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Más allá del bien y del bien

Congreso de la Fundación Lo Que De Verdad Importa
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«Nadie os puede decir lo alto que queréis volar.» «Dicen que solo se vive una vez pero no es cierto: la vida se vive todos los días y se muere una vez.» «Yo siempre digo que si luchas por tus sueños sin hacer daño a nadie, lo puedes conseguir.» «Todo se mueve por la ilusión.» «Todos tenemos un talento.» «No tengas miedo a equivocarte.» «No te dan oportunidades, tú las creas.» «El tema de hoy es conseguir lo imposible.» «Y, por favor, sed fieles a vosotros mismos.» «Sois cojonudos.»

¿Cuántos mensajes de carga positiva es capaz de soportar el cerebro de un joven?

«No darse nunca por vencido.» «Poner en valor.» «Os deseo que naveguéis siempre hacia mar abierto.» «Muchos de vosotros seréis dirigentes en el futuro.» «Yo no vivo en Madrid sino que Madrid vive en mí.» «Siempre aprendo.» «Valió la pena el esfuerzo.» «Ahora soy libre.» «Soy el mismo que era antes» «Gracias por la sonrisa.» «No rendirse nunca.» «¡Hemos sido Trending Topic!» «Vamos a hacernos un selfie con los ponentes.»

Pero tal vez sea una pregunta demasiado abierta, tal vez se puede replantear: ¿Cuántos mensajes de carga positiva es capaz de soportar una persona joven en menos de ocho horas y sin que luego le estalle la cabeza? En los congresos de la Fundación Lo que de verdad importa apuestan por una cantidad muy alta de mensajes, tendente a infinito. Lo que de verdad importa es una fundación dedicada «a promover y difundir valores humanos y universales» y desde hace ocho años organiza congresos en distintas ciudades de España en los que miles de preuniversitarios y universitarios escuchan testimonios «que les hacen reflexionar sobre sus prioridades y lo que de verdad les importa». El viernes 21 de noviembre, dos mil muchachos llenaron el Palacio Municipal de Congresos de Madrid para escuchar la historia de cuatro ponentes: un motorista que se rompió la espalda en un accidente y luego se abrió paso en las competiciones de motos de agua y culminó un París-Dakar, un hombre que había pasado de una aldea de casitas de adobe en Nubia, Egipto, a dirigir una gran agencia de viajes por internet, un joven canadiense que a los seis años (seis) descubrió el secreto de la filantropía y se dedicó a conseguir dinero para construir pozos en África, y un niño perdido del Sudán (secuestrado y después huido) que más tarde fue adoptado por una familia estadounidense y se convirtió en atleta olímpico. A cada ponente se le asigna un valor universal: emprendimiento, superación, solidaridad y esfuerzo.

«Eres muy grande.» «A los hombres se les mide por su corazón y por su ilusión.» «Tenemos una habilidad y una responsabilidad para marcar la diferencia.» «¿Dónde cargas las pilas?» «La importancia de luchar por tus sueños.» «¿Cómo mantienes la humildad?» «No es fácil.» «Cuanto menos tengo, más libre soy.» «Tu actitud determina la realidad.» «Tremendamente amigo de sus amigos.» «¿De dónde sacas la energía?»

La mecánica, o incluso la dinámica, es la siguiente: los ponentes explican su historia subidos a un gran escenario y sin leer un solo papel y los jóvenes escuchan durante una hora y aplauden, aúllan, ríen y asienten. Están de acuerdo con todas las metáforas –volar muy alto, crecer, navegar, soñar con lo imposible, poner en valor– y esto es un problema desde el punto de vista narrativo. No hay jóvenes disolventes, cínicos, egoístas, perezosos o ensimismados (lo que viene siendo un joven) entre el público, y da la impresión de que todos ellos saben cuáles son esas cosas que de verdad importan desde mucho antes de entrar en el Palacio de Congresos. No hay conversiones en masa porque todos ellos son creyentes previos de la metáfora esperanzadora y, de hecho, muchos de ellos son capaces de generar su propio contenido edificante: «Luchar por tus sueños a muerte» (Evelio), «hacernos conscientes de la importancia de la cosas» (Miguel), «esto que he escuchado hoy me lo llevo a la cama» (Covadonga).

