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Giorgos Seferis (1900-1971)

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En El coloso de Marusi, publicado en 1941, Henry Miller incluye un vibrante retrato de su amigo griego: «El hombre capaz de atrapar y trasplantar a sus poemas el espíritu de eternidad que se encuentra en Grecia por todas partes es Giorgos Seferiadis, que utiliza como seudónimo literario Seferis. Es el más asiático de cuantos griegos he conocido. Originario de Esmirna, ha vivido muchos años en el extranjero. Afable y vital, actúa como árbitro y conciliador de escuelas de pensamiento y formas de vida opuestas. Plantea innumerables preguntas en un lenguaje políglota, se interesa por todas las formas de expresión cultural e intenta asimilar todo aquello que las épocas tienen de auténtico y fecundo. Es un apasionado de su país y de sus compatriotas, no por obstinado fanatismo patriótico, sino como resultado de un paciente descubrimiento hecho durante años de estancia en el extranjero... Pese a estar pelada y flaca como un lobo, Grecia es hoy el único paraíso de Europa. Seferiadis me ha llevado de sitio en sitio como una medusa electrizada. Tiene una especial manera de proyectar su mirada hacia el porvenir o hacia el pasado, de hacer girar sobre sí mismo el objeto de contemplación mostrando sus múltiples aspectos. Hay en su voz una especie de cicatriz, como si el objeto de su amor, su querida Grecia, le hubiese mutilado. Más de una vez, el dulce pájaro asiático fue derribado por un inesperado rayo. Sus poemas son parecidos a joyas, compactos, densos, centelleantes y reveladores».

Antes de que ambos se cruzaran, Seferis había estudiado Derecho y Literatura en París, y perfeccionado su inglés en Londres; traducido La velada del Señor Teste, de Valéry, y La tierra baldía, de Eliot; ejercido como vicecónsul en Londres y cónsul en Albania. En 1938, al incorporarse al Ministerio de Asuntos Exteriores en Atenas, conoce a Lawrence Durrell y Henry Miller. La capital griega vive un dorado interludio bohemio, que se desintegra al cabo de tres años, con la invasión del ejército alemán. Seferis sigue al Gobierno heleno en el exilio, a través de Creta, Egipto, Israel, Sudáfrica, Italia. A su regreso, le esperan cinco años de guerra civil (1944-1949). Sucesivos destinos diplomáticos le conducen de Ankara a Londres; de Beirut (embajador para el área Líbano-Siria-Jordania-Irak), a Washington. Entre 1957 y 1962, desempeña el cargo de embajador en Londres. Al año siguiente, se convierte en el primer escritor griego en recibir el premio Nobel. Tras el golpe de Estado del general Papadopoulos (1967), hace pública una declaración contra la dictadura militar, que le retira el pasaporte. En 1971, su entierro en Atenas se convierte en una manifestación multitudinaria en favor de la democracia. Póstumamente, aparece Seis noches en la Acrópolis (1974), novela en la que trabajó durante casi tres décadas.

A lo largo de su peregrinaje, Seferis trabó amistad con Valéry, Gide —tan melómano como él mismo—, Miller —a quien describe como un ser absolutamente desesperado y alegre—, Éluard, Michaux —a quien tradujo, y del que escuchó reflexiones como esta: «Si un escritor tiene un lector, no es escritor; si tiene dos lectores, no es escritor; pero si tiene tres lectores, entonces podemos decir que es un escritor»—, T. S. Eliot —paradigma del autocontrol—, Dylan Thomas —el más vital de cuantos hombres de letras conoció—, Saint-John Perse —a quien también tradujo, y que cuando hablaba sobre la lengua, «movía los dedos como si palpara raíces»—, Auden, Pound...

A los 26 años, Seferis, cuya cronología corre simultánea a la del siglo XX, había leído el Diario de Amiel. A los 50, el de Stendhal. Acerca de las páginas de su propio cuaderno de bitácora —que titulará sencillamente Días—, observa: «No se trata de confesiones, ni siquiera de un intento de señalar lo más importante. Son, a lo sumo, las huellas de un caminante. Pisadas en la nieve —para recordar aquella música de Debussy—. Huellas casi fortuitas de un instante cualquiera. Nuestras pobres huellas, nuestra ropa usada». Pensamientos sucintos como agujas de pino, guijarros amontonados en los cruces de caminos donde se juega «la salvación de lo que pueda salvarse de la dignidad humana». «Si es cierto que "el infierno son los otros" —replica a Sartre—, también el paraíso son los demás. Paraíso e infierno no pueden separarse». En un texto de inspiración délfica, insiste: «Las fuerzas oscuras son la levadura de la luz, y cuanto más violentas, más intensa será la luz que reinará».

