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Así reían
Ah, el amor. El amor y sus seculares servidumbres. En el teatro María Guerrero de Madrid coinciden dos obras muy diferentes que, sin embargo y aunque sea sólo por esa azarosa coincidencia en la programación, merecen ser comparadas.
En la sala principal se representa El juego del amor y del azar, como su propio nombre indica, un enredo galante de Marivaux. Reescrita en castellano con mucho swing por Mauro Armiño, cuenta las intrigas de unos señores rurales en la Francia del siglo XVIII. Si se tratase de una obra alemana, o escandinava, o incluso española, por muchas instrucciones que nos diesen antes de entregarnos a tal juego, el desenlace sería una tragedia ejemplar o catártica, pero como bien explica Marie Louise von Franz, la psicología francesa es capaz de tolerar una mezcla de disposiciones tan dispares como la malicia y la bonhomía, y si ha de desgarrarse un corazón para que el juego satisfaga a todos, al menos que lo haga en jirones tan ordenados como los parterres del jardín.
La trama es la siguiente: inquieta ante la inminente llegada del novio que le han buscado, la hija de un perspicaz y comprensivo aristócrata le pide a su padre que le permita intercambiarse con su doncella de cámara para examinar desde posición más neutral a su futuro marido. ¡Diversión en la campiña! El padre accede, sin decirle a su hija que el novio ha ideado a su vez la misma treta, de modo que cuando los personajes se encuentran, los criados van con pelucas blancas (aunque los delata su acento maño, en españolizada caracterización) y los señores con librea y mandil. El juego del amor y del azar, como los cuentos que les gusta oír a los niños, sigue un patrón inmutable, y a pesar del cambio de roles cada cual se enamora del que le corresponde. Finalmente y resumiendo, cuando el pastel se descubre todos acaban arrobados en brazos de su amor, y nadie ha resultado herido. En realidad se trata de una comedia ligera de enredo densificada por el rumboso texto y por la puesta en escena de Josep Maria Flotats. El decorado y el vestuario son clásicos, casi como podrían haber sido el día de su estreno, hace 300 años. Para ver cómo se intrinca y desembrolla la trama, lo más eficaz es una puesta en escena convencional, y mientras dura la representación a uno le parece estar asistiendo a la animación de los motivos de una porcelana de Sèvres con banda sonora de Jean Paul Égide Martini.
No ha habido suspense ni dolor, sólo un rodeo enorme, pero bien entretenido en perífrasis como chorros de fuentes irisadas, para llegar al mismo punto al que habrían llegado en todo caso. Pero de no haber ideado la farsa, no habríamos vivido. Faltan sesenta años para la Revolución francesa (y veámosla como aventura más riesgosa). ¿Es decadente el juego de estos desocupados? Es posible, pero por otro lado qué sabio resulta, cuántos tumbos hay que haber dado para comprender que uno puede ir inventándose las flores de los lados del camino.
En la sala pequeña del María Guerrero, los líos amorosos se complican en delitos en Haz clic aquí, escrita y dirigida por José Padilla. La alusión a los alegres condimentos de la vida se ve sustituido por un seco imperativo: el título ya no remite a los entretenimientos de las ninfas ni parece que estén en juego los caprichos de los dioses, y sin embargo los personajes se ven más a merced de las fuerzas que desencadenan sus impulsivos actos. Es menos peligroso un amorcillo descontrolado que el vídeo que grabamos borrachos.
En este caso la historia se desarrolla en la actualidad: una joven es acusada de haber dado una paliza a su novio por un arranque de celos. Ella lo niega, pero un vídeo que circula por internet registra los hechos, si bien borrosamente. La chica sufre el juicio de la prensa y el acoso de los usuarios de las redes sociales, y en ese ambiente todo intento de salvarse hunde más. Nadie se toma los desplantes con la alegre chanza de los franceses ilustrados. Estos nos pueden parecer cínicos y clasistas, pero cuando utilizan el enmascaramiento de sus identidades lo hacen para divertirse más y divertirse juntos. En Haz clic aquí, la máscara no transmuta las bajas pasiones sino que las alienta , los celos no son el picante acicate del amor sino el pretexto para la taladrante cadena de whatsApps y el puñetazo a la salida de la discoteca. Ya no son verosímiles las imposibilidades clásicas del amor que han alimentado las tramas de la literatura durante generaciones (indeseables matrimonios concertados, distancia insalvable entre los amantes…) pero han aparecido a cambio nuevas trampas para que los equívocos puedan seguir haciendo de la felicidad de los personajes un imposible.
Tampoco pueden verse ya, si no es con distancia casi historicista, casi de porcelana, narraciones que no incluyan la tecnología como elemento fundamental en sus tramas, pero la mayor parte de las veces internet, el teléfono móvil, las redes sociales, como primitivos diosecillos iracundos, suponen la desdicha de los personajes.
¿Llegará pronto la nueva Ilustración de nuestro tiempo para liberarnos de tan nefandos avatares?
Haz clic aquí y El juego del amor y del azar, pueden verse hasta el 25 de este mes en el teatro María Guerrero, sito en la calle Tamayo y Baus número 4 de Madrid.
