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Parque temático Cuba. Un ‘mockumentary’
APUNTES DE UN DIARIO
Viena, 23 marzo de 2028.
Como cada día, me siento en la cocina a preparar un café y a revisar la correspondencia antes de irme al despacho y sentarme delante del ordenador para continuar la traducción del nuevo libro de Rezzori. ¡Es el título 25 que traduzco de este autor! ¡De Grisha! La familiaridad con su obra me hace adoptar en mi mente, involuntariamente a veces, la pose de una familiaridad con su persona (muerta), una familiaridad que quizá jamás hubiera querido tener de haberlo conocido en realidad. O quizá sí. Si hay algo grande en Rezzori, si algo cuenta con mi absoluta admiración, es su implacable análisis de los mundos ficticios que nos han construido los poderes fácticos desde siempre, desde al arte, la escritura o la filosofía, hasta todo aquello que condiciona nuestra vida cotidiana. La abstracción es su blanco preferido, cualquier abstracción.
En fin, es mi libro 25 de Rezzori: lo que empezó con la editorial Sexto Piso ha ascendido tres plantas en el edificio de las publicaciones de habla española. La antigua Sexto Piso se llama ahora Novena Planta, ya no tiene su sede en Madrid, sino en Dubái, y ha sido absorbida por un gran grupo editorial, Planet, que recuerda, al menos en su sonoridad, a aquel otro grupo editor de ese pasado ahora tan lejano que me visita y altera en esta mañana las amontonadas ideas descafeinadas de este cansado traductor.
Me pongo a hojear una de las revistas a las que estoy suscrito. Adoro los reportajes de viaje. Pero éste, en concreto, es bastante sui géneris. ¿Un relato de viaje en el que su autor claudica y acaba su texto renunciando a su puesto de muchos años en una revista de tirada mundial?
Leo, recorto y pego:
Stunt-Island
por Josef H. Felder
«Son justamente tales acciones subversivas las que nos impiden llevar adelante este proyecto que tan grandes beneficios tendrá para nuestro glorioso pueblo y su ya casi septuagenaria e invicta Revolución», me dice el ingeniero E. R. (hemos ocultado todos los nombres por petición expresa de los interesados), batiendo indignado el aire sofocante de este verano habanero con unos folletos sobre Dismaland, la acción de protesta que el grafitero británico Banksy ha programado en Cuba para este otoño. E. R. es uno de los máximos responsables estatales del diseño y la construcción de Revolutionland, el megaproyecto que el actual gobierno cubano ha concebido para reconvertir la isla en un gigantesco parque temático, cuya segunda fase debería estar en marcha en enero de 2029, justo cuando se cumplan los 70 años del triunfo de los rebeldes de un ahora centenario Fidel Castro.
Invitado por un grupo de artistas cubanos de dentro y de fuera de la isla, Banksy ha accedido a repetir su exitosa acción plástica del año 2015 en Weston-super-Mare a modo de protesta contra lo que, en general, es visto como una «deprimente frivolización» de la historia del país caribeño y que los círculos más radicales del exilio cubano califican de «complicidad descarada con el régimen castrista».
A la pregunta sobre los beneficios de Revolutionland, E. R. responde con una mezcla de apasionada convicción y retórica partidista-empresarial: «Vea usted: ante todo, Revolutionland garantiza el pleno empleo para todos los cubanos en la esfera de los servicios. ¡Y no sólo en los roles tradicionales de camareros, empleados de limpieza o proveedores de bienes de consumo para instalaciones hoteleras, sino incluso como actores y extras de una gigantesca y masiva puesta en escena de nuestra historia. De modo que, desde el punto de vista cultural, constituye una forma moderna y eficaz (también en lo económico) de presentar nuestras tradiciones y de elevar el nivel educacional ya no solo de nuestro pueblo aguerrido y culto, sino, asimismo, de un mundo desinformado por las grandes corporaciones mediáticas sobre lo que ha sido la historia revolucionaria de Cuba».
