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Meditación sobre el café
¿Por qué y cuándo el café se convirtió en algo tan importante para la supervivencia de la especie humana? Quizás algún día cuando una civilización venidera estudie nuestra modernidad, una pregunta de este calibre cobre sentido. El café, o la cultura del café, lo inunda hoy casi todo. Desde ese cafelito que nos entona a media mañana al aroma tostado de los cornershops más especializados. No hay lugar donde uno no pueda tomarse un café, y a cualquier hora. Una mitología de lo cotidiano no puede prescindir de esta cultura del café. De hecho, resulta casi un imperativo que en una clase de diseño dirigida a futuros diseñadores se hable de Nespresso tanto como de la Bauhaus. Así es, así se produce la actual “economía política del signo” (Baudrillard dixit).
Desde los albores del capitalismo el café fue moneda de cambio. El precio de endulzar el café (que no el precio del azúcar) es de sobra conocido; el imperio colonial del XIX no podía sustentarse sin productos traídos de los lugares más remotos, así también el té. Y como a los europeos estos líquidos les amargaban por sí solos, la caña de azúcar devenía en la sustancia recombinante imprescindible. Los cafés proliferaron como lugares de reunión para la burguesía, la clase que poseía inversiones y negocios en el saqueo colonial de la que formaba parte. De aquellas instituciones nacieron las libertades modernas, la prensa, la crítica y una esfera pública que desde entonces parece que no ha hecho más que desmoronarse.
Dos siglos después el antiguo imperialismo se ha modernizado, se ha vestido con nuevos hábitos. De un modo histórico, el café sirve como metáfora incipiente de la globalización. Esto se ha agudizado en las primeras décadas del milenio. Oro negro. Hay datos que revelan que después del petróleo es la sustancia que mayor volumen de transacción económica mueve por todo el globo. Cuando la crisis golpea más fuerte, el café es el baremo: a pesar del desempleo creciente, el café, un simple café, es aquella pequeña licencia a la que no renunciamos. El Bar de Antonio ha captado esta sutil sociología. El café, tanto el líquido como su sociabilidad, tiene algo de reconstituyente psicológico, terapéutico. Las cafeterías están llenas aún en tiempos de crisis, a diferencia de los restaurantes y los pubs. Un precio, lo que cuesta un café, es también un cálculo de medición económico.
Alrededor de un café caliente, apenas unos centilitros, se reúnen las clases sociales, se sellan negocios y se forjan revoluciones. Lo sugestivo del café en la dinámica del capital es aquello que esconde, es decir, todo. A una escala visible y de lo micro, es decir, ese café mañanero, le sigue una proporción aumentada e invisible de lo macro, toda una economía mundial. El café ejemplifica como nada las paradojas del fragmento y la totalidad en el actual sistema global.
Ahora el café es el objeto de una nueva especulación dentro del capitalismo. A las franquicias de los noventa, ejemplificadas por la expansión de Starbucks y su “café basura” para todos, le ha seguido el descubrimiento de la cultura del café para una clase media deseosa en ascender. A un nivel estético, los sacos de arpillera vuelven a estar de moda en cafeterías, bares, tiendas y hasta en nuestras casas; Panamá, Brasil, Etiopía. Cojines, tapicerías, biombos, y sobre todo, pufs de los grandes. El inconsciente consumista de aquel otro periodo colonial.
Por otra parte, el asentamiento de las boutiques Nespresso es progresivo y silencioso. Se instalan en zonas céntricas y peatonales haciendo de las ciudades núcleos comerciales cuyo suelo es preciso taladrar para dar cabida a tantos vehículos privados. Los geógrafos hablan de gentrificación. Para los marxistas, el concepto de fetichismo de la mercancía no podría tener mejor definición: primero la cafetera, luego las cápsulas de colores, una amplia selección de sabores y una especialización en perspectiva. Un buen ritual. La cápsula, toda ella forrada en papel de seda, un estuche, y para rematar la bolsa en rústica sostenida por una cuerdita.
