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En el centro de todo está un niño que corre

  

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“El Niño no deja de moverse. Ni siquiera cuando duerme. El Niño es lo que se conoce como un ‘niño inquieto’, aunque todavía queda por descubrir la existencia de un ‘niño quieto’; porque es sabido que los niños sólo se aquietan como en un microtrance, durante esos pocos segundos en los que deciden en qué nueva dirección van a moverse, a inquietarse y a inquietar.”

La parte inventada, Rodrigo Fresán

En la sala de espera del Centro de Salud Mental Infantil de Gijón no hay nada que sea diferente a cualquier otra sala de espera de cualquier Centro de Salud pediátrico: las pequeñas sillas de plástico verde y las mesas rojas de Ikea están llenas de juguetes muy usados. Hay también una pequeña sección de libros y unas estructuras de ésas de delgadas barras de metal por las que el niño puede pasar una pieza de madera hasta llevarla al otro lado del juguete. En este momento hay cinco niños con los que no puedo hablar porque en el Centro de Salud Mental Infantil tienen políticas muy restrictivas sobre las declaraciones que pueda dar cualquier persona, médico o paciente respecto a los tratamientos que se realizan. Un 40% de los pacientes es derivado allí por el pediatra con la indicación: posible caso de Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Eso quiere decir que existe la posibilidad de que al menos uno de estos cinco sea un niño TDAH. Observo a los chicos desde lejos intentando identificar en ellos alguno de los rasgos más visibles del trastorno: no pueden jugar en silencio, no terminan las tareas iniciadas, no se pueden sentar quietos, etc. Todos presentan los síntomas. Dos niñas han empezado a pelearse, un chico reclama insistente la atención de su madre, ninguno lee. Niños. Los estoy mirando a través de un cristal cuando noto que hay otro más, afuera, solo, sentado en el suelo. Como no está en la sala de espera de pacientes me acerco para preguntarle qué hace allí y si está enfermo. Entonces noto que está cantando. Y luego noto que no está cantando, sino hablando consigo mismo en voz muy baja, como si estuviera intentando memorizar la tabla del nueve. Tendrá unos diez años. Dice que no está enfermo, que es sólo que no puede dormir, que tiene insomnio.

Luego se mete en la sala de espera, donde no puedo seguirlo.

Un niño es una persona egoísta por definición. Necesita serlo. ¿De qué otra manera podría sobrevivir en un mundo de gigantes que hacen cosas inentendibles? Cualquiera que tenga hijos pequeños sabe de qué va todo esto. Su comprensión del mundo es limitada; sus formas de comunicarse son instintivas, inmediatas. Y lo más probable es que tú las hayas olvidado. Por eso cualquier padre puede hablarte del momento de la Gran Duda. Todo esto surge en el escenario de la cotidianidad: el niño no se calma, no se está quieto, no se duerme. En el centro de tu vida está un niño que corre. Y tú descansas poco y trabajas mucho. El doble. El triple. Y te dices a ti mismo que es normal. Te esfuerzas un poco más y, si tienes suerte, las cosas empiezan a mejorar con el tiempo, a medida que tu hijo aprende a comunicarse con el mundo. Pero si no tienes suerte, no cambia absolutamente nada: el niño no se calma, no se está quieto, no se duerme. Entonces llega la Gran Duda. Y ésta es: ¿dónde está el punto exacto en el que se traspasa el límite de lo normal?

Si se lo preguntas a cualquier padre de un niño diagnosticado con TDAH te dirá que ese límite es clarísimo: “tienes que vivirlo para darte cuenta”, “es imposible que se trate de un problema de educación o de conducta”, “no puedes negar la evidencia cuando ya lo has intentado todo”.

El único problema es que a día de hoy, como ocurre con tantas otras patologías psiquiátricas, no existe una prueba clínica definitiva que determine ese límite ni, mucho menos, que establezca una causa neurológica o genética que ponga a tu hijo directamente al otro lado.

También está, claro, el problema de las anfetaminas.

