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Las extrañas criaturas
Me di un paseo por el resto de las habitaciones. Estaban mucho peor que la mía cuando llegué. Algunas las habían transformado en almacén. Dejaba las huellas marcadas en el suelo sin barrer y cuando abría las ventanas, en el chorro de sol bailaba el polvo como un cardumen neurótico. Desde la ventana que daba al jardín divisé que Marius arrastraba unos palés, dejando una estela aplastada sobre el prado y asustando a unos gatos, que salieron despavoridos. El empecinamiento de aquel hombre se reflejaba en su postura, en ángulo agudo con el suelo. Yo no tenía sueño que contarle hoy, pero apoyada en el alféizar llenándome el codo de telarañas me di cuenta de que lo que estaba haciendo, entrar por primera vez en habitaciones desconocidas que estaban en mi casa, era la recreación de mi sueño más recurrente. Muy a menudo había soñado que abría por primera vez puertas que daban a galerías, jardines, estancias amplias y acogedoras, y siempre me preguntaba “¿Pero por qué no entro nunca aquí? ¿Por qué me quedo siempre en la parte más oscura de la casa? ¡A partir de ahora pasaré más tiempo aquí!”.
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La interpretación era muy sencilla: vivimos confinados en un espacio –moral–absurdamente pequeño, cuando al alcance de la mano tenemos todo un ramillete de posibilidades que apenas aprovechamos. ¿Es posible hacerlo en la vigilia? A la vez me acordé de un poema que había leído hacía años:
La habitación donde estoy no tiene puertas ni ventanas, pero sí un espejo en el cual me miro. Súbitamente caen las paredes y un paisaje de almendros en flor, surgiendo sobre la nieve, aparece a mi alrededor*.
Sonaba congruente para empezar, así que todo eso lo contaría en la primera sesión. Nos quedaba un rato aún antes de la cita. Me acordé de Zang.
Cuando abrí la puerta lo encontré encima de la mesa peleándose como una furia con el calcetín donde había dormido. Lo estiraba como si quisiera despedazarlo, cosa que ese tejido nunca le permitiría. Al verme el ritmo de sus movimientos se ordenó; saltaba, abría las piernas formando una X con el cuerpo, daba una palmada sobre la cabeza, y vuelta a la X.
Conecté la grabadora. Me informó de que la gimnasia formaba parte de su entrenamiento monacal y de que había dormido bien pero que para la noche siguiente por favor le preparase una cama más resguardada, porque dormir bajo un techo tan alto le desasosegaba.
-Es como dormir en una catedral gótica. Y haz el favor de bajarme ya de la mesa.
Claro, no podía hacerlo por sí mismo. Pero al dejarlo en el suelo me pareció aún más desamparado. ¿Qué podía hacer ahí, más que recorrer el espacio de las patas de la mesa a las patas de la cama, o sacar las pelusas de debajo del armario? Para asumir el ramillete de posibilidades necesitamos que éstas estén a nuestra escala. También pensé que era el único de la casa que no tenía una misión y había que buscarle alguna. Ahí estaba yo, pensando en su bienestar, cuando el condenado me dijo:
-Ayer te pusiste ciega con los caracolitos. Y luego lo del charlatán. Menuda cena me diste.
Invitarle me había costado lo mismo que haber cenado sola, y me agarré a esa idea para no tumbarlo de una toba.
-Lo oí todo desde el bolso. Lo tienes lleno de hebras de tabaco, por cierto. ¿Te cae bien ese tipo?
-Primero, tengo que llevarme bien con él para que acabe la obra y poder abrir el hotel. Tengo que empezar a ganar dinero, no me queda tanto como para dedicarme a estar cenando por ahí todo el día. Y segundo, vamos a psicoanalizarnos, que me parece una manera muy adecuada de comenzar mi nueva vida.
Zang, muy serio, grabó su respuesta y se quedó mirándome con los brazos cruzados mientras se reproducía.
-El buen viajero no sabe adónde va. El viajero perfecto no sabe de dónde viene**.
No contesté.
