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La puerta del jardín
No me atrevía a moverme. El pequeño y recoleto jardín, de repente, se me antojaba una selva inclemente, y yo en medio un ogro torpe y descontrolado. No tenía sentido esperar que Zang contestase a mi llamada, pues mis oídos nunca podrían recibir su débil hilo de voz. Sólo podía guiarme por la vista. Me agaché en el mismo lugar donde estaba y peiné los yerbajos en busca, primero, de mi amigo, y segundo, de una vía libre para poder avanzar y ampliar el campo de exploración. Él sí me podría oír a mí, sin embargo.
-Zang, escucha, te estoy buscando. No te muevas de donde estás a no ser que puedas llegar hasta donde yo te vea. No me voy a ir hasta que te encuentre.
Pero por dónde empezar. Escruté con atención rapaz cada rincón del jardín en busca de algún movimiento extraño. No se movía ni una rama. El día estaba bochornoso, como si fuese a llover. Había visto alguna hormiga voladora. Ojalá se mantuviese, porque las proverbiales cuatro gotas supondrían un monzón para un monje tan enano. Los gatos bostezaban. Cómo saber si se lo habían comido. No quería ni pensarlo. Traté de atraerlos hacia mí con bisbiseos para hurgarles en las fauces, pero sólo conseguí que se fuesen dándome la espalda.
¿Y si se había escondido? ¿Y si me quería dar una lección nada zen, una lección nacida de la rabieta de que hubiera hecho más caso a un eslavo grande en lugar de a él, oriental de pitiminí? Tanteé con una estratagema psicológica a su altura.
-Se me ha ocurrido una cosa ̶dije dirigiéndome al jardín en general ̶ . Mientras Marius y Grigore hacen la obra de la casa grande, tú y yo vamos a construir una casa para ti, para que no tengas que dormir en un calcetín y tengas tus muebles y tus cosas.
El hotel estaba lleno de desechos que nos podrían ser útiles. Una cama nido en una caja de cerillas. Un felpudo con un cepillo de dientes. Un alfombra con un posavasos, unos cuadros con unos sellos conmemorativos de una exposición universal…
-Te coseré una almohada y un colchón de tu tamaño.
Radio Player
Eso era lo que pensaba la naturaleza de mi oferta.
Con mucha suavidad me tumbé en el césped, dispuesta a recorrerlo reptando palmo a palmo. Vi a Grigore, que desde la puerta de la cocina me hacía señas para que me metiera a resguardarme de la tormenta inminente. Le hice un gesto vago para que me dejase sola, yo con mis cosas, y él se encogió de hombros y cerró la puerta. Mientras avanzaba como un soldado en maniobras, bajo las primeras gotas de agua, me dije que si encontraba a Zang lo primero que tenía que hacer era presentárselo a los obreros. Es odioso llevar una doble vida, y una de las decisiones que había tomado al divorciarme era no tolerar más esa situación. Mi resolución me dio fuerzas para seguir buscando.
Al acercarme a unas losas de piedra que formaban un camino hasta un círculo de pequeñas rocas, seguramente un antiguo parterre, vi una larga hilera de hormigas, como siempre transportando algo, como siempre indiferentes y concentradas a la vez, como si el girar del mundo dependiese tanto de su actividad como de su modestia al desempeñarla. ¿Qué demonios transportaban? Me acerqué un poco más. ¿Hebras de tabaco? Sentí un pálpito. Una a una se iban metiendo en el hormiguero, debajo de una de las piedras, y casi me pareció que en su indiferencia nacía una tensión como la del que se ve desenmascarado en su papel y aun así sigue adelante. Porque ellas me habían llevado hasta lo que buscaba. Al mover la piedra que ocultaba la entrada al hormiguero, descubrí a Zang dirigiendo como un capataz en una mina el transporte de los bienes, el tabaco extraído de mi bolso. Él movía los brazos, la siguiente, la siguiente, y por delante de él pasaban todas las hormigas porteadoras. Al verme se detuvo, pero las hormigas siguieron con su labor.
Me enfadé mucho.
-¿Pero qué estás haciendo? ¿No me oías llamarte?
Zang se revolvió, gesticulando. Saqué el teléfono, conecté la grabadora, se lo acerqué.
-¿Y cómo querías que te contestase? Iba a enseñar a las hormigas una coreografía para que escribiesen tu nombre como en un partido de fútbol, pero son un poco obsesivas con lo suyo.
