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Trashumantes de un teatro bastardo
¿Lo improbable es imposible? ¿Cuánto hay de excusa y cuánto de sentido común en no intentar algo con pocos números de salir adelante? La banda del fin del mundo está empeñada en evitar que te apoltrones escudándote en la teoría predominante. ¿No has oído hablar de Roy Sullivan, el guardabosques norteamericano que sobrevivió al impacto de siete rayos? ¿Sabías que la estadística te concede las mismas opciones de encontrar tu media naranja que de recibir la picadura de una serpiente venenosa? Deja que los chicos de La banda del fin del mundo, venidos de no sabemos qué galaxia, te cuenten y te canten historias reales como éstas, distorsiones fuera de lo común encaminadas a demostrar la posibilidad de lo improbable. La banda del fin del mundo es un grupo musical, también un concierto, y un espectáculo teatral. No necesariamente en este orden. Se trata, en todo caso, de la última aventura de David Climent y Pablo Molinero, constituidos desde hace 13 años como Loscorderos.sc, una de las compañías menos acomodadas del panorama escénico contemporáneo. “Somos una banda musical venida de otro planeta para traer un mensaje, el del apocalipsis de una manera de ver el mundo. Para nosotros, el teatro es un espacio excelente para cambiar los códigos de comprensión. Y el objetivo de esta banda es estimular la re-evolución”, cuentan a pie de escenario. Lo hacen con las artes del humor, que hay que ver cuánto se ríen algunos de sus espectadores con las exhortaciones, las rimas y la estética del grupo, pero con un doble fondo de desesperanza preñada de congoja.
Al principio fue el aula
David Climent y Pablo Molinero formalizaron Loscorderos.sc después de un largo periplo de coincidencias, entendidas como reuniones más o menos casuales a lo largo del tiempo. Comparten añada, 1977, y se vieron por primera vez en las aulas de la Universitat Jaume I de Castellón, donde junto a otros compañeros formaron parte del grupo teatral La Casual. Muchas idas y venidas, entradas y salidas después, una concepción similar de la realidad escénica y unas inquietudes en clara sintonía se aliaron para consolidarlos como compañía. Cuando, unos años más tarde, en la vida de Loscorderos.sc apareció Pilar López, responsable de producción, la pareja se convirtió en trío igual de bien avenido, ellos en la dimensión artística y ella en la parte de gestión. “No es que Loscorderos.sc trabajemos con Pilar, es que Pilar es también Loscorderos.sc,” remarca David: el concepto de colectivo no es sólo un lema, sino una auténtica manera de estar en el mundo de la creación.
Loscorderos.sc nunca han dejado de ser trashumantes. Porque si algo caracteriza sus trabajos es la negativa a acomodarse en fórmulas y esquemas. Tienen un sello muy claro y ese es uno de sus grandes logros, porque han sabido definirse a partir del cambio. La exploración de territorios diversos es su motor, porque les gustan los retos y porque por algo adoptaron la etiqueta de teatro bastardo para definir su trabajo. Se sienten a gusto en la mezcla, en la diversidad. En la exploración a fondo del potencial del movimiento corporal, la palabra, la iluminación (aquí la firma Cube.bz, responsable también del espacio escénico y de una atmósfera futurista, espacial o íntima, según la escena, con una magistral economía de recursos). En sus espectáculos también han hecho ensayos diversos sobre la ambientación sonora. Pero si hasta la fecha se habían especializado en el ruidismo como vía de expresión, ahora la ambición es distinta. “Solemos ir hacia el lado contrario de donde venimos: no nos gusta repetirnos. Ningún proceso de creación ha sido igual a otro. La conclusión es que no hay ninguna fórmula para crear”, explica Pablo.
Un nuevo protagonista rítmico
En La banda del fin del mundo, Loscorderos.sc se han encontrado a lo grande con la música. Ya era un ingrediente habitual en sus producciones, pero ahora ha cobrado un protagonismo mayúsculo. “La música y el sonido transmiten algo de una forma diferente a como lo hace cualquier arte. Te despojan de cualquier barrera. Queríamos investigar, apropiarnos de sus mecanismos de comunicación, que son directos, instintivos”, cuenta David Climent. En La banda del fin del mundo “el marco del espectáculo es el de un concierto, y el sonido hace de hilo conductor de la pieza. No hay escenas teatrales sueltas”, añade. Pablo Molinero define el espectáculo como “un concierto con una obra de teatro dentro, o al revés”. En resumen, decidieron “intentar comprender los mecanismos del ritmo, la emoción, la melodía, y aplicarlo a nuestro trabajo”.
