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Quemados, pero risueños
No bien concluyó la arenga mecánica de Felipe 6.0 ‘El Preparado’ al paisanaje, otra masterpiece audiovisual, nada inocente, violó la intimidad de los hogares españoles en la pasada nochebuena. El spot había venido dando que hablar en foros y plazas digitales. Cautivos y desarmados, los televidentes vieron cómo una cisterna de purpurina se derramaba sobre sus retinas. Una mano envuelta en un guantelete de púas le acariciaba los bajos. Una silbante maza de cadena arañaba el gotelé de los cuartos de estar. Un aguinaldo de sabañones como escarpias lanzado a la cara. Una voz nacida del tejido empresarial español insuflaba coraje en los atribulados.
El plano es castellanísimo, una postal de colores cobalto que pondría cachondo al mismísimo Azorín. Caen chuzos de punta, un frío que dejaría el escroto de un pingüino tan rizado como el pubis de Diana Ross. Un azul gangrena tiñe la imagen de dos torres. Dos pináculos elevan al cielo su plegaria, dos pináculos góticos. ¿Son las dos torres del Señor de los Anillos? No. Es la catedral de Burgos, pero en plan Mordor alike. Una atmósfera entre resignada y estoica prologa las imágenes que vamos a ver. Cybermonaguillos. Goth industrial. Que sea lo que Dios quiera.
Lentamente la ciudadanía se incorpora en los lechos. La congoja inunda solidariamente los salones. Se ha quemado la planta de Campofrío en Burgos. “Y nos tuvo que pasar”, dice una voz en off. Como tiende a suceder con casi todas las explicaciones que hurgan en el sentido de los acontecimientos, la explicación es fatalista, mágica. Induce a una resignación perpleja. La sintaxis es indolente. Todo lo que viene pasando es un tsunami de calamidades que se materializan un poco gratuitamente en nuestras narices, ya sea el paro, la “crisis”, o el saqueo de los bienes públicos a manos de una jauría de cleptócratas. “Parecía que íbamos a salir del año ilesos, pero no”. A estas alturas, un temblor de arrebatamiento nos invade. Dado el quebranto social generalizado que salpica todo, ¿a qué se refiere con salir ilesos? ¿En qué isla anímicamente acolchada reside el narrador?
“Sucede cuando menos te lo esperas, es de repente, ¡zas! Todo se te viene abajo”. Se ha producido el milagro: los bienes de producción están sentimentalmente socializados, pese a que su titularidad jurídica corresponda a compañías y empresas. La quema de las herramientas económicas pasa a ser ya un menoscabo del capital de todos.
Claro que, donde hay una brizna de españolidad, cabe el consuelo del mal de muchos, y eso ya va aliviando la pena. “Sólo hay que mirar un poco más allá para darse cuenta de que tu dolor no es el único”. Una solidaridad de cuerda de presos, de mártires en la arena romana. La mierda nos tiene a todos bien cogidos por la pechera. Se trata de todos. No busques vagos elementos dialécticos o un esquema de contradicción en la base. Aquí se opera una elemental integración vertical. “Este año, a todos se nos ha quemado algo”, dice el narrador, un humorista de buen rollo a lomos de una cívica bicicleta tuneada con un par de extintores (hay que suponer que están vacíos, porque están colocados en la misma parte del portaequipajes y su peso –llenos– sería de unos cuarenta kilos), y una manguerita un poco de atrezzo, un poco como por estar ahí, que en realidad no molesta y queda bien.
Entonces se instaura la catarsis, el llanto municipal, el coro de lamentaciones entonadas con atonía. “A todos se nos ha quemado algo”. La televisión del bar emana imágenes de preferentistas con pancarta; pequeños empresarios en su agonía bonzo anunciando su inminente desaparición; aulas arrasadas con la generación mejor formada de la historia de España lamentando la extinción de su esperanza; concertistas con la espalda muy erguida anunciando en un liceo barroco que “se nos está quemando el arte” (!), personal sanitario con outfit antiébola desistiendo ya de tener confianza. Un hipster lo resume sumariamente: “Todos estamos quemados por lo mismo”. No se llega a decir el qué.
