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Borrachera a la salud de Václav Havel

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Lo decía (más o menos así) el bueno de Stanislavsky. Si en el escenario no hay verdad, es imposible que el espectador reciba verdad. Si los intérpretes no experimentan en un sentido auténtico las emociones invocadas sobre las tablas, el público no verá otra cosa que impostura. Una flaqueza que no se podrá recriminar nunca a los integrantes de la compañía checa Spitfire. El grupo fundado hace nueve años en Praga tiene como objetivo el de crear unos espectáculos que reivindican lo auténtico como materia creativa básica, más próximos a la performance que a la tradición escénica clásica.

Se trata de algo tan simple y a la vez tan complejo como invitar a los intérpretes a explorar y exponer sus propias emociones. A formularse cuestiones existenciales y encontrar un lenguaje físico apropiado a cada tema, y en consecuencia distinto para cada una de las piezas presentadas. No hay método preconcebido, sino un procedimiento a medida de cada espectáculo. Y así es como las dos actrices de Antiwords, la obra de Spitfire programada los días 3 y 4 de diciembre en la Sala Hiroshima de Barcelona, se exponen a una borrachera auténtica a la salud de Václav Havel. Porque beber cerveza, una mediana tras otra y a poder ser de un tirón, es la principal ocupación de ambas intérpretes en la hora escasa de representación: ocho litros por barba, trago arriba trago abajo, en una pieza preñada de humor absurdo, que desata las carcajadas del público (la situación deviene hilarante desde el minuto uno) y de las intérpretes (¿quién es capaz de mantener la risa floja a raya con tal cantidad de alcohol en las venas?), pero que acarrea un trasfondo de incomunicación, ansiedad y alienación. Pero claro, esto hay que explicarlo un poco mejor.

 

Así se gestó el éxito

Antiwords nació tras una invitación a Spitfire a participar en un festival en Washington dedicado a celebrar la vida y la obra de Havel, fallecido en 2011. Desde la compañía decidieron recrear y reinterpretar Audiencia, una de las obras más conocidas del escritor y político encarcelado por su disidencia frente al régimen comunista y que acabaría siendo el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República checa. “El objetivo era elegir una de las obras de Havel y recrearla para darle una forma distinta. Para lograrlo elegimos a dos intérpretes femeninas para dos personajes masculinos. Las máscaras que utilizan remiten a los políticos ojerosos, pero ahí está la cerveza también. La intención era representarlo sólo en el festival de Washington, pero obtuvimos mucho éxito y desde entonces lo hemos ido mostrando en todo el mundo”, cuenta Tereza Havlíčková, fundadora de Spitfire, intérprete de Antiwords y productora del grupo. Antiwords llega a Barcelona en una escala de la larga gira de exhibición que, por lo demás, es marca de la casa en Spitfire. Desde la propia compañía cuentan que en su país existe una larga tradición para el teatro gestual y mestizo (danza, música original, elementos visuales, texto), pero el grupo ha conseguido despuntar y es uno de los más aclamados en los circuitos internacionales.

Sobre el escenario, todo comienza así: dos mujeres (Jindřiška Křivánková y la propia Havlíčková) vestidas de hombre y con sendos cabezudos idénticos bajo el brazo (papel maché moldeado por la artista Paulina Skavova) realizan un recorrido medido y coreográfico, gestos menudos idénticos en una y otra, con destino a una vieja mesa de madera flanqueada por dos sillas que ocupa el centro del escenario. No tardaremos mucho en conocer la devoción de ambos personajes por la rubia espumosa, ni en caer rendidos en brazos de la comicidad surreal que envuelve toda la pieza, carente de texto salvo por la voz en off machacona que incita una y otra vez a una nueva ronda.

“La obra tiene lugar en una pequeña cervecería checa en 1975”, cuenta Tereza Havlíčková. “En esa cervecería se ve obligado a trabajar Vanek, un dramaturgo censurado por el régimen comunista, y que supone una caracterización apenas velada del propio Havel. Resulta evidente que su superior ha recibido el encargo de espiarle, una situación que provoca un enredo cómico de espionaje y engaño, con muchas cervezas consumidas”, prosigue esta bebedora por exigencias del guión, que reconoce haber disfrutado mucho de la algarabía etílica en las primeras funciones de Antiwords pero ahora contempla casi como una tortura la exigencia del trago continuo.