No fue una idea preconcebida porque no trabajan con esquemas inamovibles, sino el resultado natural de un proceso. “A nuestra manera de trabajar la llamamos acelerador de partículas. Van lloviendo los elementos de una forma simultánea, van apareciendo materiales sonoros, filosóficos, textuales. Nos interesa que también a nosotros nos sorprenda lo que estamos contando, queremos vivirlo en paralelo al público”, cuenta David. En el caso de La banda del fin del mundo, lo que ocurrió fue lo siguiente: “Los textos que íbamos escribiendo para el espectáculo estaban más cerca de la poesía que del formato teatral. Tenían forma de canción”. Como ninguno de los dos es músico, decidieron buscar la colaboración de una especialista en la materia y sumaron esfuerzos con la cantante danesa Pia Nielsen, Miss Q, que ha multiplicado los decibelios de su espectáculo y le ha aportado el magnetismo de su voz exquisita, el tinte pretendidamente naïf y a la vez conmovedor de sus letras, una presencia magnética en su impecable traje de novia/reina de la improbabilidad.
Pablo y David no son cantantes ni músicos pero se atreven a jugar a serlo (mucho más lo primero que lo segundo: aquí hay chorro de voz y afinación solvente), y así son tan protagonistas como Nielsen de la faceta sonora, metiéndose en la piel de la estrella rock mediática y algo trasnochada (“bona nit, Barcelona”) de esta banda del fin del mundo. Y en su rol de extraterrestres iluminados y apologéticos, demuestran una clarividencia tan primaria como paciente con sus obtusos receptores. Son músicos con un mensaje, pero no es tan sencillo convencer a su auditorio de que lo improbable no es imposible.
“No hay nada más improbable que la vida, y aquí estamos”, dicen. Quieren convencer a los habitantes de este viejo mundo de la necesidad de re-evolucionar. De dinamitar miedos y escleróticos pensamientos incapacitantes y lanzarse a la conquista de la utopía.
Junto a la música, otro rasgo característico de este espectáculo es una mayor presencia de la palabra. David y Pablo son autores de sus propios textos, una pluralidad de talentos que, lejos de ser reconocido y valorado, es visto casi a menudo casi como un signo negativo. Mucha admiración hacia los hombres del Renacimiento, vienen a decir nuestros dos protagonistas, pero el mundo híper especializado de hoy no es capaz de tener en justa consideración la capacidad de dedicarse con igual solvencia a la escritura que a la interpretación, la dirección y hasta la música, como en este caso. Pero estos son corderos con fuerza de lobo y no se arredran. En La banda del fin del mundo su escritura refleja la voluntad de conectar con el espectador. Si en otros espectáculos se les acusó de ser algo crípticos, aquí las ideas fuerza fluyen con una agilidad incuestionable.
En la Sala Hiroshima de Barcelona el aforo resulta exiguo para albergar a sus incondicionales. Hay voluntades rendidas de antemano a la capacidad de seducción de Loscorderos.sc. Pero hay también miradas vírgenes que, acabada la hora escasa de espectáculo, se habrán convertido en devotas de esta manera tan contemporánea de abordar la escena. Lástima que a Loscorderos.sc, como a tantas compañías políglotas de los nuevos lenguajes, les cueste a veces encontrar espacios de exhibición. “Somos los primeros en hacer autocrítica”, dice David. “Si viéramos que lo que hacemos no interesa lo aceptaríamos. Lo duro es saber lo difícil que resulta llegar al público cuando tu trabajo está bien valorado”.