La sofisticación se amplia, los targets de mercado se dividen, se crean divisiones. También lo hipster. ¿Un doble moca macchiato con leche de soja y sin nada de crema por favor? La cultura del corner y el coffee break se independizan de sus anteriores ataduras al trabajo y la rutina. El mensaje propagado es que cualquiera puede consumir café, incluido los niños. Por la noche también. La cafeína es una leyenda urbana. Recientemente salían a la luz los hábitos alimenticios de los Aznar: todos los días como un imperativo, para comer y para cenar, y allí donde estuvieran, helado Häagen-Dazs de café. Tan compulsiva era la demanda, que hasta mandaban coches oficiales a comprarlo. Tal es la pasión por el café que incluso despierta instintos geopolíticos subconscientes.
No lo ha tenido fácil Nespresso en su asentamiento mundial. La marca ha ganado algunas batallas en honor del capital. En un país como Francia donde el ecologismo está asentado socialmente, Nestlé vio peligrar su idea-concepto. Las críticas a las primeras tiendas así como a la supuesta democratización de las cápsulas no se hizo esperar. No hay nada que haga más daño a una multinacional que la acusación de maltratar al planeta tierra. La multinacional reaccionó con su greenwashing, invirtiendo cantidades ingentes de publicidad que hicieran más “sostenible” el producto. La consecuencia fue: George, we recycle! Una práctica anti-ecológica pasa entonces por ecológica. Pero ecología es la reducción al máximo de los desechos, una economización de los medios empleados en la producción, no el dispendio inútil para su posterior reciclaje.
¡Sostenibilidad! hermosa palabra en boca de un neoliberal, ahora también traducida como “adaptación” (en referencia al Cambio Global del Clima). El café se convierte entonces en otra metáfora, aquella que acaba representando la actual posición hipócrita respecto al calentamiento global. Por norma, es típico del capitalismo generar el problema para a continuación inventar su solución, reiniciando de ese modo el proceso de producción. La imagen de la serpiente que se devora a sí misma desde la cola. Lo micro y lo macro. El café, esa mitología.
Meditación sobre el café
¿Por qué y cuándo el café se convirtió en algo tan importante para la supervivencia de la especie humana? Quizás algún día cuando una civilización venidera estudie nuestra modernidad, una pregunta de este calibre cobre sentido. El café, o la cultura del café, lo inunda hoy casi todo. Desde ese cafelito que nos entona a media mañana al aroma tostado de los cornershops más especializados. No hay lugar donde uno no pueda tomarse un café, y a cualquier hora. Una mitología de lo cotidiano no puede prescindir de esta cultura del café. De hecho, resulta casi un imperativo que en una clase de diseño dirigida a futuros diseñadores se hable de Nespresso tanto como de la Bauhaus. Así es, así se produce la actual “economía política del signo” (Baudrillard dixit).
Desde los albores del capitalismo el café fue moneda de cambio. El precio de endulzar el café (que no el precio del azúcar) es de sobra conocido; el imperio colonial del XIX no podía sustentarse sin productos traídos de los lugares más remotos, así también el té. Y como a los europeos estos líquidos les amargaban por sí solos, la caña de azúcar devenía en la sustancia recombinante imprescindible. Los cafés proliferaron como lugares de reunión para la burguesía, la clase que poseía inversiones y negocios en el saqueo colonial de la que formaba parte. De aquellas instituciones nacieron las libertades modernas, la prensa, la crítica y una esfera pública que desde entonces parece que no ha hecho más que desmoronarse.
Dos siglos después el antiguo imperialismo se ha modernizado, se ha vestido con nuevos hábitos. De un modo histórico, el café sirve como metáfora incipiente de la globalización. Esto se ha agudizado en las primeras décadas del milenio. Oro negro. Hay datos que revelan que después del petróleo es la sustancia que mayor volumen de transacción económica mueve por todo el globo. Cuando la crisis golpea más fuerte, el café es el baremo: a pesar del desempleo creciente, el café, un simple café, es aquella pequeña licencia a la que no renunciamos. El Bar de Antonio ha captado esta sutil sociología. El café, tanto el líquido como su sociabilidad, tiene algo de reconstituyente psicológico, terapéutico. Las cafeterías están llenas aún en tiempos de crisis, a diferencia de los restaurantes y los pubs. Un precio, lo que cuesta un café, es también un cálculo de medición económico.
