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La construcción nacional y la música patafísica
Una visita al Centre de Arts de Santa Mònica
Caminante cansado de las artes no pases sin parar en Santa Mònica. Entra y reponte. No dejes que termine esta semana sin visitar en Barcelona ese barco encallado en el arranque de Las Ramblas, no dejes –cual pájaro solitario– de ascender a lo más alto y perderte con La cobla patafísica de CaboSanRoque en su bosque de máquinas sonoras: el extravío que proponen se me antoja ahora la única forma de encontrar sentido en esta España sin armonía y en este mundo de ruido y de furia lleno de idiotas.
España, sí, en el Arts de Santa Mònica. En eso al menos pensé yo, con dolor, como duele casi siempre que se piensa en esta España nuestra, al visitar las cuatro exposiciones que hasta este domingo podrán verse juntas en este Centre de la creativitat.
Mi intención era ocuparme en esta reseña sólo de la exposición de CaboSanRoque pero, ¿cómo ignorar el contexto que conforma con las otras tres? ¿Cómo pasar de puntillas hasta la segunda planta, ignorando la antología de eslóganes del colectivo Democracia, el relato fotográfico sobre la construcción nacional catalana de 1 Día 1 Foto, o la historia musical del pop en catalán de los últimos cincuenta años contada a todo color en Popcéntric? ¿Hay algún centro de arte en el resto de las españas que pueda hacer sombra a la potencia, vitalidad y buen hacer del Santa Mònica?
Demos contra cracia
Al entrar por la puerta, esquinado –como corresponde a un colectivo que se mueve en los márgenes del pensamiento hegemónico– Democracia expone una selección de sus trabajos de los últimos ocho años en los que vienen trabajando con eslóganes a contramano de lo que está mandado. La muestra No hi ha espectadors (No hay espectadores) forma parte de un ciclo con seis artistas programado por Cèlia del Diego y que se titula, con esa belleza que tiene lo amenazador, Trets enmig del concert. De la distància correcta a la proximitat (Disparos en medio del concierto. De la distancia correcta a la proximidad). El uso contrainformativo del colectivo Democracia se concentra en eslóganes que son eso, disparos que interrumpen el consenso establecido, y para la ocasión no se les ha ocurrido otra cosa que hacer un cartel y una postal con el lema del más famoso de los maquis, el mítico Quico Sabaté, que este 2015 habría cumplido un siglo si las balas de la guardia civil y de un somatén no lo hubieran liquidado allá por 1960. El eslogan del Quico, un pinchazo contra cualquier ilusión institucional, democrática o nacional de las muchas que ondean en estos momentos en los que soplan vientos de cambio, dice así: “La millor Lluita és la que es fa sense esperança” (la mejor lucha es la que se hace sin esperanza).
Mucho se podría decir acerca del trabajo de este colectivo antiautoritario (demos contra cracia, como dice otro de sus eslóganes), pero quedémonos aquí, con esa lucha insobornable a la esperanza y a la desesperanza, con esa renuncia al beneficio y reconocimiento del futuro y sus prebendas, con esa invitación a luchar aquí y ahora sin esperar nada a cambio. Dejémoslo ahí, en su esquinita de la planta baja, y subamos las escaleras hasta la planta principal contemplando el esperanzador relato que narra la selección que han hecho de las 365 fotos que 31 fotógrafos a razón de una foto al mes han hecho a todo lo largo y ancho de Cataluña durante el 2014, como se lee en el catálogo “un año vital”, “un año muy intenso”.
La realidad construida
La realidad es una construcción de la mirada, percibida por los sentidos y ordenada en la imaginación. Una imaginación atravesada por mil programaciones que nos hacen ver en la mayoría de casos aquello en lo que previamente creemos. En este sentido, en 1 Día 1 Foto asistimos a la construcción de una realidad previsible por parte de 31 fotoperiodistas catalanes y una docena de gestores implicados desde el Arts de Santa Mònica que, no lo olvidemos, es una extensión del Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya. Con esto quiero decir que la realidad ahí descrita, si bien es múltiple en cuanto a que no depende de una sola mirada, podría haber sido otra de haber estado al servicio de otras creencias menos aferradas al terruño y al compromiso con la independencia. En cualquier caso asistimos a un relato inequívoco de una nación propia, rica y diversa, luminosa y sorprendente en su heterodoxia, donde caben tanto las imágenes de las multitudinarias manifestaciones de exaltación nacional como los retratos de gente anónima, la vida cotidiana como los personajes públicos (ahí la Forcades en composición mística montañera, ahí Josep Pàmies con unos calabacines monumentales de su huerta), el paisaje y el paisanaje que componen una sociedad de siete millones de habitantes con sus tradiciones, sus anhelos, sus melancolías y sus esperanzas, todo ello retratado con la pulcritud propia del periodismo gráfico. Aunque en mi caso, tal vez por ser un andaluz trasplantado en Madrid, no comparta el entusiasmo de las masas por la denominación de origen y la tierra prometida, me resulta admirable que haya un sitio aquí con la vitalidad que se respira en este relato en el que, qué lástima, qué dolor, no caben el resto de las Españas nuestras.
