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Tras la estela de los obreros filósofos

Constructivo: Contra la arquitectura estéril
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Había una vez un hombre con cuerpo y planta de triunfador, mirada inteligente, espíritu crítico y un afilado sentido del humor. Un tipo-paradoja. Se hizo actor y podría haber tenido a sus pies los mejores papeles de conquistador con fortuna. Pero le hervían por dentro el inconformismo, las ganas de pensar e incitar a la reflexión. No quiso comerse el pastel dulce que la televisión, el cine y el teatro le habrían entregado con gusto. En su lugar, prefirió meterse él mismo en la cocina para inventar su propio recetario con ingredientes inesperados. Mucho más divertido. Mucho más arriesgado. Mucho más interesante.

     Ese tipo, Ernesto Collado, estableció hace unos años una simbiosis vital y profesional con la artista belga Barbara Van Hoestenberghe. Entre otras muchas aventuras, la Fundación Collado-Van Hoestenberhe es la impulsora de un espectáculo, Constructivo, que se representa hasta el sábado en la recién inaugurada sala Hiroshima de Barcelona. Un espectáculo a dos en el que, por una vez, Ernesto ha cambiado de pareja (artística, que no afectiva). Le acompaña Piero Steiner, un actor al que tampoco encajan las etiquetas más evidentes. Su talento guarda una relación de inversa proporcionalidad con su estatura menuda. Dos tipos de tipo distinto pero hermanados por una misma manera de entender el mundo. Dos actores con ganas de contar, desde la razón y desde las emociones. Idéntico empeño por no conformarse, por bandear convenciones teatrales, por trasladar la verdad al centro mismo de la escena. Y por dejar que el humor, sin forzarlo, se cuele en su trabajo.

     Juntos, Piero Steiner y Ernesto Collado han creado un artefacto más próximo a la experiencia que al espectáculo. Una performance teatral distinta cada noche porque su estructura no es un guión ni un texto escrito, sino un argumentario. Una crítica doble, un díptico aparentemente disperso pero íntimamente vinculado. Constructivo es una mirada demoledora a la arquitectura contemporánea, a su esterilidad, al sacrificio del contenido en aras de la estética. A la imposición del qué bonito sin reparar en el qué incómodo. Pero al mismo tiempo hurga en los modos de uso de la vida contemporánea, en la obsesión por el ser sin tener en cuenta el estar, en los textos, las palabras, los discursos estériles. Los edificios no sirven si no están pensados para habitarse. Las ideas no tienen sentido si las enunciamos sin vivirlas. Dicho a la manera de sus creadores, se trata de repensar la arquitectura e imaginar el futuro. Que tiemblen los promotores del urbanismo del pelotazo y los starchitects. 

     “Conocí a Piero cuando yo empezaba a hacer teatro. Con su compañía, Los Los, Piero interpretaba el espectáculo Pourquoi pas, una obra redonda que representaron durante seis o siete años y fue crucial para los actores de mi generación. Desde entonces, Piero era un ídolo para mí”, cuenta Collado. Con el tiempo, la admiración se fue convirtiendo en mutua. De la cocina-laboratorio del actor Collado empezaron a salir espectáculos únicos, y Piero Steiner figuraba entre el público habitual de sus propuestas. Las circunstancias, o mejor el deseo de propiciarlas, cruzaron sus caminos. Llegó el momento de proponerse una colaboración.

    “Enseguida tuvimos una conexión al 100%. Nos hemos encontrado en un momento en que los dos nos necesitábamos. En mi recorrido personal, he ido dando un tono discursivo a mis espectáculos. Necesitaba la emoción. En cuanto a Piero, su camino ha sido un poco a la inversa. Tiene un don especial para las emociones. Además de una calidad humana excepcional. Tenemos un mismo modo de ver la vida”, añade. No hay, pues, ningún texto fijado. Pero tampoco una improvisación total: “El discurso siempre es el mismo”. Cada noche, Piero y Ernesto saltan al ruedo con una conciencia exacta de a dónde quieren llegar, pero sin conocer con precisión el camino. Tienen, eso sí, un consenso sobre las escalas del viaje, y a modo de brújula un código preciso, un metalenguaje que les permite comunicarse más allá de lo que sus palabras puedan significar para el público. Algo así como “cuando yo diga belleza tú te pones a hablar de suerte”.