Un futuro lleno de incógnitas
Y así ocurre que Loscorderos.sc viven atrapados en una paradoja. Acaban la función y deben salir a saludar una y otra vez entre aplausos de rendida admiración. La crítica elogia sus creaciones. Pero les cuesta hacer visible su trabajo. Encontrar un circuito para un teatro no convencional no es tan sencillo. En tiempos de contención económica, los programadores intentan más que nunca dar con la apuesta segura y un éxito tan masivo como sea posible. La diferencia se penaliza con la invisibilidad. Desaparecen festivales creados específicamente para servir de escaparate a la escena más inquieta. Y lo peor es que esto ocurre a escala internacional. Si hace unos años les resultaba relativamente sencillo encontrar teatros en otros países, ahora las dificultades en los escenarios autóctonos se han replicado también fuera. Con este panorama, conseguir bolos es una tarea cada vez más compleja. Loscorderos.sc, más allá de su situación concreta, lamentan la uniformidad del teatro que se difunde. David Climent confiesa que se le revuelve el estómago cada vez que oye a alguien afirmar que no le gusta el teatro. “Es como si alguien dijera que no le gusta la música, así, en general, como si sólo hubiera un tipo de música”. Ellos han comprobado que hasta el adolescente más alejado del patio de butacas es capaz de quedarse clavado en su asiento cuando lo que ocurre en escena conecta con su manera de ver el mundo, por estética, por lenguaje, por poética.
Pero Loscorderos.sc no se detienen. La banda del fin del mundo ha grabado su primer disco con los temas del espectáculo, y la formación tendrá vida propia en paralelo a la de la compañía. Y además ya están ensayando una nueva propuesta para este verano, una propuesta en colaboración con el grupo musical Za! (flamante premio Ciutat de Barcelona 2015) coproducido por el Festival Grec de Barcelona. Tienen medio año por delante para darle forma, pero andan apurados con los tiempos de creación. “Invertimos una media de dos años en dar forma a cada espectáculo. Por eso seis meses nos parece tan poco”, se explica Pablo Molinero. Hoy el plazo medio de ensayos de un espectáculo ronda las cuatro semanas, seis en casos más relajados. Loscorderos.sc son artesanos minuciosos con sus producciones. “Nos cuesta muchísimo parir los textos, le damos mil vueltas a todo”, reconocen. Filosóficos y profundos, se toman muy en serio todo lo que hacen. Aunque luego tengan la habilidad de perfumarlo con humor y muy buen rollo y ofrecer piezas deliciosas como La banda del fin del mundo, capaz de tildar a la humanidad de especie estúpida e incorregible sin renunciar a la posibilidad de hacerle pasar una hora excelente.
Fotografías: ©fromZero
La banda del fin del mundo se representa en la sala Hiroshima de Barcelona entre el 11 y el 14 de febrero.
Trashumantes de un teatro bastardo
¿Lo improbable es imposible? ¿Cuánto hay de excusa y cuánto de sentido común en no intentar algo con pocos números de salir adelante? La banda del fin del mundo está empeñada en evitar que te apoltrones escudándote en la teoría predominante. ¿No has oído hablar de Roy Sullivan, el guardabosques norteamericano que sobrevivió al impacto de siete rayos? ¿Sabías que la estadística te concede las mismas opciones de encontrar tu media naranja que de recibir la picadura de una serpiente venenosa? Deja que los chicos de La banda del fin del mundo, venidos de no sabemos qué galaxia, te cuenten y te canten historias reales como éstas, distorsiones fuera de lo común encaminadas a demostrar la posibilidad de lo improbable. La banda del fin del mundo es un grupo musical, también un concierto, y un espectáculo teatral. No necesariamente en este orden. Se trata, en todo caso, de la última aventura de David Climent y Pablo Molinero, constituidos desde hace 13 años como Loscorderos.sc, una de las compañías menos acomodadas del panorama escénico contemporáneo. “Somos una banda musical venida de otro planeta para traer un mensaje, el del apocalipsis de una manera de ver el mundo. Para nosotros, el teatro es un espacio excelente para cambiar los códigos de comprensión. Y el objetivo de esta banda es estimular la re-evolución”, cuentan a pie de escenario. Lo hacen con las artes del humor, que hay que ver cuánto se ríen algunos de sus espectadores con las exhortaciones, las rimas y la estética del grupo, pero con un doble fondo de desesperanza preñada de congoja.
Al principio fue el aula
David Climent y Pablo Molinero formalizaron Loscorderos.sc después de un largo periplo de coincidencias, entendidas como reuniones más o menos casuales a lo largo del tiempo. Comparten añada, 1977, y se vieron por primera vez en las aulas de la Universitat Jaume I de Castellón, donde junto a otros compañeros formaron parte del grupo teatral La Casual. Muchas idas y venidas, entradas y salidas después, una concepción similar de la realidad escénica y unas inquietudes en clara sintonía se aliaron para consolidarlos como compañía. Cuando, unos años más tarde, en la vida de Loscorderos.sc apareció Pilar López, responsable de producción, la pareja se convirtió en trío igual de bien avenido, ellos en la dimensión artística y ella en la parte de gestión. “No es que Loscorderos.sc trabajemos con Pilar, es que Pilar es también Loscorderos.sc,” remarca David: el concepto de colectivo no es sólo un lema, sino una auténtica manera de estar en el mundo de la creación.
