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No desaparece con la luz
El viaje hacia la nostalgia de Javier Carnicer
Los alrededores de la calle Ricardo del Arco de Huesca fueron edificados como un ensanche de la ciudad, que se fue extendiendo hacia el sur durante los años 40 y 50 del pasado siglo sobre un amplio territorio ganado a huertas, descampados, fincas rurales y casas dispersas. Al pasear por la zona puede apreciarse una luz especial, dura y prístina, que recorta sombras rectilíneas sobre las fachadas como en un cuadro de Hopper o de Chirico; como si a día de hoy el sol siguiera afanándose con la inclemencia con la que antes bañaba carrascales y campos de cereal.
Fue por este barrio por donde, una noche a altas horas de la madrugada, algún vecino desvelado vio merodear a Javier Carnicer. Su conducta errática y su presencia algo siniestra –el gabán oscuro, el refulgir anaranjado del cigarro en la oscuridad– resultaron sospechosas al vecino en cuestión, que llamó a la policía. Cuando los agentes llegaron y abordaron al misterioso paseante preguntándole qué hacía allí, éste les respondió lacónicamente: “contemplar mi infancia arrasada”. La nostalgia no es un delito tipificado, así que los policías dejaron a aquel embozado espectro deambulando un rato más por la zona en que una vez se alzara la casa de sus padres.
En su reflexión sobre la nostalgia en la modernidad[1], Svetlana Boym define una tipología concreta que denomina nostalgia reflexiva, y que no emana “de un pasado ideal, sino del presente perfecto y de su potencial perdido”. Para ayudarnos a reconocerla y diferenciarla de la nostalgia restauradora (aquella que añoraría un pasado ideal y lucharía por restituirlo), Boym nos habla de la ambivalencia de Baudelaire, que mentaba recurrentemente a la Antigüedad a la par que abrazaba entusiasmado la electrizante experiencia de la vida urbana. También menciona al ángel de la historia de Walter Benjamin, que avanza de espaldas impulsado por un viento inexorable, obligado a contemplar el rastro de destrucción que va dejando tras de sí. Para la nostalgia reflexiva el objeto de afección no es ya el pasado en fuga vertiginosa, sino el acaballamiento o participación infraleve de lo pasado en cada momento presente, cuya potencialidad se agota en cada acto. La intención de la nostalgia reflexiva no es la de neutralizar y fijar esa emotiva incertidumbre del presente, sino precisamente “poner de manifiesto su fragilidad” mediante la descripción de signos malentendidos, objetos erosionados, recuerdos que apenas llegan a serlo antes de desaparecer. Lo que podría parecer derrotismo se convierte así en un programa ético y estético: la puesta en evidencia –a través del arte– de la fragilidad de la vivencia del presente en la modernidad, como método para una intensificación de dicha vivencia, como sublimación y reconciliación con la misma.
Esta es la clase de nostalgia que emana de los versos de Javier Carnicer, la que me ligó a ellos desde el instante en que tomé conocimiento de su existencia. Por supuesto, otras cualidades de su figura y de su obra son quizá más llamativas y determinantes: su presencia escénica, equiparable a la de Alan Vega, Nick Cave o Peter Murphy; la conexión estilística con Sade, Poe, Baudelaire, Lautréamont, Artaud y Panero; unos textos plagados de imaginería vampírica, pulsiones tanatofílicas, angustia y atroz romanticismo. Las diversas aventuras musicales en las que a lo largo de su vida se enroló potenciaron siempre ese aura, desde los inicios de oscura virulencia con Carnicería Carnicer, a los ambientes espinosos y enigmáticos de su último proyecto junto a Justo Bagüeste. Sin embargo, hay una disposición afectiva muy particular en los poemas de Javier que para mí le distancian del algo ajado arquetipo mefistofélico del poeta maldito, y que le conectan verdaderamente a las pulsiones de fondo de sus fuentes literarias. Él hacía uso del aparataje, del campo semántico de lo depravado, pero no con la fruición de un exaltado, sino más bien con la sorda queja del outsider, de quien no puede sino transgredir ante la insuficiencia del lenguaje y lo inhóspito del mundo codificado por la civilización.
Al recorrer cronológicamente su producción musical –una oportunidad que nos brinda la reciente publicación del doble CD Respiraciones. Antología Inédita– podemos percibir una nostalgia reflexiva que va aflorando progresivamente como la maleza entre las grietas de una casa abandonada; erosionando las aristas insolentes en la pronunciación, anulando los bucles neuróticos y apaciguando poco a poco el punto de vista del poeta. La “Navaja al Corazón” de finales de los 80 reluce afilada; la que menciona en “Tacto”, poema grabado en 2015, está moteada por el óxido. El vampiro que se va a dormir en la carismática canción de Carnicería Carnicer quiere “perderse todo lo que ocurra hoy”, rotunda afirmación de la subjetividad frente a una exterioridad que desprecia; el durmiente que despierta en “Primer Pensamiento” juguetea con la insignificancia del ser, ensaya por unos instantes un disolverse, un devenir nadie.