Empezaba a llover en serio. Dejando que las hormigas pasaran la tormenta fumando en el hormiguero, como verdaderas cigarras, le eché el guante a Zang y lo metí en casa.
***
Toda la mañana estuvo lloviendo. Gracias a la tormenta tomé por fin posesión de la casa. Metida en la bañera miraba cómo la lluvia resbalaba por los cristales, cómo los relámpagos iluminaban con su luz instantánea y metálica los verdes azulejos pasados de moda, el espejo con el azogue echado a perder. Decidí que no los tocaría. Pensé en Zang, al que había dejado en mi cuarto metido en una lata de mejillones en escabeche reciclada en pequeña bañera, y en la gran obra del hotel y la pequeña obra de su casa que teníamos por delante, y tuve una sensación de recogimiento y a la vez de expansión, y no sé cuánto tiempo estuve allí pero no salí hasta que el agua empezó a estar casi fría.
Cuando acabé de bañarme me sentía de muy buen humor y tenía ganas de hablar. Recogí a Zang, que también había salido y estaba ya seco, envuelto en un trozo de tela como recién salido de una sauna, y bajamos a la cocina. A Zang lo llevé deslizándolo como si la barandilla fuera un tobogán. ¡Era tan pequeño! Rebusqué en la despensa y sólo encontré un montón de latas de cassoulet, así que con la idea de ir a hacer la compra en cuanto escampara, saqué una para la comida. Me asomé al pasillo para preguntarles a Marius y Grigore si querrían comer y para pedirles un mechero. Me dijeron dónde podría encontrar unas cerillas. Mientras se calentaba la lata y yo me fumaba un pitillo, Zang y yo nos sentamos en la cocina a hacer tiempo, contentos de estar resguardados, mirando el fuego.
-¡Qué burra! Está clarísimo. “Cor” es corazón: Cort-saví, cor-savé [coeur sauvé]: corazón salvado.
-¿Ah, sí?- le dije riéndome.- ¿Así de fácil? ¿Y entonces Córcega qué quiere decir?
Pensó dos segundos.
-Córcega se llama también Corsica: corazón de acusica -me explicó sentado en el borde de la mesa, moviendo las piernas en el aire.
Entonces elegí bien al venir aquí. Apagué el fuego y avisé a los demás.
Fin.
La puerta del jardín
No me atrevía a moverme. El pequeño y recoleto jardín, de repente, se me antojaba una selva inclemente, y yo en medio un ogro torpe y descontrolado. No tenía sentido esperar que Zang contestase a mi llamada, pues mis oídos nunca podrían recibir su débil hilo de voz. Sólo podía guiarme por la vista. Me agaché en el mismo lugar donde estaba y peiné los yerbajos en busca, primero, de mi amigo, y segundo, de una vía libre para poder avanzar y ampliar el campo de exploración. Él sí me podría oír a mí, sin embargo.
-Zang, escucha, te estoy buscando. No te muevas de donde estás a no ser que puedas llegar hasta donde yo te vea. No me voy a ir hasta que te encuentre.
Pero por dónde empezar. Escruté con atención rapaz cada rincón del jardín en busca de algún movimiento extraño. No se movía ni una rama. El día estaba bochornoso, como si fuese a llover. Había visto alguna hormiga voladora. Ojalá se mantuviese, porque las proverbiales cuatro gotas supondrían un monzón para un monje tan enano. Los gatos bostezaban. Cómo saber si se lo habían comido. No quería ni pensarlo. Traté de atraerlos hacia mí con bisbiseos para hurgarles en las fauces, pero sólo conseguí que se fuesen dándome la espalda.
¿Y si se había escondido? ¿Y si me quería dar una lección nada zen, una lección nacida de la rabieta de que hubiera hecho más caso a un eslavo grande en lugar de a él, oriental de pitiminí? Tanteé con una estratagema psicológica a su altura.
-Se me ha ocurrido una cosa ̶dije dirigiéndome al jardín en general ̶ . Mientras Marius y Grigore hacen la obra de la casa grande, tú y yo vamos a construir una casa para ti, para que no tengas que dormir en un calcetín y tengas tus muebles y tus cosas.
El hotel estaba lleno de desechos que nos podrían ser útiles. Una cama nido en una caja de cerillas. Un felpudo con un cepillo de dientes. Un alfombra con un posavasos, unos cuadros con unos sellos conmemorativos de una exposición universal…
-Te coseré una almohada y un colchón de tu tamaño.
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Eso era lo que pensaba la naturaleza de mi oferta.
