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Crónica sentimental del Birmingham de los 80

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Mi primer contacto con la cultura española —aunque no fuera precisamente directo— se forjó a través del novio jamaicano de una vecina mía, un DJ de reggae quien, por razones que se me escapan, pinchaba bajo el nombre artístico de Sancho Panza. Fue un tipo muy metido en Rock Against Racism, un movimiento de protesta que surgió después de que Eric Clapton hiciera una arenga racista en 1976 durante un recital en el Birmingham Odeon. El guitarrista dio la razón al político conservador Enoch Powell, que había alcanzado cierta fama por su discurso "The Rivers of Blood" ("Ríos de sangre") en el que arremetió contra los peligros del multiculturalismo y los costes tanto económicos como culturales de la inmigración masiva. Todavía hoy hay quien intenta justificar al político del partido conservador, nacido y educado en Birmingham, arguyendo que los críticos han descontextualizado su discurso. Fueran cuales fueran su intención y mensaje, lo que no se puede poner en duda es que su partido cayó en el más vulgar racismo panfletario durante la década de los 60 (una de las campañas electorales de los conservadores del año 1964 se dirigía a los votantes increpándoles: "If you want a nigger for a neigbour, vote Labour", es decir, "si quieres que tu vecino sea un puto negro, vota al partido laborista"), y la interpretación vulgar de Clapton no reflejaba ambigüedad alguna. El ex-guitarrista de Cream estaba borracho pero nunca ha pedido perdón públicamente (algo que Elvis Costello sí hizo cuando dejaba caer algunas provocaciones parecidas en un bar de Ohio) por sus palabras de odio racista. La transcripción de su arenga se encuentra en YouTube:

De manera análoga a Detroit, donde la industria automovilística sirvió de telón de fondo para un hervidero de música hard (MC5, Iggy Pop, Alice Cooper, Bob Seger, Ted Nugent) y soul, R'n'b o dance (Diana Ross, The Temptations y casi la totalidad de las estrellas de Motown), Birmingham se convirtió en un locus tanto de la creatividad musical como de muchos de los debates nacionales sobre la inmigración y las tensiones raciales primordialmente debido a su industria y a la cantidad de trabajos no cualificados y mal remunerados que ofrecía. The Spencer Davis Group y Traffic mezclaron las influencias del rock duro con ritmos de origen caribeño y el blues en los 60; y, diez años más tarde, el mestizaje de punk y reggae se cristalizó en el son del Two-Tone.

Tony Iommi, el guitarrista de Black Sabbath, desarrolló un estilo muy peculiar de tocar la guitarra después de haberse dejado las yemas de los dedos en una máquina  en una fábrica en el barrio industrial de Aston, mientras el álbum más redondo de Judas Priest se llama British Steel, hierro británico. Esta riqueza nacional se basó en gran parte en las riadas de inmigrantes del antiguo imperio; mientras en España multitudes de andaluces se trasladaron a Barcelona en busca de una vida mejor, algo parecido ocurría a escala internacional con la mudanza de irlandeses, afro-caribeños y asiáticos principalmente de India, Pakistán y Bangladesh a la sede central de la Commonwealth. Como resultado, algunos de los principales sound systems en el Reino Unido y los primeros grupos británicos de bhangra se encontraron en Birmingham. De hecho, el reggae entró en España como resultado de este acervo cultural. Gay Mercader, el gran promotor que trajo a Bob Marley a Madrid, descubrió el género como resultado de su amistad con Jim Capaldi, hijo de padres italianos y músico de Jimi Hendrix entre muchos otros, quien formó Traffic en una discoteca de Aston y, más adelante, compuso las letras de "This is Reggae Music".

Mis padres compraron su primera casa en Aston a finales de los años setenta no porque fuera un barrio con mucho carácter sino por motivos más pragmáticos: eran jóvenes y los precios eran más asequibles que en casi cualquier otro rincón de la ciudad. Este condicionante económico fue tanto la causa como la consecuencia de que, cuando yo naciera, los blancos fuésemos una minoría allí: fui al mismo colegio, aunque varias décadas después, que Ozzy Osbourne, y justo a la vuelta de la esquina de mi casa construyeron la mezquita Saddam Hussein. Y precisamente, mientras escribía estas líneas en esa casa familiar durante las últimas navidades, un reportero de Fox News, autoproclamado experto en terrorismo, informaba a los televidentes estadounidenses de simplemente estar en mi ciudad natal era peligroso para los que no somos musulmanes.

