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Indie gestión

Vivimos días difíciles. Ciertamente el paro, la paupérrima economía, el desamparo social y la dichosa crisis nos mantienen en un desasosegador estado de orfandad. Siendo todo esto una verdad capital, no es algo que no hayamos vivido antes. 

 

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No es la primera vez que pasamos por esto: la historia está plagada de grandes hecatombes sociopolíticas y económicas y la corrupción y la prevaricación existen desde el amanecer de los días. Pero es ahora cuando las nuevas corrientes pseudoculturales y el uso panfletario de la redes sociales y el de Internet están convirtiendo a la sociedad en una lamentable marea de activistas de pacotilla y resistentes tontamente pasivos.

Individuos dependientes del sistema al que critican, y se conducen con una actitud verdaderamente apocalíptica, espoleándote desde sus Facebook y Twitter a lanzarte a una imaginaria barricada en una guerra inexistente. Hay un factor común en todas estas conductas: la mala asimilación de la información, la manipulación del pensamiento por parte de quienes creen combatir y la psicología barata a la que nos quieren condenar.

Personas saludables que cuidan sus cuerpos, no beben y para los que la droga es algo oldie, muy destructivo para las frágiles neuronas. Sanos y comprometidos, son altamente infelices. Es aquí donde yo me cabreo; desde que el indie y la ropa unisex inundan la vida cultural de todos nosotros, y el rock & roll, el lado salvaje de la vida, el glamour y las chicas con trajes ceñidos y tacón de aguja han quedado relegados a una marginalidad, tildada de antigua y perniciosa. Cuando, y lo digo con conocimiento de causa, es la actitud revolucionaria más terapéutica que existe, haber sido antisistema sin pretenderlo, haber gozado de la vida y bebido de todas sus fuentes sin miedo y sin pensarlo demasiado. Ser irreverente y alocado, dejar la política a los políticos, procurarnos lo que necesitamos en cada momento y ser completamente fieles a nuestros propios deseos resulta ser lo más coherente ante el despropósito.

Ahora es muy normal que las personas acudan por casi cualquier cosa a su médico de cabecera, y este, al ver tan tremendos alardes de salud, las derive automáticamente al psicólogo. Y en esas me he visto yo, que con la humilde idea de obtener una triste receta de diazepam, medicamento que hace mucho más amables no sólo los largos viajes en avión, sino también un sinfín de tareas y lances de la vida cotidiana. La situación es una completa farsa, pues mi intención es irme feliz con mi receta, pero para ello tengo que fingir un posible problema que justifique mi presencia en la consulta. Tras contarle menos de un tercio de lo que hablo con mi barman de confianza, el licenciado en tontunas me suelta la frase que me mata: “Tienes que aprender a gestionar tus sentimientos”. Ahí si que precisaría de un equipo psiquiátrico especializado en conductas violentas, porque siento unas ganas terribles de estrangular al sujeto. Yo, que soy persona tranquila, me doy cuenta de que saca lo peor de mí, mas me armo de paciencia, pongo mi mente en automático y salgo triunfal del lugar.

Pero más tarde noto que sigue un runrún en mi cabeza, algo que me descoloca y claro, es esa maldita frase tan “pagafantas”. Yo puedo gestionar muchas cosas en mi vida: mi dinero, mi tabaco, si bebo cerveza hoy o no, cómo administrar mi tiempo y un larguísimo etcétera, pero mi sentimientos nunca. Es la mayor perogrullada que puede salir por la boca de alguien. Me niego a ser una criatura alienada y castrada, exijo mi derecho a enfadarme si me molestan, estar dolida si me hacen daño y ser feliz celebrando un gol de mi equipo. Tras esta reflexión, es donde enlazo lo que anteriormente comentaba. Las directrices comunes son las que hacen que una sociedad sea una masa impotente, amorfa y sin poder.

Por eso las consignas, las indignaciones y otras llamadas colectivas tienen un origen claramente derivado de una manipulación barata realizada por mentes muy poco desarrolladas. No quiero manifestarme porque ese día haya manifestación, me niego a unirme a ninguna causa que no esté originada por un pensamiento propio. Detesto a los artistas comprometidos que utilizan sus videos como un supuesto azote social descaradamente populista, si la obra que lo acompaña es por otra parte de contenido baladí. Para eso ya estaban en su día Cánovas, Adolfo, Rodrigo y Guzmán, que en un momento histórico de castración verbal contaron en su Señora azul mucho más que los nuevos artistas protesta, y además con una enorme belleza musical y literaria. Me quedo con los Sex Pistols provocando a la Corona, o con Parálisis Permanente y ese pedazo de manifiesto que es Autosuficiencia. Sería cuestión de caminar de nuevo por lo andado y ver cuándo y de qué forma se han hecho las verdaderas revoluciones. De lo que sí estoy segura es de que no se han hecho gestionando sentimientos.

May Paredes

May Paredes (Madrid, 1969) es escritora y articulista. Ha sido colaboradora de La Luna de Madrid, ABC, Marie Claire, Revista Total, El Dodo, así como autora de prólogos y colaboraciones en distintos libros. Es autora, junto a Jorge Berlanga, de la idea original del musical A quién le importa. Presenta y dirige, junto a María Maier, el programa de EEM,Radio Almas Perplejas.

Ilustración de Cristóbal Fortúnez