La primera fase del proyecto se inició hace unos diez años cuando la firma Disney Cruise Line firmó un acuerdo millonario con las autoridades cubanas para extender sus viajes de placer a la isla privada Castaway Cay hasta la entonces llamada Isla de la Juventud, hoy de nuevo conocida por su nombre original de Isla de Pinos o Pine Island. La elección de esta última isla ha tenido también un carácter eminentemente simbólico. La histórica visita del presidente Barack Obama a Cuba en marzo de 2016 contribuyó con creces a desempolvar la historia algo tenebrosa de este territorio situado al sur de la actual provincia de Artemisa. (¡Los mitos griegos perviven, ligeramente transfigurados, en el corazón de muchos cubanos!)
Isla de Pinos es sobre todo famosa por su Presidio Modelo. Inaugurado en febrero de 1928 según el modelo del Panóptico concebido por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham hacia finales del siglo XVIII, su construcción se asocia también a la primera (y por más de ocho décadas única) visita de un presidente estadounidense a la isla: en enero de 1928, el republicano Calvin Coolidge visitaría La Habana para asistir a la VI Conferencia Internacional de Estados Americanos. Su visita generó una fiebre constructiva a la que se deben obras todavía hoy emblemáticas como el Capitolio (remedo del de Washington) o la Carretera Central. Aunque su mandato se caracterizó por una fase de gran prosperidad económica para la isla, Machado ha pasado a la historia oficial cubana con el sobrenombre de «El asno con garras» por la sistemática y despiadada represión de sus opositores.
«La historia de Cuba es como un laboratorio histórico en cámara rápida», nos dice A. B. C., miembro del grupo «Los Nuevos» (o «Deniú-Guáns», deformación fonética de «The New Ones») constituido por historiadores cubano-americanos poseedores, casi todos, de títulos académicos otorgados por universidades estadounidenses, quienes han regresado temporalmente a su isla de origen para integrar el equipo multidisciplinar encargado de crear Revolutionland. «Para no hacer el cuento tan largo, empecemos por el propio Machado, hijo de un humilde campesino canario oriundo de la isla de La Palma, y durante mucho tiempo dedicado exclusivamente al robo de ganado. Machado es un buen ejemplo de ese concepto del Che Guevara —por décadas mal entendido— del hombre nuevo cubano, o digamos mejor: del cuban self-made-man. De ladrón de ganado a general de la Guerra de Independencia, luego ministro de Gobernación y, finalmente, Presidente de la República. ¡Dígame usted si eso no es mérito! ¡Las teorías evolutivas de la historia que hemos aprendido de Occidente no conciben un salto tan dramático en la formación de una personalidad!», nos dice A. B. C. con énfasis, pero con una correcta postura híbrida muy acorde con su educación binacional: la mano derecha en quieto reposo sobre su espalda; la izquierda en un permanente arabesco gesticulador que revela sus extrovertidos genes caribeños. También su largo monólogo es buen indicador de su herencia cubana:
«Machado fue sin duda, en muchos sentidos, un revolucionario. Pero digámoslo en términos biológicos: en nuestro concepto del Homo cubensis y de su evolución histórica en cámara rápida, el (r)evolucionario cubano reproduce casi al pie de la letra ese pequeño big bang que es el origen de toda vida: apenas se reúnen los elementos necesarios, se produce una explosión aparentemente destructiva que da lugar a una serie de elementos nuevos y, por ende, se torna generadora de nueva vida, new life. Y así sucesivamente. Piense usted que a Machado lo derrocó y suplantó en pocos años otro revolucionario, Fulgencio Batista, quien, a su vez, fue derrocado y suplantado por quien es hoy el líder histórico (pensionado) de la Revolución Cubana, Fidel Castro, suplantado, a su vez, por su hermano, y luego por su sobrino, y próximamente también por uno de sus nietos. De ahí nuestra teoría de la “suplantación creativa”. Puede que sea interesante para usted, como periodista extranjero, consultar el ensayo Suplantación y vanguardia, de mi querido colega escritor C.A.C.A.
