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Poner puertas al campo

Piratería y Cultura Libre. Una conversación con David García Aristegui
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La llegada de Internet a nuestras vidas propició un apasionado debate acerca de los derechos de autor. Una cuestión que hasta entonces a nadie le había importado un pimiento se convirtió en protagonista de todas las discusiones. A principios del siglo XXI la indignación no parecía tener más motivo que ese, ni la vivienda ni la precarización galopante del trabajo parecía importar a los jóvenes, la lucha era por el consumo gratuito de música —luego la exigencia se extendió a las películas y más tarde fueron las series las que se incluyeron en el paquete—. Los que tuvimos la desgracia de querer vivir del cante soportamos entonces, una y otra vez, la cantinela de que la libre circulación de la música nos haría famosos y que con la fama ya llegaría el dinero. Los defensores de tan sagaz planteamiento se molestaban si llamabas piratería al acto de “bajar” canciones, lo suyo era una lucha por la libertad y no querían oír hablar de las servidumbres que implicaba, de la necesaria esclavitud que conlleva para unos el que el fruto de su trabajo sea disfrutado gratis por otros. Desde el comienzo del milenio, durante casi una década, los músicos fueron la avanzadilla, los primeros en experimentar la crisis. El disco, la gran creación cultural junto con el cine del siglo XX, ese concepto de álbum formado por canciones, se devaluó en cosa de cinco años: desaparecieron las tiendas físicas y los nuevos intermediarios facilitaron el desguace con la venta fragmentada y a granel de canciones sueltas —que tampoco es que se vendieran demasiado, porque los precios piratas, ya se sabe, son imbatibles—. Si alguno se lamentaba, te decían que lo importante era el directo, que los músicos debían vivir de tocar en vivo, ignorando que en este país, dado que pocos están dispuestos a pagar más de diez euros por una entrada, los conciertos dependían de subvenciones en manos de concejales de festejos con devoción por artistas televisivos. Ahora el paisaje en el sector es desolador, sólo de cuando en cuando algún periodista perezoso alegra la mañana con el  anuncio de la resurrección del vinilo, una noticia inflada a partir de unas ventas tan irrelevantes respecto a lo que fueron que no deja de sonar a broma pesada.

La piratería en la música ha perdido protagonismo por la emergencia de plataformas como Spotify, en realidad nuevos modelos de negocio que prosperan gracias a la impotencia de discográficas, compositores e intérpretes, incapaces de cobrar por lo que hacen más que lo poco que les dan. La música sigue, por supuesto, y nunca ha tenido el consumidor más oferta a su disposición, lo que está en juego son las formas de retribuir las labores creativas. Porque lo que ocurrió con la música fue un adelanto de la desestructuración del mundo artístico; los músicos tuvieron el dudoso privilegio de ser vanguardia en el derrumbe pero, poco a poco, la idea de que los productos creativos deben estar a disposición gratuita de la gente se ha ido imponiendo. Y lo llaman Cultura Libre.

La editorial Enclave acaba de sacar ¿Por qué Marx no habló de copyright? La propiedad intelectual y sus revoluciones, un ensayo algo desmadejado que tiene el valor de ofrecer una historia sintética de los derechos de autor: un par de siglos de conquistas para los creadores hasta llegar a este presente de precariedad, en el que la lucha por la Cultura Libre ha allanado el terreno para la emergencia de grandes monopolios, ha propiciado la sustitución del profesional por el amateur y ha hecho mucho más difícil poder vivir del arte. Hablamos de ello con el autor del libro, David García Aristegui (Madrid, 1974), activista, exmúsico y analista-programador de software.

“Te morirás de hambre”, el latiguillo que tienen que soportar aquellos que deciden ser artistas, goza hoy de plena actualidad. Leyendo su libro el lector no puede dejar de pensar: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Bueno, como se alerta en el prólogo de César Rendueles e Igor Sábada los debates sobre derechos de autor en el activismo son relativamente recientes. Los derechos de autor han sido algo de gran importancia, pero debido a su complejidad inherente y por lo explosivo de sus implicaciones nunca ha sido un campo de batalla muy explícito entre izquierda y derecha hasta la llegada de Internet. El problema, desde una perspectiva de izquierdas, es que históricamente este debate ha sido un monólogo del liberalismo consigo mismo. Hasta los derechos de autor en la URSS eran indistinguibles casi de los creados en la Revolución Francesa. Ahora hay un tipo de capitalismo contracultural que celebra el “hágaselo usted mismo” y el amateurismo, pero como una manera de pulverizar los pocos derechos sociales y laborales que quedan. Un capitalismo mucho más agresivo pero impulsado por gente que va en bici, baila en el Sónar y cena vegano. Si tengo que bailar con mi jefe no es mi revolución, lo siento. Es la Ideología Californiana: bohemios desaliñados, macrobióticos y consumidores de drogas (¿recuerdan a Steve Jobs?) con un furor capitalista y un entusiasmo por el darwinismo social que los hace verdaderamente temibles. Y un sector de la izquierda les aplaude y les quiere emular. ¿Ejemplo? El delirio del #derechoaemprender del Partido X.

