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Homo Veraniego

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UNO

A Rodríguez —aunque él no pueda comprenderlo— le consta que hay mucha gente feliz con esto de que el sol trabaje hasta casi las diez de la noche y todo aparezca como bañado y humedecido por una luz gris y caliente y sin azules. Y, ah, pobres vampiros y ricos mosquitos de última (de)generación. Y todos esos perros —insoladas criaturas de la noche— que ladran y ladran hasta la madrugada de ventanas abiertas y que no dejan dormir y, quién sabe, que tal vez lloren la reciente muerte de Pancho, el cachorro de las propagandas de la Lotería que abandonaba a su dueño para cobrar premio y darse la buena vida junto a una piscina.

Verano, se llama, le dicen, así se lo conoce; y así lo definió Francis Scott Fitzgerald: “El verano es la promesa incumplida de la primavera”. Pero aun así están, incluso, los que sienten su inevitable entrada como la posible salida de tantas cosas. Fin de ciclo. Tiempo nuevo. Y así se ordenan desordenadamente en mesas largas y fin-de-curso donde brindan con gente a la que detestan el resto del año. Rodríguez no. Para Rodríguez, la puesta en marcha de los motores de jun-jul-ago-sept es el momento ahora-o-nunca de sacarse de encima tanto peso para así intentar flotar, para no hundirse como refugiado en busca de playa donde naufragar.

DOS

Y ya está aquí la nueva peliculita/spot estacional de la cerveza Estrella Damm. Esta vez no con Dakota Johnson sino con ese francés de profesión francés que es Jean Reno. Y la musiquita que suena de fondo no es, por supuesto, la tan feroz como sentida oda al asco canicular que es “The Other Side of Summer”, de Elvis Costello, de quien Rodríguez lee su inolvidable memoir titulada Música infiel y tinta invisible.

Y llega el deshielo que devuelve a todos esos cadáveres de alpinistas en perfecto estado de conservación. Y Pulse. Y Brexit. Y ese cocodrilo en Disney World que no es el de Peter Pan. Y son legión los que ya flotan en ese plasma opiáceo que es la Eurocopa, intentando no pensar en el próximo atentado mundial-terrorista en capital a sortear del Viejo Mundo. Y cada vez más padres agendan los cada vez más estrenos de la Marvel y de la DC preguntándose si les van a alcanzar los súper-fines de semana (se supo que la hoja de una daga de Tutankamón está confeccionada con piedra de meteorito y, sí, todo está cada vez más comic). Y hasta hay seres felices porque en julio aterrizará por aquí el X-Men Obama a ser recibido vaya a saber uno por quién o quiénes (pero al que, a no dudarlo, se le bailará flamenco en la cara y se le inyectará gazpacho en vena). Y abundan los que sienten un raro orgullo porque el crucero-ciudad flotante más grande del universo (el Harmony of the Seas, 227.000 toneladas de peso movidas por 110.000 litros del diesel más contaminante de su especie) haya escogido a Barcelona como estival puerto base. Y, ah, la euforia de hoteleros y baristas y terrazistas generando esos tan celebrados por el Partido Popular nuevos empleos efímeros que van convirtiendo a los españoles en los mejores y más serviciales esclavos del continente. Y, oh, ese aviso de TV de Job Today donde una chica de clase media celebra el convertirse cenicientísticamente en camarera y poder atender a su orgullosa familia. Y entregar la ciudad como ofrenda sacrificial para lo que gusten las hordas nórdicas de quienes entienden el Mediterráneo como Zona Liberada de pudores y prohibiciones (Rodríguez se entera de que días atrás, en Estepona, en un ático con vista al mar, seguramente ya listo para ser alquilado a nibelungos o sajones, murió Madeleine Lebeau, última sobreviviente del casting de Casablanca; aquella bonita francesa más sutil que Jean Reno quien, luego de “La Marselleise”, grita entre lágrimas ese “Vive la France” que siempre hace llorar a Rodríguez). Y las noticias de una nueva oleada de heroína como droga du jour después de tanto tiempo (y, sí, el verano es la estación adicta por excelencia; de ahí que se cosechen noticias como la de ese cultivador de marihuana que se explicó ante las autoridades con un “no plantaba marihuana en los bosques sino que buscaba a Bigfoot”, o el de ese rebaño de ovejas galesas que consumieron cannabis por error y, psicóticas, atacaron “la tranquila localidad de Rhydypandy”). Y, ah, por supuesto, casi por encima de todo y de todos: Rajoy caminando rápido o corriendo despacio (Rodríguez no está del todo seguro) en esos videos de campaña con la sintonía del PP con flamante arreglo merengue para atraer el voto sudaca. Y el del bar de Ciudadanos. Y la gracieta de Podemos, quienes no se conforman con su reciente dogma-documental y presentan su programa como imitación del catálogo de Ikea (los genios del marketing, piensa Rodríguez, no parecen haber considerado cuestiones/asociaciones como “decorativo” o “imposible de armar a solas” o “mobiliario pasajero” a la espera de que te vaya mejor y puedas comprarte mejores y más cómodos y anatómicos sillones). Y Rodríguez no se acuerda de qué hizo el PSOE (para Rodríguez, el PSOE es la constante repetición de la palabra sorpasso; término que alguna vez se asoció a película con Roma en un tórrido ferragosto con turista abducido por local dispuesto a todo, pero que este junio se traduce a lo que la mordiente zurda de Unidos Podemos le va a hacer a la mandíbula de los socialistas en tiempos siniestros) y, ah, sí: era el del comerciante mentiroso al que se lo acusa con un “Don Mariano, usted le dijo a mi madre que se podía cambiar” o el otro de la parejita que no sabe cómo seguir las instrucciones de ese mueble amorfo.

