Contenido
Sobre la belleza en política
Pablo Casado y Andrea Levy en el Club Siglo XXI
El conferenciante es un hombre atractivo y cuando irrumpe en el salón de conferencias parte el aire en dos mitades, igual que una barca en una bahía de aguas quietas (es un hombre atractivo pero no es Moisés). La mujer que ha presentado al conferenciante también es atractiva y cuando se mueve por el salón de conferencias, ¡ah!, etcétera. El conferenciante y la mujer que lo ha presentado son atractivos porque lo dice el narrador y también porque lo dicen los medios de masas, es decir, muchos otros narradores. La presentadora ha dicho que el conferenciante representa el futuro del partido, y dado que se trata de un partido político –el conferenciante y la presentadora son figuras emergentes dentro de un partido no emergente: un pequeño lío– cabe pensar que el conferenciante representa también el futuro del país, o al menos una posibilidad de futuro y, de hecho, cuando tome la palabra, el conferenciante dirá que las campañas se ganan hablando de futuro:
–Las campañas se ganan hablando de futuro.
Para no perder el hilo: antes era antes, ahora es ahora.
–Somos más y debemos ir a votar para demostrarlo –dice el conferenciante.
A la gente menos romántica, y la gente cada vez es menos romántica (dicen que creen en esto y en aquello pero sólo creen en ellos mismos), le gusta comparar el marketing con el juego político y es verdad que los dos –la democracia, el marketing– tienen una relación difícil con el concepto de mayoría. ¿Qué significa ser más, somos más, y en qué medida afecta eso a la calidad de nuestro producto? Entonces, la belleza. La belleza lo atraviesa todo y donde hay belleza no hay nada más: marketing, política, artes figurativas. Todo se desvanece. Entonces, la belleza, el atractivo físico, como arma de seducción más allá del físico. Se supone que un rostro de proporciones áureas sirve para convertir una idea en algo convincente (la irresistible y antigua asociación de la belleza con la verdad, y con el bien).
–Quien venga a la política debe hacerlo para servir y no servirse.
La belleza también tiene una relación incómoda con el concepto de mayoría. Hace unos cuantos años, la compañía de jabones y productos de belleza –los productos de belleza no existen– Dove lanzó una campaña de publicidad –una foto– en la que once mujeres de al menos once razas diferentes sonreían y hacían posturas extrañas en ropa interior. Después de unas sesiones agotadoras, el fotógrafo consideró que había llegado ese momento mágico e irrenunciable en que la curva de lo sexy se encuentra con la curva de lo divertido. Esa foto –Do you remember Walter?– formaba parte de una campaña por la así llamada Belleza Real, y sólo después de un tiempo de observación te dabas cuenta del truco: eran mujeres no delgadas o, mejor dicho, no preocupantemente delgadas y «con cuerpos y curvas de verdad», según la literatura corporativa de Dove. En un abrir y cerrar de ojos, tú mismo empezabas a generar el mensaje final, y el digamos concepto empezaba a expandirse en tu cerebro más allá del propio eslogan: «las mujeres no preocupantemente delgadas también tenemos derecho a sentirnos bellas, ¡somos bellas!, deseables y deseadas».
–El engaño de los profetas de la frustración.
La propia compañía Dove ideó unas cuantas frases de impacto y se dedicó a deslizarlas bajo el córtex de millones de compradoras –hay una línea de cosmética masculina, pero muy residual– potenciales: La belleza es un estado de ánimo, Eres más guapa de lo que crees y, sobre todo, Ampliando el concepto de belleza. Pero había más trucos en ese anuncio: todas las mujeres eran guapas o, por ser más exactos, encajaban en los parámetros de belleza femenina que se aplican en los medios de masas a las distintas razas y, por tanto, esa así llamada ampliación del concepto de belleza era cuestión de unos cuantos kilos. ¡Era una estafa! Era una minoría –mujeres no delgadas pero de bellas facciones– que reclamaba el derecho al voto para sí, pero se lo negaba al resto de minorías.
–Hacerse cargo y no ser una carga.
No hay sufragio restringido por cuestión de belleza: personas guapas y menos guapas tienen el mismo derecho a votar, pero algunos sostienen (o, al menos, algunos sostienen que algunos sostienen) que la belleza es un factor determinante a la hora de ser elegido y que los que toman las decisiones ahí arriba han empezado a darse cuenta y, en consecuencia, nos encaminamos hacia una nueva era de vacío y telegenia: ¿cuántas eras del vacío es capaz de soportar la humanidad antes de su gloriosa autodisolución?