Así reían
Ah, el amor. El amor y sus seculares servidumbres. En el teatro María Guerrero de Madrid coinciden dos obras muy diferentes que, sin embargo y aunque sea sólo por esa azarosa coincidencia en la programación, merecen ser comparadas.
En la sala principal se representa El juego del amor y del azar, como su propio nombre indica, un enredo galante de Marivaux. Reescrita en castellano con mucho swing por Mauro Armiño, cuenta las intrigas de unos señores rurales en la Francia del siglo XVIII. Si se tratase de una obra alemana, o escandinava, o incluso española, por muchas instrucciones que nos diesen antes de entregarnos a tal juego, el desenlace sería una tragedia ejemplar o catártica, pero como bien explica Marie Louise von Franz, la psicología francesa es capaz de tolerar una mezcla de disposiciones tan dispares como la malicia y la bonhomía, y si ha de desgarrarse un corazón para que el juego satisfaga a todos, al menos que lo haga en jirones tan ordenados como los parterres del jardín.
La trama es la siguiente: inquieta ante la inminente llegada del novio que le han buscado, la hija de un perspicaz y comprensivo aristócrata le pide a su padre que le permita intercambiarse con su doncella de cámara para examinar desde posición más neutral a su futuro marido. ¡Diversión en la campiña! El padre accede, sin decirle a su hija que el novio ha ideado a su vez la misma treta, de modo que cuando los personajes se encuentran, los criados van con pelucas blancas (aunque los delata su acento maño, en españolizada caracterización) y los señores con librea y mandil. El juego del amor y del azar, como los cuentos que les gusta oír a los niños, sigue un patrón inmutable, y a pesar del cambio de roles cada cual se enamora del que le corresponde. Finalmente y resumiendo, cuando el pastel se descubre todos acaban arrobados en brazos de su amor, y nadie ha resultado herido. En realidad se trata de una comedia ligera de enredo densificada por el rumboso texto y por la puesta en escena de Josep Maria Flotats. El decorado y el vestuario son clásicos, casi como podrían haber sido el día de su estreno, hace 300 años. Para ver cómo se intrinca y desembrolla la trama, lo más eficaz es una puesta en escena convencional, y mientras dura la representación a uno le parece estar asistiendo a la animación de los motivos de una porcelana de Sèvres con banda sonora de Jean Paul Égide Martini.
No ha habido suspense ni dolor, sólo un rodeo enorme, pero bien entretenido en perífrasis como chorros de fuentes irisadas, para llegar al mismo punto al que habrían llegado en todo caso. Pero de no haber ideado la farsa, no habríamos vivido. Faltan sesenta años para la Revolución francesa (y veámosla como aventura más riesgosa). ¿Es decadente el juego de estos desocupados? Es posible, pero por otro lado qué sabio resulta, cuántos tumbos hay que haber dado para comprender que uno puede ir inventándose las flores de los lados del camino.
En la sala pequeña del María Guerrero, los líos amorosos se complican en delitos en Haz clic aquí, escrita y dirigida por José Padilla. La alusión a los alegres condimentos de la vida se ve sustituido por un seco imperativo: el título ya no remite a los entretenimientos de las ninfas ni parece que estén en juego los caprichos de los dioses, y sin embargo los personajes se ven más a merced de las fuerzas que desencadenan sus impulsivos actos. Es menos peligroso un amorcillo descontrolado que el vídeo que grabamos borrachos.
En este caso la historia se desarrolla en la actualidad: una joven es acusada de haber dado una paliza a su novio por un arranque de celos. Ella lo niega, pero un vídeo que circula por internet registra los hechos, si bien borrosamente. La chica sufre el juicio de la prensa y el acoso de los usuarios de las redes sociales, y en ese ambiente todo intento de salvarse hunde más. Nadie se toma los desplantes con la alegre chanza de los franceses ilustrados. Estos nos pueden parecer cínicos y clasistas, pero cuando utilizan el enmascaramiento de sus identidades lo hacen para divertirse más y divertirse juntos. En Haz clic aquí, la máscara no transmuta las bajas pasiones sino que las alienta , los celos no son el picante acicate del amor sino el pretexto para la taladrante cadena de whatsApps y el puñetazo a la salida de la discoteca. Ya no son verosímiles las imposibilidades clásicas del amor que han alimentado las tramas de la literatura durante generaciones (indeseables matrimonios concertados, distancia insalvable entre los amantes…) pero han aparecido a cambio nuevas trampas para que los equívocos puedan seguir haciendo de la felicidad de los personajes un imposible.
Tampoco pueden verse ya, si no es con distancia casi historicista, casi de porcelana, narraciones que no incluyan la tecnología como elemento fundamental en sus tramas, pero la mayor parte de las veces internet, el teléfono móvil, las redes sociales, como primitivos diosecillos iracundos, suponen la desdicha de los personajes.
¿Llegará pronto la nueva Ilustración de nuestro tiempo para liberarnos de tan nefandos avatares?
Haz clic aquí y El juego del amor y del azar, pueden verse hasta el 25 de este mes en el teatro María Guerrero, sito en la calle Tamayo y Baus número 4 de Madrid.