Contenido
De gansos y humanos o Alemania
ESPANTAPÁJAROS
Un campo de refugiados cerca de la frontera entre Siria y Turquía: un niño kurdo juega a saltar una alargada barrera de llamas, rodeado por el coro de otros niños entusiastas que lo animan. Lleva camisa blanca, un jersey oscuro y un abrigo ligero, pero bien podríamos imaginarlo vistiendo la camiseta de la selección alemana de fútbol con el número de su ídolo, Mesut Özil. Un pañuelo le tapa el rostro durante el salto. El trozo de tela blanca le confiere a su cara un aspecto inquietante, como si llevara ya el vendaje de un mutilado de guerra; se pliega en la parte inferior de la cabeza, abriendo una rajadura que se extiende de la barbilla a la nariz, como un gigantesco labio leporino. Una cara borrada por un brochazo de cal grisácea dado con desidia.
Están en territorio turco, cerca de Kobane, la ciudad siria fronteriza que ha sido casi borrada del mapa por las detergentes operaciones de limpieza de dos bandos en pugna. Una ciudad fantasma. Una vuelta a los orígenes, podría decirse: porque, según se cuenta, hace apenas un siglo sólo había en el lugar tres casas.
Fue la ansiedad expansionista de Guillermo II y su rezagado Segundo Imperio la que, con la construcción de una estación de trenes destinada a formar parte de la soñada línea Berlín-Bagdad, impulsó el crecimiento del exiguo caserío, que en poco tiempo se convirtió en una ciudad pequeña de varios miles de habitantes. Ko-Ba-Ni, cuenta la leyenda, sería una especie de acróstico de Konya-Baghdad Railway Company, la firma alemana que financió buena parte del proyecto antes de la debacle de la Primera Guerra Mundial. Una caricatura de 1900 muestra al industrial Georg von Siemens con casaca de jefe de estación ferroviaria, bombachos y fez turcos y el titular: «¡A toda máquina hasta Bagdad!».
Apenas se ven pájaros en las fotos actuales de esas zonas del noroeste sirio dominadas por el Estado Islámico. Abundan, eso sí, las composiciones escultóricas en forma de espantapájaros: hombres crucificados como peleles de trapo, cabezas de mujeres como muñecas decapitadas clavadas en un palo. Sobre todo estas últimas se asemejan a las improvisadas medidas de protección de pequeñas cosechas domésticas que se ven desde los trenes en cualquier huerta suburbana de Alemania. También las hay en los alrededores del lago Starnberg (el distrito con los mayores ingresos per cápita de toda Alemania), donde los adinerados vecinos esperan con creciente inquietud, como cada año, la llegada intempestiva de miles y miles de gansos salvajes.
GOOSE VS. HUMAN
El señor K. (llamémosle Herr Kothals. ¡No confundir con el perro de caza Korthals!) no tiene buena cara a las 06.45 horas de esta mañana soleada. Desde que en Alemania hay diez veces más gansos salvajes que hace treinta años, su jornada laboral la determinan los ciclos intestinales de unas aves que, según estudios ornitológicos recientes, suelen cagar ciento setenta veces al día, con un monto medio de dos kilos de excrementos diarios. Herr Kothals detenta el cargo oficial de Landschaftspfleger (preservador del paisaje; es decir, jardinero municipal) en una comarca turística a orillas del Starnberger See, donde también tiene su casa, entre tantos otros multimillonarios alemanes, Patrick Süskind, el afamado autor de El perfume. Una de las funciones prioritarias de Herr Kothals consiste en limpiar de excrementos, cada mañana, el impecable césped donde ponen a solear sus piernas de color larvario decenas y decenas de bañistas.
El afán de los gansos salvajes por asentarse en sus predios es, lógicamente, motivo permanente de disgusto para Kothals cada verano. Las aves acuden gustosas a sitios donde hay afluencia de humanos sensibles que, conmovidos por el destino de los alados inmigrantes llegados desde tan lejos, les arrojan sobras de comida: trozos de lechuga veteados de mayonesa, boronilla de pan y frutas mordisqueadas o con partes en mal estado.