La música fue el primer producto cultural en ver cuestionado la propiedad del autor. A los músicos se les decía entonces que vivieran del directo. Pero el directo, no tardó en verse cuando se acabó el presupuesto de los ayuntamientos para subvencionar actuaciones y festivales, era una ilusión más.

Exacto, y muchos periodistas celebraron y fomentaron ese discurso, desde todo tipo de medios de comunicación. Ahora cuando a periodistas precarios, valga la redundancia, les hago bromas y les digo que regalen sus materiales y “vivan del directo” el asunto ya les hace menos gracia, qué sorpresón. Yo he leído, además, supuestos estudios que afirman que el descenso de ventas de CD no tiene que ver con Internet e, incluso, que la piratería no hace descender las ventas si no que las aumenta. La disonancia cognitiva parece que se creó para los debates sobre derechos de autor y piratería.

Los músicos fueron entonces la avanzadilla, los primeros en sufrir una crisis devastadora, ¿crees que con el resto de disciplinas culturales acabará pasando lo mismo?

Hay un personaje que era muy celebrado en la subcultura de “todo gratis menos el ADSL” que es el escritor Juan Gómez Jurado. En el 2011 decía literalmente que “la piratería no existe”. Pero la cibereuforia le duró poco, en el 2012 ya pedía en foros de ePubs que no se descargaran gratis su último trabajo, por lo menos hasta que éste no hubiese sido rentabilizado. Es decir, pedía que no le piratearan, genio y figura. Mientras nos sigamos creyendo estupideces como que Internet elimina intermediarios la precarización de cualquier actividad va a ser algo inevitable. El mayor intermediario conocido hasta el momento es Google, y detrás de él van otros monstruos como Amazon, eBay y PayPal. Que Internet “elimina intermediarios” es algo que no se sostiene, pero se sigue repitiendo como un mantra. Efectivamente, después de los músicos fueron los periodistas y luego... el resto.

Al final, Internet no ha supuesto la crisis de lo masivo como se esperaba, sino la inexistencia de lo minoritario y el debilitamiento de lo alternativo. Ahora parece que todo se divide entre lo dominante y lo ínfimo. ¿Es eso así?, ¿nos hemos vuelto más insignificantes?

Vuelvo de nuevo al liberalismo: los liberales son unos peligrosos utópicos que creen que los mercados se autorregulan, creencia peligrosísima y de consecuencias muy graves en nuestras vidas. El credo liberal se ha transpuesto a Internet, pero ahí tampoco funciona. ¿En Megaupload o en los portales de torrents hay mucha cultura alternativa o contrainformación? En absoluto, sólo mainstream puro y duro. El mercado de las industrias culturales tampoco se autorregula en Internet. Es como la insistencia en reforzar el dominio público. Megaupload era un dominio público de facto,  y sólo sirvió para reforzar aún más la hegemonía y el colonialismo cultural de EEUU. Y seguimos igual: que la plana mayor de Podemos saque un libro analizando Juego de Tronos a mí me parece simplemente demencial, seguimos rindiendo una pleitesía cultural al Imperio que a mí me resulta vomitiva.

El siglo XXI es el siglo de la crisis del soporte cultural: el objeto disco, el objeto libro (en su forma códice), el periódico, la revista… toda esa relación entre formatos y contenidos está desapareciendo. Un cambio cultural profundo propiciado por los nuevos usos de la tecnología que ha desmaterializado los formatos seculares de la cultura y la información, cambiando la relación que tenemos con ellos ¿crees que se puede hacer algo para contrarrestar el tsunami o los creadores tendrán que aprender a surfear el proceloso mar para sobrevivir?

Los formatos cambian, pero eso no significa necesariamente para bien. El vinilo sonaba mejor que el CD, y éste mejor que esa chicharra del MP3. El libro creo que es un artefacto difícilmente mejorable, no entiendo la necesidad de ebooks, incluso aunque no existiera la obsolescencia programada. Aquí podrían jugar un papel fundamental las bibliotecas públicas: en los colegios hay que dar a conocer y fomentar el uso de estos espacios. Por otra parte, hay que proveer estos espacios de fondos, hay que financiarlas, y que CEDRO deje de hacer cosas absurdas como quererles cobrar un canon por el préstamo de libros, que para mí no tiene sentido. Como con tantas cosas los objetos físicos serán para las clases altas, cosas como las ediciones de lujo o los vinilos de 180 gramos. Las clases trabajadores tendrán que conformarse con acceder a todos los productos culturales a través de su Smartphone.