-No sé por qué convocas a un monje oriental, que conocen un montón de koans, para luego irte con un impostor que pone toda su esperanza en la verborrea.
-Pues yo conozco la fábula del monje que alcanzó la iluminación mientras limpiaba el patio. Te bajas conmigo y me dejas el bolso impecable.
***
Debajo del peral, sobre los palés, Marius había dispuesto unos almohadones raídos, tapizados con una tela de flores que expulsaba enormes nubes de polvo cada vez que él se dejaba caer sobre ellos para ablandarlos.
-Tenemos diván y todo. Es muy importante que estemos cómodos para que el inconsciente manifieste todo su secreto.
Dentro de la casa, Grigore aporreaba una pared para tirarla abajo.
Marius, ya tumbado, me miraba con el cuello rígido, esperando mi atención.
-Ni caso. Muros más inexpugnables vamos a derrumbar nosotros ahora.
-Adelante.
-He soñado que Mia Farrow me conducía por un estrecho paso que discurría entre dos inmensas masas de agua tranquila, a diez centímetros de nuestros pies. Una suave luz rosada iluminaba la escena. Ella me iba mostrando seres maravillosos a medida que avanzábamos, por ejemplo inmensas estrellas de mar que asomaban cerca de la orilla. Las especies se iban sucediendo en el agua, y nosotros las íbamos admirando. Por fin llegamos a una zona llena de delfines, eran muy rechonchos, no estilizados como los del día, y todos tenían una perla gigantesca en la frente. Con mucha delicadeza, Mia se agachaba y recogía a uno de los delfines, que no se resistía, y me lo acercaba para que le acariciase la perla, o para acariciarme con ella, insistiendo en lo maravillosa que era. ¿Qué quiere decir?
Me pilló desprevenida. Siempre se comenta lo aburridos que son los sueños de los demás, y la verdad es que yo estaba pensando ya en los míos. Vacilé unos segundos sin llegar a contestar.
-¿Sabe quién es Mia Farrow?
-Sí, claro- contenta de saber algo.
-Yo he pensado que Mia Farrow representa, con todos esos hijos que tiene, y siendo tan rubia y tan blanca, una especie de suave madre o maestra universal, quizá un cordón umbilical que nos une con el fondo no perdido de las cosas. El paso estrecho en medio de ese mar inabarcable quiere decir que nuestra humana peripecia se abre paso entre el caldo primordial del que surge la vida, y que en realidad no dejamos atrás sino que nos acompaña siempre. Que las especies que íbamos encontrando fueran sucediéndose según el orden evolutivo me hace pensar en que en realidad nuestra vida no es una masa informe de acontecimientos sino que existe un auténtico progreso. Desde la oscuridad de la ostra la perla, elemento precioso, ha saltado a la frente del delfín para coronarlo como rey verdadero, sólo que todos los delfines tenían perlas, todos eran reyes, todos estamos bendecidos por la corona irisada que se ha ido formando pacientemente en las tinieblas abisales.
¿Para qué me necesitaba? Él solo era capaz de darle un sentido aplastante a su sueño, y mucho mejor del que yo hubiera podido aventurar. Dentro de la casa sonó un estruendo de cascotes y cristales.
-¿Por qué no va a ver si Grigore necesita algo? Luego seguimos con mi parte de la sesión.
Mientras Marius se metía en la casa tan tranquilo como si no hubiera pasado nada, yo me acerqué al bolso para vigilar el trabajo de Zang. Miré dentro pero estaba vacío. Sentí como si una bolsa de líquido se me rompiera en el estómago. Tiré el bolso al suelo y miré a mi alrededor. Dos gatos me miraban desde el fondo del jardín.
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-¡Zang!
La yerba estaba muy alta, podía estar en cualquier sitio. Cualquier paso mío podría aplastarlo.
-¡Zang! ¡Colibrí mío!
***
Capítulo 5 y último: La puerta del jardín
* y **: El primer poema es en realidad uno de los 80 sueños de Juan Eduardo Cirlot; la frase sobre el viajero perfecto es una cita de Lin Yutang, extraída de su libro La importancia de vivir.
