Contenido

Sobre las cosas inútiles

Modo lectura

Si de cosas inútiles vamos a hablar, cualquier informado puede asegurar que casi todo lo que se tenía que decir sobre el asunto ya lo abocó Nuccio Ordine en La utilidad de lo inútil. Y no le faltaría razón. Desde que lo leí durante el verano de 2014 —lo compré en Andorra, uno de las países más útiles que existen— llevo el libro en mi bolsillo derecho, junto a las llaves de casa. De esta manera, si me encuentro en una discusión en la que intuyo que me están goleando, cito algo del libro y mi rival empieza a llorar. En la introducción de este ensayo el pensador italiano nos avisa de lo siguiente: “He querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que —precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial— pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”.

Durante su lectura conocemos, por ejemplo, el caso de Lo Spettatore Fiorentino, un periódico semanal creado en 1831 por Giacomo Leopardi junto a Antonio Ranieri, que pretendía ser inútil. El mismo Leopardi explicaba que “en un siglo en el que todos los libros, todos los pedazos de papel impresos, todas las tarjetas de visita son útiles, aparezca finalmente un periódico que hace profesión de ser inútil: porque el hombre tiende a distinguirse de los demás, y porque, cuando todo es útil, no queda sino que uno prometa lo inútil para especular”. Los diarios actuales han cogido como ejemplo este párrafo para edificar la sección del zodíaco, y otras de más interés. Desgraciadamente, el proyecto no llegó a nacer porque las autoridades florentinas no les dieron los permisos necesarios a los dos valientes. Y quiero añadir que Leopardi también dijo que “lo placentero es más útil que lo útil”, frase que me viene perfecta para ponerla de preámbulo al siguiente párrafo.

Porque yo me he querido fijar en el casi que no explicó Ordine: las cosas inútiles que hacemos pero que no nos apetece hacer. Es decir, aquellas que normalmente nombramos útiles siguiendo la lógica práctica y comercial de la que quiere huir en su ensayo. Dicen que nos pasamos media vida durmiendo. Quizá habría que añadir que nos pasamos un cuarto de vida haciendo cosas que no nos apetece hacer, y que además, resultan inútiles para alcanzar nuestros objetivos.

Por ejemplo, es evidente que una enorme proporción de la población trabajadora se dedica a empleos que no le satisfacen. Para estas personas, por lo tanto, ir cada día a trabajar no tiene otra utilidad que el retorno económico que les llega a final de mes, el cual es básico para subsistir pero que no debería tener el poder de justificarlo todo. Y la sociedad ha aceptado que lo justifique todo porque aún tenemos solidificado en la mente —aunque a veces vayamos de libertarios— que trabajar es igual a sufrir y miramos de reojo a los que afirman disfrutar con su trabajo. Hasta a veces, ignorantes, les decimos: “esto está muy bien, ¿pero aparte qué haces?”, como si una acción que te hace disfrutar tan solo te la pudiese aportar una afición. Como si no mereciésemos disfrutar de los placeres de la vida a no ser que hubiésemos picado durante décadas en una mina. Cuanto más sufrimos, más nos merecemos el sueldo. Y punto. Resignándonos a esta visión tan ridícula de las cosas solo apreciamos el fin y perdemos de vista el contenido de aquello a lo que nos dedicamos. Sin ir más lejos, esto sucede con las personas que trabajan para una empresa que tiene unos valores que van  en contra de lo que quieren aportar como individuos al mundo. Es decir, que benefician a alguien a quien le desearían lo peor sino trabajaran para ellos.

Iñaki Uriarte, el articulista y crítico literario que para mí y para tantos se ha convertido en un faro sobre cómo prestar atención a la vida cotidiana a partir de la publicación de los tres volúmenes de sus Diarios, le contaba a Javier Villuendas en una entrevista en el ABC que “la mayoría de la gente ha estructurado su vida en función del trabajo, de estar ocho horas en la oficina, que no es lo mejor que se puede hacer en esta vida… Tú mismo te sientes mal al decirlo, estás como insultándole si le dices que el trabajo no es importante. Y si le quitas el trabajo se pregunta: «¿Qué he hecho yo en mi vida si solo he trabajado?». Pero es que a lo que se hace con gusto yo no le llamo trabajo. Alguien me dijo un día que yo me había perdido los fines de semana. Muy absurdo…”. El periodista le había preguntado por el tema porque Uriarte, que cuando acabó la universidad se prometió que nunca más se iba a levantar a las ocho de la mañana, ya había escrito un fragmento sobre este tema en el tercer volumen: “Antón (sobrino) está en el último año de la carrera y con unas ganas enormes de empezar a trabajar. Le digo que es algo que me extraña. Hago algunas consideraciones sobre el trabajo. Lo comparo con la cárcel, etc. Le digo que ya está domesticado. La conversación se calienta. Me doy cuenta de que he tocado algo que no se puede tocar. Pero ya lo he hecho. “¿Nos estás tomando por tontos?”, dice alguno de los trabajadores de la mesa. Me retraigo, pero no lo suficiente. En algún momento digo que, dentro de mil años, el sistema social de hoy será considerado como una variante más del esclavismo. “¿O sea, que tú eres el listo?”. Avanzan en su exaltación del trabajo y casi están a punto de llamarme parásito de mierda. Pero todos nos contenemos. Me arrepiento de haber dicho nada. Si algo no se puede poner en cuestión en nuestro mundo, a riesgo de acabar lapidado, es el valor ‘sagrado’ del trabajo, eso a lo que casi todo el mundo ha dedicado la mayor parte de las horas de su vida y que encima ahora escasea”.