Dado cómo está el patio, más que de derechos de propiedad, cuando hablamos de los creadores, habría que hablar de derechos sociales.

Yo es que prefiero hablar siempre de derechos de autor que de propiedad intelectual, término que además se presta a confusiones porque intellectual property engloba también a las patentes y marcas, a la propiedad industrial. Los derechos de autor tienen una imagen pésima, pero porque no se explican bien. La propiedad intelectual no protege ideas, sólo protege las expresiones de ideas, algo sobre lo que hay gran confusión. Y los distintos regímenes de propiedad intelectual, del copyright anglosajón al derecho de autor europeo, contemplan numerosas excepciones y usos no retribuidos de las obras, que se suelen desconocer u ocultar en los discursos más críticos. Esos usos se agrupan bajo la forma del fair use en EEUU y en España son excepciones como la parodia, el derecho a cita o el siempre olvidado 31 bis: “tampoco necesitan autorización los actos de reproducción, distribución y comunicación pública de obras ya divulgadas que se realicen en beneficio de personas con discapacidad”.

Hablas de Thomas Paine en el libro, uno de los precursores que se citan de la idea de una renta básica de ciudadanía. Recuerdo unas jornadas sobre Cultura Libre hace unos años y una de las conclusiones a las que llegaron fue la defensa de la Renta Básica como forma de que los creadores pudieran burlar la amenaza del hambre.

Sí, y también la paz mundial, hay que joderse. Que haya tan poca imaginación institucional y que la única solución que se pueda dar desde la Cultura Libre a la remuneración de los creadores sea la Renta Básica a mí me parece una broma pesada. No sabía que Paine es uno de los antecesores de la Renta Básica, tomo nota.

Se buscan alternativas que van desde el mecenazgo clásico, al micromecenazgo, pasando por la sopa boba del Estado, formas finalmente menos libres que la dependencia de un público que pague por aquello que consume. Pero, ¿qué tendría que pasar para que la gente volviera a pagar?

¿Sopa boba del Estado? Buf, ese es el discurso de los neoliberales, peligrosísimo. Si de verdad se quiere desmercantilizar la cultura me temo que el Estado va a tener que jugar un papel muy activo en ese proceso. Como dije antes, recuperando las bibliotecas públicas. Además, el mercado y el consumismo a mí en absoluto me parecen formas “libres” de acceso a la cultura. ¿Qué pasa con quién no tiene dinero para consumir productos culturales? Volviendo al tema que nos ocupa, la gente a lo mejor no paga porque está en el paro o con trabajos que les dejan al límite de la subsistencia, y por ello prefieren pagar una tarifa de teléfono fijo, móvil y ADSL como tarifa plana de productos culturales. Para empezar a cambiar las cosas creo que las operadoras de telefonía tienen que empezar a compartir sus beneficios con las industrias culturales, porque si no estarán practicando una política de tierra quemada. Y esto se ve venir perfectamente: en las calles sólo se ven carteles de grupos-homenaje a grupos famosos y en todos los festivales las cabezas de cartel son, salvo excepciones, grupos de hace muchos años. No hay regeneración en las industrias culturales porque no hay capacidad para arriesgarse e invertir en artistas nuevos. El que las empresas de telefonía compartan sus pingües beneficios con un modelo redistributivo creo que sería un paso en la buena dirección.

¿Y la buena dirección llevaría a que la gente finalmente vuelva a pagar por lo que consume o el objetivo sería el acceso gratuito a los contenidos culturales y que pague el Estado y las empresas de telefonía? En una situación ideal, ¿quién tendría que pagar?

A mí personalmente no me preocuparía nada una cultura sostenida por quienes más se benefician de contenidos ajenos (empresas de telefonía) y por quienes tienen que velar por el acceso a la cultura (el Estado). Me preocupa más que quien determine la cultura sean Google y Amazon. Con lo planteado anteriormente es muy probable que se llegara a un escenario de cultura desmercantilizada que, a priori, parece mucho más razonable que el escenario actual. En ese hipotético contexto creo que el precio de los productos culturales tendería a bajar debido a las intervenciones públicas para facilitar el acceso a la cultura, y eso probablemente creo que haría que aumentase el consumo y la sostenibilidad de las industrias culturales. Es un camino a explorar, conjuntamente con otras medidas, como el de un IVA cultural mucho más reducido. Un 4% parece bastante ajustado. Hagamos números.

