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Compren mi libro

Sant Jordi como hoguera de las vanidades
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Juan Carlos Monedero me ha dejado el asiento calentito y yo soy de los que nunca se sienta en una silla caliente por repugnancia. Estamos en el stand de la librería Alibri, en la Rambla de Catalunya. Es Sant Jordi, el primero al que asisto como autor y espectador. A lo largo del día confirmaré que soy de los escritores que asisten más como lo segundo, para ver cómo otros firman. Monedero accede a las peticiones de sus fans, mujeres en su mayoría. Un escritor me comentará luego que sólo he presenciado los instantes residuales de su firma. La cola era espectacular, como la de cualquier personaje mediático que publica un libro de lo que sea. Pienso en Monedero comiendo el roscón de Reyes en casa de Carmen Lomana y recuerdo que el fin de semana anterior vi a Luis Alegre, de la cúpula de Podemos también, comiendo de un táper, solo, en un banco de Lavapiés. Las mujeres que en este momento se acercan a Monedero tienen unos cincuenta años en promedio y se toman fotos abrazadas a él. Tengo ganas de hacerme una foto también, pero luciendo morritos. Dudo y desisto, no me parece que sea un tipo que comparta mi sentido del humor. Se despide de las últimas señoras que lo rodean y está por irse cuando alguien grita: “¡Monedero, soy uruguasha!”.

La señora llega a la carrera acompañada de su hija.

—Mi madre es fan, siempre envía mails a Podemos desde Uruguay —me explica la hija sin que yo diga nada.

—Uruguaya, combativa —alaba Monedero a su fan.

La señora se emociona y se retratan juntos. El asiento se ha enfriado y tomo mi lugar. Un empleado de Alibri se disculpa conmigo porque Monedero me ha robado unos minutos de mi firma. La casta de los personajes mediáticos. Uno siempre termina convirtiéndose, de una forma u otra, en aquello que critica.

A mi izquierda, una señora mayor recibe la visita de amigos y familiares. Es rubia y luce uno de esos peinados inflexibles de peluquería. Profesión: farmaceútica. Se llama Dory Sontheimer. Es la autora de un libro fascinante del que no había escuchado, Las siete cajas, una biografía familiar revelada a partir de siete cajas que sus padres escondieron y que contenían su pasado judío, oculto para protegerla. Gran parte de su familia fue asesinada por los nazis. La señora Sontheimer me comenta lo duro que le parece el mundillo literario. Anoto su biografía como una lectura pendiente. No importa si está bien escrita, la historia me interesa; un productor de cine con buen criterio convertiría su libro en un éxito comercial.

Dos asientos más a la izquierda, Pablo d’Ors, el autor de Biografía del silencio, un libro que se agota todas las semanas en la librería donde trabajo, es el mejor ejemplo de su manual para meditar. Parece la estatua de un santo. ¿Dónde están los miles de lectores que han leído su best seller, meditando en un parque?

Son las dos de la tarde. Acaba mi primera firma. Parto hacia el barrio de Gràcia con Ángel Gracia, autor de Campo rojo, una novela sobrecogedora sobre los abusos que sufrimos o cometemos durante la vida escolar, sobre la vida en el extrarradio y la pobreza. Brindamos por nuestro viaje hacia la nada con unas cervezas. Barcelona es una fiesta de rosas y puestos de libros por todas las calles. Yo sumaría puestos de comida ambulante para que la fiesta estuviera completa. Me separo de Ángel y llego a la carpa de Laie en La Pedrera. Todos los negocios alrededor son franquicias. Por un momento siento que podría estar en Los Ángeles o en Lima. Las grandes cadenas de tiendas son la malahierba de las ciudades y los turistas, esas hormigas que, sin importar cuantas pises, siempre estarán ahí para incomodar.