A pesar de estos comentarios demenciales, tanto la multiculturalidad como la música de Birmingham han influido en que la prestigiosa Rough Guide acabe de nombrar a la ciudad como una de las diez mejores para visitar en el mundo (es la única entrada británica en una lista, que también incluye Málaga) y, a nivel personal, puedo atestiguar que nunca he tenido que esforzarme por hacerme un hueco en ella.

Visto hoy, quizás lo más sorprendente de todo es que los otros chavales no me acosaran por ser un alumno distinto y, en términos relativos, privilegiado. Por un lado, me da cierto rubor reconocer que los profesores siempre me trataron como alguien especial en esos años decisivos por el mero hecho de ser blanco y, dentro de lo que cabe, de una familia bien; por otro lado, si algún mérito me caracteriza es que no me considero ni inferior ni superior a nadie, y aparte de este factor decisivo, si mis compañeros me veían más como un crack que como un bicho raro es porque compartíamos ciertas aficiones. Las canciones nos proporcionaban una cultura compartida y un lenguaje común: solíamos quedar en casa de alguien para ver los programas pop de la BBC y, más adelante, los videos en VHS. Mi generación no es la de la eclosión de la música pop sino de la del videoclip. El orgullo que se sentía cuando ponías "Pass the Dutchie" de Musical Youth (un grupo de niños y adolescentes de Birmingham), que llegó a ser un éxito mundial y el primer videoclip de un grupo negro emitido por MTV, no tenía nada que envidiar a la sensación de satisfacción que produjo décadas después la candidatura electoral de Barack Obama.  

 

Un fenómeno que mucha gente ignora o no toma suficientemente en cuenta es que las comunidades asiáticas son el público más amplio de la música negra en el Reino Unido. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Apache Indian se convirtió en un héroe local indiscutible con su mezcla de bhangra y ragga. Solamente disfrutó de algunos éxitos pero su gancho cultural y comercial era mucho más grande de lo que indicaron sus breves incursiones en los 40 Principales. Así como Manolo Escobar se quejaba de que no se registraran buena parte de sus ventas porque sus fans se surtían de los casetes en gasolineras, el público de Apache Indian solía frecuentar tiendas del barrio cuyas ventas no se reflejaban en las listas oficiales. Si tenemos en cuenta los gustos y expresiones populares de una población multiétnica y, en menor medida, interclasista, no es casualidad que el primer gran núcleo de lo que se llama en el ámbito universitario “estudios culturales” tuviera su cuna en mi pueblo aunque, hay que reconocerlo, no fuera consciente de su existencia hasta que empezase la carrera en la ciudad de las togas y birretes negros.

El Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies se formó en 1964 liderado por Richard Hoggart; Stuart Hall, nacido en Jamaica y educado en Oxford, fue su director desde 1968 a 1979. Disfrutó de su época de máxima repercusión tanto académica como mediática a finales de los años setenta con el estudio de las llamadas subculturas, un término que dejó de significar infra-cultura para convertirse en icono de la resistencia. Como ya hemos visto, había tensiones raciales desde antes, pero la situación se agudizó como resultado de la crisis económica y el aumento del paro, que en ese momento alcanzó cifras históricas en Inglaterra. Si la Transición española se considera más ejemplar en el extranjero que en el interior, es irónico que uno de sus pilares más problemáticos fuera dar por sentado que culturas como la mía eran modelos dignos de imitar. Cuando uno se fija en los discursos que circulaban por  aquel entonces en España, se nota la recurrencia casi patológica de términos como "democratización" o "normalización". Por un lado, después de casi 40 años de franquismo, eran metas nada desdeñables; pero, por otro lado, incurrían en el error de hablar como si los países vecinos fueran indiscutiblemente "normales" y "democráticos". No estoy tan convencido de que fuera así.

Ahora que Peaky Blinders (2013-) se ha puesto tan de moda, le recomendaría al lector otra serie de la BBC ambientada en el no siempre tan subterráneo mundo delincuente de Birmingham: Gangsters (1976-78), un retrato bastante fiel de las discotecas y bares de la época donde se puede ver, con tintes tragicómicos, cómo el racismo era el pan de cada día para un alto porcentaje de los ciudadanos considerados de segunda categoría, a los que a menudo les prohibían el acceso a la mayoría de los locales nocturnos.

