Contenido

¿Quién tiene razón?

Modo lectura

Me escriben de un suplemento perteneciente a uno de los diarios de más rancio abolengo de este país para proponerme una colaboración. La iniciativa se apoya en dos supuestos:

A) A quienes escriben se les supone capacidad para trazar un parecer solvente sobre cualquier cosa o la suficiente retórica como para enmascarar un conocimiento superficial, e incluso erróneo, de verdadero saber.

B) A las mujeres (el suplemento que solicita mi colaboración es femenino) se les supone asimismo determinada sensibilidad y hasta puerilidad. Parece ser que las escritoras y las lectoras no nos sonrojamos ante cuestiones del tipo  “¿Cuál es tu princesa favorita?”, como creo que sí se ruborizaría un hombre ante un “¿Cuál es tu príncipe favorito?”. Sin duda, a más de uno la cuestión, tan femeninamente formulada, le parecería cosa de maricas. Lo marica siempre tiene un punto transgresor (como cualquier otro asunto no asimilado); en cambio, lo femenino de las revistas femeninas se apoya en la imagen tradicional de la mujer: más sensible, más estética, más pacífica, más cuidadora y un pelín tonta.

Digo que sí a pesar de que no sé nada sobre lo que se me pregunta y de que además la cuestión me parece cursi. Mujeres hablando de otras mujeres “legendarias” (pongamos que en efecto son princesas). Acepto sólo porque pagan bien. Me digo que puedo sortear lo que se me supone, pues al fin y al cabo están pidiendo mi firma. No soy una redactora que tenga que obedecer a ninguna jefa.

Escribo mi texto. Deshago los supuestos: dejo claro que no sé nada de princesas, salvo lo más sonado, eso que no se puede evitar saber aunque no tengas tele ni leas la prensa rosa.

Dos días después de entregar el texto me llama la directora del suplemento. Se trataba, me dice, de escribir una semblanza del personaje, y no de hacer algo “tan literario”. Están cerrando ya la revista, van con prisa y quieren que cambie mi texto, que haga algo parecido a una biografía o a un reportaje del modo en que lo haría un periodista. A la directora del suplemento se le nota que está acostumbrada a mandar: me habla irritada y como si yo tuviera quince años.

La directora tiene razón en una cosa: es obvio que en la vida de la princesa hay sucesos dignos de reseñarse, hechos que no son para la prensa rosa, sino para la “seria”. La vida de la princesa es interesante más allá de la carnaza para revistas femeninas y/o sensacionalistas. La princesa no deja de ser una estratega política, y en su estrategia cuentan hasta sus liftings. Sin embargo, yo no estoy dispuesta a disimular que sé lo que no sé. Desde luego, no se puede estar en misa y repicando: tendría que haber sido honesta y rechazar el encargo, aunque por otra parte quien me pidió que escribiera sobre princesas me dio a entender que podía escribir lo que yo quisiera. Que tenía plena libertad.

No es la primera vez que me sucede: un suplemento quiere mi firma, pero sin asumir lo que mi firma implica. Te quieren como autora pero desean que trabajes como una redactora a sueldo.

Le dije a la directora del suplemento que estaba fuera de casa, que no regresaría hasta la noche y que, por tanto, no podía cambiar el artículo antes de que cerraran el número. Era mentira, claro. Sé que no volverán a llamarme.

Imagen: Faye Dunaway en la película Network, Sidney Lumet (1976)