»En ese sentido, la elección de la Isla de la Juventud para la primera fase de Revolutionland no es tan casual como parece. Recuerde que al Presidio Modelo llegó a finales de 1953, en calidad de prisionero político, el propio Fidel Castro, condenado por el asalto al cuartel Moncada. Durante décadas, la historiografía oficial cubana divulgó el mito de que fue allí donde el comandante Castro leyó El capital de Marx, dando origen al rumbo comunista que adoptaría más tarde su duradero gobierno. Nuestras investigaciones han arrojado, sin embargo, que, en su fascinación por el concepto arquitectónico de Bentham, Castro se sumió, en aquellos pocos meses de prisión, en el estudio de las ideas del filósofo inglés (al que Marx, por cierto, menciona dos veces en su magna obra) y en la mejor manera de aplicar en una sociedad futura ese «sentimiento de omnisciencia invisible».
Pero, ¿acaso no fue ése el principio directriz de tantos años de vigilancia destinada a controlar a la población cubana a través de denunciantes estilizados como «agentes»?, le pregunto al entusiasta new historian.
«Cierto, cierto, tiene usted razón. Se cometieron muchos errores durante años y años; pero en ese sentido los actuales acuerdos del gobierno cubano con Google han venido a enmendar los excesos del pasado. Ya no es necesario llevar al extremo tales suplantaciones de personalidad, con sus graves consecuencias para la salud mental de vigilados y de vigilantes. ¡Ahora basta con un clic!», dice el historiador, reprimiendo una risita sarcástica que muestran unos dientes de pátina verdosa como la del billete de a dólar. Los ingresos por su asesoría en este tema ascienden a 5.000 mensuales.
Dejo la capital de Cuba y viajo a la Isla de Pinos para comprobar in situ los avances de lo que se supone será una Cuba futura, próspera y plenamente integrada en el concierto de todas las naciones. El sol, omnipresente en esta isla como un cañón de luminotecnia cinematográfica que alguien se olvidó de apagar (uno lo cree encendido incluso durante la noche) ha sido cubierto por unas algodonosas nubes grisáceas que muestran las vetas de la plata sucia. Me acompaña Jorge (alias «Jorgito el Lúbrico»), un tipo bonachón y cordial que debe su sobrenombre a su afición por las acuarelas con temas eróticos. Jorge es, como todo buen cubano, de origen español en segunda generación, y tras largos años viviendo en la Madre Patria, trabajando clandestinamente para el gobierno cubano en varias funciones («como agente», nos dice), ha visto coronada su carrera con el puesto de jefe de guías turísticos de la primera fase de Revolutionland. De sus años en Europa ha preservado su désinvolture cosmopolita y su ameno y fluido parloteo en varios idiomas.
Jorge nos introduce en un sinfín de atracciones que ya se han consolidado en la isla. Pero como ya va siendo la hora del almuerzo, me invita al restaurante temático El cerdo amputado. El nombre del local se debe a una leyenda urbana que circuló por Cuba en los años 90 del pasado siglo, en la época que el propio gobierno cubano tuvo a bien llamar «Periodo Especial en Tiempos de Paz». Una historia que habla de la «nobleza incuestionable de este pueblo», me dice Jorge:
Se dice que en aquellos años de grandes dificultades económicas, una familia cubana estuvo, durante todo un año, criando un cerdo en una bañera. Como era una familia numerosa hacinada en un pequeño apartamento, acordaron con el vecino de enfrente, hombre soltero y sin familia, que el cerdo se criara en su bañera. A cambio, el vecino recibiría a finales del año —puntualmente para las grandes celebraciones que los cubanos festejan con grandes comelatas de cerdo asado, frijoles, arroz y plátanos fritos— una parte del animal ya cebado. Pero entonces llegó una fatídica carta: la noticia de que unos parientes exiliados en Estados Unidos visitarían por primera vez La Habana en octubre, dos meses antes del previsto sacrificio del noble animal. Como se sabe, el sentido de la dignidad del cubano era todavía en aquellas fechas casi tan grande como su espíritu revolucionario. «¡Que vengan Pepito y Carmelina y no tener nada que ponerles a la mesa!», exclamó al recibir la noticia, tirándose de los pelos, Paca, la anfitriona. La decisión, por unanimidad, fue tomada rápidamente en el seno familiar. Convocaron a un veterinario amigo del padre para que, en una rápida y arriesgadísima intervención quirúrgica, le amputara al cerdo un pernil y, al mismo tiempo, lo mantuviera con vida hasta diciembre. Y fue así como la familia de marras pudo ofrecer a sus parientes de la Florida una suculenta cena a base de una jugosa pata de cerdo (medium rare, con hilillos de sangre cayendo todavía por entre el entramado de hilos rosados de los músculos del verraco…), y no incumplir con sus compromisos familiares y vecinales para finales de año.