Esta exposición me hizo recordar un libro que salió a finales de los ochenta cuando se estaban preparando los fastos del 92, esa catarsis que nos dio como país una confianza inaudita en nuestra Historia, una confianza que, para bien y para mal, no ha vuelto a repetirse. Un día en la vida de España, se llamó aquel libro en el que 100 fotógrafos de todas las Españas y de parte del extranjero aportaron una instantánea tomada el 7 de mayo de 1987. El resultado, según lo recuerdo, era un fresco primaveral y entusiasta de una sociedad compleja pero unida. ¿Qué ha pasado en este país para haber pasado de esa complejidad a esta complicación presente en la que sólo Cataluña parece tener algo que festejar?
Porompom Pop, con algun pero
En la misma línea de celebración de lo propio y lo diferencial, Popcèntric. 50 anys de pop català es una historia de la música pop en catalán, que parte del sello Concèntric y de la Cova del Drac abarcando medio siglo de canciones hasta llegar a nuestros días con la identificación de veinte artistas de referencia de la escena emergente actual. Es una exposición multimedia magníficamente montada, que ofrece la posibilidad de ver, oír y disfrutar una nutrida selección de documentos sonoros y gráficos en una explosión de colores y melodías. Eso sí, identificar un género, el pop, en un territorio bilingüe como es Cataluña, con una sola de los dos lenguas, el catalán, provoca algunas contorsiones en el relato histórico, hasta el punto cómico de que alguien que no conozca el paño, después de ver la muestra, puede salir con la idea de que Serrat fue un cantante menor de la Nova Canço, un cantamañanas sin mayor importancia.
Al recorrer admirado esta muestra uno se pregunta por qué en el resto de España no se trata con seriedad y amor a la música pop, ¿es que hace falta aspirar a constituirse en una nación diferente para que lo propio y lo popular adquiera valor?
Otra cuestión es cómo la pérdida de importancia popular de la música pop en los últimos15 años la homologa a otras manifestaciones artísticas cuyo reducto está en los centros de arte y en otros circuitos minoritarios. ¿Se habrá convertido la música pop en pieza de museo?
La belleza de la música posthumana
Y entre preguntas uno llega hasta lo más arriba y al llegar dan ganas de descalzarse para que el fango del mundo y el estiercol de España no manche la sublime experiencia que nos sale al encuentro. La cobla Patafísica es una orquesta de 20 instrumentos y 30 máquinas sonoras creadas a lo largo de los catorce años de vida del grupo CaboSanRoque. En una pequeña y estrecha estancia te reciben las fotografías de estos instrumentos únicos hechos a partir de objetos cotidianos como una lavadora, una cinta métrica o una máscara protectora de esgrima. Son artefactos creados con una finalidad sonora y que sin embargo tienen la belleza onírica de lo extraño, como si en un sueño los objetos hubieran cobrado vida y se hubieran rebelado contra su destino cambiando su utilidad y haciendo música.
El inventario fotográfico de estos instrumentos se amolda a la parodia de un catálogo fantástico que se presenta en un texto de Víctor Nubla como Relación de objetos encontrados en la bodega del navío espacial Cabo San Roque, del instituto cosmológico de historia de la tecnología (TICHI), cuando fue hallado a la deriva en el cuadrante húmedo de la galaxia. Este texto de Víctor Nubla no está a la altura de su cometido y es el único punto confuso de esta exposición impecablemente comisariada por los dos integrantes actuales de CaboSanRoque, Roger Aixut y Laia Torrents, con la ayuda de Moisés Puente. Muy atinado resulta en cambio el texto de Pablo Martín Sánchez 99 notas preparatorias a La cobla patafísica de CaboSanRoque, una suerte de poema en forma de lista que permite situar lo que vamos a ver y oír en relación a la ciencia de las soluciones imaginarias y de lo particular, esa ciencia imposible, la patafísica, creada por Alfred Jarry que “estudia las leyes que rigen las excepciones y explica el universo suplementario al nuestro”.