Con mucha suavidad me tumbé en el césped, dispuesta a recorrerlo reptando palmo a palmo. Vi a Grigore, que desde la puerta de la cocina me hacía señas para que me metiera a resguardarme de la tormenta inminente. Le hice un gesto vago para que me dejase sola, yo con mis cosas, y él se encogió de hombros y cerró la puerta. Mientras avanzaba como un soldado en maniobras, bajo las primeras gotas de agua, me dije que si encontraba a Zang lo primero que tenía que hacer era presentárselo a los obreros. Es odioso llevar una doble vida, y una de las decisiones que había tomado al divorciarme era no tolerar más esa situación. Mi resolución me dio fuerzas para seguir buscando.
Al acercarme a unas losas de piedra que formaban un camino hasta un círculo de pequeñas rocas, seguramente un antiguo parterre, vi una larga hilera de hormigas, como siempre transportando algo, como siempre indiferentes y concentradas a la vez, como si el girar del mundo dependiese tanto de su actividad como de su modestia al desempeñarla. ¿Qué demonios transportaban? Me acerqué un poco más. ¿Hebras de tabaco? Sentí un pálpito. Una a una se iban metiendo en el hormiguero, debajo de una de las piedras, y casi me pareció que en su indiferencia nacía una tensión como la del que se ve desenmascarado en su papel y aun así sigue adelante. Porque ellas me habían llevado hasta lo que buscaba. Al mover la piedra que ocultaba la entrada al hormiguero, descubrí a Zang dirigiendo como un capataz en una mina el transporte de los bienes, el tabaco extraído de mi bolso. Él movía los brazos, la siguiente, la siguiente, y por delante de él pasaban todas las hormigas porteadoras. Al verme se detuvo, pero las hormigas siguieron con su labor.
Me enfadé mucho.
-¿Pero qué estás haciendo? ¿No me oías llamarte?
Zang se revolvió, gesticulando. Saqué el teléfono, conecté la grabadora, se lo acerqué.
-¿Y cómo querías que te contestase? Iba a enseñar a las hormigas una coreografía para que escribiesen tu nombre como en un partido de fútbol, pero son un poco obsesivas con lo suyo.
Empezaba a llover en serio. Dejando que las hormigas pasaran la tormenta fumando en el hormiguero, como verdaderas cigarras, le eché el guante a Zang y lo metí en casa.
***
Toda la mañana estuvo lloviendo. Gracias a la tormenta tomé por fin posesión de la casa. Metida en la bañera miraba cómo la lluvia resbalaba por los cristales, cómo los relámpagos iluminaban con su luz instantánea y metálica los verdes azulejos pasados de moda, el espejo con el azogue echado a perder. Decidí que no los tocaría. Pensé en Zang, al que había dejado en mi cuarto metido en una lata de mejillones en escabeche reciclada en pequeña bañera, y en la gran obra del hotel y la pequeña obra de su casa que teníamos por delante, y tuve una sensación de recogimiento y a la vez de expansión, y no sé cuánto tiempo estuve allí pero no salí hasta que el agua empezó a estar casi fría.
Cuando acabé de bañarme me sentía de muy buen humor y tenía ganas de hablar. Recogí a Zang, que también había salido y estaba ya seco, envuelto en un trozo de tela como recién salido de una sauna, y bajamos a la cocina. A Zang lo llevé deslizándolo como si la barandilla fuera un tobogán. ¡Era tan pequeño! Rebusqué en la despensa y sólo encontré un montón de latas de cassoulet, así que con la idea de ir a hacer la compra en cuanto escampara, saqué una para la comida. Me asomé al pasillo para preguntarles a Marius y Grigore si querrían comer y para pedirles un mechero. Me dijeron dónde podría encontrar unas cerillas. Mientras se calentaba la lata y yo me fumaba un pitillo, Zang y yo nos sentamos en la cocina a hacer tiempo, contentos de estar resguardados, mirando el fuego.
-¡Qué burra! Está clarísimo. “Cor” es corazón: Cort-saví, cor-savé [coeur sauvé]: corazón salvado.
-¿Ah, sí?- le dije riéndome.- ¿Así de fácil? ¿Y entonces Córcega qué quiere decir?
Pensó dos segundos.
-Córcega se llama también Corsica: corazón de acusica -me explicó sentado en el borde de la mesa, moviendo las piernas en el aire.
Entonces elegí bien al venir aquí. Apagué el fuego y avisé a los demás.
Fin.