India, los primeros disturbios desde los de naturaleza racial entre chinos y malayos de 1969. Es decir, en Singapur, donde las manifestaciones están prohibidas, únicamente ha habido dos revueltas callejeras desde la independencia de 1965. De ahí que se la considere una de las democracias más seguras del mundo. O «democracia autoritaria», como se llaman a sí mismos, y no sin razón (la pornografía está prohibida y la sodomía es delito, sin ir más lejos). Hay que tener en cuenta que la sociedad singapurense es marcadamente conservadora y tradicionalista en términos generales. Mas eso quizá dé para otro artículo.

Los disturbios de Little India, acaecidos en un anochecer de hace dos diciembres, tuvieron como protagonistas a 300 inmigrantes indios embriagados durante su día libre. Un tamil que había bebido más de la cuenta falleció aplastado por un autobús privado de la ruta entre Little India y los dormitorios de los obreros de la construcción. Salvo que me falle la memoria, el conductor del autobús era singapurense chino, de modo que si a la embriaguez de la muchedumbre callejera le añadimos la práctica imposibilidad de comunicación fluida entre el conductor y la misma, enloquecida al ver a un colega atrapado bajo el vehículo, tenemos la combinación idónea para que intentaran linchar al conductor y terminaran volcando y prendiendo fuego a coches de policía. Lo nunca visto en Singapur. A las nuevas generaciones de singapurenses, crecidas entre rascacielos y universidades de primer nivel mundial, las imágenes televisivas les parecían ciencia ficción.

Un suceso que ya pasa por normal en Occidente coleó durante meses aquí. Hubo 27 heridos y 40 detenidos, de los cuales 31 pasaron a disposición judicial. Liarla en la calle es una de las peores ideas posibles en un país de leyes duras, condenas de latigazos y pena de muerte, como recordó el gobierno en una campaña publicitaria explícita inmediatamente posterior a los hechos.

La investigación absolvió al conductor de responsabilidad alguna y, al cabo de unos meses, se prohibió en todo el país la venta nocturna de alcohol en tiendas (que no en restaurantes y locales de entretenimiento, por supuesto) y el consumo del mismo en la calle por la noche. Las repercusiones de las antedichas medidas han afectado a Little India de modo un tanto negativo: las tiendas que dependían considerablemente de la venta nocturna de alcohol han cerrado y el barrio, qué duda cabe, ha perdido parte de la gracia que lo caracterizaba como punto de reunión indio. No obstante, de las cenizas de los negocios cerrados han surgido otros de índole diversa, como peluquerías malayas y pastelerías indias. Living on the edge, que cantaban los Aerosmith.

Hasta aquí lo anecdótico. Little India continúa y continuará siendo un punto de encuentro obligatorio tanto de día como de noche, mas principalmente de noche. Algunos restaurantes ofrecen manjares verdaderamente memorables y el olor que emana de las tiendas de fruta tropical y de especias en el verano perpetuo singapurense garantiza un paseo imprescindible.

Para finalizar, dedico este artículo a la memoria de Jeet, fallecido por una broncopneumonía ahora hace tres años. Ya no hay paseos nocturnos sin él.

 

Todas las fotografías son del autor del artículo.