Esta pequeña estancia que recibe al visitante que sube por las escaleras se comunica por una puerta con una gran sala tenuemente iluminada donde pegadas a la pared se ordenan estos excepcionales artefactos sonoros. Penetras a tientas en el lugar y cuando la vista se te acostumbra vislumbras caracolas, pistones, tubos de plásticos, bidones, botellas, cráneos de vaca, flexos, cables, amplificadores, micrófonos y muchas cosas más integradas en una escenografía ceremonial donde el elemento humano está ausente. Y entonces empieza la música, una sinfonía con disonancias y ruidos armonizados que te seduce por la familiaridad sonora de algunos de esos sonidos, entre lo industrial y lo doméstico, con un diseño formal de estética anacrónica, entre el objeto encontrado surrealista y una ferretería en liquidación. Si el musicólogo John Blacking definió la música como el sonido humanamente organizado, esto es música, sin duda, pero qué sensación la de asistir a la sinfonía orquestada por un conjunto de artefactos que parecen haberse emancipado de nosotros.
La inquietud está en que la belleza sobrevive al ser humano y que ese mundo de máquinas excepcionales no es una horrible distopía si no un lugar maravilloso donde el ruido se convierte en música. Un día llegará en que los humanos, esa especie de idiotas que luchan unos contra otros por ridículos afanes, serán superados por formas de vida más inteligentes que hayan trascendido nuestras ruidosas costumbres, nuestro carácter gregario y maniqueo, nuestra vulgaridad corporal y nuestra manera alicorta de amar y ser amados. Mientras tanto, qué remedio, tendremos que seguir viviendo los unos con los otros, hablando de política y de España o de Cataluña, luchando lejos de esa realidad aparte donde rigen las leyes de la patafísica y celebrando de cuando en cuando que el arte alguna vez nos regale exposiciones como esta.
(Tienen hasta el domingo para ir a verla).
La construcción nacional y la música patafísica
Caminante cansado de las artes no pases sin parar en Santa Mònica. Entra y reponte. No dejes que termine esta semana sin visitar en Barcelona ese barco encallado en el arranque de Las Ramblas, no dejes –cual pájaro solitario– de ascender a lo más alto y perderte con La cobla patafísica de CaboSanRoque en su bosque de máquinas sonoras: el extravío que proponen se me antoja ahora la única forma de encontrar sentido en esta España sin armonía y en este mundo de ruido y de furia lleno de idiotas.
España, sí, en el Arts de Santa Mònica. En eso al menos pensé yo, con dolor, como duele casi siempre que se piensa en esta España nuestra, al visitar las cuatro exposiciones que hasta este domingo podrán verse juntas en este Centre de la creativitat.
Mi intención era ocuparme en esta reseña sólo de la exposición de CaboSanRoque pero, ¿cómo ignorar el contexto que conforma con las otras tres? ¿Cómo pasar de puntillas hasta la segunda planta, ignorando la antología de eslóganes del colectivo Democracia, el relato fotográfico sobre la construcción nacional catalana de 1 Día 1 Foto, o la historia musical del pop en catalán de los últimos cincuenta años contada a todo color en Popcéntric? ¿Hay algún centro de arte en el resto de las españas que pueda hacer sombra a la potencia, vitalidad y buen hacer del Santa Mònica?
Demos contra cracia
Al entrar por la puerta, esquinado –como corresponde a un colectivo que se mueve en los márgenes del pensamiento hegemónico– Democracia expone una selección de sus trabajos de los últimos ocho años en los que vienen trabajando con eslóganes a contramano de lo que está mandado. La muestra No hi ha espectadors (No hay espectadores) forma parte de un ciclo con seis artistas programado por Cèlia del Diego y que se titula, con esa belleza que tiene lo amenazador, Trets enmig del concert. De la distància correcta a la proximitat (Disparos en medio del concierto. De la distancia correcta a la proximidad). El uso contrainformativo del colectivo Democracia se concentra en eslóganes que son eso, disparos que interrumpen el consenso establecido, y para la ocasión no se les ha ocurrido otra cosa que hacer un cartel y una postal con el lema del más famoso de los maquis, el mítico Quico Sabaté, que este 2015 habría cumplido un siglo si las balas de la guardia civil y de un somatén no lo hubieran liquidado allá por 1960. El eslogan del Quico, un pinchazo contra cualquier ilusión institucional, democrática o nacional de las muchas que ondean en estos momentos en los que soplan vientos de cambio, dice así: “La millor Lluita és la que es fa sense esperança” (la mejor lucha es la que se hace sin esperanza).