Después de explicar su historia, los ponentes son entrevistados por: dos locutores de radiofórmula, un presentador de un programa de radio generalista, el conductor de un magacín de mañana y un periodista deportivo, también locutor. Los entrevistadores se quitan importancia con una insistencia que acaba volviéndose contra ellos: «Yo soy un pringao», «Yo vengo aquí a echar una mano», «Yo soy un simple periodista». Se admiten preguntas del público, los chicos las escriben en unos tarjetones que llegan a manos de los entrevistadores por mediación de alguno de los muchísimos voluntarios (decenas de estudiantes de la Universidad Francisco de Vitoria).

«Momentos chulos.» «Increíble.» «Mira dentro.» «Me gustaría que todos los chicos, cuando salieran de aquí, llamaran a su casa y dieran las gracias por todo lo que hacen por ellos.» «Acercar a las personas.» «Puerta abierta.» «No voy a dar explicaciones: hay que vivirlo.» «Los jóvenes son un colectivo clave, garantía de futuro.» «Espíritu de superación y sacrificio.» «Estamos viviendo un sueño basado en la confianza, en la confianza que teníamos en nuestro producto.»

Pero antes han hablado los patronos y los directores de las fundaciones que «hacen que todo esto sea posible». Los patronos han explicado algunos de sus productos y se han producido las naturales interferencias entre los mensajes edificantes y la, digamos, comunicación corporativa. La representante de una fundación vinculada a una empresa de trabajo temporal ha dicho que su organización ofrece «soluciones a las empresas en relación con el capital humano». La representante de un laboratorio dermatológico ha alertado de los peligros de una exposición exagerada al sol y ha hablado de una crema protectora en términos de «fórmula de superación». El representante de una empresa de seguros ha dicho algo acerca de «compartir valores y metas», y también ha hecho alusión a «un granito de arena», y alguien que trabaja en un gran despacho de abogados ha hablado de «cambiar el mundo» y ha asegurado que «el mal seduce, pero el bien arrastra». Además, el director de la fundación social de una entidad financiera con serios problemas reputacionales ha dicho que «podemos ser cada vez más jóvenes» (antes ha explicado la historia de Benjamin Button) y que «si hacerse pequeño es disfrutar cada segundo intensamente para vivirlo, os aseguro que eso es lo que hacemos los catorce mil empleados de nuestro banco». Esto último ha sido muy audaz porque a lo largo de toda la jornada se ha hablado mucho de crecimiento: obviamente, se trata de un crecimiento interior que no es incompatible con el decrecimiento de Benjamin Button, sino más bien complementario.  

«La vida me regaló esta canción.» «Intentas hacer canciones y son las canciones las que te hacen a ti.» «No darse por vencido.» «En las organizaciones se necesita gente con valores.» «Creemos en los jóvenes.» «Sacar lo mejor de nosotros mismos.» «Sólo os pido un favor, que seáis valientes y enseñéis a vuestro caballo a volar.» «Crisis: una oportunidad.» «Creo que hay tres crisis: una política, otra económica y otra, la más grave, de valores.» «Chicos, sois cojonudos.»

Pero antes incluso de que hablaran los patronos le han dado un premio a un grupo musical que había escrito y grabado una canción irremediablemente positiva, cuajada de valores, y antes de esto ha ocurrido lo del baile, la coreografía. Una pelea de baile entre dos bandas, una con sudadera verde y otra con sudadera violeta. Se mezclaba música de Wagner con «C'mon everybody, won't you do that conga» de Miami Sound Machine y los bailarines daban volteretas y se retaban unos a otros hasta que ha irrumpido un mimo con chaqueta negra y ha empezado a hacer claqué sobre una plataforma (el ruido de los zapatos de claqué y todo lo que eso significa) y ha puesto fin a la pelea. Ha estallado la paz, los pandilleros se han despojado de sus sudaderas verdes y violetas y se ha comprobado que todos ellos tenían debajo una misma camiseta con las palabras Lo que de verdad importa recogidas en la silueta de un corazón, y yo he pensado: «No va a funcionar, ningún joven se va a tomar en serio algo que empieza con una pelea de baile entre bandas rivales y un pacificador que baila claqué». Pero me he equivocado, y lo primero que ha funcionado ha sido el baile, que se ha cerrado con la ovación del público (primer mensaje recibido, primera metáfora compartida). Y entonces ha empezado el congreso.