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Bancos
De cuantas cosas puedes hacer un día 10, pocas menos estimulantes que ir al banco. La voz que te dice lo de los objetos metálicos; uno que se endereza y pone su mejor cara a la cámara que está en alguna parte; la puerta que sigue sin abrirse: la constatación de que no tienes buena pinta. El acatamiento de la orden y al cajetín, que ahora fija la impertinente fianza de un euro. Ya dentro, la tristeza de las plantas de plástico. La constelación de volantes con las fotos habituales: ejecutivos que desenfocan la mirada sobre un cielo prometedor, madres tranquilas con niño y mascota, familias completas en situaciones hiperdomésticas. El color corporativo. Las ofertas.
Y un gentío. Porque hoy es día 10 y el banco está a reventar. Hoy se paga el paro. Hoy miles de personas recuperan su solvencia telefónica, revocan el corte de luz, premian la paciencia del casero; apagan sus fuegos. También hay otro tipo de usuario, un proscrito, el último mohicano: el que, acorralado por una cadena de restricciones cada vez más delirantes, insiste en no domiciliar los recibos. La cola avanza penosamente hacia el primer cliente, que, como el anterior, lleva un rato largo hablando con la empleada. Y, sorpresa, resulta que conoces a la chica que está al otro lado, que te hace una señal, que en 10 minutos se puede tomar un café.
“HOY SE PAGA EL PARO. HOY MILES DE PERSONAS RECUPERAN SU SOLVENCIA TELEFÓNICA, REVOCAN EL CORTE DE LUZ, PREMIAN LA PACIENCIA DEL CASERO; APAGAN SUS FUEGOS”
Uf, dice, ya libre. Ahora –cuenta ella: la llamaré Z– todo va a cambiar, porque la entidad va a modificar su modelo de negocio. La primicia es esta: pronto solo habrá dos tipos de sucursales: las que solo tendrán cajas y las que solo tendrán mesas. “Es el proyecto estrella. El cliente se divide definitivamente entre alto y bajo valor. Si tienes pasta te atiendo en una mesa, si no te vas a hacer cola”. ¿No se percibirá eso como una discriminación entre quien tiene y no? “Es que ahora lo que les interesa es el negocio. ¿Te quieres implicar? Pues tráeme todo: tu nómina, tus seguros, toda tu pasta, paga con mis tarjetas… todo”. Y a ella, ¿de qué lado le toca? “A mí me van a triplicar los objetivos –te quito las cajas, es decir, te quito la chusma- y me dejan salir a tomar cafés, a hacer negocios. Horario libre. Pero claro, tengo que sacar los objetivos que me pongan. A mí me lo dicen así de claro: esto es tu tienda, tu tienda, tía, aunque fuera se vea el cartel de un banco. Si no da beneficio se cierra el chiringuito. Y a la puta calle porque no vales. ¿Los años que he estado yo saliendo a las mil de la noche? ¡Los años dorados! Yo ganaba 2000 y pico pavos netos. Ojo, currando en un barrio popular. Ahí todo el mundo -y te hablo sobre todo de albañiles y fontaneros- tenía cochazo, televisión plana… Los objetivos se hacían solos. Y ahora fíjate. Ahora o haces esto o a la puta calle”.
Viene el mercado y será implacable, dice Z. Como todo lo demás, claro. Se está moviendo todo rapidísimo. Lo que se lleva ahora, me informa, son los llamados EAFI [Empresas de Asesoramiento Financiero] Unipersonales: “A ver, yo soy gestora de banca personal y hago con tu dinero lo que tú no sabes porque no tienes cultura financiera, ¿no? Pues imagínate que estoy quemada de este rollo. O que me han echado. Lo que hago es que me lo monto como independiente. Te enseño mi currículum y te digo: yo te manejo la pasta. Ahora hay un auténtico boom, se están registrando a centenares. ¿Por qué? Porque ya nadie se fía de los gestores de la banca por todo lo que ha pasado. ¿Me sigues?”. La sigo. Y, aprovechando, le pregunto: ¿hay algo peligroso por ahí, algo que no hay que hacer, las nuevas preferentes?
“Mira, a mí me dicen: ahora vendes este producto. Y yo lo vendo. Actualmente estamos con los fondos de inversión. Tú prestas tu dinero a una gestora y esta lo invierte en renta fija. En letras del tesoro, bonos de Murcia… donde sea. Pero esos fondos siempre tienen una parte que está en renta variable. Si-em-pre. Y a mí esa información no me la dan. Si yo te cuento esto y tú tienes cultura financiera cero, me vas a decir que no. Y yo estoy para intentar que no te vayas”. O sea, que para que la cosa funcione es importante que Z. no lo sepa todo. “¡Exacto! Pero es que además yo ya no quiero saberlo, porque ya bastante mal me siento para cumplir mis objetivos. No quiero saber más de esta mierda que me estás contando, ¿sabes lo que te digo?”.