Nuestro bombero torero sigue pedaleando y salpicando de sabiduría las calles. Hay almíbar de resignación en los tímpanos: “Pero la vida es lo que tiene, que también te demuestra que, ni en esas, estás solo”. Entonces se materializa la nueva Jerusalén, el espacio simbólico, el pesebre fetén: La Bombería. No el sindicato, o el partido, o el somatén del berrinche ciudadano en armas. No. La Bombería. Un call center en la prehistoria tecnológica en el que una operadora, Chus, tranquiliza a los denunciantes. Lo del desahucio ya está arreglado, lo de Cataluña está que arde, muchas familias se han manifestado y han parado “eso”, sí…
“En este país tenemos algo a prueba de fuego”, continúa el brigadista y estamos ya muy cerca de ser iluminados: “es la enorme capacidad de apoyar siempre a quien tienes al lado”. Porque un siglo de cainismo se enjuga perfectamente en un comercial de tintes lacrimógenos. Al diablo nuestro secular duelo a garrotazos, el hijoputismo patrio que uno constata de la cuna a la sepultura. Y al final, el regate argumental se cierra con gracia y una patada a la lógica que alivia el sofoco. “Porque el sentido del humor y las ganas de salir adelante, eso, no nos lo quema nadie”. Una especie de ouija siniestra trae al presente la voz de Gila y todos se abrazan. “Que nada ni nadie nos quite nuestra manera de disfrutar de la vida”, esto es, el humor, retorcer la boina delante del patrón, agachar la cabeza y seguir confiando en una reforma bienintencionada desde arriba. Reír en el incendio, la carcajada en llamas, ese humor de trinchera que relaja el músculo y gracias al cual uno da la bienvenida a la resignación.
El grupo Campofrío fue opado en junio de este año por la compañía mexicana Sigma y la china WH Group, que adquirieron el 98% de su capital social. Este alimón chinomex abrió nuevos mercados internacionales a la compañía de embutidos, que ya había cerrado cuatro plantas durante los dos últimos años, sin que hubieran ardido, en el contexto de un plan de racionalización. La Junta de Castilla y León autorizó ayer el pago de 203 euros mensuales a los 774 trabajadores afectados por el Expediente de Regulación de Empleo de la empresa Campofrío, causado por el incendio que arrasó la factoría de Burgos en noviembre. Para ese fin se han destinado en total 3 millones de euros, ampliables en caso de necesidad. Y es que en las ascuas que deja la mano invisible de los mercados, siempre viene a posarse la más visible mano del Estado para aliviar el desaguisado. Privatizar el beneficio y socializar la pérdida. Así hemos llegado hasta aquí, y moriremos matando.
Mientras, uno se pregunta si no cundirá algún día el ejemplo de Gamonal, el barrio más poblado del mismo Burgos, con sus disturbios y su orla de contenedores incendiados. Dejar por un instante el humor blanco en suspenso y alimentar la acritud del fuego.
Quemados, pero risueños
No bien concluyó la arenga mecánica de Felipe 6.0 ‘El Preparado’ al paisanaje, otra masterpiece audiovisual, nada inocente, violó la intimidad de los hogares españoles en la pasada nochebuena. El spot había venido dando que hablar en foros y plazas digitales. Cautivos y desarmados, los televidentes vieron cómo una cisterna de purpurina se derramaba sobre sus retinas. Una mano envuelta en un guantelete de púas le acariciaba los bajos. Una silbante maza de cadena arañaba el gotelé de los cuartos de estar. Un aguinaldo de sabañones como escarpias lanzado a la cara. Una voz nacida del tejido empresarial español insuflaba coraje en los atribulados.
El plano es castellanísimo, una postal de colores cobalto que pondría cachondo al mismísimo Azorín. Caen chuzos de punta, un frío que dejaría el escroto de un pingüino tan rizado como el pubis de Diana Ross. Un azul gangrena tiñe la imagen de dos torres. Dos pináculos elevan al cielo su plegaria, dos pináculos góticos. ¿Son las dos torres del Señor de los Anillos? No. Es la catedral de Burgos, pero en plan Mordor alike. Una atmósfera entre resignada y estoica prologa las imágenes que vamos a ver. Cybermonaguillos. Goth industrial. Que sea lo que Dios quiera.
Lentamente la ciudadanía se incorpora en los lechos. La congoja inunda solidariamente los salones. Se ha quemado la planta de Campofrío en Burgos. “Y nos tuvo que pasar”, dice una voz en off. Como tiende a suceder con casi todas las explicaciones que hurgan en el sentido de los acontecimientos, la explicación es fatalista, mágica. Induce a una resignación perpleja. La sintaxis es indolente. Todo lo que viene pasando es un tsunami de calamidades que se materializan un poco gratuitamente en nuestras narices, ya sea el paro, la “crisis”, o el saqueo de los bienes públicos a manos de una jauría de cleptócratas. “Parecía que íbamos a salir del año ilesos, pero no”. A estas alturas, un temblor de arrebatamiento nos invade. Dado el quebranto social generalizado que salpica todo, ¿a qué se refiere con salir ilesos? ¿En qué isla anímicamente acolchada reside el narrador?