Y se supone que existen los que se enternecen con los candidatos acudiendo a diálogos con niños o celebran sus “ocurrencias” y “aptitudes” en muchos late-shows y en muy pocos y muy soporíferos debates de esos en los que, cuando todos pierden, gana Rajoy. Y también los que estudian las columnas un tanto desviadas que escriben los propios aspirantes a La Moncloa en cuanto a lo que harán el primer día si resultan elegidos (“Comenzaré a trabajar desde el minuto uno”, jura Rajoy; “Lo primero es obligado: formar gobierno… Luego, por la tarde, me dedicaré a abrir las ventanas y las puertas. Hace falta ventilar un poco”, se arremanga Sánchez; “Gobernar obedeciendo no al IBEX 35 o a la Troika, sino a todos los españoles”, alza el puño Iglesias; “Garantizar la igualdad y la unión de todos los españoles”, sueña Rivera). Todos así, víctimas del bochorno de pensar lo menos posible en que se volverá al marmotesco minué/vaudeville de pactos y consultas. Y la gente los mira y los viva o los muera. Pero lo cierto es que parece mentira que todos —votantes y votados, botados y botadores— luzcan tan pero tan contentos. Felices de que el próximo domingo vuelva a haber elecciones generales y —en unos meses, todo parece indicarlo, al menos será otoño— de nuevo con elecciones catalanas.

TRES

Si le preguntan a Rodríguez por quién votará este domingo contesta que lo hará por el PSOE, pero por todas las razones políticamente incorrectas: por pena, por piedad, por cuidado paliativo, por una vuelta de morfina para todos. Y Rodríguez —“El baile era desesperado, la música era peor / Entierran tus sueños y desentierran lo que no vale nada”, canta Costello en su canción del verano— no hace oídos sordos pero sí ojos ciegos para ya no verlos a todos. Porque, para él, están todos total y completa y absoluta y veraniegamente locos.

 

Miki Esparbé en una escena de la película Barcelona, nit d’estiu (2013), de Dani de la Orden.

Publicado originalmente en Página/12, Argentina.