 

EL CÁRTEL DEL RUBIFEN

Guillermo Rendueles, que vive en la calle Rendueles, frente a la playa de San Lorenzo, en Gijón, es un antiguo militante del movimiento conocido como antipsiquiatría. Uno de esos especialistas que se esfuerzan por pinchar el globo farmacológico a los grandes laboratorios siempre que tienen la oportunidad. Por eso no sorprende que de lo primero que te hable sea del “cártel del Rubifen”, como se conoce, según él, a los tres principales fabricantes de los medicamentos —metilfenidato o atomoxetina, ambos de estructura similar a las anfetaminas— utilizados en el tratamiento del TDAH. “Primero está Janssen, que fabrica la Concerta; luego Lilly, que fabrica la Strattera, y luego Novartis, que fabrica el Rubifen. En promedio, la cantidad de Strattera que puedes necesitar para un mes suele costarte unos 100 euros; si hablamos de 500.000 niños diagnosticados en España, sólo basta hacer cuentas para saber cuánto dinero hay en juego.” Rendueles te sitúa, así, de un plumazo, en el centro de la discusión alrededor de este trastorno. Porque la pregunta es más bien simple. ¿Es el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad una construcción pseudocientífica que los grandes laboratorios han posicionado en el imaginario colectivo con la finalidad de vender ciertos fármacos? Ésta no es una idea antojadiza ni reciente. Según Rendueles, desde hace décadas nos enfrentamos a “un proceso social importante de psiquiatrización, de búsqueda de soluciones más rápidas para evitar conflictos”. Bienvenidos a la era de “la pastilla de portarse bien”.

Casi todos los casos podrían resumirse así: tienes un niño que presenta los síntomas habituales de hiperactividad. Si va al colegio es incapaz de concentrarse en los deberes más elementales o de prestar atención en clase. Es un “trasto”. Y los profesores —esos que lidian con 25 chicos por aula— empiezan a inquietarse. Como eres un buen padre y quieres a tu hijo y no quieres culparlo, lo primero que haces es culparte a ti mismo y, naturalmente, te preguntas qué demonios estás haciendo mal. Cambias tus hábitos, intentas prestarle más atención, disciplinarlo, juegas con él, lo acompañas, lo ayudas pacientemente con los deberes. Pero nada parece dar resultado. Hablas con los maestros, o ellos insisten en hablar contigo. Os exigís mutuamente más dedicación. Incluso puede que acudas a terapia y que ésta no dé resultados visibles mientras a ti te come la desesperación al ver que tu hijo no progresa. Entonces otra idea empieza a invadir tus pensamientos. ¿Y si hay algo más, algo que no forma parte de él pero que está en él? Es una idea seductora. Irresistible, porque independientemente de sus fundamentos reales —un supuesto que, descubres, tiene tantos defensores como detractores— desplaza la culpa hacia un elemento externo, la aleja de ti y de tu familia, y la convierte en un enemigo común. Y cualquier padre te puede decir que nada une más a la familia que el sentido de autoprotección. Además, te informas, por supuesto. Y lo primero que descubres es que, al igual que tú, hay otros miles de padres que se enfrentan diariamente al tormento de un niño incontrolable.

Imagina un escenario apocalíptico en el que tú y tu familia de repente os encontrarais con otros sobrevivientes de la misma especie. En España esa especie podría ser la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (FEAADAH), que agremia a más de ochenta organizaciones distribuidas por todo el territorio nacional.

El presidente de la FEAADAH, Fulgencio Madrid Conesa, es padre de dos hijos afectados con el trastorno —que él mismo asegura padecer—. Él lo describe como “una inquietud externa (en los más pequeños) que con el paso del tiempo se transforma en una inquietud interna (en los mayores)”. Madrid Conesa es consciente de que hay una corriente de opinión entre los propios médicos que cuestiona la veracidad del TDAH y, en particular, del tratamiento con fármacos que se utiliza con niños desde los siete años, aproximadamente. Eso le causa un profundo malestar: “Cuando tengo la oportunidad de contestar, contesto; cuando no, tengo que mirar para otro lado”. El presidente de la FEAADAH defiende la idea de que el verdadero mito es el sobrediagnóstico del que alertan psiquiatras como Rendueles. Según él, registros perfectamente documentados indican que, lejos del medio millón de niños diagnosticados que se supone existen en España —“quien te diga cifras como ésa miente, porque simplemente no hay un registro oficial que las corrobore”—, los laboratorios productores de metilfenidato y atomoxetina venden dosis mensuales a un promedio de 130.000 pacientes, una cifra muy inferior a los 300.000 niños y/o adolescentes en riesgo de padecer TDAH que estiman las “proyecciones estadísticas”. El auténtico problema, por lo tanto, sería la infradiagnosticación.

Gran parte de las actividades que organiza la FEAADAH presidida por Madrid Conesa —aunque no su funcionamiento interno— son financiadas directamente por esos laboratorios que producen metilfenidato y atomoxetina. Los mismos que invitan a médicos (y, hasta hace poco, a sus familias) a congresos especializados por todo el mundo.

