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Revuelto de revueltas para turistas mareados

Una visita a la exposición 'Playgrounds. Reinventar la plaza'
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Una turista ha dejado el bolso y una botella de agua sobre la superficie acristalada de la obra Una arquitectura del juego, 1966/2014 de Nils Norman. Como era de esperar –y fiel al tópico acerca de la incomprensión que acompaña al arte al menos desde el impresionismo– la vigilante de sala le llama la atención recordándole que se trata de una obra de arte. Aunque esta exposición invite al juego y a reinventar nuestra relación con el espacio y los objetos cuestionando las reglas del orden establecidos, sólo dos de las 300 obras que forman la muestra se pueden tocar; la invitación a la “aventura del playground”, como se puede leer en esa misma instalación, es una propuesta imaginaria, ya saben, un ejercicio conceptual. Sin embargo, esta pobre mujer condenada por imperativo turístico al calvario de la Ruta del Arte –con un calor de 30 grados en la calle– no está para desafíos mentales: sofocada,  parece que se acaba de librar de un jamacuco, aunque no del todo. Con parsimonia ordena sus pertenencias sin renunciar al apoyo que le ofrece la obra, hasta que encuentra lo que busca, un abanico. Luego se cuelga el bolso al hombro, se abanica su frente perlada de sudor y, sólo entonces, apenas recompuesta, recoge la botella de agua de litro del poyete de la obra de arte y continúa la marcha.

Antes de llegar a esta sala, la desganada visitante ha pasado por otras dos estancias; junto al texto de presentación ha tenido que ver Le Commune (de París, 1871) 2000, una película en blanco y negro de 6 minutos por las que circulan 212 personas, algunas de ellas –nos recuerda la cartela– inmigrantes sin papeles, interpretando la sublevación de la comuna de París, pero televisada, con periodistas vestidos de época y armados con micrófonos que van guiando el imposible reportaje: una buena ilustración del conflicto entre la revuelta y su representación que atraviesa esta muestra.

Quizás el vahído de la turista se deba a la sala anterior donde, bajo el rótulo de “Actualidad del carnaval”, la colorida presencia de Maruja Mallo y los amables cabezudos de Melchor María Mercado no consigue diluir la España negra de Goya y de Gutiérrez Solana hermanada con los sumideros tragicómicos y diagramáticos de Efrén Álvarez y el gentío de Jean Vigo en la última parte de su A propos de Nice: en conjunto una visión febril, más disfórica que excitante, de las muchedumbres carnavalescas.

–¿Qué hacemos en mayo?

–Déjame pensar… El mayo francés… La mayonesa… El 15M y la ocupación de las plazas… Lo tengo: hagamos algo sobre los movimientos levantiscos de temporada primaveral pero desde una perspectiva singular, que para eso sirve el arte contemporáneo más fetén, para catalizar los deseos de mayorías sometidas a sordina y minorías enmudecidas por naturaleza

Paseando por esta exposición que parece que ya hemos visto no hace mucho en este mismo museo, uno imagina con malicia las conversaciones preparatorias de los comisarios:

–¿La receta habitual?

–La misma: su genealogía histórica al comienzo y la vinculación con las vanguardias (¡que nuestro comité científico se ponga al asunto!); que no falten fotos blanco y negras de un Centelles y un Catalá-Roca y, para que no nos quede demasiado ibérico el guiso, que vayan acompañadas por instantáneas decisivas de Cartier-Bresson y de otros internacionalistas del fotoperiodismo; imprescindible Passolini, mi querido Pier Paolo; sin un poquito de Situacionismo, ya sabéis, el caldo no espesa; Toni y sus multitudes… A lo mejor a Foucault lo dejamos en esta ocasión de lado, que lo del panóptico ya está muy visto… Aunque a ver qué metemos de arquitectura esta vez, porque el escenario de la protesta es la ciudad, el espacio público urbano llevado al desborde… De cine estamos flojos, ¿qué tal si rescatamos a Jean Vigo? Se trata de contar, como siempre, otra historia del arte: la nuestra. Una historia que llega hasta hoy con el 15M, Syntagma, Occupy y los escraches…

– ¿Los de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca?

–No, no, no, mejor los de Argentina.