Alrededor de un café caliente, apenas unos centilitros, se reúnen las clases sociales, se sellan negocios y se forjan revoluciones. Lo sugestivo del café en la dinámica del capital es aquello que esconde, es decir, todo. A una escala visible y de lo micro, es decir, ese café mañanero, le sigue una proporción aumentada e invisible de lo macro, toda una economía mundial. El café ejemplifica como nada las paradojas del fragmento y la totalidad en el actual sistema global.
Ahora el café es el objeto de una nueva especulación dentro del capitalismo. A las franquicias de los noventa, ejemplificadas por la expansión de Starbucks y su “café basura” para todos, le ha seguido el descubrimiento de la cultura del café para una clase media deseosa en ascender. A un nivel estético, los sacos de arpillera vuelven a estar de moda en cafeterías, bares, tiendas y hasta en nuestras casas; Panamá, Brasil, Etiopía. Cojines, tapicerías, biombos, y sobre todo, pufs de los grandes. El inconsciente consumista de aquel otro periodo colonial.
Por otra parte, el asentamiento de las boutiques Nespresso es progresivo y silencioso. Se instalan en zonas céntricas y peatonales haciendo de las ciudades núcleos comerciales cuyo suelo es preciso taladrar para dar cabida a tantos vehículos privados. Los geógrafos hablan de gentrificación. Para los marxistas, el concepto de fetichismo de la mercancía no podría tener mejor definición: primero la cafetera, luego las cápsulas de colores, una amplia selección de sabores y una especialización en perspectiva. Un buen ritual. La cápsula, toda ella forrada en papel de seda, un estuche, y para rematar la bolsa en rústica sostenida por una cuerdita.
La sofisticación se amplia, los targets de mercado se dividen, se crean divisiones. También lo hipster. ¿Un doble moca macchiato con leche de soja y sin nada de crema por favor? La cultura del corner y el coffee break se independizan de sus anteriores ataduras al trabajo y la rutina. El mensaje propagado es que cualquiera puede consumir café, incluido los niños. Por la noche también. La cafeína es una leyenda urbana. Recientemente salían a la luz los hábitos alimenticios de los Aznar: todos los días como un imperativo, para comer y para cenar, y allí donde estuvieran, helado Häagen-Dazs de café. Tan compulsiva era la demanda, que hasta mandaban coches oficiales a comprarlo. Tal es la pasión por el café que incluso despierta instintos geopolíticos subconscientes.
No lo ha tenido fácil Nespresso en su asentamiento mundial. La marca ha ganado algunas batallas en honor del capital. En un país como Francia donde el ecologismo está asentado socialmente, Nestlé vio peligrar su idea-concepto. Las críticas a las primeras tiendas así como a la supuesta democratización de las cápsulas no se hizo esperar. No hay nada que haga más daño a una multinacional que la acusación de maltratar al planeta tierra. La multinacional reaccionó con su greenwashing, invirtiendo cantidades ingentes de publicidad que hicieran más “sostenible” el producto. La consecuencia fue: George, we recycle! Una práctica anti-ecológica pasa entonces por ecológica. Pero ecología es la reducción al máximo de los desechos, una economización de los medios empleados en la producción, no el dispendio inútil para su posterior reciclaje.
¡Sostenibilidad! hermosa palabra en boca de un neoliberal, ahora también traducida como “adaptación” (en referencia al Cambio Global del Clima). El café se convierte entonces en otra metáfora, aquella que acaba representando la actual posición hipócrita respecto al calentamiento global. Por norma, es típico del capitalismo generar el problema para a continuación inventar su solución, reiniciando de ese modo el proceso de producción. La imagen de la serpiente que se devora a sí misma desde la cola. Lo micro y lo macro. El café, esa mitología.