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Documento y verdad

Sobre 'La mirada del silencio' de Joshua Oppenheimer
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El cartel del nuevo documental de Joshua Oppenheimer, la continuación de su comentada The Act of Killing (2013), no puede ser más revelador: un primer plano de un rostro y, a la altura de los ojos, un aparato optométrico para medir los problemas de visión. Adi Rukun es el protagonista de este documental y la persona que desde hace más de una década guía a Oppenheimer en su inmersión Indonesia. Adi es oftalmólogo y no duda en chequear la vista de ancianos aun siendo estos responsables directos de la tortura y muerte de su hermano en las purgas anticomunistas de 1966. Adi nació dos años después, como una necesidad de sus padres para soportar el dolor. No se me ocurre mejor metáfora para describir este documental que ese mismo aparato para corregir la visión ocular: el pasado es nítido o borroso para quienes miran atrás sin reconocer la culpa que cargan sobre sus conciencias. La percepción de ese pasado permanece oculto bajo el peso de la maquinaria propagandística y el relato oficial. Frágiles fabricaciones de manipulación.

Walter Benjamin dijo una vez que la lectura de la historia puede variar dependiendo del grosor del cristal por el que se mira. En este caso, tal y como se repite en el filme, “el pasado, pasado es”. La historia queda oculta detrás de un grueso cristal opaco. Esa mirada silenciosa a la que alude el título no es sino la omisión que se ciñe sobre los asesinos, incapaces de desvelar a sus hijos las atrocidades que cometieron, mientras por otro lado recrean, animosamente y con todo lujo de detalles –cuales ancianos gánsteres nostálgicos–, las técnicas de su genocidio “popular”. Esto último lo hacen para el extranjero, para Joshua, quien desde el comienzo se ha ganado su confianza. Es a través de estos reenactments que un sentimiento de culpa inconsciente aflora. Pero sólo inconsciente. Los perpetrators siguen cómodamente sus vidas como héroes de un relato histórico distorsionado por el poder, incapaces de reconocer el mal. 

La mirada del silencio es el complemento perfecto de The Act of Killing (2012). Allí donde la primera resultaba desbordante, surrealista y ambigua en la dualidad entre realidad y ficción, esta secuela es ahora intimista, directa y exenta de artificiosidad.  La primera se situaba desde el punto de vista de los vencedores (los verdugos), la segunda desde la posición de las víctimas. Mientras en la primera resultaba imposible empatizar con Anwar Congo y el resto de los perpetrators, en la segunda la identificación con Adi es un reflejo de humanidad. Ambos documentales plantean preguntas morales sobre la inhumanidad y el modo en que la barbarie se organiza de modo colectivo. En la barbarie nadie se siente directamente responsable sino que, de modo similar al funcionamiento de una cadena de producción fordista, cada cual ejecuta una función sin tener acceso a la imagen global que entre todos se elabora. Por ejemplo, Adi interroga a su propio tío, quien hiciera labores de vigilancia en una prisión mientras éste se justifica diciendo que él sólo hacía su labor, que él no liquidó a nadie directamente. Es por esto el golpe militar contra Sukarno en 1965 y las purgas anticomunistas que le siguieron fueron presentados como un movimiento popular, incluso en los reportajes televisivos norteamericanos se presentaba como una revuelta del pueblo.

Este par documental ha de calificarse directamente como de género “político”, como también, por otro lado, sería posible catalogar dentro del mismo género esa otra realización sobre Indonesia, la notable El año que vivimos peligrosamente (1982) del australiano Peter Weir, aunque en ésta las pretensiones comerciales sitúan el contenido social y político de la película como telón de fondo para el lucimiento de los actores. En el caso que nos ocupa, la “política” es el pasado, y varios de los entrevistados por Adi se sienten molestos al hablar del pasado, cuando se les pregunta por la “política”. Un rasgo de la ideología es su carácter silencioso, casi cotidiano, que penetra inconscientemente en el imaginario como un conjunto de pretextos y creencias asimiladas. En La mirada del silencio, Adi pregunta a los verdugos sobre las razones de la represión contra los comunistas y simpatizantes del PKI. Las respuestas provocan sonrojo. El ideal del comunismo quedó aquí “pinzado” entre el modelo imperialista y la ideología antisoviética típica de la Guerra Fría y la fidelidad a una visión del mundo modelada por las religiones. (En Indonesia han convivido desde hace siglos varias creencias, mayoritariamente el Islam pero también el hinduismo y el cristianismo católico y protestante). Pero la verdad no es comunista ni anticomunista. Es el testimonio de unos hechos tal y como acontecieron. La verdad es la persecución y represión sistemática del pueblo de Indonesia desde 1965. La ley del silencio inculcada desde la infancia. La educación como sistema de transmisión de la ideología oficial. Adi tiene que hacer frente al miedo, hurgando en un pasado que puede traerle consecuencias a él y su familia.

La cuestión de la verdad es –para todo documental que se precie– un asunto ontológico de primer orden. La manipulación de las expectativas del espectador en el género ha sido tradicionalmente un golpe de efecto guardado para acrecentar las dicotomías entre lo real y su representación, lo verdadero y lo falso.  Cuanto mayor es el componente de realidad incluido más sobresale la veracidad del documental. Sin embargo, el actual auge del género ha hecho de la dificultad de discernir entre realidad y ficción un nuevo fetiche. El montaje, la manipulación y los trucos pertenecen al género tanto como la propia invención del cine antropológico y el cinema verité. Se podría decir que no hay realidad sino siempre representación. De acuerdo, pero hay unas obras que nos informan como documentos de la necesidad de seguir la pista senda de la verdad. Obras que son lecciones de historia. La franqueza de La mirada del silencio reside en rebajar las pretensiones creativas del autor –después de la sensación causada con The Act of Killing– en aras a fortalecer  la ética y un respeto por esa verdad histórica, sus testimonios y efectos en la gente. Aquí es el contenido el que determina la forma. De esta manera el resultado es mucho más potente y demoledor. Esta continuación es ahora el complemento a su otro dialéctico, el capítulo que completa una obra documental a perdurar en el futuro.

El tiempo es la auténtica vara de medir para cualquier documental. Joshua Oppenheimer ha pasado década y media intentando comprender la historia de Indonesia. En varias ocasiones, Adi contempla fragmentos de vídeo en un monitor. En uno de ellos Joshua graba a los responsables del asesinato de su hermano. Está fechado en 2003. Diez años después esas imágenes tienen la pátina de las imágenes dialécticas benjaminianas, aptas para el montaje y la relectura, capacidades de romper el tiempo homogéneo y continuo para desvelar la verdad histórica y abrir una grieta en el silencio de la sociedad Indonesia. Otra sutil metáfora se desgrana un par de ocasiones: unos diminutos insectos se mueven lentamente sin llegar a emerger de sus capullos evocando el encierro en la negación del pasado. Podremos algún día llegar a medir la influencia de este par cinematográfico por sus efectos en el medio audiovisual pero sobre todo por sus consecuencias en Indonesia. No hay duda que las tendrá.