–Una historia de éxito juntos.
Si la compañía de jabones Dove sigue ampliando el concepto de belleza, llegará un momento en que todo el mundo clamará por su derecho a sentirse bello, deseado y deseable y, al final, TODOS SEREMOS BELLOS, lo cual dará paso a la anarquía o a algo peor: la muerte de los productos de belleza, que dejarán de tener sentido en un mundo de belleza unánime. También dejará de tener sentido la democracia. Los psicólogos, los gurús electorales y los expertos en marketing y emociones dicen que bla, bla, bla, y tienen razón: bla, bla, bla, pero una cosa está clara: la belleza de los cisnes unánimes es menos bella que unánime.
–Nuestro sistema es válido.
¡Un momento, un momento! Se supone que todo esto es subliminal, se supone que la belleza de un candidato, o de un candidato a candidato, imanta los votos y las voluntades sin que los dueños de esos votos y de esas, ¡ja!, voluntades se den cuenta de lo que hacen. ¿Pero cómo demonios quieren que votemos a personas atractivas sin darnos cuenta de que son personas atractivas? Es obvio que son personas atractivas. ¿Y cómo demonios quieren que votemos a personas atractivas si, conforme al plan Dove de ampliación del concepto de belleza, muy pronto todos, ¡TODOS!, seremos bellos y atractivos? Ah, es todo tan complicado: toda esa cerveza esperando a ser bebida en la barra del bar, toda esa espuma.
––Estar en España es vivir en libertad y democracia.
Pero la belleza de un político puede producir un efecto indeseado en el momento en que alguien se da cuenta del truco: ¡Ajá! Cabe la posibilidad de que los árboles no dejen ver el bosque y la belleza no deje ver la verdad que anida en las las comparecencias de un político atractivo: «¡Ah, maldita sea: dejad de contemplar mi nariz aquilina y escuchad lo que digo!». Es un asunto serio. A veces, ser atractivo es una lata, y ser demasiado atractivo puede ser una auténtica lata. Billi Gordon, doctor en neurociencia por UCLA, ex deportista y ex actor, además de bloguero influyente, habló con unas cuantas modelos profesionales y luego escribió un artículo para la revista Psychology Today titulado Once razones por las que estar superbuena puede suponer un problema. Entre otras cosas, las modelos se quejaban de que la gente diera por hecho que eran poco profundas, en tanto que mujeres guapas. «Capto la atención de la gente, pero es una atención de poca calidad», lamentaba una de ellas.
–No queremos fronteras ni pasaportes.
Las personas que escuchan el discurso del conferenciante, de nuevo en el Salón de Conferencias, y que antes han escuchado la presentación de la presentadora, prestan mucha atención pero no es atención de mucha calidad dado que son compañeros de partido y están de acuerdo en todo con ellos. Da igual lo que digan y da igual lo que digan los medios de masas (los medios de masas dicen que son dos de los políticos más atractivos de la escena española), porque todos tienen una idea parecida sobre el asunto (sobre el asunto que sea) y la verdad volverá a coincidir con la belleza y con el bien. Parte de la concurrencia profundiza en su pérdida de atención y se dedica a tuitear el evento, en realidad tuitean su asistencia al evento: «Acompañando a... etcétera», «Con... en... etcétera» «¡Llenazo en... etcétera!». Desde luego, sería horrible pensar que los asistentes, aquí o en cualquier lugar del mundo, tuitean las cosas (los acontecimientos, la palabra del líder) con el único objeto de tuitearse a sí mismos: «He venido, me doy por fichado».
Una última consideración (en la sala de conferencias no cabe un alfiler y todo lo demás): la presentadora ha dicho que el conferenciante es un espejo en el que mirarse:
–Es un espejo en el que mirarse.
Y vuelta a empezar, porque el conferenciante es un hombre atractivo, y la mujer que lo ha presentado también, y a todos nos gusta, cuando nos miramos al espejo, encontrarnos con una persona atractiva aunque sólo sea por vivir una experiencia insólita, fugaz y for-mi-da-ble de belleza y alteridad.