Grupos políticos y politizados como Steel Pulse y, más adelante, The Beat y UB40 (que tomaron su nombre del nombre oficial de la tarjeta del paro), se componían de integrantes blancos y negros a través de unos vínculos comunes forjados por  la música y la exclusión. La lengua común del ostracismo social explica hasta cierto punto la unión del reggae y del punk, mientras temas como "Ku Klux Klan" de Steel Pulse (una imagen distópica de un futuro en el que el acoso policial ha dado paso directamente a linchamientos) se convirtieron en himnos urbanos.

Como se puede entrever en estudios ya canónicos como Subculture: The Meaning of Style de Dick Hebdidge, el Centre for Contemporary Cultural Studies disfrutó de un activo campo de estudio en su vecindario. No obstante, la primera etapa del Centro siempre me pareció lo más estimulante: lo que más me gusta de Uses of Literacy (1957), el antecedente del centro y de la naciente disciplina, es que Hoggart toma la cultura popular en serio pero no entra en el terreno de "todo vale" que, por desgracia, se ha convertido en la tónica general de los estudios culturales a partir de los 80. Los pecados del hijo no siempre se heredan del padre, pero en este caso se pueden identificar las semillas de esta decadencia ya a finales de los 70 cuando los discursos elaborados por el centro surgieron en gran parte como reacción a lo que estaba pasando, tanto a nivel político como cultural, en la segunda ciudad de Inglaterra. Sin negar el gran valor innovador tanto ideológico como intelectual de los estudios del centro, siempre he tenido mis reservas acerca de una deificación de los oprimidos. Los estudios sub-culturales no siempre han coincidido con lo que he visto y escuchado a mí alrededor. En cuanto al caso que nos ocupa, cuando empecé a leer las publicaciones de la universidad local sobre la ciudad de mi infancia, eché en falta el sentido lúdico de esos años y esa música que se puede observar claramente en el videoclip, ritmos y letras de "Pass the Dutchie" que reemplazó astutamente la palabra kouchie (“porro”) de la canción original del conjunto jamaicano The Mighty Diamonds, por una referencia a “dutchie”, un artilugio de cocina especialmente popular entre las abuelas.  

A grupos como Steel Pulse o UB40 les costó firmar contratos discográficos dado que muchos de los mandarines les consideraban menos auténticos por haber nacido en Inglaterra en vez de en el Caribe. Uno de los tics recurrentes de la prensa musical y los medios supuestamente avanzados es la "autenticidad"; después de varios años reflexionando sobre la cuestión, he llegado a la conclusión de que se trata primordialmente de una obsesión de los blancos de la clase media. Joe Strummer, el hijo de un diplomático que se rebeló contra su educación privada y privilegiada, habla de este fenómeno en la que quizás sea la mejor canción de The Clash, "White Man in Hammersmith Palais". La canción trata de la sorpresa que le esperaba a Strummer cuando fue a ver algo auténtico, llevado directamente de Jamaica a Londres, y se encontró con un público negro entregado a un espectáculo completamente showbiz. Bob Marley, harto de tocar delante de audiencias mayoritariamente blancas, aceptó bajar su caché y ser el telonero durante una gira de The Commodores, el grupo original de Lionel Richie, para llegar a un público negro. Lou, una mujer de Barbados que trabajó como canguro en mi casa, solía complementar su sueldo trabajando como extra en televisión. Era una cincuentona que se preciaba de tener cierta holgura económica y de lucir ropa elegante; cuando un día fue a los estudios de la BBC para salir en una especie de reality social como votante afrocaribeña, la mandaron a casa por ir demasiado bien vestida.

Fue especialmente en las postrimerías de la elección de Margaret Thatcher como primera ministra en 1979 cuando empezó a cundir una excesiva politización y teorización entre ciertos comentaristas del Reino Unido en todos sus ámbitos. No hay documental acerca de los primeros años de la Dama de hierro que no incluya el videoclip de "Ghost Town", la canción de The Specials, para mostrar el declive brutal de las "grandes" urbes como consecuencia del desempleo y de las secuelas del capitalismo rampante que absuelve al estado de sus funciones y rinde pleitesía a la privatización. El tema llegó al número uno durante el verano de 1981 en la misma semana en que, para echar mano de una de las estrofas más recurrentes de la música reggae y ska, Babilonia ardía, en forma de disturbios violentos en varias ciudades inglesas. El epicentro de la tensión callejera en Birmingham se situaba en Handsworth donde, cuatro años más tarde, volvieron a registrarse disturbios que, en esta ocasión, lamentablemente produjeron víctimas mortales. Dado que el primer elepé de Steel Pulse se tituló Handsworth Revolution, llegó a alcanzar el estatus de banda sonora de tiempos rebeldes, aunque su inclusión hubiera resultado demasiado obvia en el documental Handsworth Songs (John Akomfrah, 1986) que intentó contextualizar la erupción de violencia bajo un panorama diacrónico de colonialismo y racismo.