El salón principal de El cerdo amputado está ocupado ahora, en su mayor parte, por varios grupos de high schoolers estadounidenses que, en una mezcla de rubor, espanto y diversión, presencian el ritual de la amputación del cerdo que podrán degustar en unos pocos minutos, servido con chicharritas de plátano y arroz blanco. Justa, la dueña del local, nos cuenta: «Tenemos contratados a tres veterinarios por turno. Las operaciones se realizan de acuerdo con todas las normas higiénicas reconocidas a nivel internacional». Megan, una simpática rubia del Middle West, que exhibe con orgullo sus largas y bien torneadas piernas de color larvario —ahora algo enrojecidas por delante, después de varias horas tumbada sobre las arenas negras de la playa Bibijagua (su excitación al hablar, su entusiasmo por estar en Cuba e iniciarse en el sexo con su sweet heart Miguel, un atractivo mulato nativo de Isla de Pinos, recuerda el hormigueo que provoca en el cuerpo el picotazo de ese insecto «endémico» de la isla, la bibijagua, nombre científico Atta insularis)—, toma la palabra en nombre del grupo de bachilleres: «I’m so excited!», nos dice. «It’s a big experience! Big, big, big, b…!», añade, pero su «big» final queda sepultado bajo el machacante estribillo de las Pointer Sisters que nos llega desde un altavoz a todo volumen: «I’m so excited, and I just can’t hide it!…».
«¡Éste es el futuro, el future, l’avenir, die Zukunft, il futuro!», me dice el políglota Jorge. «Los planes son grandiosos», añade el cubano de ancestros catalanes (según la propia leyenda familiar —que el guía acuarelista nos cuenta con lúbrico orgullo—, uno de sus ancestros fue un negrero catalán que hizo su fortuna en el siglo XIX transportando esclavos desde las costas africanas hasta la isla de Cuba). «Piensa que todos los años se celebra en esta isla un festival enorme que rememora la Guerra Civil americana, ¡y todos los extras negros son cubanos, con lo cual se soluciona el problema del empleo temporal! Hay planes, incluso (y esto no lo digas muy alto), de crear la atracción Kukurucho, con la cual afiliados al Ku Klux Klan pueden viajar a la Isla de Pinos y participar, sin temor a los rigores de la justicia americana, en cacerías de negros… (Bueno, sobre eso se están elaborando ahora los futuros contratos-tipo: es preciso proteger a nuestros ciudadanos de cualquier exceso, por lo que una comisión de expertos está determinando qué tipos de golpes pueden darse sin peligro para la salud de los extras cubanos, qué tiempo puede estar uno de los stunts colgados de un árbol sin riesgos para su vida. Hay miles y miles de médicos involucrados en esto, y en eso nos ha ayudado mucho el visionario programa de formación de médicos que creó la Revolución, y piensa, además…».
FIN
La verdad es que, como periodista, debo confesar a mis lectores que no quise seguir escuchando a Jorge. La tarde prometía otra gran riqueza de originales proyectos. El plan de visitas era, por sus títulos, tentador. Pero, lo confieso, no quise seguir.
Y confieso algo más. He fracasado. Estoy cansado.
Es por ello que aprovecho este artículo para despedirme de esta revista, para renunciar formalmente a mi cargo de autor de reportajes internacionales en esta publicación.
Uf. Yo también estoy cansado. Este mundo de abstracciones en el que estoy condenado a actuar acapara todas mis energías, ésas que bien pudiera emplear en otra cosa. Pero soy traductor autónomo. Tengo facturas que pagar. El café está listo. Así que, una buena taza, ¡y al escritorio! Rezzori me espera. Cierro la revista. En la contraportada, una publicidad a toda página. El joven nieto de Fidel Castro le regala un enorme puro cubano a una Paris Hilton envejecida, que sonríe con rubor fingido en su tuneado uniforme de camuflaje, el habitual de las combatientes del sector femenino del Estado Islámico. El lema del anuncio es: «¡Pásalo bien, que lo demás es humo!».