Mucho se podría decir acerca del trabajo de este colectivo antiautoritario (demos contra cracia, como dice otro de sus eslóganes), pero quedémonos aquí, con esa lucha insobornable a la esperanza y a la desesperanza, con esa renuncia al beneficio y reconocimiento del futuro y sus prebendas, con esa invitación a luchar aquí y ahora sin esperar nada a cambio. Dejémoslo ahí, en su esquinita de la planta baja, y subamos las escaleras hasta la planta principal contemplando el esperanzador relato que narra la selección que han hecho de las 365 fotos que 31 fotógrafos a razón de una foto al mes han hecho a todo lo largo y ancho de Cataluña durante el 2014, como se lee en el catálogo “un año vital”, “un año muy intenso”.
La realidad construida
La realidad es una construcción de la mirada, percibida por los sentidos y ordenada en la imaginación. Una imaginación atravesada por mil programaciones que nos hacen ver en la mayoría de casos aquello en lo que previamente creemos. En este sentido, en 1 Día 1 Foto asistimos a la construcción de una realidad previsible por parte de 31 fotoperiodistas catalanes y una docena de gestores implicados desde el Arts de Santa Mònica que, no lo olvidemos, es una extensión del Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya. Con esto quiero decir que la realidad ahí descrita, si bien es múltiple en cuanto a que no depende de una sola mirada, podría haber sido otra de haber estado al servicio de otras creencias menos aferradas al terruño y al compromiso con la independencia. En cualquier caso asistimos a un relato inequívoco de una nación propia, rica y diversa, luminosa y sorprendente en su heterodoxia, donde caben tanto las imágenes de las multitudinarias manifestaciones de exaltación nacional como los retratos de gente anónima, la vida cotidiana como los personajes públicos (ahí la Forcades en composición mística montañera, ahí Josep Pàmies con unos calabacines monumentales de su huerta), el paisaje y el paisanaje que componen una sociedad de siete millones de habitantes con sus tradiciones, sus anhelos, sus melancolías y sus esperanzas, todo ello retratado con la pulcritud propia del periodismo gráfico. Aunque en mi caso, tal vez por ser un andaluz trasplantado en Madrid, no comparta el entusiasmo de las masas por la denominación de origen y la tierra prometida, me resulta admirable que haya un sitio aquí con la vitalidad que se respira en este relato en el que, qué lástima, qué dolor, no caben el resto de las Españas nuestras.
Esta exposición me hizo recordar un libro que salió a finales de los ochenta cuando se estaban preparando los fastos del 92, esa catarsis que nos dio como país una confianza inaudita en nuestra Historia, una confianza que, para bien y para mal, no ha vuelto a repetirse. Un día en la vida de España, se llamó aquel libro en el que 100 fotógrafos de todas las Españas y de parte del extranjero aportaron una instantánea tomada el 7 de mayo de 1987. El resultado, según lo recuerdo, era un fresco primaveral y entusiasta de una sociedad compleja pero unida. ¿Qué ha pasado en este país para haber pasado de esa complejidad a esta complicación presente en la que sólo Cataluña parece tener algo que festejar?
Porompom Pop, con algun pero
En la misma línea de celebración de lo propio y lo diferencial, Popcèntric. 50 anys de pop català es una historia de la música pop en catalán, que parte del sello Concèntric y de la Cova del Drac abarcando medio siglo de canciones hasta llegar a nuestros días con la identificación de veinte artistas de referencia de la escena emergente actual. Es una exposición multimedia magníficamente montada, que ofrece la posibilidad de ver, oír y disfrutar una nutrida selección de documentos sonoros y gráficos en una explosión de colores y melodías. Eso sí, identificar un género, el pop, en un territorio bilingüe como es Cataluña, con una sola de los dos lenguas, el catalán, provoca algunas contorsiones en el relato histórico, hasta el punto cómico de que alguien que no conozca el paño, después de ver la muestra, puede salir con la idea de que Serrat fue un cantante menor de la Nova Canço, un cantamañanas sin mayor importancia.