He aquí su poética, desgranada por él mismo: «La exactitud es la belleza. Sacrifiquemos todo, excepto la exactitud. Hagamos un laborioso, persistente y casi desesperado esfuerzo por expresarnos con los medios más austeros posibles. Purifiquemos con fuertes desinfectantes la poesía de la confesión personal, el atardecer, el pasmo melancólico, todos esos microbios subjetivos. Aunque de la lengua que hablamos solo quedara una palabra a nuestra disposición, el buen poeta se distinguiría del mediocre». Y citando a Stravinski, añade: «Cuanto más arriba se encuentren los ángeles en la jerarquía divina, menos palabras tienen a su disposición; de tal manera que quien está más alto no puede articular más que una sílaba».

Descubrió en Esquilo el orden espiritual más elevado —«Por el dolor al conocimiento»—, y en Blake, la imagen para designarlo: Bodas del cielo y el infierno. Adoptó como ex libris la figura mítica de La Gorgona —cuya penetrante mirada petrifica a sus enemigos—, y como lema, el interrogante de Hölderlin: «¿Para qué poetas en tiempos de miseria?». Un día de 1932, se autorretrata: «Habiendo abolido el pesimismo, he tomado la decisión de trabajar para el milagro. Si se preparan con amor y mucha paciencia, los milagros ocurren cuando ya se había olvidado que podían ocurrir».

Nada le produce una emoción tan intensa como escuchar el tercer movimiento del cuarteto número 15 de Beethoven («Canción de agradecimiento»). Su poemario Gimnopedia (1935) alude a las danzas sagradas de la antigua Esparta, las mismas que en 1888 inspiraron al socrático Satie la composición de sus memorables piezas homónimas.

El vínculo de Seferis con España pasa por Baltasar Gracián —«Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe»—, Juan de la Cruz —«El que asciende, siempre va a oscuras»—, Gómez de la Serna —cuya conferencia a lomos de un elefante en un circo de París quedó grabada en su memoria— y, por supuesto, Doménikos Theotocopoulos, sobre quien anota: «La Santa Inquisición ordenó que se cortasen las alas de los ángeles de El Greco, porque sus medidas no eran ortodoxas». En 1964, durante una conferencia pronunciada en Barcelona, se hizo eco de la profecía de un joven astrónomo: «Desde 1934, el conocimiento aumenta a un ritmo inaudito. Avanzamos a grandes pasos hacia una explosión».

En 1934, Paul Valéry escribía: «Se ha producido una modificación en las formas de vida del género humano, comparable a la que el mundo material ha recibido de las aplicaciones de la ciencia». En 1934, Simone Weil escribía: «En nuestros días, la práctica corriente, y casi exclusiva, de la especulación como medio de enriquecimiento abre un abismo elevado a la segunda potencia. Al menos, la industria pone el dinero en relación con las cosas, mientras que la especulación es una relación del dinero con el dinero mismo». En 1934, dos años después de haber «abolido el pesimismo», Seferis escribía: «Generación con la juventud apoyada en una guerra, y a la espera de otra en su madurez. Generación sombría, orientada por completo hacia las más oscuras esferas del ser humano».

«Si hemos de extraer una enseñanza de lo que hemos sufrido hasta ahora y de lo que sufriremos —apunta en 1941—, supongo que será la siguiente: la injusticia la pagamos todos; no hay escapatoria». Y en 1946: «Hoy he comprendido por qué Homero era ciego; con los ojos sanos no habría escrito nada. Pobre de ti si pretendes ver en Grecia todo el tiempo; hay que cerrar el diafragma, como en fotografía. Esa luz y esa herida son el matrimonio del cielo y del infierno». Y en 1953: «Espantosa lucidez con la que un griego puede a veces ver la distancia que le separa tanto de Oriente como de Occidente... Más inadaptado que nunca en Atenas, ciénaga en la que toda acción intelectual se hunde. Electores que solo se interesan por lo que pueda proporcionarles alguna mejora material, nada más; la ética perdida. Atenas viaja en una nave envuelta en una tempestad. La bulimia, el sonambulismo, lo que temíamos hace treinta años, ha llegado. ¿Y qué sentido tiene el hombre que escribe en medio de todo esto?».