Parque temático Cuba. Un ‘mockumentary’
APUNTES DE UN DIARIO
Viena, 23 marzo de 2028.
Como cada día, me siento en la cocina a preparar un café y a revisar la correspondencia antes de irme al despacho y sentarme delante del ordenador para continuar la traducción del nuevo libro de Rezzori. ¡Es el título 25 que traduzco de este autor! ¡De Grisha! La familiaridad con su obra me hace adoptar en mi mente, involuntariamente a veces, la pose de una familiaridad con su persona (muerta), una familiaridad que quizá jamás hubiera querido tener de haberlo conocido en realidad. O quizá sí. Si hay algo grande en Rezzori, si algo cuenta con mi absoluta admiración, es su implacable análisis de los mundos ficticios que nos han construido los poderes fácticos desde siempre, desde al arte, la escritura o la filosofía, hasta todo aquello que condiciona nuestra vida cotidiana. La abstracción es su blanco preferido, cualquier abstracción.
En fin, es mi libro 25 de Rezzori: lo que empezó con la editorial Sexto Piso ha ascendido tres plantas en el edificio de las publicaciones de habla española. La antigua Sexto Piso se llama ahora Novena Planta, ya no tiene su sede en Madrid, sino en Dubái, y ha sido absorbida por un gran grupo editorial, Planet, que recuerda, al menos en su sonoridad, a aquel otro grupo editor de ese pasado ahora tan lejano que me visita y altera en esta mañana las amontonadas ideas descafeinadas de este cansado traductor.
Me pongo a hojear una de las revistas a las que estoy suscrito. Adoro los reportajes de viaje. Pero éste, en concreto, es bastante sui géneris. ¿Un relato de viaje en el que su autor claudica y acaba su texto renunciando a su puesto de muchos años en una revista de tirada mundial?
Leo, recorto y pego:
Stunt-Island
por Josef H. Felder
«Son justamente tales acciones subversivas las que nos impiden llevar adelante este proyecto que tan grandes beneficios tendrá para nuestro glorioso pueblo y su ya casi septuagenaria e invicta Revolución», me dice el ingeniero E. R. (hemos ocultado todos los nombres por petición expresa de los interesados), batiendo indignado el aire sofocante de este verano habanero con unos folletos sobre Dismaland, la acción de protesta que el grafitero británico Banksy ha programado en Cuba para este otoño. E. R. es uno de los máximos responsables estatales del diseño y la construcción de Revolutionland, el megaproyecto que el actual gobierno cubano ha concebido para reconvertir la isla en un gigantesco parque temático, cuya segunda fase debería estar en marcha en enero de 2029, justo cuando se cumplan los 70 años del triunfo de los rebeldes de un ahora centenario Fidel Castro.
Invitado por un grupo de artistas cubanos de dentro y de fuera de la isla, Banksy ha accedido a repetir su exitosa acción plástica del año 2015 en Weston-super-Mare a modo de protesta contra lo que, en general, es visto como una «deprimente frivolización» de la historia del país caribeño y que los círculos más radicales del exilio cubano califican de «complicidad descarada con el régimen castrista».
A la pregunta sobre los beneficios de Revolutionland, E. R. responde con una mezcla de apasionada convicción y retórica partidista-empresarial: «Vea usted: ante todo, Revolutionland garantiza el pleno empleo para todos los cubanos en la esfera de los servicios. ¡Y no sólo en los roles tradicionales de camareros, empleados de limpieza o proveedores de bienes de consumo para instalaciones hoteleras, sino incluso como actores y extras de una gigantesca y masiva puesta en escena de nuestra historia. De modo que, desde el punto de vista cultural, constituye una forma moderna y eficaz (también en lo económico) de presentar nuestras tradiciones y de elevar el nivel educacional ya no solo de nuestro pueblo aguerrido y culto, sino, asimismo, de un mundo desinformado por las grandes corporaciones mediáticas sobre lo que ha sido la historia revolucionaria de Cuba».