     Podemos ver, en todo caso, cómo empieza todo. Un hombre arrodillado, los brazos en cruz y la cara mirando a la pared, va acogiendo con estoicismo una pila cada vez más alta de ladrillos sobre sus espaldas. Su cuerpo se transustancia en una escultura inquietante mientras él, aparentemente ajeno a la incomodidad de la carga, comparte una anécdota familiar, íntima. La del día en que su padre, postrado en la cama, le pidió que le llevara la dentadura. No llegó a ponérsela. Cuando acudió a cumplir el encargo, el padre había muerto. “Quería decirme algo, seguro. Por eso quería los dientes”, repite. Qué peso tan grande, vivir siempre con semejante duda instalada a horcajadas sobre los hombros.

     En Constructivo, Piero se llama Luigi Maestrini y Ernesto Collado toma el nombre de Rafael Lanza. Son dos amigos de verdad, si bien atípicos. Obreros de la construcción y a la vez filósofos. Estuvieron siete años trabajando en una obra faraónica en Suiza: el acelerador de hadrones. Meses y meses excavando el mismo túnel sin haberse cruzado más que algún saludo miope. Un día de libranza se encontraron a la puerta del cine. Se reconocieron, casi un milagro. Y se pusieron a compartir piso con otros obreros, un turco y un polaco, con las mismas inquietudes y el mismo empleo.

     Cuatro obreros filósofos que no comprenden el sentido de su trabajo pueden ser muy peligrosos. “Edificio que no cobije, abajo”, es su lema. También pueden ser muy creativos. Así que inventaron un juego para explicarse el oficio y la vida. Un juego de carteles con palabras-mensaje escritas: Éxito, suerte, soledad, necesidad, curiosidad, plan. Solían matar las horas en el piso compartido con este entretenimiento: cada participante debía explicar a los demás qué significan para él estos conceptos. Cómo los habita. Ahora el obrero turco y el polaco no están con ellos. En su lugar, les acompaña el público. Y como si se tratara de una visita de obras por la vida, los espectadores asisten a los avances de su juego. Están de pie, como ellos. Desplazándose por la sala, al igual que hacen Rafael y Luigi. Asistiendo en tiempo real a esta exploración del sinsentido cotidiano: edificios sin alma e inútiles para la función para la que fueron creados; vidas vacías porque no hay tiempo de habitarlas. “No sólo es una crítica, también es una propuesta. Por eso se llama Constructivo y no Demoledor, que es como queríamos titularla al principio”, cuenta Collado. “Hacemos una crítica feroz a la arquitectura contemporánea que no sirve para dar cobijo. Pero también hacemos una propuesta sobre cómo queremos habitar”, continúa Collado.

     El espectáculo puede representarse en cualquier ubicación (hay versiones para interior y aire libre, se ha hecho en una vieja fábrica de harina y en un centro cultural), pero encaja de maravilla en un espacio como la nueva sala Hiroshima. Las paredes aún huelen a pintura, no hay tarima, ni decorado, ni nada que se parezca a un teatro al uso, toda una declaración de intenciones para este equipamiento de iniciativa privada dirigido por el actor, bailarín y director de escena Gaston Core. Un equipamiento de 850 metros cuadrados, vieja fábrica de ascensores ahora dedicada a las artes del movimiento y la creación contemporánea en una ciudad como Barcelona muy necesitada de este tipo de espacios.

     Para la representación de Constructivo, unas cintas de plástico en el acceso a la zona de butacas disuaden al público de tomar asiento. Los actores-performers les quieren con ellos en la gran zona diáfana que ocupa el centro de la estancia. Una carretilla, los ladrillos del hijo crucificado, un martillo, alguna lona, la austera mesa del comedor del piso de Suiza compartido por los obreros, son la escueta escenografía. Como una sucesión de cuadros inspirados por las palabras-fuerza (Éxito, suerte, soledad, necesidad, curiosidad, plan) Luigi y Rafael van proyectando sus puntos de vista y, mientras incitan a pensar, van provocando también la sonrisa, a veces también la carcajada, entre los asistentes a esta particular visita de obra. Brota el humor, marca de la casa. “En ningún momento buscamos la broma ni el gag. La forma de hablar de los personajes es delirante porque la realidad supera la ficción. Pero ellos se lo toman todo con mucha seriedad, lo que ocurre es que las situaciones que plantean son cómicas”, señala Collado.

     Quedan pocos días para ver Constructivo en la Hiroshima, pero no hay que estresarse por las fechas. Constructivo ha llegado a la nueva sala, próxima al Paral·lel ,como parada de un recorrido de larga distancia. Viene de diversas ciudades catalanas, se ha paseado también por Argentina y Uruguay, este verano recalará en París, Les, Bilbao, Olot, Terrassa. Es sólo es el principio de un periplo que dará mucho más de sí en cuanto Piero Steiner baje un poco el ritmo de trabajo en espectáculos ajenos y pueda dedicarse en cuerpo y alma a un proyecto tan suyo que, hoy es día de paradojas, todos podemos sentir nuestro.