–No hay que olvidar de dónde venimos.
Sobre la belleza en política
El conferenciante es un hombre atractivo y cuando irrumpe en el salón de conferencias parte el aire en dos mitades, igual que una barca en una bahía de aguas quietas (es un hombre atractivo pero no es Moisés). La mujer que ha presentado al conferenciante también es atractiva y cuando se mueve por el salón de conferencias, ¡ah!, etcétera. El conferenciante y la mujer que lo ha presentado son atractivos porque lo dice el narrador y también porque lo dicen los medios de masas, es decir, muchos otros narradores. La presentadora ha dicho que el conferenciante representa el futuro del partido, y dado que se trata de un partido político –el conferenciante y la presentadora son figuras emergentes dentro de un partido no emergente: un pequeño lío– cabe pensar que el conferenciante representa también el futuro del país, o al menos una posibilidad de futuro y, de hecho, cuando tome la palabra, el conferenciante dirá que las campañas se ganan hablando de futuro:
–Las campañas se ganan hablando de futuro.
Para no perder el hilo: antes era antes, ahora es ahora.
–Somos más y debemos ir a votar para demostrarlo –dice el conferenciante.
A la gente menos romántica, y la gente cada vez es menos romántica (dicen que creen en esto y en aquello pero sólo creen en ellos mismos), le gusta comparar el marketing con el juego político y es verdad que los dos –la democracia, el marketing– tienen una relación difícil con el concepto de mayoría. ¿Qué significa ser más, somos más, y en qué medida afecta eso a la calidad de nuestro producto? Entonces, la belleza. La belleza lo atraviesa todo y donde hay belleza no hay nada más: marketing, política, artes figurativas. Todo se desvanece. Entonces, la belleza, el atractivo físico, como arma de seducción más allá del físico. Se supone que un rostro de proporciones áureas sirve para convertir una idea en algo convincente (la irresistible y antigua asociación de la belleza con la verdad, y con el bien).
–Quien venga a la política debe hacerlo para servir y no servirse.
La belleza también tiene una relación incómoda con el concepto de mayoría. Hace unos cuantos años, la compañía de jabones y productos de belleza –los productos de belleza no existen– Dove lanzó una campaña de publicidad –una foto– en la que once mujeres de al menos once razas diferentes sonreían y hacían posturas extrañas en ropa interior. Después de unas sesiones agotadoras, el fotógrafo consideró que había llegado ese momento mágico e irrenunciable en que la curva de lo sexy se encuentra con la curva de lo divertido. Esa foto –Do you remember Walter?– formaba parte de una campaña por la así llamada Belleza Real, y sólo después de un tiempo de observación te dabas cuenta del truco: eran mujeres no delgadas o, mejor dicho, no preocupantemente delgadas y «con cuerpos y curvas de verdad», según la literatura corporativa de Dove. En un abrir y cerrar de ojos, tú mismo empezabas a generar el mensaje final, y el digamos concepto empezaba a expandirse en tu cerebro más allá del propio eslogan: «las mujeres no preocupantemente delgadas también tenemos derecho a sentirnos bellas, ¡somos bellas!, deseables y deseadas».
–El engaño de los profetas de la frustración.
La propia compañía Dove ideó unas cuantas frases de impacto y se dedicó a deslizarlas bajo el córtex de millones de compradoras –hay una línea de cosmética masculina, pero muy residual– potenciales: La belleza es un estado de ánimo, Eres más guapa de lo que crees y, sobre todo, Ampliando el concepto de belleza. Pero había más trucos en ese anuncio: todas las mujeres eran guapas o, por ser más exactos, encajaban en los parámetros de belleza femenina que se aplican en los medios de masas a las distintas razas y, por tanto, esa así llamada ampliación del concepto de belleza era cuestión de unos cuantos kilos. ¡Era una estafa! Era una minoría –mujeres no delgadas pero de bellas facciones– que reclamaba el derecho al voto para sí, pero se lo negaba al resto de minorías.
–Hacerse cargo y no ser una carga.
No hay sufragio restringido por cuestión de belleza: personas guapas y menos guapas tienen el mismo derecho a votar, pero algunos sostienen (o, al menos, algunos sostienen que algunos sostienen) que la belleza es un factor determinante a la hora de ser elegido y que los que toman las decisiones ahí arriba han empezado a darse cuenta y, en consecuencia, nos encaminamos hacia una nueva era de vacío y telegenia: ¿cuántas eras del vacío es capaz de soportar la humanidad antes de su gloriosa autodisolución?
