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Cartas antipersona

  

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Esta vez no es el nerd Zuckerberg desde su dorm de Harvard el que, junto a un par de compañeros paliduchos e inadaptados, idea un invento que le traerá billetes con la cara de Benjamin Franklin a paladas. Pero la historia es muy parecida: a un grupo de amigotes de Chicago —todos blancos, no es casual— que inventan juegos de mesa para entretenerse en sus ratos libres y etílicos se les ocurre uno con tantas posibilidades que deciden acudir a Kickstarter, una plataforma de micromecenazgo, para producirlo. El resultado es el controvertido Cards Against Humanity (CAH), un juego de preguntas y respuestas con muchos detractores pero, sobre todo, largas filas de adeptos.

¿Qué tiene este juego que engancha tanto? Pero sobre todo, ¿a quiénes engancha? Al igual que ocurre con ciertos alimentos, cuyos potenciadores de sabor nos tienen esclavos del mastique o del salivaje, ver las tarjetitas blanquinegras de Cards Against Humanity y su tipografía helvética produce una excitación inmediata relacionada con la infinidad de burradas generables al combinar las preguntas con sus posibles respuestas. El juego es sencillo: una tanda de preguntas que piden réplicas “creativas”. Tomemos un ejemplo. Ante la pregunta “¿Cuál será el próximo juguete que vendrá en el Happy Meal del McDonalds?”, el azar hace que, entre nuestras diez tarjetas, podamos elegir respuestas como éstas: “Lepra”, “El Papa”, “Un ojete blanqueado”, “El testículo que le falta a Lance Armstrong” o “Miley Cyrus a los cincuenta y cinco”. ¿Nos parece gracioso al leerlo o, por el contrario, nos resulta una gran pendejada? Si la respuesta es la segunda, quizá la explicación sea que estamos ante un juego local, para que los ciudadanos más privilegiados del enorme país de la bandera barriestrellada canalicen a través de él (y sin necesidad de pronunciar palabra), todo el gamberrismo o, peor aún, todo el odio y la necesidad de insultar que esconden en algún lugar de su cerebro.

Si asistimos a alguna partida, como ha sido mi caso, sorprende comprobar que mujeres y hombres de tonalidades de piel diversa ríen por igual. Y que una musulmana, un muchacho de ascendencia judía y un obeso indio pueden jugar juntos sin que se vierta sangre, sino más bien risas, aunque esta reacción sea también una forma moderada de violencia.

¿Y por qué es más divertido que las respuestas vengan ya escritas y no generar nosotros mismos nuestros propios disparates, sobre todo si al jugar llevamos más alcohol encima de lo aconsejado por la Unión Europea? Ahí está el misterio inexplicable del que estos sobrinos malotes de Heraclio Fournier se percataron enseguida. Resultaría difícil que de las bocas wasp del pueblo americano, acuñadoras de la cacareada expresión “corrección política”, saliesen respuestas como aquellas; en cambio, al venir impresas en las tarjetitas, la culpa que sienten es menor.

Max Temkin y sus siete colegas otorgaron licencia Creative Commons a su invento y colgaron el pdf de la primera tanda de preguntas y respuestas —hasta el momento han comercializado cuatro ampliaciones— en la página oficial del juego (cardsagainsthumanity.com). Algunos fans se han atrevido a traducir las tarjetitas y subirlas a la web para que cualquiera pueda imprimírselas y jugar una partidita en casa.

La curiosidad me lleva a echarle un vistazo a las versiones en español de España y de Argentina: “Carlos Saúl Menem” es una respuesta de la segunda versión, a cargo de la persona que ha adaptado también culturalmente el juego y que quizá, a cambio, haya dejado fuera a Jimmy Carter. Otra es “vídeo casero de Claribel Medina llorando mientras come una viandita Cormillot”, completamente ininteligible para los no rioplatenses. Y en la variante de España brillan con esplendor como posibles respuestas: “Esperanza Aguirre” y “Constantino Romero durmiendo en un colchón Lomonaco”, imperdonables ausencias en el juego original. La versión francesa parece redactada por Michel Houellebecq en sus horas bajas. Y no me atrevo con la italiana, porque no quiero saber si alguna tarjetita menciona al Cavaliere, o si más bien las respuestas parecen haber sido generadas por el mismísimo Cavaliere.

Tampoco sé si el juego es verdaderamente dañino, si quienes llevan décadas combatiendo estereotipos y marginación, al menos a través de su discurso, deberían decir un “no” rotundo al Cards Against Humanity, pero sí es cierto que el éxito del juego habla de nosotros, de los humanos. Y, según parece, es mejor que hablen de uno aunque sea mal, ¿verdad? Y no lo digo yo: lo pone en la tarjetita.

Mercedes Cebrián

Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es escritora y traductora. Su última novela es El genuino sabor (2014). Sus textos han aparecido en El País, La Vanguardia, Público, Gatopardo, Eñe, Revista de Occidente y The Massachusetts Review. Actualmente vive en Filadelfia, donde realiza un doctorado en estudios hispánicos en la Universidad de Pensilvania.