Por suerte, nuestro Kothals (descendiente de una larga genealogía de «preservadores paisajísticos» cuyo rastro puede seguirse hasta su bisabuelo, el Gran Kothals, uno de aquellos honrados pioneros bávaros que, a principios del siglo XX, partieron hacia el Oriente Medio para trabajar como mano de obra eficiente y barata en la construcción de uno de los ramales de la línea Berlín-Bagdad, la que conectaría la capital del pujante Reich con las costas del golfo Pérsico) no tiene ya que palear a mano, como tuvo que hacer su abuelo —o incluso su padre, en los años posteriores a la guerra— los varios kilos de caca de ganso que blanquean cada mañana el verde de brillo casi plástico de «su» playa. El Ayuntamiento ha puesto a su disposición una Gänsekotreinigungsmaschine (máquina para limpiar excrementos de ganso), una enorme aspiradora concebida originalmente para el mantenimiento de campos de golf, capaz, en unas pocas horas, de absorber toneladas de caca gansaria (así como de colillas, astillas de vidrio, restos de bolsas de plástico y latas abolladas). La tecnología es Kärcher (de la Alfred Kärcher GmbH & Co. KG, fundada en 1935 y especializada, en sus inicios, en la fabricación de hornos industriales y equipos para la Luftwaffe, y más tarde, tras la oportuna desnazificación, empresa puntera en la producción de todo tipo de equipos de limpieza: al vapor, por alta presión, por barrido, por aspiración… En fin, que su divisa es la pulcritud).
PINGÜINOS DEL DESIERTO
Entre la muchedumbre desaliñada del campo de refugiados próximo a Kobane destaca la imagen de una joven con una camiseta de color amarillo yema de huevo que hace promoción de los productos Kärcher: en la foto impresa sobre la prenda, un grupo de pingüinos observa con curiosidad una aspiradora manual de esa marca, cuyo aerodinámico cuerpo, en posición vertical, se les asemeja sospechosamente.
La camiseta llegó al campo como parte de un gran donativo organizado por bañistas habituales del lago Starnberg que, una tarde de verano, leyeron algo acerca de las condiciones en este campamento turco en las hojas sueltas de una revista que revoloteaban sobre el prado donde tomaban el sol. De vuelta en la ciudad, metieron en unas cajas varias limpiadoras de cristales (técnica al vapor), máquinas de limpieza a presión con arena, camisetas, bolígrafos amarillos como yema de huevo y lápices y blocs de dibujo, se pusieron en contacto con una ONG y despacharon al desierto todas esas cosillas que aligerarían la vida de los acampados. Esa noche durmieron la mar de tranquilos.
Al día siguiente de la acción humanitaria volvieron al prado del lago Starnberg para continuar echando restos de comida a los gansos salvajes, mientras asalmonaban un poco sus piernas blancas como larvas.
Kothals, que cuando no está ocupado limpiando excrementos de ganso emplea su escaso tiempo libre en pintar acuarelas con motivos románticos (castillitos en ruinas, quillas de barcos alzadas en plena tormenta, idilios lacustres con bandadas de patos salvajes en despegue), menea la cabeza con indulgencia al ver algunos de sus bañistas acelerar el proceso digestivo de los hasta ahora tolerados huéspedes. Lo cierto es que Kothals no siente odio alguno hacia los gansos. «Visualmente es un espectáculo único por su belleza, un sueño», nos dice. No obstante, entiende que el asueto de la mayoría de los bañistas no debe verse afectado por el falso concepto de humanitarismo ornitológico que cultiven otros. Por ello preside la comisión municipal que habrá de adoptar próximamente una medida ya adoptada con éxito en muchos otros balnearios europeos y en comarcas colindantes con aeropuertos: la muerte por gas, en los próximos años, de hasta 400.000 gansos.
ECOLOGISMO
En ese propósito Herr Kothals cuenta con el apoyo incondicional y especializado de Roswitha, una de las más asiduas bañistas.
Roswitha es ornitóloga de carrera, ecologista en sus ratos libres («¡Moderada!», nos aclara) y trabaja como asesora del departamento de Riesgos Laborales de una multinacional especializada en la fabricación de turbinas de avión. Ella sabe todo lo que se puede saber sobre los peligros que implican las aves para el buen desenvolvimiento de la vida humana.