La primera fase del proyecto se inició hace unos diez años cuando la firma Disney Cruise Line firmó un acuerdo millonario con las autoridades cubanas para extender sus viajes de placer a la isla privada Castaway Cay hasta la entonces llamada Isla de la Juventud, hoy de nuevo conocida por su nombre original de Isla de Pinos o Pine Island. La elección de esta última isla ha tenido también un carácter eminentemente simbólico. La histórica visita del presidente Barack Obama a Cuba en marzo de 2016 contribuyó con creces a desempolvar la historia algo tenebrosa de este territorio situado al sur de la actual provincia de Artemisa. (¡Los mitos griegos perviven, ligeramente transfigurados, en el corazón de muchos cubanos!)
Isla de Pinos es sobre todo famosa por su Presidio Modelo. Inaugurado en febrero de 1928 según el modelo del Panóptico concebido por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham hacia finales del siglo XVIII, su construcción se asocia también a la primera (y por más de ocho décadas única) visita de un presidente estadounidense a la isla: en enero de 1928, el republicano Calvin Coolidge visitaría La Habana para asistir a la VI Conferencia Internacional de Estados Americanos. Su visita generó una fiebre constructiva a la que se deben obras todavía hoy emblemáticas como el Capitolio (remedo del de Washington) o la Carretera Central. Aunque su mandato se caracterizó por una fase de gran prosperidad económica para la isla, Machado ha pasado a la historia oficial cubana con el sobrenombre de «El asno con garras» por la sistemática y despiadada represión de sus opositores.
«La historia de Cuba es como un laboratorio histórico en cámara rápida», nos dice A. B. C., miembro del grupo «Los Nuevos» (o «Deniú-Guáns», deformación fonética de «The New Ones») constituido por historiadores cubano-americanos poseedores, casi todos, de títulos académicos otorgados por universidades estadounidenses, quienes han regresado temporalmente a su isla de origen para integrar el equipo multidisciplinar encargado de crear Revolutionland. «Para no hacer el cuento tan largo, empecemos por el propio Machado, hijo de un humilde campesino canario oriundo de la isla de La Palma, y durante mucho tiempo dedicado exclusivamente al robo de ganado. Machado es un buen ejemplo de ese concepto del Che Guevara —por décadas mal entendido— del hombre nuevo cubano, o digamos mejor: del cuban self-made-man. De ladrón de ganado a general de la Guerra de Independencia, luego ministro de Gobernación y, finalmente, Presidente de la República. ¡Dígame usted si eso no es mérito! ¡Las teorías evolutivas de la historia que hemos aprendido de Occidente no conciben un salto tan dramático en la formación de una personalidad!», nos dice A. B. C. con énfasis, pero con una correcta postura híbrida muy acorde con su educación binacional: la mano derecha en quieto reposo sobre su espalda; la izquierda en un permanente arabesco gesticulador que revela sus extrovertidos genes caribeños. También su largo monólogo es buen indicador de su herencia cubana:
«Machado fue sin duda, en muchos sentidos, un revolucionario. Pero digámoslo en términos biológicos: en nuestro concepto del Homo cubensis y de su evolución histórica en cámara rápida, el (r)evolucionario cubano reproduce casi al pie de la letra ese pequeño big bang que es el origen de toda vida: apenas se reúnen los elementos necesarios, se produce una explosión aparentemente destructiva que da lugar a una serie de elementos nuevos y, por ende, se torna generadora de nueva vida, new life. Y así sucesivamente. Piense usted que a Machado lo derrocó y suplantó en pocos años otro revolucionario, Fulgencio Batista, quien, a su vez, fue derrocado y suplantado por quien es hoy el líder histórico (pensionado) de la Revolución Cubana, Fidel Castro, suplantado, a su vez, por su hermano, y luego por su sobrino, y próximamente también por uno de sus nietos. De ahí nuestra teoría de la “suplantación creativa”. Puede que sea interesante para usted, como periodista extranjero, consultar el ensayo Suplantación y vanguardia, de mi querido colega escritor C.A.C.A.