“Sí —admite Madrid Conesa—, esa información la puedes ver en el portal de la Federación y se maneja de manera absolutamente transparente.” ¿Y no cree que existe un conflicto ético en el hecho de que parte de sus actividades de difusión y concientización con respecto a la existencia del trastorno sean financiadas por los laboratorios que producen los fármacos con los que se trata? No. De hecho cree que recibir estas ayudas de los laboratorios es un “derecho” que tienen como afectados y responde a una “responsabilidad social corporativa” que la industria farmacológica cumple a rajatabla. “Nuestra relación con los laboratorios es más transparente que en cualquier otro ámbito y está sometida a una legislación rigurosa. Nosotros no publicitamos ningún fármaco, además de que no todos los tratamientos conllevan su uso; en cambio, tenemos el deber de denunciar cualquier efecto adverso que estos puedan producir.”

“A mí me parece que las anfetaminas son buenas siempre que sepas para qué las quieres y a lo que te expones —dice Guillermo Rendueles—. Sartre era un gran consumidor de anfetamina. De hecho, una vez le preguntaron si no preferiría haberse cuidado más en lugar de producir alguno de sus libros y dijo que de ninguna manera, que para qué quería vivir si no hubiera podido escribir la Crítica de la razón dialéctica. Pero Sartre era un adulto y ésa era su elección.”

Rendueles recuerda que durante su práctica profesional como psiquiatra trató a docenas de adolescentes y que en determinados casos les recetó este tipo de fármacos. Según su experiencia, se produjeron cambios casi inmediatos en el comportamiento de los chicos, que podían notarse entre una semana o un mes después de las primeras dosis. “El efecto visible es de mejora de la atención voluntaria, disminución de la movilidad, el curso de pensamiento se ralentiza, hay menos saltos… Y claro, los padres eran seducidos por esas mejoras, aunque los efectos luego no duraban mucho.” Rendueles también señala consecuencias del uso prolongado de los fármacos, aunque admite que todo se pierde en una nebulosa en la que no hay estudios fidedignos de ninguno de los lados. Según sus propias observaciones, ha llegado a ver trastornos bipolares, además de afecciones hepáticas y tics oculares. Incluso sabe de casos de disquinesia —movimientos convulsivos involuntarios— “parecidos a los que se presentan en pacientes tratados por esquizofrenia. Claro, entonces los laboratorios ofrecen otros fármacos para solucionar estos problemas derivados. Como matar dos pájaros de un tiro”.

 

EL NIETO DE FREUD

Para Madrid Conesa, tales afirmaciones sólo demuestran una enorme irresponsabilidad de parte de quienes las vierten. “Si le damos Dalsy a los niños, ¿cuántos padres sabemos lo que realmente les estamos dando y las consecuencias que pueden tener dentro de veinte años? Pues los fármacos administrados para la TDAH llevan siendo estudiados sesenta años sin que haya sido establecido daño alguno a largo plazo. Lo que puede existir es una pérdida de apetito, cuando mucho. Entiendo las opiniones diversas y la polémica a la que te refieres, y es algo que me preocupa, pero básicamente porque pueden llevar a que un número de personas se quede sin tratamiento. El TDAH es un hecho y no es algo susceptible de opinión”, dice tajante.

El presidente de la FEAADAH acepta que la idealización de una “vida sin problemas” puede convertirse en sí misma en un problema, pero advierte que también lo es la estigmatización de la práctica psiquiátrica. ¿Qué opina de la idea difundida de que los padres de niños con TDAH han sido seducidos por quienes les dan una alternativa a asumir sus responsabilidades como padres? “Tales afirmaciones me dan una enorme tristeza porque se hace daño a personas que están en un estado de vulnerabilidad. No sólo a los padres o maestros, sino a los propios niños. Que un hijo de Freud o un nieto de Freud diga que esto es una invención no tiene nada que ver con los estudios realizados a nivel internacional”.

Madrid Conesa se refiere al psicoanalista y psicoterapeuta Joseph Knobel Freud —es el nieto—, uno de los principales defensores de la idea del TDAH como enfermedad artificial. Digamos que si por un lado están los que creen que el trastorno tiene una base neurológica, Knobel Freud está completamente en el polo opuesto. Cuando me atiende desde su consulta en Barcelona le explico que la mayoría de las asociaciones relacionadas con el TDAH sostiene que el 80% de los casos tiene una raíz genética, mientras que sólo el 20% se debe a factores socioculturales como el entorno, la familia o la escuela. “Todas esas afirmaciones son absolutamente irreales –contesta Knobel Freud–. Es decir, ¿existe el dolor de cabeza? Sí, claro que existe, pero no puedes decir que todos los dolores de cabeza tienen un origen genético. Lamentablemente es el tipo de mentira que nos dicen, o nos decimos, para aliviar responsabilidades. Si encontramos el gen del capricho, ¿dejará entonces de ser un problema de conducta?”.