Y en una de estas encontraron el concepto playground que hizo carambola con el siempre socorrido homo ludens de Huizinga, y lo pusieron en plural a reinventar la plaza; de camino añadieron el carnaval (ah, Bajtín, cómo no se nos había ocurrido antes) y la interrupción fiestera les debió de llevar al ocio y al derecho a la pereza, encarnado en el turismo y en la aglomeración dominguera, porque ya se sabe que las grandes ideas se vulgarizan cuando la gente las hace suyas. El caso es que estas asociaciones teóricas pueden funcionar sobre el papel, y así lo hacen, cómo no, en algunos de los textos del catálogo, pero en relación al conjunto de obras y a la realidad que pretenden abordar se descubren finalmente pretenciosas y paternalistas, sobre todo cuando llega la última sección, propiamente la de “Reinventar la plaza”. Hasta ahí la exposición funciona y se disfruta, y el concepto playgrounds resulta útil para explicar los cambios sociales del pasado siglo: la rebelión de las masas vistas con ambivalencia, a ratos en lo que tiene de pringosa y a ratos en lo que tiene de fascinante, en el tablero de juego de la ciudad. Otra cuestión es cómo fuerzan el concepto hasta rematar los vídeos promocionales de la muestra con la cándida afirmación de que “el juego sobrevive como único vestigio que la lógica capitalista no ha conseguido invalidar”. Tal vez me equivoque y sea sólo consecuencia del carácter laberíntico del edificio, pero da la impresión de que el discurso que corre en paralelo a la visión de las obras orienta demasiado el sentido de las mismas y en algunos rincones acorrala con alevosía al visitante y lo golpea arbitrariamente.

Dejando a un lado estos abusos retóricos marca de la casa, el problema como digo viene al estrambote, pues al incorporar la reciente revuelta de las plazas al relato se la convierte apresuradamente en historia, en algo ya pasado, en un episodio más de la algarabía de las masas, junto a las bullas del turismo o al baile funky en discotecas.

Además, abundando en la idea de que esta parte se la podían haber ahorrado, las revueltas están representadas por fotografías y vídeos testimoniales que poco de artístico aportan al asunto –más allá de ilustrar el discurso de los comisarios– resultando un pálido reflejo de la explosión de creatividad colectiva que significaron y mostrándose engañosamente como experiencias acotadas a un lugar, sin prestar atención al espacio virtual y horizontal de la red que los hizo posibles y diferentes a otros precedentes subversivos. No ayuda tampoco que la pieza más espectacular, más afectadamente artística, de esta última sección sea el Club Activista, una suerte de caseta de feria con hechuras de Ikea, donde el visitante se puede sentar y leer bibliografía selecta –desde Tiqqun a Manuel Castell– o ver vídeos documentales sobre las divertidas luchas del siglo XXI.

La protesta en esta última parte de la exposición queda inevitablemente reducida a la caricatura. ¿Por qué? Porque pasa de soslayo por el carácter desconstituyente de las revueltas recientes, ignora su espíritu refractario a la domesticación representativa y su alejamiento de cualquier forma de vanguardia, y no asume su puesta en crisis del modelo de autoridad, que además de afectar a la esfera política también interpela al arte y, por supuesto, a sus instituciones. La experiencia de lo común, la emergencia del cualquiera y la apelación al 99%, lo que de imprevisible y vital tuvieron la toma de las plazas, se escapa al intentar amoldarlo al rodillo de un sentido tan dirigido y ortopédico. La distancia entre lo que se quiere representar y lo que se representa es aquí la misma que hay entre un animal vivo y otro disecado. “¡Señores comisarios: no nos representan!”, dan ganas de gritar, pero al salir soy yo el que está agotado y suspirando por un abanico y una botella de agua. El arte de los museos nos convierte en turistas al borde del soponcio sin tener dónde agarrarnos. No sé si puede ser de otra manera.

Pago 40 euros por el catálogo y al leerlo pienso en que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones y que no por decir fuego la boca se quema.

A todo el que me pregunta le aconsejo visitar la muestra.

 

 

Playgrounds. Reinventar la plaza
Comisariado: Manuel J. Borja-Villel, Tamara Díaz y Teresa Velázquez
Comité científico: 
Lars Bang Larsen, Beatriz Colomina, Marcelo Expósito, João Fernandes y Rodrigo Pérez de Arce 
Museo Reina Sofía (30 de abril - 22 de septiembre)

 

Imágenes en orden de aparición:

1. Fotografía de portada de Petersen Erik sobre la acción de Palle Nielsen y otros activistas  (Copenhague, 1968)
2. Imagen de sala con Una arquitectura del juego, 1966/2014 de Nils Norman
3.Gentío de la tarde en Coney Island, Brookling, Weegee (1940)
4. Club Activista (Dispositivo cinematográfico) 2007-2014 de Chto Delat