Loscorderos.sc nunca han dejado de ser trashumantes. Porque si algo caracteriza sus trabajos es la negativa a acomodarse en fórmulas y esquemas. Tienen un sello muy claro y ese es uno de sus grandes logros, porque han sabido definirse a partir del cambio. La exploración de territorios diversos es su motor, porque les gustan los retos y porque por algo adoptaron la etiqueta de teatro bastardo para definir su trabajo. Se sienten a gusto en la mezcla, en la diversidad. En la exploración a fondo del potencial del movimiento corporal, la palabra, la iluminación (aquí la firma Cube.bz, responsable también del espacio escénico y de una atmósfera futurista, espacial o íntima, según la escena, con una magistral economía de recursos). En sus espectáculos también han hecho ensayos diversos sobre la ambientación sonora. Pero si hasta la fecha se habían especializado en el ruidismo como vía de expresión, ahora la ambición es distinta. “Solemos ir hacia el lado contrario de donde venimos: no nos gusta repetirnos. Ningún proceso de creación ha sido igual a otro. La conclusión es que no hay ninguna fórmula para crear”, explica Pablo.
Un nuevo protagonista rítmico
En La banda del fin del mundo, Loscorderos.sc se han encontrado a lo grande con la música. Ya era un ingrediente habitual en sus producciones, pero ahora ha cobrado un protagonismo mayúsculo. “La música y el sonido transmiten algo de una forma diferente a como lo hace cualquier arte. Te despojan de cualquier barrera. Queríamos investigar, apropiarnos de sus mecanismos de comunicación, que son directos, instintivos”, cuenta David Climent. En La banda del fin del mundo “el marco del espectáculo es el de un concierto, y el sonido hace de hilo conductor de la pieza. No hay escenas teatrales sueltas”, añade. Pablo Molinero define el espectáculo como “un concierto con una obra de teatro dentro, o al revés”. En resumen, decidieron “intentar comprender los mecanismos del ritmo, la emoción, la melodía, y aplicarlo a nuestro trabajo”.
No fue una idea preconcebida porque no trabajan con esquemas inamovibles, sino el resultado natural de un proceso. “A nuestra manera de trabajar la llamamos acelerador de partículas. Van lloviendo los elementos de una forma simultánea, van apareciendo materiales sonoros, filosóficos, textuales. Nos interesa que también a nosotros nos sorprenda lo que estamos contando, queremos vivirlo en paralelo al público”, cuenta David. En el caso de La banda del fin del mundo, lo que ocurrió fue lo siguiente: “Los textos que íbamos escribiendo para el espectáculo estaban más cerca de la poesía que del formato teatral. Tenían forma de canción”. Como ninguno de los dos es músico, decidieron buscar la colaboración de una especialista en la materia y sumaron esfuerzos con la cantante danesa Pia Nielsen, Miss Q, que ha multiplicado los decibelios de su espectáculo y le ha aportado el magnetismo de su voz exquisita, el tinte pretendidamente naïf y a la vez conmovedor de sus letras, una presencia magnética en su impecable traje de novia/reina de la improbabilidad.
Pablo y David no son cantantes ni músicos pero se atreven a jugar a serlo (mucho más lo primero que lo segundo: aquí hay chorro de voz y afinación solvente), y así son tan protagonistas como Nielsen de la faceta sonora, metiéndose en la piel de la estrella rock mediática y algo trasnochada (“bona nit, Barcelona”) de esta banda del fin del mundo. Y en su rol de extraterrestres iluminados y apologéticos, demuestran una clarividencia tan primaria como paciente con sus obtusos receptores. Son músicos con un mensaje, pero no es tan sencillo convencer a su auditorio de que lo improbable no es imposible.
“No hay nada más improbable que la vida, y aquí estamos”, dicen. Quieren convencer a los habitantes de este viejo mundo de la necesidad de re-evolucionar. De dinamitar miedos y escleróticos pensamientos incapacitantes y lanzarse a la conquista de la utopía.