El primero llega apenas un par de minutos después del inicio de la función. Recordemos: tenemos a dos mujeres con vestimenta masculina (idénticos pantalones de pinza marrón, camiseta interior blanca sin mangas) y cabezudo bajo el brazo trazando un recorrido coreográfico hacia una mesa con dos sillas. Antes de llegar, y sin dejar que la figura en papel maché abandone el lugar de reposo bajo su brazo, cada una de las intérpretes tomará una mediana con la mano libre y la colocará en posición erecta entre sus rodillas. El collar de cuerda que ambas llevan en torno al cuello mostrará el colgante escondido entre la piel del pecho y la camiseta: un abridor metálico, con el que procederán con el botellín de cerveza. La gesticulación necesaria para trasvasar el líquido desde la jaula de vidrio entre las piernas hasta la jarra, agitándose para aprovechar hasta la última gota, servirá como declaración de partida del tono de la propuesta: humor absurdo, ya se ha dicho, servido en forma de teatro físico con una pincelada de danza y un telón de fondo musical compuesto a medida para el espectáculo.

Así se inicia una suerte de cuenta atrás de una hora escasa que incita a otras evocaciones cinematográficas, como la del reo Paul Newman en La leyenda del indomable engullendo un huevo cocido tras otro en febril competición: ha apostado que es capaz de comer 50 en una hora. Aunque, en el caso de Antiwords, pronto veremos que la competición no es tal cosa, lo importante es la simulación de la disputa y la estilización de las dinámicas de poder que se establecen alrededor de la mesa, ahora ya con las dos contrincantes camufladas bajo sus máscaras.

No importa quién gane o pierda, quién mande o quién obedezca en la invitación forzada a beber de nuevo porque los roles se intercambian continuamente. El opresor que incita a una nueva ronda a un empleado falsamente servil, que trata de liberarse de la carga vaciando la copa bajo la mesa cambiará de posición física unos minutos más tarde para intercambiar posiciones con su contrincante y tomar las riendas del combate entre bebedores. De paso, el cambio de sillas servirá como paréntesis para que, por turnos, una de las participantes haga mutis tan sólo un momento, lo suficiente como para una rápida visita al lavabo en pos de un reequilibrio de los fluidos corporales.

El intercambio de posiciones servirá también para evidenciar los efectos de las cervezas sobre los actos de las actrices, cada vez más bamboleantes, cada vez más risueñas, en un viaje rápido hasta la carcajada incontenible y contagiosa. “El mayor reto de este espectáculo es actuar mientras estamos bebiendo cervezas de verdad”, confirman desde el grupo. “En las primeras representaciones resultaba divertido beber cerveza. Ahora ya no. Es todo un reto. En cualquier modo, los efectos de la cerveza hacen que en cada función el espectáculo sea un poquito diferente”, admite Tereza Havlíčková.

Antes de llevarla a Barcelona, una de las recientes interpretaciones de Antiwords tuvo lugar en el centro checo de Tel Aviv, en el marco de los actos conmemorativos del 25 aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas checo-israelíes, y el cuarto de siglo también de la primera visita del presidente Havel a Israel. Antiwords supone la primera aproximación de Spitfire al mundo del escritor y político, pero previsiblemente no será la última. “Hemos conocido al director de la librería Václav Havel, y vamos a recrear más obras suyas”, afirman desde la compañía.

 

Spitfire, Hiroshima y el festival Sâlmon

La actuación de Spitfire en Barcelona se enmarca en el programa del festival Sâlmon, que organiza el Mercat de les Flors en colaboración con diferentes salas de la ciudad. El Festival se ha convertido en un espacio de referencia para la creación más díscola, entendiendo por tal cosa toda propuesta empeñada en fracturar límites de género y lenguaje, en dinamitar modelos y paradigmas. La escena contemporánea está demostrando cada vez con más vehemencia la riqueza de la mezcla. La danza, el texto, las artes visuales, el cine, el circo, se ponen a trabajar juntos en propuestas donde la iluminación dice tanto como la palabra, donde la escenografía reclama el mismo protagonismo que el actor. Y el Sâlmon es un mirador a las propuestas internacionales que rompen esquemas, algunas a cargo de colectivos de creadores tan interesantes como El Conde de Torrefiel (con La posibilidad que desaparece frente al paisaje, un recorrido narrativo dislocado por diez ciudades europeas que conduce a los rincones más oscuros de la mente humana) o Sonia Gómez y su personalísima manera de entender la danza contemporánea. Todo aquello que no puede guardarse en un cajón perfectamente rotulado sino que podría encajarse en diferentes categorías y no acaba de cuadrar con ninguna es susceptible de ser programado en el Sâlmon. Una plataforma interesantísima para el diagnóstico de la vitalidad del arte escénico hoy que, sin embargo, no tiene una correspondencia efectiva en los circuitos de exhibición. Los organizadores del festival saben que el público llena las salas para ver qué se cuece en los fogones más innovadores. Pero luego los teatros no darán cabida a estos creadores en el diseño de sus temporadas. Su destino será peregrinar, cual grupos de rock en plena gira, por los festivales internacionales más inquietos, como el que ahora trae hasta la Sala Hiroshima las peripecias de un dúo de intérpretes que beben cerveza a la salud de Václav Havel. 

 

Antiwords se representa en la sala Hiroshima de Barcelona los días 3 y 4 de diciembre.