–Una historia de éxito juntos.
Si la compañía de jabones Dove sigue ampliando el concepto de belleza, llegará un momento en que todo el mundo clamará por su derecho a sentirse bello, deseado y deseable y, al final, TODOS SEREMOS BELLOS, lo cual dará paso a la anarquía o a algo peor: la muerte de los productos de belleza, que dejarán de tener sentido en un mundo de belleza unánime. También dejará de tener sentido la democracia. Los psicólogos, los gurús electorales y los expertos en marketing y emociones dicen que bla, bla, bla, y tienen razón: bla, bla, bla, pero una cosa está clara: la belleza de los cisnes unánimes es menos bella que unánime.
–Nuestro sistema es válido.
¡Un momento, un momento! Se supone que todo esto es subliminal, se supone que la belleza de un candidato, o de un candidato a candidato, imanta los votos y las voluntades sin que los dueños de esos votos y de esas, ¡ja!, voluntades se den cuenta de lo que hacen. ¿Pero cómo demonios quieren que votemos a personas atractivas sin darnos cuenta de que son personas atractivas? Es obvio que son personas atractivas. ¿Y cómo demonios quieren que votemos a personas atractivas si, conforme al plan Dove de ampliación del concepto de belleza, muy pronto todos, ¡TODOS!, seremos bellos y atractivos? Ah, es todo tan complicado: toda esa cerveza esperando a ser bebida en la barra del bar, toda esa espuma.
––Estar en España es vivir en libertad y democracia.
Pero la belleza de un político puede producir un efecto indeseado en el momento en que alguien se da cuenta del truco: ¡Ajá! Cabe la posibilidad de que los árboles no dejen ver el bosque y la belleza no deje ver la verdad que anida en las las comparecencias de un político atractivo: «¡Ah, maldita sea: dejad de contemplar mi nariz aquilina y escuchad lo que digo!». Es un asunto serio. A veces, ser atractivo es una lata, y ser demasiado atractivo puede ser una auténtica lata. Billi Gordon, doctor en neurociencia por UCLA, ex deportista y ex actor, además de bloguero influyente, habló con unas cuantas modelos profesionales y luego escribió un artículo para la revista Psychology Today titulado Once razones por las que estar superbuena puede suponer un problema. Entre otras cosas, las modelos se quejaban de que la gente diera por hecho que eran poco profundas, en tanto que mujeres guapas. «Capto la atención de la gente, pero es una atención de poca calidad», lamentaba una de ellas.
–No queremos fronteras ni pasaportes.
Las personas que escuchan el discurso del conferenciante, de nuevo en el Salón de Conferencias, y que antes han escuchado la presentación de la presentadora, prestan mucha atención pero no es atención de mucha calidad dado que son compañeros de partido y están de acuerdo en todo con ellos. Da igual lo que digan y da igual lo que digan los medios de masas (los medios de masas dicen que son dos de los políticos más atractivos de la escena española), porque todos tienen una idea parecida sobre el asunto (sobre el asunto que sea) y la verdad volverá a coincidir con la belleza y con el bien. Parte de la concurrencia profundiza en su pérdida de atención y se dedica a tuitear el evento, en realidad tuitean su asistencia al evento: «Acompañando a... etcétera», «Con... en... etcétera» «¡Llenazo en... etcétera!». Desde luego, sería horrible pensar que los asistentes, aquí o en cualquier lugar del mundo, tuitean las cosas (los acontecimientos, la palabra del líder) con el único objeto de tuitearse a sí mismos: «He venido, me doy por fichado».
Una última consideración (en la sala de conferencias no cabe un alfiler y todo lo demás): la presentadora ha dicho que el conferenciante es un espejo en el que mirarse:
–Es un espejo en el que mirarse.
Y vuelta a empezar, porque el conferenciante es un hombre atractivo, y la mujer que lo ha presentado también, y a todos nos gusta, cuando nos miramos al espejo, encontrarnos con una persona atractiva aunque sólo sea por vivir una experiencia insólita, fugaz y for-mi-da-ble de belleza y alteridad.
–No hay que olvidar de dónde venimos.