Hace sólo unos meses, un artículo del semanario alemán Der Spiegel daba una vez más la voz de alerta sobre “enfermedades psiquiátricas inventadas”. Dentro del artículo, la declaración que ha llamado más la atención no podía haber sido recuperada en un momento más oportuno. En 1999, siete meses antes de morir, y al parecer en plena revisión de algunos de sus propios postulados, el psiquiatra Leon Eisenberg revelaba al periodista Jörg Blech —autor de libros muy críticos contra la industria farmacéutica como Los inventores de enfermedades— que el síndrome del que fue uno de los “descubridores” era sólo un caso más de “enfermedad fabricada”. Se refería al TDAH, una de las razones por las que su nombre figura en la historia de la psiquiatría.

Al nieto de Freud, esta confesión de Eisenberg no le sorprendió. La lucha contra la falsa psiquiatría lleva muchas décadas. “Y no es una batalla perdida en absoluto. Hay muchos centros que trabajan este tipo de conductas con psicoterapia con iguales o mejores resultados que otros tratamientos de tipo farmacológico”. Pero ¿qué les diría a los padres que, como Madrid Conesa, están convencidos de que el tratamiento más difundido en la actualidad, en su mayoría basado en fármacos, les ha cambiado la vida para bien? “Les diría —razona Knobel Freud— que están consiguiendo que su hijo cambie de conducta, pero que en ningún caso han encontrado las raíces del problema. Si a un niño le duele el estómago y se toma una Buscapina se le pasará el dolor, pero ¿sabremos realmente qué lo causó? Les diría que no se puede generalizar tratamientos, que habría que detenerse caso por caso: trabajar sobre las causas, no sobre el síntoma. Simplemente medicar es como afirmar que la fiebre es producida por un déficit de paracetamol”.

 

EL TDAH ES UN TESORO

Gran parte de la discusión alrededor del TDAH es que la cantidad de información contradictoria es enorme. Por cada libro del tipo “Mi hijo es hiperactivo” —que suelen estar repletos de consejos y eslóganes como “padres de niños con TDAH, llevad la cabeza bien alta: no es culpa vuestra”—hay un sinnúmero de artículos que alertan de los “estragos” que puede causar la medicación en los niños. Esto convierte un problema social (o médico, según de qué lado estés) en una batalla en la que los departamentos de comunicación de laboratorios como Janssen juegan un papel importantísimo.

“El TDAH es un tesoro.” La afirmación llega desde Galicia. “Sé que puede parecer irónico, porque hay mucha gente que lo pasa mal —afirma la doctora Elvira Ferrer, directora ejecutiva del Instituto Gallego del TDAH y Trastornos Asociados (INGADA)—, pero a esas personas las reto a que les den a los niños con TDAH la oportunidad de demostrar lo que valen.” Para Ferrer es un hecho que los chicos diagnosticados con el trastorno “tienen una sensibilidad que no tienen otras personas”. Ferrer tiene dos hijos de doce y catorce años, ambos en tratamiento y con medicación. Para ella afirmar que estamos patologizando un tema de “niños inquietos” es de una temeridad insultante. “No se puede ser tan reduccionista. No se puede simplificar así las cosas”. Y aunque admite que “no se sabe aún cuáles son los genes implicados”, asegura que hay “sospechas fundamentadas” de que el mal existe como patología mental. Ferrer recuerda que hay personas famosas que han reconocido padecer o haber padecido el trastorno. Uno de los nombres que cita es el del doctor Luis Rojas Marcos, un reputado psiquiatra que, por cierto, afirma que el 60% de los presos norteamericanos entre 30 y 40 años tienen TDAH. Los otros dos nombres que recuerda son Magic Johnson y Pablo Motos.

