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Una gata en moscú

“Mi padre me advirtió de los hombres y del alcohol, pero olvidó prevenirme del mayor peligro de todos: las mujeres”. La coleccionista española Lola Garrido atribuye la frase a la diva entre las divas del teatro, Tallulah Bankhead, francotiradora de dardos impagables (amenazó con arrancarle uno a uno los pelos del bigote a Bette Davis cuando la protagonista de Eva al desnudo empezó a robarle papeles en el cine) y loba capaz de sumar entre sus innumerables conquistas a un imberbe Marlon Brando y a una etérea Greta Garbo. 

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La advertencia de Tallulah resuena a pocos metros de la catedral del Cristo Salvador de Moscú, escenario del concierto que les costó la cárcel a las Pussy Riots (hoy celebridades con estatus de estrellas del rock y abanderadas de los derechos de las mujeres presas en Rusia), y vecina del histórico Museo Estatal de Bellas Artes Pushkin,

donde hasta el 14 de enero se reúne en una intensa exposición de fotografía parte de los fondos de Garrido, la mayoría centrados en ese sumo peligro: la mujer.

Un cartel gigante de uno de sus mejores contactos, el del majestuoso perfil de Carmen Dell’Orefice retratado por Irving Penn, anuncia la llegada a la capital rusa de En el curso del tiempo, título elegido por la comisaria Olga Arshínova para este viaje por algunos hitos fotográficos del siglo XX. La elección del cartel no fue fácil. En un principio la imagen seleccionada como reclamo era un clásico de George
Hoyningen-Huene en la que se ve a una pareja de nadadores. Pero el ligero aroma homosexual de la imagen incomodaba a la directiva de la institución moscovita, que prefirió pagar los elevados derechos de reproducción de Penn antes que exponerse a un escándalo. “Es un asunto tabú en Rusia, y más si tenemos en cuenta que estamos frente a la catedral. Mejor no arriesgarse”, explica una de las jóvenes que se encarga de las relaciones internacionales del Pushkin. Nada nuevo. La estatua de Chaikovski que preside la entrada del Conservatorio de Moscú tiene una extraña inclinación que no se debe a un fallo del escultor sino a otro martillazo de la censura patria: el pastorcillo que acompañaba al compositor de Cascanueces desapareció de su lado para evitar las suspicacias de un posible doble mensaje.

El Pushkin, dirigido durante 52 años por Irina Antonova (quien a sus 92 años sigue como presidenta y como encargada de los programas especiales para jubilados), pasó hace ya más de un año a manos de Marina Loshak, reconocida historiadora y galerista dispuesta a quitarle el aire vetusto a las salas y modernizar un museo consagrado a sus copias antiguas de escultura griega, a su colección de impresionistas y a su fabuloso tesoro de Troya. El centro tan solo expone 1,3% de sus fondos (que suman 670.000 obras de arte). Hoy el choque generacional es latente: del iPhone, las piernas largas y el perfecto inglés de las recién llegadas al uniforme de gobernanta de las veteranas guardianas. “Creo que en estos meses nuestros trabajadores se han vuelto más sonrientes. Y no es una tontería, hacia falta acabar con tanto rictus serio en nuestros pasillos”, asegura una de las integrantes del equipo directivo. Para esta sangre fresca, la fotografía es una prioridad. Y la colección de Lola Garrido (atendida por la prensa local como un acontecimiento) marca el camino de la nueva hoja de ruta.

Como una baraja, una colección de fotografía se puede cortar de mil maneras posibles. Un juego de la imaginación y del azar abierto a infinidad de experiencias. La de Moscú, dispuesta en paredes color berenjena como si de un gabinete barroco se tratara, propone varias miradas: la documental, la freudiana, la estética, la mitómana... la comisaria Olga Arshínova también se detiene ante el concepto de máscara. Para ello se vale, entre otras, de una de las fotografías de la serie que Inge Morath realizó con el caricaturista Saul Steinberg; de Yo + gato, de la  futurista italiana Wanda Wulz, o de un inquietante desnudo de Bill Brandt donde el muslo velludo de una mujer aparece en primerísimo primer plano. La imagen sirve para ilustrar ese consejo de Garrido a la hora de comprar fotografía: “Huye de lo que colgarías en tu casa”. Sobre la serie de Morath, la comisaria Arshínova se extiende: “Los intereses de Morath siempre estuvieron vinculados a la fotografía documental, por eso ésta es una serie poco común, excepcional en su trayectoria. El retrato de un anónimo, de un hombre con la máscara puesta, nos dice que por muy realista que parezca el arte de la fotografía, en realidad nunca lo es”.

“La fotografia es masculina: capturar, cazar, disparar. Y subjetiva: elegir, descartar.  Y siempre, siempre, es ficción”, añade Garrido frente a los Estanques del Patriarca de Moscú, en el solitario mirador de un restaurante tradicional ruso que mezcla la cocina autóctona con la voz en el hilo musical de Charles Aznavour. Enfrente juegan unos patos y se ubica el banco donde arranca El maestro y Margarita, de Mijáil Bulgákov, esa obra maestra sobre cuyos dobles y triples mensajes los rusos siguen hoy elucubrando. “Lo que más me interesa de la fotografía es su relación con el tiempo: es el pasado que se hace presente para ser futuro”, sigue Garrido.  

Quizá por culpa de Bulgákov, de su diablo Voland y de su gato Popota, de todas las joyas de Garrido, se fija en el recuerdo Yo + gato, en la que Wanda Wulz mezcló a principios de los años 30 su propio rostro con el de su minino, una pionera de algo de mayor calado que el fotomontaje. El experimento, plantado más de 80 años después en una pared de Moscú, resume toda la efervescencia de las vanguardias europeas. También concentra el mito de la bella amenaza femenina. Wulz se parece a aquella preciosa chica serbia obsesionada con pintar panteras, la Simone Simon de La mujer pantera (1942), de Jacques Tourneur. Agazapada tras el cristal, nos observa la fascinante mujer sedienta, inteligente y depredadora. Hay más verdad en su truco que en tanta realidad junta.

Elsa Fernández-Santos

Elsa Fernández-Santos (Madrid, 1968) es periodista cultural de El País y autora, entre otros, de los textos de La Bombilla (Demipage) y Entrevistos. Manolo Blahnik (Rquer). 

Fotografía de Lola Garrido