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Galatea
El Retiro es uno de los mejores sitios de Madrid pero hay tres cosas que da vergüenza enseñar: el monumento a Góngora, la Casa de Vacas y el subterráneo que lo comunica con el metro.
El monumento a Góngora, que diseñó en 1927 Vicente Beltrán Grimal, es una de las esculturas más interesantes de El Retiro y se encuentra en un estado deplorable. Su autor fue uno de los artistas más prometedores de su generación. Ahora su obra, escondida a pocos pasos de la Puerta de Alcalá, sufre del vandalismo y de la falta de interés de los responsables, que imaginamos los habrá.
La obra tiene dos caras. En una de ellas Polifemo toca el albogue y parece que no cabe en el marco. En la otra Galatea duerme junto a un río mientras Acis la observa. Debajo de cada una de las escenas unos versos oscuros comentan lo que vemos. Del lado del gigante “la selva se confunde el mar se altera”. Del otro “la fugitiva ninfa…la nieve de sus miembros da a una fuente”.
Da pena ver a Galatea pintarrajeada y con el brazo mellado. Qué pensará Acis mientras la observa a la sombra de un laurel. Qué pensará el turista casual que se acerque o el paseante madrileño que se tropiece con la escena.
Galatea es el reverso de Polifemo. Todos la quieren. El gigante de un solo ojo y el pastor Acis quieren que desfallezca en sus brazos. Que su efigie se mantenga manchada y mellada es deprimente. Nos habla de una ciudad que no se cuida. Una ciudad sin interés en sí misma. Que se desconoce y se olvida. Galatea es Galatea en todo momento y en este caso es también Góngora y un olvidado escultor vanguardista al que la guerra destrozó la vida.
También se siente vergüenza al acercarse a Casa de Vacas y comprobar que la sala de exposiciones mejor ubicada de Madrid se dedica a mostrar una programación sin ton ni son. Mientras que en Cibeles el Ayuntamiento produce exposiciones normales para el Retiro guarda las que nadie quiere.
Completa el triángulo un horrible subterráneo que comunica el parque con la línea dos de metro y la calle Lagasca. Pensemos en el turista que se mueve por la ciudad, en el que viene de hacer alguna compra en el barrio de Salamanca o en el friki al que alguien ha soplado el enganche de Salvador Dalí con la iglesia de San Manuel y San Benito. Lo que se le ofrece para cruzar al otro lado de la calle Alcalá es internarse en un sucísimo pasillo. Queda inutilizada la que, en tiempos, fue una de las puertas principales del parque.
No hay nadie que se ocupe. Convendría sacar a concurso la dirección de El Retiro. Tendría entre sus misiones controlar la jardinería ruidosa que compite con los pájaros desde primera hora de la mañana, programar la Casa de Vacas para que no nos diera vergüenza ajena lo que el Ayuntamiento exhibe en un lugar tan bien situado y clausurar el subterráneo de entrada desde la estación de Metro. También debería ocuparse de limpiar las heridas de Galatea y de que su ficha de la página web monumentamadrid se reescribiera. La vida de Galatea mejoraría.
Galatea
El Retiro es uno de los mejores sitios de Madrid pero hay tres cosas que da vergüenza enseñar: el monumento a Góngora, la Casa de Vacas y el subterráneo que lo comunica con el metro.
El monumento a Góngora, que diseñó en 1927 Vicente Beltrán Grimal, es una de las esculturas más interesantes de El Retiro y se encuentra en un estado deplorable. Su autor fue uno de los artistas más prometedores de su generación. Ahora su obra, escondida a pocos pasos de la Puerta de Alcalá, sufre del vandalismo y de la falta de interés de los responsables, que imaginamos los habrá.
La obra tiene dos caras. En una de ellas Polifemo toca el albogue y parece que no cabe en el marco. En la otra Galatea duerme junto a un río mientras Acis la observa. Debajo de cada una de las escenas unos versos oscuros comentan lo que vemos. Del lado del gigante “la selva se confunde el mar se altera”. Del otro “la fugitiva ninfa…la nieve de sus miembros da a una fuente”.
Da pena ver a Galatea pintarrajeada y con el brazo mellado. Qué pensará Acis mientras la observa a la sombra de un laurel. Qué pensará el turista casual que se acerque o el paseante madrileño que se tropiece con la escena.
Galatea es el reverso de Polifemo. Todos la quieren. El gigante de un solo ojo y el pastor Acis quieren que desfallezca en sus brazos. Que su efigie se mantenga manchada y mellada es deprimente. Nos habla de una ciudad que no se cuida. Una ciudad sin interés en sí misma. Que se desconoce y se olvida. Galatea es Galatea en todo momento y en este caso es también Góngora y un olvidado escultor vanguardista al que la guerra destrozó la vida.
También se siente vergüenza al acercarse a Casa de Vacas y comprobar que la sala de exposiciones mejor ubicada de Madrid se dedica a mostrar una programación sin ton ni son. Mientras que en Cibeles el Ayuntamiento produce exposiciones normales para el Retiro guarda las que nadie quiere.
Completa el triángulo un horrible subterráneo que comunica el parque con la línea dos de metro y la calle Lagasca. Pensemos en el turista que se mueve por la ciudad, en el que viene de hacer alguna compra en el barrio de Salamanca o en el friki al que alguien ha soplado el enganche de Salvador Dalí con la iglesia de San Manuel y San Benito. Lo que se le ofrece para cruzar al otro lado de la calle Alcalá es internarse en un sucísimo pasillo. Queda inutilizada la que, en tiempos, fue una de las puertas principales del parque.
No hay nadie que se ocupe. Convendría sacar a concurso la dirección de El Retiro. Tendría entre sus misiones controlar la jardinería ruidosa que compite con los pájaros desde primera hora de la mañana, programar la Casa de Vacas para que no nos diera vergüenza ajena lo que el Ayuntamiento exhibe en un lugar tan bien situado y clausurar el subterráneo de entrada desde la estación de Metro. También debería ocuparse de limpiar las heridas de Galatea y de que su ficha de la página web monumentamadrid se reescribiera. La vida de Galatea mejoraría.