¿Cómo se diagnostica el TDAH en España? Según la Guía Práctica Clínica del Ministerio de Salud, se siguen la pautas de lo que los especialistas conocen como “la DSM”, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) que elabora la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. El primer manual, DSM-I, fue publicado en 1952. El DSM-IV, que fue publicado en 1994, identifica nueve síntomas de desatención y otros nueve de hiperactividad-impulsividad. Para ser diagnosticado con TDAH, un niño debe presentar por lo menos seis de estos síntomas durante al menos seis meses. Algunos de ellos son:

“A menudo no presta atención suficiente a los detalles o comete errores por descuido en sus tareas escolares, en el trabajo o en otras actividades” (Desatención).

“A menudo evita, le disgusta o es renuente en cuanto a dedicarse [sic] a tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido, como por ejemplo las actividades escolares o las tareas domésticas” (Desatención).

“A menudo corre o salta excesivamente en situaciones en las que es inapropiado hacerlo” (Hiperactividad).

“A menudo tiene dificultades para guardar turno” (Impulsividad).

Existe también una Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) cuyos criterios, en el caso particular de TDAH, son bastante similares, pero es la DSM por la que se rigen la mayoría de sistemas públicos y privados de sanidad.

Según una investigación de la psicóloga estadounidense Lisa Cosgrove publicada en 2006, de los 170 miembros del panel encargado de la elaboración de la DSM-IV, al menos 95 (el 56%) tenía una o más relaciones financieras con empresas de la industria farmacéutica.

En el año 2012, sólo en Estados Unidos las farmacéuticas ingresaron más de 7.000 millones de euros por medicamentos relacionados con el TDAH.

 

EL PROBLEMA DE HACER ENFERMO AL QUE NO LO ES

Cualquier padre de un niño pequeño te puede decir que en los parques infantiles el tiempo se ralentiza. Las horas de tu vida invertidas empujando el columpio no te las va a devolver nadie. Eso es lo que se siente. En su libro ¿Dónde está mi tribu?, la filósofa y ensayista Carolina del Olmo asegura que “estamos imbuidos de una ideología egoísta y hedonista que nos lleva a defender nuestro bienestar individual. Así las cosas, cuando tenemos hijos, o bien seguimos defendiéndonos, ahora frente a estos monstruitos voraces —como nos aconseja esa corriente de expertos en crianza a la que me he referido como adultocéntrica—, o bien trasladamos el frente y pasamos a defender el bienestar individual de nuestros hijos. Ésta es, muchas veces, la única forma no egoísta de afrontar la aparición de un ser especialmente vulnerable en un mundo tan individualista como el nuestro”.

El libro de Del Olmo problematiza el sistema mismo de crianza individual y traslada muchos de los problemas derivados de ella a un plano ideológico. Y la tribu de la que habla —un reclamo de crianza solidaria y colaborativa— parece tener que ver con estructuras de “autorregulación” que, por su parte, también echa de menos Rendueles. “Los chicos están dejando de conocer la calle y, con ella, formas sociales como el grupo, la pandilla, espacios en los que se autorregulaban procesos que ahora son observados de manera microscópica en hogares excesivamente cerrados e intimistas”, explica el antipsiquiatra desde su casa en Gijón.

Rendueles va más allá en su visión crítica de nuestra percepción de la infancia y de la manera en que la gestionamos. Para él, el “cajón de sastre que es el TDAH” tiene su origen en el sistema educativo. “El concepto contemporáneo de la ‘escuela para todos’ es una cosa imposible. Por eso ya los anarquistas de la Primera República y el Movimiento Libertario Español se opusieron a la idea de una escuela obligatoria, porque veían que estar sentado delante de un pupitre no es propio de un niño. Sin escuela no habría TDAH”, afirma categórico.

Cualquier padre te diría que el hecho de que un chico se pase siete u ocho horas en la escuela —sin contar las actividades extraescolares— para luego ir a casa y hacer deberes, le parece algunas veces excesivo. Pero cualquier padre que salga de trabajar a las cinco —con suerte— te dirá que estás loco si le propones una reducción de la jornada escolar.

Ante este escenario, decido acudir a las trincheras de la psiquiatría infantil y consulto con Eugenia Caretti, psiquiatra del Centro de Salud Mental de Vallecas. El 80% de los chicos que ella trata llegan con “sospecha de TDAH”, dice. También me cuenta que su centro es uno de los que más recursos maneja, ya que tiene dos psiquiatras, cuatro psicólogas, una enfermera y una trabajadora social. “Y aun así resulta imposible hacer un seguimiento personalizado e individual de todos los casos. En un contexto casi epidémico como el del TDAH en España, en el que además el diagnóstico está basado en la observación y la exploración, y en entrevistas, la presión por parte de los propios padres y maestros a veces es insostenible”.