«¡Nosotros mismos somos los culpables!», nos dice con voz apasionada. «El incremento desmedido de las poblaciones de gansos, su modo de vida cada vez más sedentario, es uno de los resultados directos de nuestro bienestar. El desarrollo agrícola ha propiciado el asentamiento de grandes poblaciones de unas aves que, en otros tiempos, cuando predominaban las malas cosechas y las hambrunas, emigraban hacia latitudes situadas más al sur. ¡Y no hablemos ya de los daños terribles que pueden causar en la aviación civil o militar! Las turbinas de los aviones son cada vez más silenciosas, y los pájaros no se apartan cuando un aparato despega o aterriza. Sólo en Estados Unidos se registraron, en un periodo de 24 años (entre 1990 y 2014), 150.000 colisiones de aviones con pájaros… O de pájaros con aviones, según se mire. Es cierto que menos de un uno por ciento de los casos tiene consecuencias fatales u ocasiona daños irreparables en las turbinas. En la propia multinacional para la que trabajo se las prepara entretanto para que el motor no pierda fuerza de empuje tras una colisión con pájaros de tamaño medio. En nuestro departamento de pruebas tenemos una brigada de curiosos artilleros que, con unos cañones especiales, lanzan gallinas muertas a las turbinas en rotación para poner a prueba su capacidad de resistencia. De las aves sólo queda un lustroso chorro rojo que las turbinas expulsan por su parte trasera».
EJERCITANDO LAS ARTES
Volvemos al campo de Kobane. Nuestro niño sirio (llamémosle Khaled) se dispone a dar su siguiente salto sobre una ahora más larga barrera de brasas. De rodillas, en un extremo de la foto, se ve a otro niño de espaldas concentrado en dar color al dibujo de una de las páginas del libro que les llegó en donación desde Alemania y que lleva el logotipo huevo-amarillo de la firma Kärcher: una bandada de gansos salvajes levantando el vuelo. Algo más al fondo, una niña sonriente intenta levantar una especie de escultura con los brazos y las piernas desmembradas de una muñeca de la que sólo han quedado una cabeza pelirroja y un torso de color asalmonado.
N. B. Un falso reportaje cruzado a partir de los contenidos del Süddeutsche Zeitung Magazin del 3 de junio de 2016. Café Zartl, Viena, 4 de junio de 2016.
La imagen de portada es un collage del autor sobre una foto de © Furkan Temir. La foto de los pingüinos pertenece a la campaña publicitaria Are you a true Kärcher type? de las aspriadoras Kärcher.
De gansos y humanos o Alemania
ESPANTAPÁJAROS
Un campo de refugiados cerca de la frontera entre Siria y Turquía: un niño kurdo juega a saltar una alargada barrera de llamas, rodeado por el coro de otros niños entusiastas que lo animan. Lleva camisa blanca, un jersey oscuro y un abrigo ligero, pero bien podríamos imaginarlo vistiendo la camiseta de la selección alemana de fútbol con el número de su ídolo, Mesut Özil. Un pañuelo le tapa el rostro durante el salto. El trozo de tela blanca le confiere a su cara un aspecto inquietante, como si llevara ya el vendaje de un mutilado de guerra; se pliega en la parte inferior de la cabeza, abriendo una rajadura que se extiende de la barbilla a la nariz, como un gigantesco labio leporino. Una cara borrada por un brochazo de cal grisácea dado con desidia.
Están en territorio turco, cerca de Kobane, la ciudad siria fronteriza que ha sido casi borrada del mapa por las detergentes operaciones de limpieza de dos bandos en pugna. Una ciudad fantasma. Una vuelta a los orígenes, podría decirse: porque, según se cuenta, hace apenas un siglo sólo había en el lugar tres casas.
Fue la ansiedad expansionista de Guillermo II y su rezagado Segundo Imperio la que, con la construcción de una estación de trenes destinada a formar parte de la soñada línea Berlín-Bagdad, impulsó el crecimiento del exiguo caserío, que en poco tiempo se convirtió en una ciudad pequeña de varios miles de habitantes. Ko-Ba-Ni, cuenta la leyenda, sería una especie de acróstico de Konya-Baghdad Railway Company, la firma alemana que financió buena parte del proyecto antes de la debacle de la Primera Guerra Mundial. Una caricatura de 1900 muestra al industrial Georg von Siemens con casaca de jefe de estación ferroviaria, bombachos y fez turcos y el titular: «¡A toda máquina hasta Bagdad!».