Por lo menos, que este párrafo sirva para poner en duda la sentencia de que el trabajo dignifica.

Me aterra pensar en todas las cosas inútiles que llevé a cabo durante mi trayectoria académica, tema que sí toca Ordine en su ensayo refiriéndose especialmente a las universidades, que te preparan para la lógica empresarial kafkiana funcionando como una empresa. Aquellos dictados tan majestuosos como un busto de Luis XIV, aquellos trabajos extensos —mínimo treinta páginas— que la profesora nunca leyó —igual que yo—, las horas de clase que el profesor dedicó a leer un PowerPoint que teníamos colgado en el campus virtual o el día que aprendimos a dividir. Vistos en perspectiva, me parecen mucho más provechosos los momentos que pasé entre clases en los bares afilando el gusto cervecero de mi paladar. Por lo menos, ahora me ponen nostálgico y me sirven para poder decir en voz alta que una Moritz es mucho mejor que una Estrella Damm, pero que las dos son patéticas al lado de una Judas.

Y la vida familiar también está trufada de momentos inútiles. Hasta más que la académica. El pentacampeón de los momentos inútiles es hacer la cama.

En la actualidad, pocos padres apoyarían que su hijo rechazase una oferta de trabajo que le aportase un sueldo digno aunque estuviese alejada del ámbito profesional anhelado por él. Dicho así, que critique esta sentencia puede parecer frívolo. Más de uno habrá pensado que es típica de un burgués. Hay amigos que me llaman bohemio. Yo me considero simplemente un periodista autónomo —ni freelance— que una tarde gloriosa de hace unos años le soltó a sus padres —a quienes considero abiertos y comprensivos— que en ese momento rechazaría una oferta para trabajar fijo en un medio de comunicación importante porque allí le harían hacer cafés y breves, y él lo que deseaba era escribir grandes reportajes y entrevistas, y hasta alguna novela. Lo que he acabado haciendo, vamos, cobrando una mierda. Aunque sin que haya llegado la oferta de trabajo que habría aceptado, por supuesto. Para tranquilizar a mis padres, y sobre todo, para pasarle el muerto a Nuccio Ordine, entonces les presté La utilidad de lo inútil. Los días posteriores observé con sigilo cómo mi padre iba doblando páginas para demostrarme que lo estaba leyendo. Trataba el libro como si fuese un explosivo que iba a despedazar a su hijo y nunca lo dejó al alcance de los niños.

De forma recurrente hay un momento en mis textos, normalmente hacia el final, en que me gusta citar a Tallón, como el solterón que se acuerda de su mano izquierda cuando está delante del ordenador una noche de sábado —con el escritor gallego me acostumbran a salir metáforas sexuales, perdónenme—. Y es que Tallón, a su manera, también dedicó un artículo a las cosas inútiles. Lo tituló “Yo no hago nada” y dice así: (…) En literatura resulta común, esplendoroso y triste escribir durante semanas, encerrado en tu mierda de casa, sin probar una gota de agua, mientras sueñas que al fin tienes entre manos algo que pondrá el mundo patas arriba , y abrirá una época, con un nuevo abismo. (…) Lamentablemente, cuando dejas pasar algunos días —que tal vez puedas aprovechar para retomar el agua de nuevo—, y después relees un par de veces lo que has escrito, lo rompes en mil trozos y lo arrojas a la basura con hastío, casi asco. Se trata de una operación fulgurante y feliz. (…) A menudo haces cosas sin parar y, cuando te das cuenta, no has hecho nada”.

Pero este tipo de cosas inútiles apetitosas ya son terreno de Ordine.

 

Portada: http://robthedoodler.deviantart.com
1. Pedro Cruz-Castro
, "Useless objects drawing"
2. Susan Cheal, Paula Wheelan "Useless"