»En ese sentido, la elección de la Isla de la Juventud para la primera fase de Revolutionland no es tan casual como parece. Recuerde que al Presidio Modelo llegó a finales de 1953, en calidad de prisionero político, el propio Fidel Castro, condenado por el asalto al cuartel Moncada. Durante décadas, la historiografía oficial cubana divulgó el mito de que fue allí donde el comandante Castro leyó El capital de Marx, dando origen al rumbo comunista que adoptaría más tarde su duradero gobierno. Nuestras investigaciones han arrojado, sin embargo, que, en su fascinación por el concepto arquitectónico de Bentham, Castro se sumió, en aquellos pocos meses de prisión, en el estudio de las ideas del filósofo inglés (al que Marx, por cierto, menciona dos veces en su magna obra) y en la mejor manera de aplicar en una sociedad futura ese «sentimiento de omnisciencia invisible».
Pero, ¿acaso no fue ése el principio directriz de tantos años de vigilancia destinada a controlar a la población cubana a través de denunciantes estilizados como «agentes»?, le pregunto al entusiasta new historian.
«Cierto, cierto, tiene usted razón. Se cometieron muchos errores durante años y años; pero en ese sentido los actuales acuerdos del gobierno cubano con Google han venido a enmendar los excesos del pasado. Ya no es necesario llevar al extremo tales suplantaciones de personalidad, con sus graves consecuencias para la salud mental de vigilados y de vigilantes. ¡Ahora basta con un clic!», dice el historiador, reprimiendo una risita sarcástica que muestran unos dientes de pátina verdosa como la del billete de a dólar. Los ingresos por su asesoría en este tema ascienden a 5.000 mensuales.
Dejo la capital de Cuba y viajo a la Isla de Pinos para comprobar in situ los avances de lo que se supone será una Cuba futura, próspera y plenamente integrada en el concierto de todas las naciones. El sol, omnipresente en esta isla como un cañón de luminotecnia cinematográfica que alguien se olvidó de apagar (uno lo cree encendido incluso durante la noche) ha sido cubierto por unas algodonosas nubes grisáceas que muestran las vetas de la plata sucia. Me acompaña Jorge (alias «Jorgito el Lúbrico»), un tipo bonachón y cordial que debe su sobrenombre a su afición por las acuarelas con temas eróticos. Jorge es, como todo buen cubano, de origen español en segunda generación, y tras largos años viviendo en la Madre Patria, trabajando clandestinamente para el gobierno cubano en varias funciones («como agente», nos dice), ha visto coronada su carrera con el puesto de jefe de guías turísticos de la primera fase de Revolutionland. De sus años en Europa ha preservado su désinvolture cosmopolita y su ameno y fluido parloteo en varios idiomas.
Jorge nos introduce en un sinfín de atracciones que ya se han consolidado en la isla. Pero como ya va siendo la hora del almuerzo, me invita al restaurante temático El cerdo amputado. El nombre del local se debe a una leyenda urbana que circuló por Cuba en los años 90 del pasado siglo, en la época que el propio gobierno cubano tuvo a bien llamar «Periodo Especial en Tiempos de Paz». Una historia que habla de la «nobleza incuestionable de este pueblo», me dice Jorge:
Se dice que en aquellos años de grandes dificultades económicas, una familia cubana estuvo, durante todo un año, criando un cerdo en una bañera. Como era una familia numerosa hacinada en un pequeño apartamento, acordaron con el vecino de enfrente, hombre soltero y sin familia, que el cerdo se criara en su bañera. A cambio, el vecino recibiría a finales del año —puntualmente para las grandes celebraciones que los cubanos festejan con grandes comelatas de cerdo asado, frijoles, arroz y plátanos fritos— una parte del animal ya cebado. Pero entonces llegó una fatídica carta: la noticia de que unos parientes exiliados en Estados Unidos visitarían por primera vez La Habana en octubre, dos meses antes del previsto sacrificio del noble animal. Como se sabe, el sentido de la dignidad del cubano era todavía en aquellas fechas casi tan grande como su espíritu revolucionario. «¡Que vengan Pepito y Carmelina y no tener nada que ponerles a la mesa!», exclamó al recibir la noticia, tirándose de los pelos, Paca, la anfitriona. La decisión, por unanimidad, fue tomada rápidamente en el seno familiar. Convocaron a un veterinario amigo del padre para que, en una rápida y arriesgadísima intervención quirúrgica, le amputara al cerdo un pernil y, al mismo tiempo, lo mantuviera con vida hasta diciembre. Y fue así como la familia de marras pudo ofrecer a sus parientes de la Florida una suculenta cena a base de una jugosa pata de cerdo (medium rare, con hilillos de sangre cayendo todavía por entre el entramado de hilos rosados de los músculos del verraco…), y no incumplir con sus compromisos familiares y vecinales para finales de año.
