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Cuando Harlem estaba de moda

A los lectores de mi generación, esta obra de David Levering Lewis (Little Rock, Arkansas, 1936) les traerá recuerdos del momento en que su propia comunidad vivió un renacimiento de rasgos similares al harlemita —intergeneracional, interdisciplinar, interclasista, promovido por un puñado de pioneros que utilizaron los bares, las fiestas, las revistas, las galerías de arte, las salas de concierto y las emisoras de radio para elaborar una nueva síntesis del imaginario moderno—. 

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Lewis cifra en torno a treinta el número de asiduos del movimiento: «Un grupo increíblemente reducido de artistas, poetas y escritores sobre los cuales fundamentar la revalorización del Negro en términos de logros artísticos y contribuciones culturales». Y añade: «Suponer que unos pocos escogidos iban a conducir a millones de afroamericanos hacia una era de justicia, parecía el tipo de fantasía que podría esperarse de una esnobcracia intelectual». 

El núcleo generador del Renacimiento de Harlem (1919-1934) estaba integrado por una mezcla de lo que Zora Neale Hurston denominó Niggerati —«literatos negratas»— y Negrotarians: ciudadanos blancos que apoyaban la cultura afroamericana. Al margen del porcentaje de esnobismo que pudiera atribuirse al Nuevo Negro, unos y otros estaban convencidos de que sus producciones creativas podrían convertirse en armas eficaces contra la discriminación racial. Parece claro que los periodos de florecimiento cultural y civil sólo cristalizan en la medida en que favorecen la improbable alianza de artistas y mecenas, agitadores y filántropos.

Al mismo tiempo que Europa era escenario de la eclosión vanguardista, Estados Unidos reconocía por primera vez su herencia africana. James Weldon Johnson describía en Black Manhattan (1930) la vibrante atmósfera del momento: «Si se visita Harlem por la noche, con las calles siempre llenas de gente, grupos bulliciosos saltando de un lugar de diversión a otro, filas de taxis bajo las luces rutilantes de famosos clubs nocturnos, bocas de metro tragándose a las multitudes durante toda la noche, da la impresión de que Harlem nunca duerme y de que sus habitantes producen jazz con su mera existencia». Dos décadas más tarde, Ralph Ellison lo evocaba así en El hombre invisible (1952): «Nueva York no es una ciudad, es un sueño. Cuando hayas vivido más de tres meses en Harlem, serás otro hombre. Hablarás de modo distinto, pensarás en obtener un doctorado, asistirás a conferencias e incluso te harás amigo de unos cuantos blancos. ¡Y, además, podrás bailar con chicas blancas!». 

Más reciente y cercano (año 2006, número monográfico de la revista Matador dedicado a Nueva York) es el testimonio de Bruce Kellner: «El movimiento supuso un resurgir de la cultura africana en una América blanca mayoritariamente protestante, de modo similar a como el renacimiento italiano hizo posible que resurgiese la cultura clásica en una Europa mayoritariamente católica». Wallace Thurman, uno de sus más brillantes artífices, lo resumía con estas palabras: «Ser un escritor negro en estos días es un chollo... El alcohol, la música de jazz y el contacto físico han logrado lo que décadas de propaganda defendieron sin éxito... Todos tendrán mañana una resaca emocional». Esa resaca colectiva fue bautizada con el nombre de Gran Depresión. 

Al hacer hincapié en las raíces del Renacimiento, es preciso referirse a W. E. B. Du Bois, cuya biografía en dos entregas proporcionó al autor de Cuando Harlem estaba de moda (1981) sendos premios Pulitzer (1994, 2001). Apenas iniciado el siglo XX, Du Bois marcó el tono contemporáneo del debate interracial al señalar que la tarea de los afroamericanos consistía en vivir la doble conciencia de ser simultáneamente negros y norteamericanos: «Nosotros, los más oscuros, no venimos con las manos vacías; no hay exponentes más auténticos del espíritu de la Declaración de Independencia que los negros americanos; no hay música americana más auténtica que las melodías del esclavo negro. Nosotros, los negros, aparecemos como el único oasis en un desierto de dólares y violencia. Pero a menos que nuestra lucha sea no meramente secundada, sino alentada y apoyada por la iniciativa del grupo social más rico y culto, el negro no puede confiar en alcanzar el éxito» (Las almas del pueblo negro, 1903).

Todo esto lo explica Lewis con delicadeza y rigor, por medio de una prosa erudita y sintética, capaz de procesar un volumen de documentación y materiales de archivo inabarcable para cualquier estudioso que no posea una técnica tan depurada como la suya, o en su defecto, un ejército de colaboradores a su entera disposición. Concluido el libro —una memorable introducción a la edad de oro de la cultura afroamericana—, el lector se pregunta cómo es posible que el Renacimiento de Harlem continúe siendo tan poco conocido en Europa y los nombres de sus representantes suenen tan poco familiares a nuestros oídos: Alain Locke, Weldon Johnson, W. E. B. Du Bois, Jean Toomer (cuya perturbadora novela Caña acaba de ser traducida en la misma colección), Jessie Fauset, Langston Hughes, Countee Cullen, Claude McKay, Zora Neale Hurston, Wallace Thurman, Paul Robeson, Aaron Douglas, Nella Larsen, Walter White... ¿Se ha visto eclipsado el conjunto del Renacimiento por la majestuosa sombra de las grandes figuras del jazz —Bessie Smith, Fats Waller, Fletcher Henderson, Duke Ellington— cuyas composiciones seguimos identificando con el espíritu de la época? Levering Lewis ha equilibrado la balanza en estas páginas magistrales.

José Luis Gallero

José Luis Gallero (Barcelona, 1954) es editor, poeta, antólogo y estudioso del pensamiento breve. Fue redactor de Sur Exprés y El Europeo. Autor de Sólo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña (1991) y Heráclito. Fragmentos e interpretaciones (2009). Vive y trabaja en Madrid.

David Levering Lewis, Cuando Harlem estaba de moda. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo / BAAM, 2014.
Traducción de Javier Lucini. 

Foto: Pareja con abrigo de mapache. VanDerZee, 1932