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Antonio Porchia (1885-1968)

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«No podría señalar de quién estoy hecho». Nacido cerca de Catanzaro, Italia, este autor de adagios —en el doble sentido de sentencia breve y composición lenta— llega en 1902 a Buenos Aires, ciudad que no abandonará durante el resto de su vida. Trabaja como carpintero, tejedor de cestas, obrero portuario, impresor. En el curso de su anónima existencia, apenas entabla amistad con algunos pintores y unos cuantos libros. En 1943, publicaVoces, título genérico de sus mensajes; cinco años más tarde, un ejemplar de la segunda edición llega a manos de Caillois, quien lo traduce al francés. El libro no dejará de ampliarse, reimprimirse y traducirse durante décadas, incluida la edición francesa de 1979, con prólogo de Borges y epílogo de Juarroz. «Voces es casi una biografía», declara en 1964. «Jamás digan que escribo aforismos. Me sentiría humillado». Sin embargo, ni siquiera Borges encontró otra palabra para designarlos. ¿Cómo denominar si no a esos enunciados que parecen disolverse en su engañosa evidencia? La parquedad de Porchia tiene la asombrosa cualidad de evocar infinidad de registros: filósofos presocráticos y estoicos, maestros taoístas, trágicos griegos, místicos alemanes, moralistas franceses... Podemos imaginarlo perfectamente mordiéndose los labios mientras escribe: «Todos mis pensamientos son uno». Sorbos de sabiduría perenne, flores de arisco cultivo, actas notariales de un lacónico y repetitivo diálogo interior.

Borges: «Los aforismos de Porchia no son un final, sino un principio. Podemos sospechar que los escribió para sí mismo, sin saber que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante». Breton: «El pensamiento de expresión más dúctil en lengua española»,Jodorowsky: «Porchia, sabio y poeta, alcanzó la santidad del lenguaje». Juarroz: «Cada vez que regreso a su obra, reaparece con toda su fuerza la vieja palabra ya casi en desuso: sabiduría. Porchia está en la línea fundamental donde se juntan el pensamiento y la imagen, la filosofía y la poesía». Pizarnik: «El libro de Porchia es el más solitario que se ha escrito en el mundo y, no obstante, me hizo sentir acompañada, o mejor dicho, amparada». Caillois: «Sus pensamientos no son ideas, y apenas son pensamientos, no revelan lógica ni psicología, sino más bien metafísica, y una metafísica en la que es preciso adivinar más que comprender».Saubidet: «Su pensamiento excluye la esperanza, pero no es desesperado». Badii: «Cada golpe se convertía, tras años de meditación, en una breve frase de sabiduría. Las voces de Porchia son autobiográficas minuto a minuto. Decía que todo el conocimiento se condensa en veinte palabras».

Voces, 1943-1968

 
En nuestro corto vivir, el tiempo es una larga espera.

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Fuera de mi estrecha celda no hallo holgura.

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La seriedad es un rasgo infantil que en algunos hombres perdura.

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De un árbol de cien años, he mirado las flores de un día. 

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La vida se compone de varios actos, pero la hallamos en sus entreactos.

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El mayor bien lo hace el menor esfuerzo.

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Ahogas tu puñado de defectos, y comprendes que la vida es un puñado de defectos. 

El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes. 

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El hombre, cuanto más grande hace su obra, menos puede vivir de acuerdo con ella.

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Cuesta al hombre un esfuerzo continuado ser un hombre más.

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La bestia que el hombre lleva consigo siempre tiene veinte años.

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Tu sangre es fuego y en tus ojos nieva.

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El hombre tiene más de un entierro, y no tiene más que una cruz.

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Lo bello se halla removiendo escombros. 

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Busco la certeza de las cosas, y cuando la hallo, me muerdo los labios. 

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El hoy se acaba, el mañana se acaba; solamente el ayer no se acaba. 

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Si estoy cerca de ti, me olvido del bien que hay en ti, y si estoy lejos de ti, me olvido del mal que hay en ti.

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Las pequeñeces son lo eterno, y lo demás, todo lo demás, lo breve, lo muy breve.

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La verdad tiene muy pocos amigos, y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.

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El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.

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Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

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El hombre, cuando no se lamenta, casi no existe.

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El dolor no nos sigue: camina delante.

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Sí, es necesario padecer, aun en vano, para no vivir en vano.

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Cerca de mí no hay más que lejanías.

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Sí, eso es el bien: perdonar el mal. No hay otro bien.

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En mi viaje por esta selva de números que llaman mundo, llevo un cero a modo de linterna.

Tanto universo, tanto universo para hacer funcionar un cerebro, un pobre cerebro.

Si no nos dieran nada quienes no nos deben nada, pobres de nosotros.

Te depuras, te depuras... ¡Cuidado! Podría no quedar nada.

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Lo que puedo hacer, cuando es lo que no debo hacer, debiera ser lo que no puedo hacer. 

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Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas. 

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Un corazón grande se llena con muy poco.

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Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno. 

Saber morir cuesta la vida.

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Comencé mi comedia siendo yo su único actor y la termino siendo yo su único espectador.

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Cuando el mal crece, el pequeño bien se agranda.

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Las cadenas que más nos encadenan son las cadenas que hemos roto.

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El verdadero «está bien» me lo digo en el suelo, caído.

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La piedra que tomo en mis manos absorbe un poco de mi sangre y palpita.

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Comprendo que la mentira es engaño y la verdad no. Pero a mí me han engañado las dos.

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A veces es tan largo el morir que me siento inmortal.

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Para lo muy poco que necesitas obtener, cuánto necesitas merecer.