En Laie han colgado una foto mía que me gusta mucho. Al menos seré el más guapo de los autores. Comparto mesa con Javier Sierra, ese escritor de best sellers nacido de un programa esotérico de la televisión que dio el salto a la escritura para revelarnos los supuestos misterios de la Historia. Firma unos doce libros en veinte minutos y se marcha. Dice que es mala hora para firmar; está enfadado, pero intenta disimularlo. La chica de prensa que lo acompaña asiente cada uno de sus comentarios. El otro autor es Juan Trejo, el último ganador del premio Tusquets. Trejo y el joven de la editorial que lo acompaña visten traje oscuro y camisa blanca. La novela premiada, recuerdo, fue vapuleada en dos suplementos culturales donde todos los escritores quieren ser venerados. ¿Habría firmado Trejo algún ejemplar si las críticas hubieran sido favorables? Me retiro diez minutos antes de completar mi hora, con una moleskine que Laie me ha regalado en agradecimiento.

Llego corriendo a Al Peu de la Lletra, en el Exaimple, una librería que también es papelería. Hay dos mesas en la acera, una con mi novela y otra con la de Ángel Gracia. El dueño nos pide que le firmemos un ejemplar de nuestros libros. Será el único que firmaré en todo el día. Me encanta el cartel y el nombre de la librería; también el local, que parezca un negocio familiar, como sospecho que lo es. La siguiente parada es el Fnac de L’illa. Vamos andando con Ángel. Allí debemos reunirnos con David Monteagudo. Compartiremos carpa con Megan Maxwell, una autora de novela romántica que tiene más de setenta mil seguidores en Facebook; Cristina Soria, la coach de algunos programas basura de Telecinco como Gran Hermano Vip; Petros Márkaris, el autor griego de novela negra al que no he leído aún; Antonio Lobato, el conductor de los programas de Fórmula 1; Juan Eslava Galán, ese todólogo de la escritura. Con Ángel nos burlamos de los fans de Megan Maxwell, hacemos bromas crueles, envidiamos de verdad a Markaris y disfrutamos que Cristina Soria apenas tenga público.

Lo mejor sucede cuando una adolescente se acerca a Patry Jordan, una youtuber que da consejos de belleza y que sigue firmando ejemplares de su Secretos de chicas pese a que su turno ya ha terminado. La adolescente quiere que le firme Aquí cada cual con sus cosas, un libro catalogado como autoayuda escrito por otra youtuber que se hace llamar Yellow Mellow, detalle del que recién me entero escribiendo esta crónica. Patry Jordan se niega con una media sonrisa. La adolescente insiste. Patry empieza a hacer honor a su diminutivo con eco matón. Pero la adolescente gana y consigue que le firme el libro ajeno. Monteagudo llega tarde en muletas, ya me habían contado de su accidente en moto. Aguantamos unos minutos más y subimos a un taxi rumbo a Laie CCCB. El tráfico es tremendo. Me pregunto si no habrá un lector mío perdido en esa maraña de coches. Hay vendedores de rosas en cada esquina, sobre todo adolescentes. Las tradiciones se adquieren a una edad temprana, y Barcelona es un campo fértil.

En el otro Laie había preguntado cuán importante era Sant Jordi para la economía de la librería. Me aseguraron que representaba apenas un diez por ciento de sus ventas anuales. Yo habría jurado que podía ser el doble, teniendo en cuenta que al momento de irme se empezaba a formar una cola muy larga esperando a María Dueñas. Pero no todos los que firman son la señora Dueñas; mírenme a mí, o a Trejo y su premio.

En Laie CCCB, Miguel Noguera se toma la última foto con su último fan. Hemos llegado veinticinco minutos tarde; es decir, Noguera ha triunfado. Luego nos dirán que firmó más de lo esperado. Monteagudo es nuestro best seller, atiende a dos lectores. Ángel mira su móvil. Yo me he encontrado con dos colegas que llevan la web pieglosuelto.com. A los tres nos regalan una moleskine antes de marcharnos. He tenido suerte de estar acompañado por dos escritores divertidos. Y he confirmado una vez más que soy parte del proletariado del mundillo literario. Sé que al volver a casa mi mujer me preguntará cómo me siento. Pero esta vez no me embarga ninguna frustración. Cuando sabes lo que va a pasar no tiene sentido tejer ilusiones. Dudo que regrese a Sant Jordi, ni siquiera como espectador sin disfraz de autor, pues no soy asiduo a las fiestas tradicionales, aun cuando ésta gane como la más saludable. Una rosa es una rosa es una rosa.

 

Petros Márkaris firmando libros en Sant Jordi. Foto de la librería Negra y Criminal.