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“La gran explosión del arte en el siglo XXI se producirá durante los años veinte”

Entrevista con Juan Gómez Alemán, fundador de La Juan Gallery
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Lo primero que te indica que estás en una galería —si se le puede denominar así tan fácilmente, que lo dudo— diferente es que nada más entrar te recibe un perro: Chico. La Juan Gallery, especializada en performances y situada en la calle Juanelo del barrio de La Latina de Madrid, abrió en octubre de 2015 y ha sido un éxito absoluto. Una vez Chico ha vuelto a poner la atención en sus cosas de perro, nos saluda Juan Gómez Alemán (Madrid, 1981), el creador del asunto, un artista, dramaturgo y director teatral formado en el autoaprendizaje. Dice que a la universidad solo fue una vez para comer en la facultad de Filología italiana y que durante bastante tiempo se ha sentido un poco estafador o fake porque es artista sin haber estudiado Bellas Artes y es dramaturgo y director de teatro sin haber estudiado dramaturgia ni dirección teatral. “Lo que más me ha costado es creerme que soy artista. Actualmente para mí ser artista es quien ha creado, por lo menos, una obra de arte. No quien simplemente ha estudiado Bellas Artes”. Admite haber seguido el lema de los americanos de “fíngelo hasta que lo seas”. De todas formas, anima a la gente a estudiar.

La Juan Gallery está formada por tres espacios: la sala principal, la sala de la planta de abajo y la calle. Sí, la calle que tienen justo delante y que se puede observar perfectamente desde las vidrieras transparentes de la sala principal, que también permiten ver el interior desde fuera. Juan tiene una obra titulada Paisaje Natural, suceso paranormal —se volverá a representar en febrero— en la que el público se sienta en la sala principal orientado hacia la calle y al principio tan solo ve pasar transeúntes reales. Hasta que, de repente, se produce una invasión extraterrestre.  “Me gusta mucho jugar con mezclar la ficción y la realidad”.

Para exponer aquí Juan y su socio, el videoartista experimental y performer Alex de la Croix (Cádiz, 1993), no piden veinte años de experiencia ni un extenso currículum inmaculado. Tan solo es necesario tener una buena idea. Como la que tuvieron ellos.

— Sois el único espacio de España especializado en performances. 

— Sí, toda la prensa ha remarcado este aspecto, a pesar de que yo al principio llamaba arte vivo a lo que hacemos aquí. Pero lo de ser un espacio pionero dedicado a la performance lo han remarcado tanto que un día un amigo mío me dijo: “pues mira a ver cuántos hay en el mundo”. Y resulta que somos el segundo espacio que existe especializado en performances. El primero, la galería Dfbrl8r [nota del periodista: no, no es un error], está en Chicago. Yo no tenía ni idea de este dato cuando creé este espacio. No pretendía ser pionero en nada.

— ¿Por qué decides especializarte en este tipo de arte tan difícil de comercializar?

— Yo soy dramaturgo y mis propuestas no cuadraban en los teatros porque eran muy arriesgadas y estaban a medio camino. Tengo una obra que se llama Aburrimiento chair en la que el espectador está de espaldas a la obra.  Esto lo propones en una sala de teatro y no entienden el tipo de experiencia que planteas. Yo estaba obsesionado con hacer algo con el teatro pero, en realidad, odiaba al teatro. No me gusta su forma de funcionar, empezando por cómo la gente aplaude al final. Por este motivo me planteé crear un espacio para mis propuestas y, de esta forma, descubrí que no estaba tan solo. Apareció mucha gente que me vino con propuestas de este tipo. A mí me apetece mucho investigar sobre el arte de acción, que está a medio camino de las artes escénicas y de las visuales. Más allá de ser un espacio de muestra, desde La Juan Gallery queremos generar contenido.

— ¿Cómo os financiáis?

— Esta es la gran pregunta [ríe].

Pues simplifico la pregunta…o quizá la complico: ¿cómo da dinero una performance?

— La verdad es que tenemos que inventarnos un poco la manera de ganar dinero. Para mí lo perfecto es el micromecenazgo a través de socios anuales. Ahora estamos creando el cuarto de los socios, que es el baño de La Juan Gallery, donde cada socio tendrá un azulejo en el que pondrá su nombre y así el baño se convertirá en un espacio de veneración. Es una manera de hacer broma sobre lo que pasa en el Ateneo de Madrid, donde enmarcan los nombres de todos los escritores que han pasado por allí.

— ¿Y con el dinero de los socios ya tenéis suficiente?