Junto a la música, otro rasgo característico de este espectáculo es una mayor presencia de la palabra. David y Pablo son autores de sus propios textos, una pluralidad de talentos que, lejos de ser reconocido y valorado, es visto casi a menudo casi como un signo negativo. Mucha admiración hacia los hombres del Renacimiento, vienen a decir nuestros dos protagonistas, pero el mundo híper especializado de hoy no es capaz de tener en justa consideración la capacidad de dedicarse con igual solvencia a la escritura que a la interpretación, la dirección y hasta la música, como en este caso. Pero estos son corderos con fuerza de lobo y no se arredran. En La banda del fin del mundo su escritura refleja la voluntad de conectar con el espectador. Si en otros espectáculos se les acusó de ser algo crípticos, aquí las ideas fuerza fluyen con una agilidad incuestionable.
En la Sala Hiroshima de Barcelona el aforo resulta exiguo para albergar a sus incondicionales. Hay voluntades rendidas de antemano a la capacidad de seducción de Loscorderos.sc. Pero hay también miradas vírgenes que, acabada la hora escasa de espectáculo, se habrán convertido en devotas de esta manera tan contemporánea de abordar la escena. Lástima que a Loscorderos.sc, como a tantas compañías políglotas de los nuevos lenguajes, les cueste a veces encontrar espacios de exhibición. “Somos los primeros en hacer autocrítica”, dice David. “Si viéramos que lo que hacemos no interesa lo aceptaríamos. Lo duro es saber lo difícil que resulta llegar al público cuando tu trabajo está bien valorado”.
Un futuro lleno de incógnitas
Y así ocurre que Loscorderos.sc viven atrapados en una paradoja. Acaban la función y deben salir a saludar una y otra vez entre aplausos de rendida admiración. La crítica elogia sus creaciones. Pero les cuesta hacer visible su trabajo. Encontrar un circuito para un teatro no convencional no es tan sencillo. En tiempos de contención económica, los programadores intentan más que nunca dar con la apuesta segura y un éxito tan masivo como sea posible. La diferencia se penaliza con la invisibilidad. Desaparecen festivales creados específicamente para servir de escaparate a la escena más inquieta. Y lo peor es que esto ocurre a escala internacional. Si hace unos años les resultaba relativamente sencillo encontrar teatros en otros países, ahora las dificultades en los escenarios autóctonos se han replicado también fuera. Con este panorama, conseguir bolos es una tarea cada vez más compleja. Loscorderos.sc, más allá de su situación concreta, lamentan la uniformidad del teatro que se difunde. David Climent confiesa que se le revuelve el estómago cada vez que oye a alguien afirmar que no le gusta el teatro. “Es como si alguien dijera que no le gusta la música, así, en general, como si sólo hubiera un tipo de música”. Ellos han comprobado que hasta el adolescente más alejado del patio de butacas es capaz de quedarse clavado en su asiento cuando lo que ocurre en escena conecta con su manera de ver el mundo, por estética, por lenguaje, por poética.
Pero Loscorderos.sc no se detienen. La banda del fin del mundo ha grabado su primer disco con los temas del espectáculo, y la formación tendrá vida propia en paralelo a la de la compañía. Y además ya están ensayando una nueva propuesta para este verano, una propuesta en colaboración con el grupo musical Za! (flamante premio Ciutat de Barcelona 2015) coproducido por el Festival Grec de Barcelona. Tienen medio año por delante para darle forma, pero andan apurados con los tiempos de creación. “Invertimos una media de dos años en dar forma a cada espectáculo. Por eso seis meses nos parece tan poco”, se explica Pablo Molinero. Hoy el plazo medio de ensayos de un espectáculo ronda las cuatro semanas, seis en casos más relajados. Loscorderos.sc son artesanos minuciosos con sus producciones. “Nos cuesta muchísimo parir los textos, le damos mil vueltas a todo”, reconocen. Filosóficos y profundos, se toman muy en serio todo lo que hacen. Aunque luego tengan la habilidad de perfumarlo con humor y muy buen rollo y ofrecer piezas deliciosas como La banda del fin del mundo, capaz de tildar a la humanidad de especie estúpida e incorregible sin renunciar a la posibilidad de hacerle pasar una hora excelente.
Fotografías: ©fromZero
La banda del fin del mundo se representa en la sala Hiroshima de Barcelona entre el 11 y el 14 de febrero.