En lo personal, la propia doctora Caretti es escéptica con respecto al uso de fármacos, aunque cree que es un error centrar el debate en el daño que estos puedan causar. “Sí, los niños bajan mucho de peso, o pueden presentar otros efectos secundarios, pero eso se puede corregir nivelando las dosis. El verdadero problema es hacer enfermo al que no lo es.” Según la psiquiatra, detectar una anormalidad real puede tomar hasta cinco meses, y simplemente no hay recursos para hacerlo. “Así es como el sistema te gana y terminas recetando anfetaminas aunque tú misma no creas que ésa sea la forma. Al final, el debate en torno al TDAH está contaminado por la ideología. Y acabas preguntándote: ¿quién soy yo para imponer mi ideología?”

Ideologizada o no, las posiciones con respecto al TDAH no pueden ser más radicales. Hace unos años, hablando de este tema, el escritor Javier Marías se veía reflejado nada menos que en Tony Soprano: “La escena que me viene últimamente a la memoria es una en la que Tony y su mujer, Carmela, son convocados por el psicólogo del colegio al que acude su hijo Anthony Jr., para tratar de las varias barrabasadas que éste, de trece años, ha cometido. El psicólogo les comunica que el muchacho tal vez padezca ‘un TDA’. La madre se lleva las manos a la cabeza, convencida de que será una enfermedad, lo cual no niega el experto: un TDA es un Trastorno de Déficit de Atención, explica muy serio, y para saber si lo sufre habrá que comprobar si presenta seis (o más) de nueve síntomas clave. Al cabo de unos días, el diagnóstico resulta ser ‘fronterizo del TDA’, ya que el chico presenta cinco: entre los que se cuentan cosas tan anómalas como ir acelerado y juguetear con las manos o los pies. Esta última acusación saca de quicio a Soprano, a quien le parece del todo normal, y aun tradicional, que los niños, y más si son púberes, jugueteen con todo lo habido y por haber. Dado que Soprano es en general muy bruto y de poco escrúpulo, comprenderán esta alarma mía al descubrirme insistentes coincidencias con él. Y además no puedo evitar pensar que, de haber ido yo al colegio en estos tiempos, habría sido pasto y carne de lunaticólogos infantiles”.

 

LA DSM-V Y SUS NOVEDADES

En mayo del año pasado se publicó en Estados Unidos la DSM-V, el quinto Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, que está todavía en procesos de traducción al español.

Psiquiatras como Rendueles alertan de un posible incremento de los síntomas para diagnosticar el TDAH debido a que los criterios ya establecidos serían incluso más laxos que en el DSM-IV, algo que niegan otros especialistas como Javier Quintero, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor, centro de referencia de la psiquiatría infantil en Madrid. “Lo que probablemente traiga la DSM-V será simplemente una adaptación del manual, que antes estaba muy enfocado en niños y adolescentes, y que ahora abarcará a adultos.” Quintero asegura que mientras en España hay una estimación de niños afectados de entre 5 y 7%, apenas se diagnostica al 1%. También opina que no se trata de diagnosticar más, sino mejor. Y que en psiquiatría las cosas no pueden verse en blanco y negro.

¿Por qué se utiliza la DSM norteamericano para diagnosticar el TDAH en España? “No hay ninguna razón particular —responde Quintero—. Nosotros en general seguimos los criterios de la CIE, pero es cierto que en psiquiatría solemos guiarnos por la DSM, que es la única herramienta especializada. La Organización Mundial de la Salud lleva años intentando sacar una alternativa, pero no han sido capaces. Además es lo que tiene todo lo americano, ¿no? Si te compras un pantalón, ¿cual prefieres? Un americano. Si te compras un coche, ¿cuál prefieres? Uno americano.”

Cada día son más los padres que se enfrentan a la Gran Duda: ¿es normal que mi hijo sea así? Como en el clásico dilema propuesto por Morpheus en The Matrix, tienes dos opciones: puedes tomar la pastilla azul y despertar en tu cama y creer lo que quieras creer, o puedes tomar la pastilla roja y averiguar qué tan profunda es la madriguera del conejo.

Jaime Rodríguez Z.

Jaime Rodríguez Z. (Lima, 1973) es poeta, periodista y editor. Es autor de los libros Las ciudades aparentes y Canción de Vic Morrow, este último publicado en Argentina, España y Perú. Vivió en Barcelona de 2003 a 2011. Actualmente vive en Madrid

  • Ichthys (Pekín, 2013). Obra de Juan Zamora.