— No, luego lo que hacemos es proponer que el público colabore voluntariamente cuando viene a presenciar una obra. Yo no creo en el todo gratis porque bastardea un poco la experiencia. Si tú no pagas, aunque sea un poco, le estás quitando valor y, a la vez, la persona que lo ve tiene menos respeto hacia la obra y le pone menos atención. También estamos buscando otras maneras de financiarlo porque, de momento, no tenemos ayuda pública y yo no estoy muy seguro de si quiero tenerla algún día. Nos cortaría la libertad que ahora tenemos. Por otro lado, nos han salido propuestas para hacer proyectos en el extranjero con el sello de La Juan Gallery, como pasó en Londres, donde hace poco estuve presentando el proyecto Acción x m2. Allí hay financiación y se te pone por delante un camino más parecido a un camino de rosas. Pero allí también noto menos libertad porque tienen la mentalidad de no ofender a nadie. A nosotros, por ejemplo, nos pusieron una queja porque una performer escupió una cáscara de pipa a un espectador. Aquí en Madrid me he encontrado con un entorno de libertad que me ha permitido poder desarrollar este proyecto de una forma cómoda.

Acción x m2 es una acción colectiva que en la web de La Juan Gallery describen así: “El espacio de la galeria será seccionado y dividido en pequeñas estancias donde cada performer realizará su acción en bucle conviviendo con los demás artistas al mismo tiempo. Un remix de acciones divertidas, lúdicas, interactivas, políticas y cotidianas.” Se volverá a representar en La Juan Gallery coincidiendo con ARCO.

— ¿La gente no vinculada al mundo del arte entiende lo que ocurre en vuestro espacio?

— Una de las performances de Acción x m2 consistía en una chica que llevaba una gabardina y deambulaba por delante de la puerta de La Juan Gallery preguntándole a la gente de la calle: ¿pero esto qué es?, refiriéndose a lo que estaba ocurriendo dentro en ese momento. Y cuando la gente le respondía que entrara y lo descubriese con sus propios ojos, ella se iba. Esto es lo que nos pasa muchas veces en la realidad.

— ¿Cuál es la media de edad de los espectadores?

— Por ejemplo, vienen muchos estudiantes entre dieciséis y veinticuatro años, dato que nos alegra mucho. La media de edad varía dependiendo del tipo de experiencia, pero básicamente es gente joven. Al principio eran personas relacionadas con el mundo del arte, aunque gracias a la difusión que ha habido en los medios también vienen los fines de semana parejitas del pueblo y otro tipo de personas que no pertenecen estrictamente al mundo del arte.

— ¿Todo el mundo sabe lo que viene a ver?

— Una vez vinieron unas chicas jóvenes preguntando por dónde estaba la exposición que había en ese momento. Les dijimos que la exposición, titulada Blackout, era en la sala de abajo, pero que consistía en una visita guiada por un cuarto oscuro. Recuerdo que una vez dentro de la exposición una le dijo a la otra: “pero tía, ¿por qué me has traído aquí?”.

— Al fin y al cabo, esta reacción es una de las que puede buscar la obra.

Sí, eso ya genera una experiencia distinta. Esto funciona cuando la gente después de vivir la experiencia lo cuenta a sus amigos y les explica que ha visto una cosa rarísima que no sabía si era arte o no. Uno de mis lemas es que la representación está en la mente del que observa. Yo lo que tengo que hacer es darle los detonadores al espectador para que construya esa representación. Hay mucha gente que me dice: “no he ido nunca a La Juan Gallery pero me encanta lo que haces”. Y yo les contesto: “pues no vengas, no vaya a ser que se te caiga el mito” [ríe]. Es muy interesante cómo la gente construye en su cabeza lo que podemos estar haciendo aquí. Y puede que lo que imagine sea mucho más interesante que lo que realmente sucede aquí. A mí esto es una cosa que me divierte.

— Abel Azcona me dijo hace poco que el arte tiene sentido si transforma a la gente. ¿Vosotros también buscáis transformar?

— Estoy totalmente de acuerdo. Sino, ¿para qué sirve? Entonces ya estaríamos hablando de algo decorativo o anecdótico. Están muy bien ciertas obras del pasado para saber cómo éramos en aquellos siglos, pero ahora la gente necesita más del arte y de los artistas. Yo creo que la gran explosión del arte en el siglo XXI se producirá durante los años veinte. Así pasó en el siglo XX, para bien y para mal. En este momento los artistas aún estamos en una nebulosa que no nos permite despegarnos de los noventa. Aunque poco a poco estamos llegando a otros límites. Para mí es muy importante la experiencia en el arte, que haya un antes y un después en ti después de ver la obra. Y también busco un desconcierto positivo y divertido. De hecho, aparte de dramaturgo yo soy director cómico. Hago comedia. A mí me gusta reírme y disfrutar. No me gusta nada el sufrimiento.

— Precisamente la performance siempre ha estado muy asociada al sufrimiento.

— Sí, y a lo escatológico y a todo lo que da mal rollito. Por eso yo también he buscado romper con esos tópicos que, a veces, lo que provocan es algo negativo; que la gente deje de venir o deje de estar interesada en la performance. En los setenta y los ochenta hubo un boom hacia el dolor y eso provocó que la performance bajase de interés. En los noventa ya aparece el videoarte y la gente deja de hablar de performance hasta que hace cinco años volvió a resurgir el tema con Marina Abramovic y la gente se preguntó qué había pasado con esta disciplina tan joven que nos habíamos cargado. Y entonces se empezó a investigar la performance más allá del dolor.