A partir del gran éxito comercial internacional de Labour of Love (1983), una colección de versiones de clásicos populares, e incluso populistas de reggae, casi de la noche a la mañana un grupo como UB40 empezó a ocupar un espacio mediático en las antípodas de antiguos vecinos y compañeros de carretera como Steel Pulse o The Beat. Estos últimos también habían hecho versiones bastante anodinas de canciones de artistas tan variopintos como Smokey Robinson ("Tears of a Clown") y Andy Williams ("Can't Get Used to Losing You"), pero demostraron su credo rebelde con "Stand Down Margaret", un ruego para que la Thatcher ofreciera su carta de dimisión, que se convirtió en un verdadero clásico de las manifestaciones contra su gobierno. La división maniquea de la cultura entre sus variedades comprometidas, por un lado, y evasivas, por otro, tuvo mucho peso en las revistas y los periódicos, aunque no necesariamente en la vida de la gente, por lo menos no en mi ambiente, pese a que estuviéramos metidos en un entorno bastante politizado. Por ejemplo, la visión romantizada de la música punk y reggae como almas gemelas de rebeldía nunca, a mi modo de ver, tuvo suficientemente en cuenta lo que mi colega Vicente Rodríguez Ortega da en llamar “la suspensión ideológica de la pista de baile”. Un alto porcentaje de los skins eran unos enamorados incondicionales del reggae y del ska, y a menudo eran más proclives que los liberales políticamente correctos a ir a los bolos negros; por muy inverosímil y hipócrita que parezca, no olvidemos que Bob Marley logró entrar en el mercado inglés debido en gran medida a la versión que Eric Clapton hizo de "I Shot the Sheriff".

Mis simpatías hacia la ética y la estética de la Movida (que nunca he visto como una imitación descafeinada del punk británico) junto a mi rechazo casi visceral al puritanismo de ciertos cantautores radican en mi propia biografía musical y social. Cuando uno se fija en muchos de los videoclips de los grupos de Birmingham de los años 80 (merece la pena volver a ver "Rio" de Duran Duran, otro conjunto globalmente famoso de Birmingham, o "Shot in the Dark" de Ozzy Osbourne), se nota la obsesión con el glamour, los bienes materiales y todo lo inalcanzable en un contexto proletario. Aunque sea típica del estilo MTV tan ubicuo en esa época, también es verdad que representan de una manera paradójicamente auténtica las aspiraciones de la gente de mi colegio y de mi barrio, por mucho que ofenda a ciertos ideólogos de izquierda.

Si el lector se encuentra algún día en el barrio londinense de Highgate, le aconsejo que, en vez de pagar cuatro libras (ocho con guía) por hacer una visita a la lápida de Karl Marx, que visite al 507 Archway Road para ver la casa muy humilde en la que nació Rod Stewart. No solamente van a entender mejor su obsesión con la cultura californiana y esos videos tan populares entre nosotros como "Baby Jane", sino también el cómo y el porqué del beneplácito masivo por parte del público chileno cuando se ofreció el primer concierto de un mega-estrella anglo-americana en el Estadio Nacional en 1989, un año antes de la llegada de la gira de Amnistía Internacional. Una de las pocas verdades completas en las memorias de Tony Blair es cuando comenta que se dio cuenta muy pronto de que, para ser capaces de ganar unas elecciones, hacía falta que el partido laborista atrajera no solamente a los seguidores de Billy Bragg sino también a los fans de Duran Duran. Para bien o para mal, lo consiguieron de una manera análoga a la de Felipe González y los suyos unos 15 años antes. Si he aprendido algo tanto de mi educación sentimental de los años 80 como de mis investigaciones sobre la España de la Transición es que la cultura casi nunca es apolítica pero tampoco se puede reducir la cultura a la política.