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Marina d'Or Break

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ue el verano está aquí, es un hecho. Es algo tan irremediable que puede parecer ridículo hablar sobre ello. Pero lo cierto es que esta estación del año tiene más detrás de lo que aparentemente percibimos. Personalmente nunca he sido muy amiga de él y lo que conlleva. De hecho me enerva en todo el sentido del término, desde que aún sin haber llegado y siendo todavía primavera, comienzo a ver por Madrid las primeras chanclas y unos tirantes que sólo se justifican por la necesidad imperiosa de lucir el tatuaje de turno en el omoplato u otra parte de la anatomía igualmente absurda o el caduco piercing en el ombligo con la consiguiente camiseta diminuta y raquítica. Mis retinas se resienten profundamente cuando veo estos ejemplares caminando por la acera soleada o repanchingados en terracitas tomando minis de cerveza de oferta. Yo, que sigo llevando mi chaquetita, nunca podré entender por qué la gente se olvida de las buenas formas y la normas básicas de educación. No es que exija etiqueta, pero sí un mínimo de decoro, que no es otra cosa que un poco de consideración por el prójimo.

Si el verano despierta en mí una animadversión más que considerable, es igual de cierto que también provoca altos índices de violencia en el comportamiento humano. Todos hemos leído más de una vez noticias dramáticas acontecidas durante estos meses; crímenes pasionales, violencia doméstica y actos vehementes encadenados uno tras otro. No hay ni que mentar a los “expertos” de gacetilla veraniega para comprender que las altas temperaturas, los atascos en el coche camino hacia la costa y la convivencia a turno completo con la familia es exponer a nuestro sistema nervioso al límite de lo soportable. El ansia viva de llegar a la playa a poner la sombrilla el primero, como si del Pendón de Castilla se tratase emulando al propio Cid en las playas de Cullera, es la mar de estresante. Sólo de pensarlo me baja la tensión, y esa es otra. La tensión baja a cuarenta grados y regada con sangría es una mezcla letal.

Como larguísimas navidades de tres meses que tienen su cumbre en la Nochebuena que implica todo este mes de agosto, donde siempre acaba la fiesta con una bronca monumental, con la salvedad de que en invierno debido al clima, la sangre no llega a río y todo termina con buenos propósitos. El veraneo suele tener en cambio un desenlace más trágico y con consecuencias que, en el mejor de los casos, se traducen en un divorcio o en una enemistad eterna. Cuando las cosas van más lejos, siempre me viene a la mente un anuncio de Marina d’Or, que lleva atormentándome durante años y cuyo lema me produce escalofríos, pues lo ofertan como:“Ciudad de vacaciones todo el año”. Ahí es nada. Cada vez que lo escucho me suena como una sentencia judicial, una condena en esa aberración construida en la amable Oropesa de Mar al más puro estilo de cárcel futurista como en la serie Prision Break. Un lugar del que en un principio parece posible salir, pero luego vamos descubriendo que la trama no es tan sencilla.

A día de hoy el ambiciosos proyecto de Marina d’Or se ha convertido en un desastre económico, ya que muchos de los apartamentos de este descomunal complejo vacacional se encuentran en poder de los bancos. Eran tiempos de financiación fácil y se comenzó a construir, poco antes del boom, la primera parte de la ciudad de vacaciones sobre más de un millón de metros cuadrados pegados al mar.

Pero si somos optimistas, no todo está perdido en Marina d´Or. Si bien hablábamos de el periodo estival como unos meses de violencia desatada, ¿por qué no usar este inmenso complejo turístico al límite de la quiebra, como una Prision Break, para todos los delitos cometidos durante el verano? Esas conductas pueden ser enmendadas, incluso redimidas y quizá así empecemos a entender el veraneo y las vacaciones con un poquito más de calma y cabeza. Tal vez sea mejor no juntar a la familia por decreto y darnos un poquito más de aire y espacio aprovechando que estamos lejos de nuestras obligaciones habituales y convertir esos meses en días templados, tranquilos y de verdadero descanso. Pero sobre todo en días de libertad.

Imaginen a un juez dictando como sentencia firme: “Ha sido encontrado culpable, por lo tanto, le condeno a la pena que establece la ley para estos casos. Permanecerá recluido por un tiempo no inferior a 18 meses en Marina d’Or de vacaciones todo el año; si no tiene familia, se le proporcionará una de oficio”.