Apenas se ven pájaros en las fotos actuales de esas zonas del noroeste sirio dominadas por el Estado Islámico. Abundan, eso sí, las composiciones escultóricas en forma de espantapájaros: hombres crucificados como peleles de trapo, cabezas de mujeres como muñecas decapitadas clavadas en un palo. Sobre todo estas últimas se asemejan a las improvisadas medidas de protección de pequeñas cosechas domésticas que se ven desde los trenes en cualquier huerta suburbana de Alemania. También las hay en los alrededores del lago Starnberg (el distrito con los mayores ingresos per cápita de toda Alemania), donde los adinerados vecinos esperan con creciente inquietud, como cada año, la llegada intempestiva de miles y miles de gansos salvajes.
GOOSE VS. HUMAN
El señor K. (llamémosle Herr Kothals. ¡No confundir con el perro de caza Korthals!) no tiene buena cara a las 06.45 horas de esta mañana soleada. Desde que en Alemania hay diez veces más gansos salvajes que hace treinta años, su jornada laboral la determinan los ciclos intestinales de unas aves que, según estudios ornitológicos recientes, suelen cagar ciento setenta veces al día, con un monto medio de dos kilos de excrementos diarios. Herr Kothals detenta el cargo oficial de Landschaftspfleger (preservador del paisaje; es decir, jardinero municipal) en una comarca turística a orillas del Starnberger See, donde también tiene su casa, entre tantos otros multimillonarios alemanes, Patrick Süskind, el afamado autor de El perfume. Una de las funciones prioritarias de Herr Kothals consiste en limpiar de excrementos, cada mañana, el impecable césped donde ponen a solear sus piernas de color larvario decenas y decenas de bañistas.
El afán de los gansos salvajes por asentarse en sus predios es, lógicamente, motivo permanente de disgusto para Kothals cada verano. Las aves acuden gustosas a sitios donde hay afluencia de humanos sensibles que, conmovidos por el destino de los alados inmigrantes llegados desde tan lejos, les arrojan sobras de comida: trozos de lechuga veteados de mayonesa, boronilla de pan y frutas mordisqueadas o con partes en mal estado.
Por suerte, nuestro Kothals (descendiente de una larga genealogía de «preservadores paisajísticos» cuyo rastro puede seguirse hasta su bisabuelo, el Gran Kothals, uno de aquellos honrados pioneros bávaros que, a principios del siglo XX, partieron hacia el Oriente Medio para trabajar como mano de obra eficiente y barata en la construcción de uno de los ramales de la línea Berlín-Bagdad, la que conectaría la capital del pujante Reich con las costas del golfo Pérsico) no tiene ya que palear a mano, como tuvo que hacer su abuelo —o incluso su padre, en los años posteriores a la guerra— los varios kilos de caca de ganso que blanquean cada mañana el verde de brillo casi plástico de «su» playa. El Ayuntamiento ha puesto a su disposición una Gänsekotreinigungsmaschine (máquina para limpiar excrementos de ganso), una enorme aspiradora concebida originalmente para el mantenimiento de campos de golf, capaz, en unas pocas horas, de absorber toneladas de caca gansaria (así como de colillas, astillas de vidrio, restos de bolsas de plástico y latas abolladas). La tecnología es Kärcher (de la Alfred Kärcher GmbH & Co. KG, fundada en 1935 y especializada, en sus inicios, en la fabricación de hornos industriales y equipos para la Luftwaffe, y más tarde, tras la oportuna desnazificación, empresa puntera en la producción de todo tipo de equipos de limpieza: al vapor, por alta presión, por barrido, por aspiración… En fin, que su divisa es la pulcritud).
PINGÜINOS DEL DESIERTO
Entre la muchedumbre desaliñada del campo de refugiados próximo a Kobane destaca la imagen de una joven con una camiseta de color amarillo yema de huevo que hace promoción de los productos Kärcher: en la foto impresa sobre la prenda, un grupo de pingüinos observa con curiosidad una aspiradora manual de esa marca, cuyo aerodinámico cuerpo, en posición vertical, se les asemeja sospechosamente.
La camiseta llegó al campo como parte de un gran donativo organizado por bañistas habituales del lago Starnberg que, una tarde de verano, leyeron algo acerca de las condiciones en este campamento turco en las hojas sueltas de una revista que revoloteaban sobre el prado donde tomaban el sol. De vuelta en la ciudad, metieron en unas cajas varias limpiadoras de cristales (técnica al vapor), máquinas de limpieza a presión con arena, camisetas, bolígrafos amarillos como yema de huevo y lápices y blocs de dibujo, se pusieron en contacto con una ONG y despacharon al desierto todas esas cosillas que aligerarían la vida de los acampados. Esa noche durmieron la mar de tranquilos.