Lógico. Lo que me dice es que es fácil de encajar llegar a tu trabajo y que en la puerta haya cien kilos de basura. “Durante años he venido a trabajar en vaqueros, ¿vale? Pues ahora no puedo. ¿Y sabes por qué? Porque a quien se ha engañado en este barrio es a los españoles que tienen pasta porque han ahorrado toda la vida. No porque su papá les ha dejado una herencia. No tienen Digital+ como los de Vallecas que te estaba contando antes. Estos tienen 400.000 euros en la cuenta y quieren seguir ahorrando porque lo han pasado supermal en su vida. Y ya no te sienten parte de su gente. Les han engañado y yo no puedo ir vestida como cualquiera aunque sea parte de ellos, Bruno”.
Z. da un sorbo al café y mira al reloj. Le da tiempo a contarme algo más. “El otro día me viene una chica de 24, italiana, casada con español, profesora universitaria, cliente mía de toda la vida. Y me dice que se va al Triodos Bank. ¡No me jodas! Soy tu puta secretaria, ¿y me dices que te vas al puto Triodos? Y me explica que claro, que como se ha metido en temas de activismo no puede decir que está en Bankia porque equivale a decir que estás en la puta mierda. Ya. Vale. Muy bien. ¿Hablamos de Blesa? Hablemos de Blesa. Y de paso te explicaré cómo Triodos, que aparentemente está en una puta nube, en el fondo no es tan distinto. Yo necesito clientes como ella. Que se saque mi tarjeta. La tía tiene pasta. Este es mi puto chiringuito. Que yo tengo dos hijos, ¿sabes? Y es por ellos. Si no yo me piro, me meto a trabajar en un bar y a ser feliz. Eso es lo que quiero. Yo también vengo de un mundo de arte y de conciertos y he viajado y me gustan las cosas bonitas. Yo también quiero otra cosa”.
Imagen: Los hermanos Quintero (1998), de Ángel Quintero
Bancos
De cuantas cosas puedes hacer un día 10, pocas menos estimulantes que ir al banco. La voz que te dice lo de los objetos metálicos; uno que se endereza y pone su mejor cara a la cámara que está en alguna parte; la puerta que sigue sin abrirse: la constatación de que no tienes buena pinta. El acatamiento de la orden y al cajetín, que ahora fija la impertinente fianza de un euro. Ya dentro, la tristeza de las plantas de plástico. La constelación de volantes con las fotos habituales: ejecutivos que desenfocan la mirada sobre un cielo prometedor, madres tranquilas con niño y mascota, familias completas en situaciones hiperdomésticas. El color corporativo. Las ofertas.
Y un gentío. Porque hoy es día 10 y el banco está a reventar. Hoy se paga el paro. Hoy miles de personas recuperan su solvencia telefónica, revocan el corte de luz, premian la paciencia del casero; apagan sus fuegos. También hay otro tipo de usuario, un proscrito, el último mohicano: el que, acorralado por una cadena de restricciones cada vez más delirantes, insiste en no domiciliar los recibos. La cola avanza penosamente hacia el primer cliente, que, como el anterior, lleva un rato largo hablando con la empleada. Y, sorpresa, resulta que conoces a la chica que está al otro lado, que te hace una señal, que en 10 minutos se puede tomar un café.