Las extrañas criaturas
Me di un paseo por el resto de las habitaciones. Estaban mucho peor que la mía cuando llegué. Algunas las habían transformado en almacén. Dejaba las huellas marcadas en el suelo sin barrer y cuando abría las ventanas, en el chorro de sol bailaba el polvo como un cardumen neurótico. Desde la ventana que daba al jardín divisé que Marius arrastraba unos palés, dejando una estela aplastada sobre el prado y asustando a unos gatos, que salieron despavoridos. El empecinamiento de aquel hombre se reflejaba en su postura, en ángulo agudo con el suelo. Yo no tenía sueño que contarle hoy, pero apoyada en el alféizar llenándome el codo de telarañas me di cuenta de que lo que estaba haciendo, entrar por primera vez en habitaciones desconocidas que estaban en mi casa, era la recreación de mi sueño más recurrente. Muy a menudo había soñado que abría por primera vez puertas que daban a galerías, jardines, estancias amplias y acogedoras, y siempre me preguntaba “¿Pero por qué no entro nunca aquí? ¿Por qué me quedo siempre en la parte más oscura de la casa? ¡A partir de ahora pasaré más tiempo aquí!”.
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La interpretación era muy sencilla: vivimos confinados en un espacio –moral–absurdamente pequeño, cuando al alcance de la mano tenemos todo un ramillete de posibilidades que apenas aprovechamos. ¿Es posible hacerlo en la vigilia? A la vez me acordé de un poema que había leído hacía años:
La habitación donde estoy no tiene puertas ni ventanas, pero sí un espejo en el cual me miro. Súbitamente caen las paredes y un paisaje de almendros en flor, surgiendo sobre la nieve, aparece a mi alrededor*.
Sonaba congruente para empezar, así que todo eso lo contaría en la primera sesión. Nos quedaba un rato aún antes de la cita. Me acordé de Zang.
Cuando abrí la puerta lo encontré encima de la mesa peleándose como una furia con el calcetín donde había dormido. Lo estiraba como si quisiera despedazarlo, cosa que ese tejido nunca le permitiría. Al verme el ritmo de sus movimientos se ordenó; saltaba, abría las piernas formando una X con el cuerpo, daba una palmada sobre la cabeza, y vuelta a la X.
Conecté la grabadora. Me informó de que la gimnasia formaba parte de su entrenamiento monacal y de que había dormido bien pero que para la noche siguiente por favor le preparase una cama más resguardada, porque dormir bajo un techo tan alto le desasosegaba.
-Es como dormir en una catedral gótica. Y haz el favor de bajarme ya de la mesa.
Claro, no podía hacerlo por sí mismo. Pero al dejarlo en el suelo me pareció aún más desamparado. ¿Qué podía hacer ahí, más que recorrer el espacio de las patas de la mesa a las patas de la cama, o sacar las pelusas de debajo del armario? Para asumir el ramillete de posibilidades necesitamos que éstas estén a nuestra escala. También pensé que era el único de la casa que no tenía una misión y había que buscarle alguna. Ahí estaba yo, pensando en su bienestar, cuando el condenado me dijo:
-Ayer te pusiste ciega con los caracolitos. Y luego lo del charlatán. Menuda cena me diste.
Invitarle me había costado lo mismo que haber cenado sola, y me agarré a esa idea para no tumbarlo de una toba.
-Lo oí todo desde el bolso. Lo tienes lleno de hebras de tabaco, por cierto. ¿Te cae bien ese tipo?
-Primero, tengo que llevarme bien con él para que acabe la obra y poder abrir el hotel. Tengo que empezar a ganar dinero, no me queda tanto como para dedicarme a estar cenando por ahí todo el día. Y segundo, vamos a psicoanalizarnos, que me parece una manera muy adecuada de comenzar mi nueva vida.
Zang, muy serio, grabó su respuesta y se quedó mirándome con los brazos cruzados mientras se reproducía.
-El buen viajero no sabe adónde va. El viajero perfecto no sabe de dónde viene**.
No contesté.