Al día siguiente de la acción humanitaria volvieron al prado del lago Starnberg para continuar echando restos de comida a los gansos salvajes, mientras asalmonaban un poco sus piernas blancas como larvas.
Kothals, que cuando no está ocupado limpiando excrementos de ganso emplea su escaso tiempo libre en pintar acuarelas con motivos románticos (castillitos en ruinas, quillas de barcos alzadas en plena tormenta, idilios lacustres con bandadas de patos salvajes en despegue), menea la cabeza con indulgencia al ver algunos de sus bañistas acelerar el proceso digestivo de los hasta ahora tolerados huéspedes. Lo cierto es que Kothals no siente odio alguno hacia los gansos. «Visualmente es un espectáculo único por su belleza, un sueño», nos dice. No obstante, entiende que el asueto de la mayoría de los bañistas no debe verse afectado por el falso concepto de humanitarismo ornitológico que cultiven otros. Por ello preside la comisión municipal que habrá de adoptar próximamente una medida ya adoptada con éxito en muchos otros balnearios europeos y en comarcas colindantes con aeropuertos: la muerte por gas, en los próximos años, de hasta 400.000 gansos.
ECOLOGISMO
En ese propósito Herr Kothals cuenta con el apoyo incondicional y especializado de Roswitha, una de las más asiduas bañistas.
Roswitha es ornitóloga de carrera, ecologista en sus ratos libres («¡Moderada!», nos aclara) y trabaja como asesora del departamento de Riesgos Laborales de una multinacional especializada en la fabricación de turbinas de avión. Ella sabe todo lo que se puede saber sobre los peligros que implican las aves para el buen desenvolvimiento de la vida humana.
«¡Nosotros mismos somos los culpables!», nos dice con voz apasionada. «El incremento desmedido de las poblaciones de gansos, su modo de vida cada vez más sedentario, es uno de los resultados directos de nuestro bienestar. El desarrollo agrícola ha propiciado el asentamiento de grandes poblaciones de unas aves que, en otros tiempos, cuando predominaban las malas cosechas y las hambrunas, emigraban hacia latitudes situadas más al sur. ¡Y no hablemos ya de los daños terribles que pueden causar en la aviación civil o militar! Las turbinas de los aviones son cada vez más silenciosas, y los pájaros no se apartan cuando un aparato despega o aterriza. Sólo en Estados Unidos se registraron, en un periodo de 24 años (entre 1990 y 2014), 150.000 colisiones de aviones con pájaros… O de pájaros con aviones, según se mire. Es cierto que menos de un uno por ciento de los casos tiene consecuencias fatales u ocasiona daños irreparables en las turbinas. En la propia multinacional para la que trabajo se las prepara entretanto para que el motor no pierda fuerza de empuje tras una colisión con pájaros de tamaño medio. En nuestro departamento de pruebas tenemos una brigada de curiosos artilleros que, con unos cañones especiales, lanzan gallinas muertas a las turbinas en rotación para poner a prueba su capacidad de resistencia. De las aves sólo queda un lustroso chorro rojo que las turbinas expulsan por su parte trasera».
EJERCITANDO LAS ARTES
Volvemos al campo de Kobane. Nuestro niño sirio (llamémosle Khaled) se dispone a dar su siguiente salto sobre una ahora más larga barrera de brasas. De rodillas, en un extremo de la foto, se ve a otro niño de espaldas concentrado en dar color al dibujo de una de las páginas del libro que les llegó en donación desde Alemania y que lleva el logotipo huevo-amarillo de la firma Kärcher: una bandada de gansos salvajes levantando el vuelo. Algo más al fondo, una niña sonriente intenta levantar una especie de escultura con los brazos y las piernas desmembradas de una muñeca de la que sólo han quedado una cabeza pelirroja y un torso de color asalmonado.
N. B. Un falso reportaje cruzado a partir de los contenidos del Süddeutsche Zeitung Magazin del 3 de junio de 2016. Café Zartl, Viena, 4 de junio de 2016.
La imagen de portada es un collage del autor sobre una foto de © Furkan Temir. La foto de los pingüinos pertenece a la campaña publicitaria Are you a true Kärcher type? de las aspriadoras Kärcher.