“HOY SE PAGA EL PARO. HOY MILES DE PERSONAS RECUPERAN SU SOLVENCIA TELEFÓNICA, REVOCAN EL CORTE DE LUZ, PREMIAN LA PACIENCIA DEL CASERO; APAGAN SUS FUEGOS”
Uf, dice, ya libre. Ahora –cuenta ella: la llamaré Z– todo va a cambiar, porque la entidad va a modificar su modelo de negocio. La primicia es esta: pronto solo habrá dos tipos de sucursales: las que solo tendrán cajas y las que solo tendrán mesas. “Es el proyecto estrella. El cliente se divide definitivamente entre alto y bajo valor. Si tienes pasta te atiendo en una mesa, si no te vas a hacer cola”. ¿No se percibirá eso como una discriminación entre quien tiene y no? “Es que ahora lo que les interesa es el negocio. ¿Te quieres implicar? Pues tráeme todo: tu nómina, tus seguros, toda tu pasta, paga con mis tarjetas… todo”. Y a ella, ¿de qué lado le toca? “A mí me van a triplicar los objetivos –te quito las cajas, es decir, te quito la chusma- y me dejan salir a tomar cafés, a hacer negocios. Horario libre. Pero claro, tengo que sacar los objetivos que me pongan. A mí me lo dicen así de claro: esto es tu tienda, tu tienda, tía, aunque fuera se vea el cartel de un banco. Si no da beneficio se cierra el chiringuito. Y a la puta calle porque no vales. ¿Los años que he estado yo saliendo a las mil de la noche? ¡Los años dorados! Yo ganaba 2000 y pico pavos netos. Ojo, currando en un barrio popular. Ahí todo el mundo -y te hablo sobre todo de albañiles y fontaneros- tenía cochazo, televisión plana… Los objetivos se hacían solos. Y ahora fíjate. Ahora o haces esto o a la puta calle”.
Viene el mercado y será implacable, dice Z. Como todo lo demás, claro. Se está moviendo todo rapidísimo. Lo que se lleva ahora, me informa, son los llamados EAFI [Empresas de Asesoramiento Financiero] Unipersonales: “A ver, yo soy gestora de banca personal y hago con tu dinero lo que tú no sabes porque no tienes cultura financiera, ¿no? Pues imagínate que estoy quemada de este rollo. O que me han echado. Lo que hago es que me lo monto como independiente. Te enseño mi currículum y te digo: yo te manejo la pasta. Ahora hay un auténtico boom, se están registrando a centenares. ¿Por qué? Porque ya nadie se fía de los gestores de la banca por todo lo que ha pasado. ¿Me sigues?”. La sigo. Y, aprovechando, le pregunto: ¿hay algo peligroso por ahí, algo que no hay que hacer, las nuevas preferentes?
“Mira, a mí me dicen: ahora vendes este producto. Y yo lo vendo. Actualmente estamos con los fondos de inversión. Tú prestas tu dinero a una gestora y esta lo invierte en renta fija. En letras del tesoro, bonos de Murcia… donde sea. Pero esos fondos siempre tienen una parte que está en renta variable. Si-em-pre. Y a mí esa información no me la dan. Si yo te cuento esto y tú tienes cultura financiera cero, me vas a decir que no. Y yo estoy para intentar que no te vayas”. O sea, que para que la cosa funcione es importante que Z. no lo sepa todo. “¡Exacto! Pero es que además yo ya no quiero saberlo, porque ya bastante mal me siento para cumplir mis objetivos. No quiero saber más de esta mierda que me estás contando, ¿sabes lo que te digo?”.
Lógico. Lo que me dice es que es fácil de encajar llegar a tu trabajo y que en la puerta haya cien kilos de basura. “Durante años he venido a trabajar en vaqueros, ¿vale? Pues ahora no puedo. ¿Y sabes por qué? Porque a quien se ha engañado en este barrio es a los españoles que tienen pasta porque han ahorrado toda la vida. No porque su papá les ha dejado una herencia. No tienen Digital+ como los de Vallecas que te estaba contando antes. Estos tienen 400.000 euros en la cuenta y quieren seguir ahorrando porque lo han pasado supermal en su vida. Y ya no te sienten parte de su gente. Les han engañado y yo no puedo ir vestida como cualquiera aunque sea parte de ellos, Bruno”.
Z. da un sorbo al café y mira al reloj. Le da tiempo a contarme algo más. “El otro día me viene una chica de 24, italiana, casada con español, profesora universitaria, cliente mía de toda la vida. Y me dice que se va al Triodos Bank. ¡No me jodas! Soy tu puta secretaria, ¿y me dices que te vas al puto Triodos? Y me explica que claro, que como se ha metido en temas de activismo no puede decir que está en Bankia porque equivale a decir que estás en la puta mierda. Ya. Vale. Muy bien. ¿Hablamos de Blesa? Hablemos de Blesa. Y de paso te explicaré cómo Triodos, que aparentemente está en una puta nube, en el fondo no es tan distinto. Yo necesito clientes como ella. Que se saque mi tarjeta. La tía tiene pasta. Este es mi puto chiringuito. Que yo tengo dos hijos, ¿sabes? Y es por ellos. Si no yo me piro, me meto a trabajar en un bar y a ser feliz. Eso es lo que quiero. Yo también vengo de un mundo de arte y de conciertos y he viajado y me gustan las cosas bonitas. Yo también quiero otra cosa”.
Imagen: Los hermanos Quintero (1998), de Ángel Quintero