“Sucede cuando menos te lo esperas, es de repente, ¡zas! Todo se te viene abajo”. Se ha producido el milagro: los bienes de producción están sentimentalmente socializados, pese a que su titularidad jurídica corresponda a compañías y empresas. La quema de las herramientas económicas pasa a ser ya un menoscabo del capital de todos.
Claro que, donde hay una brizna de españolidad, cabe el consuelo del mal de muchos, y eso ya va aliviando la pena. “Sólo hay que mirar un poco más allá para darse cuenta de que tu dolor no es el único”. Una solidaridad de cuerda de presos, de mártires en la arena romana. La mierda nos tiene a todos bien cogidos por la pechera. Se trata de todos. No busques vagos elementos dialécticos o un esquema de contradicción en la base. Aquí se opera una elemental integración vertical. “Este año, a todos se nos ha quemado algo”, dice el narrador, un humorista de buen rollo a lomos de una cívica bicicleta tuneada con un par de extintores (hay que suponer que están vacíos, porque están colocados en la misma parte del portaequipajes y su peso –llenos– sería de unos cuarenta kilos), y una manguerita un poco de atrezzo, un poco como por estar ahí, que en realidad no molesta y queda bien.
Entonces se instaura la catarsis, el llanto municipal, el coro de lamentaciones entonadas con atonía. “A todos se nos ha quemado algo”. La televisión del bar emana imágenes de preferentistas con pancarta; pequeños empresarios en su agonía bonzo anunciando su inminente desaparición; aulas arrasadas con la generación mejor formada de la historia de España lamentando la extinción de su esperanza; concertistas con la espalda muy erguida anunciando en un liceo barroco que “se nos está quemando el arte” (!), personal sanitario con outfit antiébola desistiendo ya de tener confianza. Un hipster lo resume sumariamente: “Todos estamos quemados por lo mismo”. No se llega a decir el qué.
Nuestro bombero torero sigue pedaleando y salpicando de sabiduría las calles. Hay almíbar de resignación en los tímpanos: “Pero la vida es lo que tiene, que también te demuestra que, ni en esas, estás solo”. Entonces se materializa la nueva Jerusalén, el espacio simbólico, el pesebre fetén: La Bombería. No el sindicato, o el partido, o el somatén del berrinche ciudadano en armas. No. La Bombería. Un call center en la prehistoria tecnológica en el que una operadora, Chus, tranquiliza a los denunciantes. Lo del desahucio ya está arreglado, lo de Cataluña está que arde, muchas familias se han manifestado y han parado “eso”, sí…
“En este país tenemos algo a prueba de fuego”, continúa el brigadista y estamos ya muy cerca de ser iluminados: “es la enorme capacidad de apoyar siempre a quien tienes al lado”. Porque un siglo de cainismo se enjuga perfectamente en un comercial de tintes lacrimógenos. Al diablo nuestro secular duelo a garrotazos, el hijoputismo patrio que uno constata de la cuna a la sepultura. Y al final, el regate argumental se cierra con gracia y una patada a la lógica que alivia el sofoco. “Porque el sentido del humor y las ganas de salir adelante, eso, no nos lo quema nadie”. Una especie de ouija siniestra trae al presente la voz de Gila y todos se abrazan. “Que nada ni nadie nos quite nuestra manera de disfrutar de la vida”, esto es, el humor, retorcer la boina delante del patrón, agachar la cabeza y seguir confiando en una reforma bienintencionada desde arriba. Reír en el incendio, la carcajada en llamas, ese humor de trinchera que relaja el músculo y gracias al cual uno da la bienvenida a la resignación.
El grupo Campofrío fue opado en junio de este año por la compañía mexicana Sigma y la china WH Group, que adquirieron el 98% de su capital social. Este alimón chinomex abrió nuevos mercados internacionales a la compañía de embutidos, que ya había cerrado cuatro plantas durante los dos últimos años, sin que hubieran ardido, en el contexto de un plan de racionalización. La Junta de Castilla y León autorizó ayer el pago de 203 euros mensuales a los 774 trabajadores afectados por el Expediente de Regulación de Empleo de la empresa Campofrío, causado por el incendio que arrasó la factoría de Burgos en noviembre. Para ese fin se han destinado en total 3 millones de euros, ampliables en caso de necesidad. Y es que en las ascuas que deja la mano invisible de los mercados, siempre viene a posarse la más visible mano del Estado para aliviar el desaguisado. Privatizar el beneficio y socializar la pérdida. Así hemos llegado hasta aquí, y moriremos matando.
Mientras, uno se pregunta si no cundirá algún día el ejemplo de Gamonal, el barrio más poblado del mismo Burgos, con sus disturbios y su orla de contenedores incendiados. Dejar por un instante el humor blanco en suspenso y alimentar la acritud del fuego.