Al recorrer admirado esta muestra uno se pregunta por qué en el resto de España no se trata con seriedad y amor a la música pop, ¿es que hace falta aspirar a constituirse en una nación diferente para que lo propio y lo popular adquiera valor?
Otra cuestión es cómo la pérdida de importancia popular de la música pop en los últimos15 años la homologa a otras manifestaciones artísticas cuyo reducto está en los centros de arte y en otros circuitos minoritarios. ¿Se habrá convertido la música pop en pieza de museo?
La belleza de la música posthumana
Y entre preguntas uno llega hasta lo más arriba y al llegar dan ganas de descalzarse para que el fango del mundo y el estiercol de España no manche la sublime experiencia que nos sale al encuentro. La cobla Patafísica es una orquesta de 20 instrumentos y 30 máquinas sonoras creadas a lo largo de los catorce años de vida del grupo CaboSanRoque. En una pequeña y estrecha estancia te reciben las fotografías de estos instrumentos únicos hechos a partir de objetos cotidianos como una lavadora, una cinta métrica o una máscara protectora de esgrima. Son artefactos creados con una finalidad sonora y que sin embargo tienen la belleza onírica de lo extraño, como si en un sueño los objetos hubieran cobrado vida y se hubieran rebelado contra su destino cambiando su utilidad y haciendo música.
El inventario fotográfico de estos instrumentos se amolda a la parodia de un catálogo fantástico que se presenta en un texto de Víctor Nubla como Relación de objetos encontrados en la bodega del navío espacial Cabo San Roque, del instituto cosmológico de historia de la tecnología (TICHI), cuando fue hallado a la deriva en el cuadrante húmedo de la galaxia. Este texto de Víctor Nubla no está a la altura de su cometido y es el único punto confuso de esta exposición impecablemente comisariada por los dos integrantes actuales de CaboSanRoque, Roger Aixut y Laia Torrents, con la ayuda de Moisés Puente. Muy atinado resulta en cambio el texto de Pablo Martín Sánchez 99 notas preparatorias a La cobla patafísica de CaboSanRoque, una suerte de poema en forma de lista que permite situar lo que vamos a ver y oír en relación a la ciencia de las soluciones imaginarias y de lo particular, esa ciencia imposible, la patafísica, creada por Alfred Jarry que “estudia las leyes que rigen las excepciones y explica el universo suplementario al nuestro”.
Esta pequeña estancia que recibe al visitante que sube por las escaleras se comunica por una puerta con una gran sala tenuemente iluminada donde pegadas a la pared se ordenan estos excepcionales artefactos sonoros. Penetras a tientas en el lugar y cuando la vista se te acostumbra vislumbras caracolas, pistones, tubos de plásticos, bidones, botellas, cráneos de vaca, flexos, cables, amplificadores, micrófonos y muchas cosas más integradas en una escenografía ceremonial donde el elemento humano está ausente. Y entonces empieza la música, una sinfonía con disonancias y ruidos armonizados que te seduce por la familiaridad sonora de algunos de esos sonidos, entre lo industrial y lo doméstico, con un diseño formal de estética anacrónica, entre el objeto encontrado surrealista y una ferretería en liquidación. Si el musicólogo John Blacking definió la música como el sonido humanamente organizado, esto es música, sin duda, pero qué sensación la de asistir a la sinfonía orquestada por un conjunto de artefactos que parecen haberse emancipado de nosotros.
La inquietud está en que la belleza sobrevive al ser humano y que ese mundo de máquinas excepcionales no es una horrible distopía si no un lugar maravilloso donde el ruido se convierte en música. Un día llegará en que los humanos, esa especie de idiotas que luchan unos contra otros por ridículos afanes, serán superados por formas de vida más inteligentes que hayan trascendido nuestras ruidosas costumbres, nuestro carácter gregario y maniqueo, nuestra vulgaridad corporal y nuestra manera alicorta de amar y ser amados. Mientras tanto, qué remedio, tendremos que seguir viviendo los unos con los otros, hablando de política y de España o de Cataluña, luchando lejos de esa realidad aparte donde rigen las leyes de la patafísica y celebrando de cuando en cuando que el arte alguna vez nos regale exposiciones como esta.
(Tienen hasta el domingo para ir a verla).