— ¿Solo fue culpa del enamoramiento con el sufrimiento y lo escatológico?

— Creo que también tiene que ver con este concepto elitista de que el arte tan solo es para unos pocos elegidos. No ha habido un boom de performances para todos simplemente porque hay mucha gente que aún tiene reparo a la performance. Uno de mis objetivos en La Juan Gallery es atraer a la gente que no tiene nada que ver con este mundillo. Aunque no entiendan del todo la obra. Es que cada uno la tiene que entender a su manera y hay muchas capas de lectura. No hace falta ser un experto en nada para venir aquí. Yo estoy en el mundo del arte pero mi familia no pertenece a él. Por eso me interesa que mis obras las puedan comprender mis hermanos, quienes cuando los he llevado a ver según qué cosas me han dicho “qué raro es esto”. Intento hacer una cosa muy popular.

— ¿La Juan Gallery se implica políticamente?

— Hay muchos artistas que recalan aquí con un discurso político y otros que no. Estamos abiertos tanto a lo uno como a lo otro.

— ¿El arte debe ser político?

— No consideramos que el arte deba ser político en sí mismo, pero nos interesan los trabajos con muchas capas de lecturas y la política es una de ellas.

— Los museos aún tienen miedo a la performance.

— Porque es un arte efímero y porque no es rentable. En el museo todo se genera alrededor del arte objetual, el cual puedes poseer. ¿Para qué va a comprar una performance el museo? Y en las galerías de arte pasa más o menos lo mismo porque quieren mantener en vida este mercado de venta de objetos, en muchos casos decorativos. Yo intento dar mucha caña al arte objetual. No creo en el coleccionismo ni en la posesión. Creo que la experiencia del arte va más allá.

— ¿Tienen que quedar restos de una performance o no hace falta que quede ninguna constancia de que existió?

— Depende, pero creo que lo importante es la memoria de los que lo vivieron y lo cuentan. A pesar de esto, nosotros intentamos documentar todo lo que pasa por aquí porque sí que es interesante tener un archivo de lo que ha ido ocurriendo para poder revisarlo y seguir trabajando sobre ello. O para que lo pueda ver gente que quiere saber lo que pasó. De todas formas, siempre va a haber una distancia entre lo que pasó y el archivo. El archivo es un motivo de estudio para otros artistas o teóricos. No me parece fundamental para el espectador. Cuando concibo algo siempre estoy pensando en el espectador, en dónde va a estar, si va a participar, etcétera.

— Siempre te ha interesado mucho el concepto público. ¿Es necesario que una performance tenga público?

— No, hay muchas performances para las que no hay público. Considero que sirve para algo que un artista haga una performance solo y sin público. El arte siempre sirve para algo. Si yo te cuento a ti esta performance que no ha tenido público, ya sigue viva.  

— ¿El público puede formar parte de la obra?

Sí, claro. En La Juan Gallery los transeúntes de la calle ven lo que está pasando dentro, y esto incluye el público que hay. Por lo tanto, para los transeúntes el público forma parte de la obra. Para ellos el público también es un performer. Y el público continúa siendo un performer cuando llega a su casa y lo cuenta.

— ¿La mayoría de artistas que pasan por La Juan Gallery pueden vivir exclusivamente de su arte?

— Ojalá fuese así, pero tristemente no lo es. Muchos de los artistas que vienen tienen otros trabajos que les sirven para vivir y a la vez para seguir haciendo cosas artísticas. Es admirable la capacidad de muchos para, a pesar de las adversidades, seguir creando. Los artistas no viven de ello pero, sin embargo, la mayoría de profesionales del arte sí. Esto debería generar una reflexión en los artistas y un cambio.

— ¿Hacia dónde tiene que evolucionar la performance en el futuro?

— Hemos entrado en la era del arte vivo. Paredes y cuadros ya no son suficientes porque somos una nueva generación con unos nuevos hábitos y necesitamos experimentar el arte desde un lugar nuevo. La performance es una disciplina emergente. La gente tiene curiosidad, quiere saber qué es una performance. Mi experiencia en La Juan Gallery me dice que algo se está gestando. Quizá vayamos hacia una performance global. Todos performers.

— Creaste un movimiento artístico que se llama Abajonismo y que está formado por esas obras de arte que hubiesen cambiado el sentido de la Humanidad pero que nunca vieron la luz.

— Sí, el Abajonismo es una denuncia al sistema por no permitir que los abajonistas puedan sacar a la luz sus obras. Y, a la vez, es una crítica a los propios artistas para que sean conscientes de que son abajonistas y luchen por subir la escalera que les dará visibilidad. Pero es un movimiento que me ha traído muchos quebraderos de cabeza porque, al final, lo que yo siempre pretendo es que mis obras se vean. Por eso, a veces, me llaman arribista.

 

Fotos de Juan Cañamero, Berta Jayo y Francisco Llorente.