El salón principal de El cerdo amputado está ocupado ahora, en su mayor parte, por varios grupos de high schoolers estadounidenses que, en una mezcla de rubor, espanto y diversión, presencian el ritual de la amputación del cerdo que podrán degustar en unos pocos minutos, servido con chicharritas de plátano y arroz blanco. Justa, la dueña del local, nos cuenta: «Tenemos contratados a tres veterinarios por turno. Las operaciones se realizan de acuerdo con todas las normas higiénicas reconocidas a nivel internacional». Megan, una simpática rubia del Middle West, que exhibe con orgullo sus largas y bien torneadas piernas de color larvario —ahora algo enrojecidas por delante, después de varias horas tumbada sobre las arenas negras de la playa Bibijagua (su excitación al hablar, su entusiasmo por estar en Cuba e iniciarse en el sexo con su sweet heart Miguel, un atractivo mulato nativo de Isla de Pinos, recuerda el hormigueo que provoca en el cuerpo el picotazo de ese insecto «endémico» de la isla, la bibijagua, nombre científico Atta insularis)—, toma la palabra en nombre del grupo de bachilleres: «I’m so excited!», nos dice. «It’s a big experience! Big, big, big, b…!», añade, pero su «big» final queda sepultado bajo el machacante estribillo de las Pointer Sisters que nos llega desde un altavoz a todo volumen: «I’m so excited, and I just can’t hide it!…».
«¡Éste es el futuro, el future, l’avenir, die Zukunft, il futuro!», me dice el políglota Jorge. «Los planes son grandiosos», añade el cubano de ancestros catalanes (según la propia leyenda familiar —que el guía acuarelista nos cuenta con lúbrico orgullo—, uno de sus ancestros fue un negrero catalán que hizo su fortuna en el siglo XIX transportando esclavos desde las costas africanas hasta la isla de Cuba). «Piensa que todos los años se celebra en esta isla un festival enorme que rememora la Guerra Civil americana, ¡y todos los extras negros son cubanos, con lo cual se soluciona el problema del empleo temporal! Hay planes, incluso (y esto no lo digas muy alto), de crear la atracción Kukurucho, con la cual afiliados al Ku Klux Klan pueden viajar a la Isla de Pinos y participar, sin temor a los rigores de la justicia americana, en cacerías de negros… (Bueno, sobre eso se están elaborando ahora los futuros contratos-tipo: es preciso proteger a nuestros ciudadanos de cualquier exceso, por lo que una comisión de expertos está determinando qué tipos de golpes pueden darse sin peligro para la salud de los extras cubanos, qué tiempo puede estar uno de los stunts colgados de un árbol sin riesgos para su vida. Hay miles y miles de médicos involucrados en esto, y en eso nos ha ayudado mucho el visionario programa de formación de médicos que creó la Revolución, y piensa, además…».
FIN
La verdad es que, como periodista, debo confesar a mis lectores que no quise seguir escuchando a Jorge. La tarde prometía otra gran riqueza de originales proyectos. El plan de visitas era, por sus títulos, tentador. Pero, lo confieso, no quise seguir.
Y confieso algo más. He fracasado. Estoy cansado.
Es por ello que aprovecho este artículo para despedirme de esta revista, para renunciar formalmente a mi cargo de autor de reportajes internacionales en esta publicación.
Uf. Yo también estoy cansado. Este mundo de abstracciones en el que estoy condenado a actuar acapara todas mis energías, ésas que bien pudiera emplear en otra cosa. Pero soy traductor autónomo. Tengo facturas que pagar. El café está listo. Así que, una buena taza, ¡y al escritorio! Rezzori me espera. Cierro la revista. En la contraportada, una publicidad a toda página. El joven nieto de Fidel Castro le regala un enorme puro cubano a una Paris Hilton envejecida, que sonríe con rubor fingido en su tuneado uniforme de camuflaje, el habitual de las combatientes del sector femenino del Estado Islámico. El lema del anuncio es: «¡Pásalo bien, que lo demás es humo!».