-No sé por qué convocas a un monje oriental, que conocen un montón de koans, para luego irte con un impostor que pone toda su esperanza en la verborrea.
-Pues yo conozco la fábula del monje que alcanzó la iluminación mientras limpiaba el patio. Te bajas conmigo y me dejas el bolso impecable.
***
Debajo del peral, sobre los palés, Marius había dispuesto unos almohadones raídos, tapizados con una tela de flores que expulsaba enormes nubes de polvo cada vez que él se dejaba caer sobre ellos para ablandarlos.
-Tenemos diván y todo. Es muy importante que estemos cómodos para que el inconsciente manifieste todo su secreto.
Dentro de la casa, Grigore aporreaba una pared para tirarla abajo.
Marius, ya tumbado, me miraba con el cuello rígido, esperando mi atención.
-Ni caso. Muros más inexpugnables vamos a derrumbar nosotros ahora.
-Adelante.
-He soñado que Mia Farrow me conducía por un estrecho paso que discurría entre dos inmensas masas de agua tranquila, a diez centímetros de nuestros pies. Una suave luz rosada iluminaba la escena. Ella me iba mostrando seres maravillosos a medida que avanzábamos, por ejemplo inmensas estrellas de mar que asomaban cerca de la orilla. Las especies se iban sucediendo en el agua, y nosotros las íbamos admirando. Por fin llegamos a una zona llena de delfines, eran muy rechonchos, no estilizados como los del día, y todos tenían una perla gigantesca en la frente. Con mucha delicadeza, Mia se agachaba y recogía a uno de los delfines, que no se resistía, y me lo acercaba para que le acariciase la perla, o para acariciarme con ella, insistiendo en lo maravillosa que era. ¿Qué quiere decir?
Me pilló desprevenida. Siempre se comenta lo aburridos que son los sueños de los demás, y la verdad es que yo estaba pensando ya en los míos. Vacilé unos segundos sin llegar a contestar.
-¿Sabe quién es Mia Farrow?
-Sí, claro- contenta de saber algo.
-Yo he pensado que Mia Farrow representa, con todos esos hijos que tiene, y siendo tan rubia y tan blanca, una especie de suave madre o maestra universal, quizá un cordón umbilical que nos une con el fondo no perdido de las cosas. El paso estrecho en medio de ese mar inabarcable quiere decir que nuestra humana peripecia se abre paso entre el caldo primordial del que surge la vida, y que en realidad no dejamos atrás sino que nos acompaña siempre. Que las especies que íbamos encontrando fueran sucediéndose según el orden evolutivo me hace pensar en que en realidad nuestra vida no es una masa informe de acontecimientos sino que existe un auténtico progreso. Desde la oscuridad de la ostra la perla, elemento precioso, ha saltado a la frente del delfín para coronarlo como rey verdadero, sólo que todos los delfines tenían perlas, todos eran reyes, todos estamos bendecidos por la corona irisada que se ha ido formando pacientemente en las tinieblas abisales.
¿Para qué me necesitaba? Él solo era capaz de darle un sentido aplastante a su sueño, y mucho mejor del que yo hubiera podido aventurar. Dentro de la casa sonó un estruendo de cascotes y cristales.
-¿Por qué no va a ver si Grigore necesita algo? Luego seguimos con mi parte de la sesión.
Mientras Marius se metía en la casa tan tranquilo como si no hubiera pasado nada, yo me acerqué al bolso para vigilar el trabajo de Zang. Miré dentro pero estaba vacío. Sentí como si una bolsa de líquido se me rompiera en el estómago. Tiré el bolso al suelo y miré a mi alrededor. Dos gatos me miraban desde el fondo del jardín.
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-¡Zang!
La yerba estaba muy alta, podía estar en cualquier sitio. Cualquier paso mío podría aplastarlo.
-¡Zang! ¡Colibrí mío!
***
Capítulo 5 y último: La puerta del jardín
* y **: El primer poema es en realidad uno de los 80 sueños de Juan Eduardo Cirlot; la frase sobre el viajero perfecto es una cita de Lin Yutang, extraída de su libro La importancia de vivir.