No por ello puede decirse que su actitud se domestique con los años (por mucho que en “Venenos Salvajes”, la canción con la que se inaugura en Respiraciones la década de los 90 y se nos presenta su proyecto Manicomio Romántico, el poeta hable precisamente de “domesticar sus pasiones”). Cierto es que el angst se va aplacando, los ritmos se ralentizan, y las mismas palabras que antes había escupido altivamente van adquiriendo un tono sedoso y grave; pero al mismo tiempo su discurso se radicaliza, se sofistica y se vuelve más articulado, con un mayor calado filosófico y mayor autoridad moral. Ese hartazgo existencial, esa consideración nostálgica del presente como una continua oportunidad perdida, esa vocación de desertor de la experiencia –según Svetlana Boym, la enfermedad psíquica de la nostalgia comenzó siendo una dolencia propia de soldados– estuvo allí desde los primeros bosquejos literarios y maquetas de Javier. Ahora bien, sólo cuando el dolor se convirtió en costumbre el poeta pudo tomar cierta distancia analgésica y describirlo con precisión, poder de sugestión e incluso quizá, cierta aviesa ironía.
Asistir al viaje hacia la nostalgia de la obra de Javier Carnicer a través de las décadas, tal como lo percibo al escuchar su antología inédita, es para mí una experiencia edificante. Con coherencia, sensibilidad y exquisita holgazanería, militó en el spleen baudeleriano y la náusea sartreana hasta contagiarnos a todos de la despreocupada alegría que se conquista al asumir sistemáticamente la incertidumbre y el sinsentido del estar vivos. Para cualquiera que le conociera, la publicación de este doble disco es también un gesto de homenaje a un hombre lúcido, amable y carismático.
*
Javier Carnicer. Respiraciones. Antología inédita (En vez de nada 2016) es un doble CD que recopila los distintos proyectos musicales alumbrados por Javier Carnicer, poeta oscense fallecido el pasado mes de agosto. El segundo CD incluye además un homenaje musical y gráfico por parte de diversos artistas. Respiraciones se presentó en el C. C. del Matadero en Huesca.
En portada, ilustración de Carlos Aquilué para el disco.
Ilustración con el cuchillo de David Adiego.
Portada del disco, que se puede oír en este enlace de Bandcamp.
[1] Boym, Svetlana: El futuro de la nostalgia. Ed. Antonio Machado Libros, Madrid 2015.
No desaparece con la luz
Los alrededores de la calle Ricardo del Arco de Huesca fueron edificados como un ensanche de la ciudad, que se fue extendiendo hacia el sur durante los años 40 y 50 del pasado siglo sobre un amplio territorio ganado a huertas, descampados, fincas rurales y casas dispersas. Al pasear por la zona puede apreciarse una luz especial, dura y prístina, que recorta sombras rectilíneas sobre las fachadas como en un cuadro de Hopper o de Chirico; como si a día de hoy el sol siguiera afanándose con la inclemencia con la que antes bañaba carrascales y campos de cereal.
Fue por este barrio por donde, una noche a altas horas de la madrugada, algún vecino desvelado vio merodear a Javier Carnicer. Su conducta errática y su presencia algo siniestra –el gabán oscuro, el refulgir anaranjado del cigarro en la oscuridad– resultaron sospechosas al vecino en cuestión, que llamó a la policía. Cuando los agentes llegaron y abordaron al misterioso paseante preguntándole qué hacía allí, éste les respondió lacónicamente: “contemplar mi infancia arrasada”. La nostalgia no es un delito tipificado, así que los policías dejaron a aquel embozado espectro deambulando un rato más por la zona en que una vez se alzara la casa de sus padres.
En su reflexión sobre la nostalgia en la modernidad[1], Svetlana Boym define una tipología concreta que denomina nostalgia reflexiva, y que no emana “de un pasado ideal, sino del presente perfecto y de su potencial perdido”. Para ayudarnos a reconocerla y diferenciarla de la nostalgia restauradora (aquella que añoraría un pasado ideal y lucharía por restituirlo), Boym nos habla de la ambivalencia de Baudelaire, que mentaba recurrentemente a la Antigüedad a la par que abrazaba entusiasmado la electrizante experiencia de la vida urbana. También menciona al ángel de la historia de Walter Benjamin, que avanza de espaldas impulsado por un viento inexorable, obligado a contemplar el rastro de destrucción que va dejando tras de sí. Para la nostalgia reflexiva el objeto de afección no es ya el pasado en fuga vertiginosa, sino el acaballamiento o participación infraleve de lo pasado en cada momento presente, cuya potencialidad se agota en cada acto. La intención de la nostalgia reflexiva no es la de neutralizar y fijar esa emotiva incertidumbre del presente, sino precisamente “poner de manifiesto su fragilidad” mediante la descripción de signos malentendidos, objetos erosionados, recuerdos que apenas llegan a serlo antes de desaparecer. Lo que podría parecer derrotismo se convierte así en un programa ético y estético: la puesta en evidencia –a través del arte– de la fragilidad de la vivencia del presente en la modernidad, como método para una intensificación de dicha vivencia, como sublimación y reconciliación con la misma.