Cuatro años antes de su muerte, Seferis hizo recuento por última vez: «Siempre vi a los políticos a los que seguí de cerca bajo la influencia de sus pequeños intereses, sus mezquinas pretensiones de prestigio y, muy a menudo, un sentimentalismo turbio e indiscriminado... “Cada pueblo se forja su destino, y no le influyen tanto sus enemigos como su propia locura”. Esta máxima cretense me pareció tan sólida, que sentí deseos de verla escrita en las puertas del Parlamento griego. Desde finales de 1935, comencé a distanciarme de la política de los partidos griegos. Subrayo la frase "política de partidos". Después de toda una vida golpeado por movimientos militares, dictaduras, cambios institucionales, euforias, catástrofes y desolaciones, después de vivir en propia carne todo eso, podría decir, como funcionario de Estado, que con el paso de los años no hemos avanzado ni una línea. Hasta hoy, todos hemos intentado devorar Grecia; dentro de poco, ella comenzará a devorarnos... ¿Acaso no debemos ayudar? Claro que debemos. Sin embargo, en esta breve existencia, creo que ayudamos mejor cumpliendo lo más limpia y honradamente posible con el trabajo que nos ha sido encomendado, que avivando el alboroto de la política de partidos. La aversión que siento por la conducta de los partidos griegos es indecible. Y como todo se ha vuelto explotable desde su punto de vista, intento no hacer nada que apoye ese inenarrable intercambio de dinero».

 

Días (1925-1960)

 

Un país con personas que padecen por la virtud es un país civilizado. (1925)

«Yo he nacido varios...» (Valéry). Y de todos esos que llevamos dentro, que ven a través de nuestros ojos, que oyen con nuestros oídos, que hablan por nuestra boca, ¿cuál es el sincero? «... Muerto, soy uno solo». Habrá que concluir que con la muerte culmina nuestra sinceridad. (1926)

Lo difícil en arte no es el enriquecimiento, lo difícil es la renuncia. (1926)

El dolor debe permanecer en silencio o, si es expresado, aportar alguna ayuda. De lo contrario, palabras que se lleva el viento. (1932)

Hacer un poema es como conducir a la batalla a un ejército de diez mil hombres contra un adversario de igual número, y saber que para vencer hay que exterminar al enemigo, pero basta con que caiga uno de los tuyos para ser vencido. (1932)

Aquello que Max Jacob aconsejaba en cierta ocasión a un joven: «De entre tus obras, cuídate de las que te gustan. Esas son las más peligrosas. Si te gustan, es porque se parecen a las de alguien a quien admiras. Las obras que no te gustan: esas, hay alguna esperanza de que sean tuyas». (1933)

Que un político griego comprenda Grecia. Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja. (1937)

En los alrededores del Santo Sepulcro se venden un sinfín de recuerdos para los peregrinos. En un rincón de una tienda, una pila enorme de coronas de espinas para el comercio. (1942)

Tengo que hacerme a la idea de una vez por todas: seriedad y política son dos cosas sin relación alguna. (1942)

Grecia se me antoja una isla de Utopía, donde tal vez desembarquemos en el sueño de esta noche en la que todo es posible. (1944)

Es sabia la muerte; imagina cuántas cosas deleznables se eternizarían si no existiera. Este ajuste reconforta. Por supuesto, nuevas mezquindades esperarán a los que vengan después de nosotros, pero la sangre será nueva y, tal vez, quiere uno pensar, las venza. (1947)

Cuando todo se ha dicho y vuelto a decir, queda esto: nada existe, excepto la llama de la vida, nada más. (1947)

Donde quiera que toques, la memoria duele. (1950)

El lugar más matrimonio-del-cielo-y-del-infierno es Grecia. (1960)