¿Por qué la propiedad de las obras culturales pasado un tiempo desde la muerte del autor pasan a dominio público? ¿Por qué no sucede lo mismo con el resto de propiedades, por ejemplo, con un terreno o con una casa? 

Porque desde sus orígenes los regímenes de propiedad intelectual se diseñaron para ayudar en la difusión de la cultura, por mucho que desde determinados sectores del copyleft y la Cultura Libre se empeñen en cambiar la historia. De todas maneras hay países que con enorme lucidez han implementado un modelo de dominio público redistributivo, el “dominio público pagante”, que creo que debería ser la norma en todo el mundo. Hablamos de Argentina y Uruguay. Consiste en la práctica de que parte de los beneficios de las obras comercializadas en dominio público reviertan a toda la comunidad de los autores vivos a través de sus entidades de gestión. ¿Que por qué no pasan a algo parecido al dominio público los terrenos y las casas? Porque no vivimos en estados socialistas, vivimos en estados capitalistas, que fomentan la acumulación, el expolio y la especulación. Mal.

¿Cómo regular Internet? ¿Se pueden poner puertas al campo?

Claro que se pueden poner puertas al campo, la idea de un Internet desregulado es otro de los mayores mitos creados por la narrativa neoliberal. Todas nuestras comunicaciones son sistemáticamente analizadas, espiadas y monitorizadas, si alguien todavía no lo sabe es que simplemente no sabe en qué mundo vive. Respecto al mito del Internet desregulado recomiendo mucho la novela “Aquiescencia” de Víctor Sombra, que pasó desapercibida en su momento pero es interesantísima. ¿Regular Internet? Que las operadoras de telefonía compartan sus beneficios. Ah, ahora los sitios “piratas” lo están teniendo mucho más difícil en España. ¿Es por la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual? Pues no, es por el nacimiento de Movistar TV. Como Telefónica ahora también distribuye contenidos de repente se ha replanteado su tradicional equidistancia con la piratería y está colaborando activamente en que películas y series sólo sean accedidos por canales “legítimos”. Vivir para ver.

Me ha llamado la atención que cites a Ted Nelson pero no hables del Docuverse, de cómo en uno de los antecedentes de la web ya estaba previsto un sistema de gestión y cobro de derechos de autor, de tal modo que si alguien utilizaba una obra ajena, la citaba, o la incorporaba a una suya, el sistema se encargaría de rastrear la reutilización, cobrar por ella, y hacer llegar al propietario la cantidad devengada. ¿Sería esta una solución viable?

No conocía lo del Docuverse, pero Nelson tienen el dudoso mérito de ser el impulsor uno de los máximos exponentes de lo que en informática llamamos despectivamente vaporware, el Proyecto Xanadú.  Efectivamente todo podía haber sido distinto, incluso Frank Zappa anticipó acceso a contenidos a través de la red telefónica contemplando el pago de derechos de autor desde el primer momento. Las soluciones a la remuneración de los creadores por el uso de sus obras en Internet no será una solución técnica, tiene que ser una solución política.

Hablas de la necesidad de sindicatos. En el hipotético caso de que los creadores se uniesen ¿qué podrían hacer para cambiar el sentido de la historia? ¿Y si la creación ya está condenada sin remedio al amateurismo?

Bueno, que los creadores se unan no es un caso hipotético, recomiendo el apartado de mi libro “Huelgas y movilizaciones sin mono azul”. Y es un proceso que continúa, aunque por desgracia no es algo que se esté dando en España todavía. Hablo de la Unión de Músicos Independientes en Argentina, con unos planteamientos interesantísimos, y más recientemente en Chile el Sindicato Único de Escritores de Chile (Sudec). Los adictos al mainstream de EEUU recordarán además la huelga convocada por el histórico Writers Guild of America en el 2007 y que afectó a series como Perdidos o Héroes. La creación no está condenada al amateurismo, lo que sí que parece condenado a ese maldito amateurismo es el sindicalismo en las industrias culturales españolas. Hasta que éste no se profesionalice y se tome las cosas más en serio la precariedad seguirá campando a sus anchas.

 

David García Aristegui, Carlos Pardo, Esteban Hernández y Victor Lenore hablarán esta tarde sobre algunos de los temas de sus recientes publicaciones: ¿Por qué Marx no habló del copyright? (David García Aristegui), El viaje a pie de Johann Sebastian (Carlos Pardo), El fin de la clase media (Esteban Hernández) e Indies, hipsters y gafapastas: crónica de una dominación cultural (Víctor Lenore). Será en Madrid, hoy, viernes 23 de enero, a las 19:30, en la librería Enclave, Calle Relatores nº 16.

 

Imágenes en color de Robert Schlaug, de su libro Limited Area.
Fotografía de David García Arostegui: @barriocanino