Esta es la clase de nostalgia que emana de los versos de Javier Carnicer, la que me ligó a ellos desde el instante en que tomé conocimiento de su existencia. Por supuesto, otras cualidades de su figura y de su obra son quizá más llamativas y determinantes: su presencia escénica, equiparable a la de Alan Vega, Nick Cave o Peter Murphy; la conexión estilística con Sade, Poe, Baudelaire, Lautréamont, Artaud y Panero; unos textos plagados de imaginería vampírica, pulsiones tanatofílicas, angustia y atroz romanticismo. Las diversas aventuras musicales en las que a lo largo de su vida se enroló potenciaron siempre ese aura, desde los inicios de oscura virulencia con Carnicería Carnicer, a los ambientes espinosos y enigmáticos de su último proyecto junto a Justo Bagüeste. Sin embargo, hay una disposición afectiva muy particular en los poemas de Javier que para mí le distancian del algo ajado arquetipo mefistofélico del poeta maldito, y que le conectan verdaderamente a las pulsiones de fondo de sus fuentes literarias. Él hacía uso del aparataje, del campo semántico de lo depravado, pero no con la fruición de un exaltado, sino más bien con la sorda queja del outsider, de quien no puede sino transgredir ante la insuficiencia del lenguaje y lo inhóspito del mundo codificado por la civilización.
Al recorrer cronológicamente su producción musical –una oportunidad que nos brinda la reciente publicación del doble CD Respiraciones. Antología Inédita– podemos percibir una nostalgia reflexiva que va aflorando progresivamente como la maleza entre las grietas de una casa abandonada; erosionando las aristas insolentes en la pronunciación, anulando los bucles neuróticos y apaciguando poco a poco el punto de vista del poeta. La “Navaja al Corazón” de finales de los 80 reluce afilada; la que menciona en “Tacto”, poema grabado en 2015, está moteada por el óxido. El vampiro que se va a dormir en la carismática canción de Carnicería Carnicer quiere “perderse todo lo que ocurra hoy”, rotunda afirmación de la subjetividad frente a una exterioridad que desprecia; el durmiente que despierta en “Primer Pensamiento” juguetea con la insignificancia del ser, ensaya por unos instantes un disolverse, un devenir nadie.
No por ello puede decirse que su actitud se domestique con los años (por mucho que en “Venenos Salvajes”, la canción con la que se inaugura en Respiraciones la década de los 90 y se nos presenta su proyecto Manicomio Romántico, el poeta hable precisamente de “domesticar sus pasiones”). Cierto es que el angst se va aplacando, los ritmos se ralentizan, y las mismas palabras que antes había escupido altivamente van adquiriendo un tono sedoso y grave; pero al mismo tiempo su discurso se radicaliza, se sofistica y se vuelve más articulado, con un mayor calado filosófico y mayor autoridad moral. Ese hartazgo existencial, esa consideración nostálgica del presente como una continua oportunidad perdida, esa vocación de desertor de la experiencia –según Svetlana Boym, la enfermedad psíquica de la nostalgia comenzó siendo una dolencia propia de soldados– estuvo allí desde los primeros bosquejos literarios y maquetas de Javier. Ahora bien, sólo cuando el dolor se convirtió en costumbre el poeta pudo tomar cierta distancia analgésica y describirlo con precisión, poder de sugestión e incluso quizá, cierta aviesa ironía.
Asistir al viaje hacia la nostalgia de la obra de Javier Carnicer a través de las décadas, tal como lo percibo al escuchar su antología inédita, es para mí una experiencia edificante. Con coherencia, sensibilidad y exquisita holgazanería, militó en el spleen baudeleriano y la náusea sartreana hasta contagiarnos a todos de la despreocupada alegría que se conquista al asumir sistemáticamente la incertidumbre y el sinsentido del estar vivos. Para cualquiera que le conociera, la publicación de este doble disco es también un gesto de homenaje a un hombre lúcido, amable y carismático.
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Javier Carnicer. Respiraciones. Antología inédita (En vez de nada 2016) es un doble CD que recopila los distintos proyectos musicales alumbrados por Javier Carnicer, poeta oscense fallecido el pasado mes de agosto. El segundo CD incluye además un homenaje musical y gráfico por parte de diversos artistas. Respiraciones se presentó en el C. C. del Matadero en Huesca.
En portada, ilustración de Carlos Aquilué para el disco.
Ilustración con el cuchillo de David Adiego.
Portada del disco, que se puede oír en este enlace de Bandcamp.
[1] Boym, Svetlana: El futuro de la nostalgia. Ed. Antonio Machado Libros, Madrid 2015.