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Maldito United

Caída y auge de Brian Clough
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La comunidad libresca suele ser poco aficionada al fútbol. No digamos ya el intelectual promedio, más proclive a simpatizar con aquel Borges que programó una conferencia para el día y hora exactos en que Argentina debutaba en el Mundial del 78 (el de Videla y las picanas, con las carnes magras de Menotti adornando el tinglado). Fuera de los escritos de Galeano o las cargantes pláticas comerciales de Valdano, nuestros divinos han tenido pocas ocasiones de ver legitimada su afición por un deporte que podía comprometer su expediente intelectual.

Ahora que el alza del Podemismo ha restituido el caché de Gramsci, para quien el fútbol era “el reino de la lealtad al aire libre”; ahora que proliferan las aproximaciones cultas al balompié; ahora que el deporte rey se ha investido de un inédito prestigio, quizá sea un buen momento para dirigir la atención a ‘Maldito United’ (Editorial Contra), la novela de David Peace que narra los 44 días que Brian Clough estuvo al frente del Leeds United allá por 1974.

El estilo ditirámbico que las contraportadas suelen emplear para jalonar las obras está aquí perfectamente legitimado: es tan malditamente buena como carismático su protagonista. Para quien no lo sepa, Brian Cough fue un entrenador inglés y aún hoy ostenta el privilegio de ser el manager que más Copas de Europa obtuvo. Consiguió dos, pero lo hizo al frente del modestísimo Nottingham Forest, una institución zombi que vagaba por divisiones inferiores con más pena que gloria y a la que proyectó de manera insólita hacia la cima.

Pero la novela se centra en el fallido episodio de sus días al frente del Dirty Leeds, el equipo más poderoso de Inglaterra a la sazón, un gang de matarifes famoso tanto por sus éxitos domésticos como por sus malos modos en la cancha. Entonces el fútbol no era el escaparate metrosexual que hoy conocemos, sino una rebatiña de huesos, dientes fisurados, emboscadas a cuchillo y meniscos trepanados en campos llenos a menudo de pesado barro. Cuando su entrenador, Don Revie, abandonó el “sucio Leeds” para dirigir a la selección inglesa, el club no tuvo mejor idea que sustituirle con Brian Clough, su archienemigo, el tipo que le había puesto a caldo siempre que había tenido un micrófono cerca, pero también el coach joven más prometedor y brillante del momento: había hecho campeón de liga al Derby County, sacándole de las catacumbas de la Segunda División, donde llevaba pernoctando una década.

“Ustedes pueden tirar todas sus medallas y trofeos a la basura, porque los ganaron haciendo trampas”, fueron las palabras con que Clough se presentó ante sus nuevos jugadores. Con semejante manera de romper el hielo, no era extraño que predispusiera en su contra a los chicos del Leeds. Hay que hacer notar que su predecesor, Revie, llegó incluso a modificar el uniforme del club para que adoptara los colores blancos del Real Madrid, en aras de instaurar cierta atmósfera de éxito en el equipo de Yorkshire. Clough, un arrogante equiparado a menudo al Mourinho de nuestros días, era en cambio un adalid del fair play y un partidario del buen juego y de que el balón discurriera por el césped, en oposición al tradicional estilo aéreo inglés.

 

De la mano de Peace, el lector se sumergirá en un obsesivo descenso a los infiernos, el del fracaso de Clough en un banquillo minado. El libro no se aparta del estilo que ha venido caracterizando al autor: el vuelo obsesivo y monomaniaco alrededor de una idea, bajo el molde acomodaticio del stream of conciousness, un monólogo que nos instala en la cabeza misma de un Clough abrasado por la ambición y la venganza. Construido sobre dos tiempos, los días en Leeds y la etapa inmediatamente anterior en el Derby County –que vuelve en forma de flashes retrospectivos–, la novela se afianza sobre dos polos antitéticos con bien definidas sedes: la sencilla y obrera cancha decimonónica de Baseball Ground, el hogar del Derby County, frente al hostil, vociferante y ampuloso Ellan Road, el estadio del Leeds, en cuyas instalaciones y laberínticos pasillos Clough se consume cercado por la sombra de Don Revie:

“En este campo donde jugué y siempre gané, donde he entrenado y solo he perdido, bajo esta grada donde les he escuchado burlarse y les he escuchado insultar, donde les he escuchado silbar y abuchear.
Empieza como un escupitajo. Y enseguida el cielo se mea de nuevo. Agarro mi tabaco. Mi copa. Me largo del campo. Me voy de las tribunas. Camino pasillos abajo. Doblo esquinas y cruzo puertas. Hasta el despacho.
Su puto despacho”.

Entre el cálido hogar familiar de Derby, casi uterino, y la moderna y lujosa habitación de hotel en Leeds, donde Clough se faja como un altivo animal acorralado, media apenas una delgada franja que separa la gloria del abatimiento.

Todo está aquí imbuido de un estilo seco, airado, céliniano, de gran economía léxica, con la frase corta percutiendo. Hay ecos lúgubres de La soledad del corredor de fondo de Sillitoe y latidos del agrio monologuismo de Bernhard. El libro casi puede leerse en blanco y negro, con un gusto al tardío British Social Realism de los 70. Quien esté familiarizado con la obra de Peace reconocerá el estilo de su tetralogía Red Riding, con su laconismo, su voz casi telegrafiada y la brutal y ambiciosa prosa.

Aparte de a su Trilogía de Tokio, Peace ha tenido tiempo de dedicarse a dos entretenimientos mayores como este que nos ocupa y Red or dead, que da cuenta de la trayectoria de Bill Shankly en el banquillo del Liverpool, que aún espera traducción al español. Lo interesante son las muchas y variadas fuentes de donde Peace toma su vigor.

El libro no gustó a varias personas. Obtuvo demandas, hubo que suprimir o modificar algunos pasajes, y en general lastimó a los antiguos pupilos de Don Revie. El retrato de Clough no es complaciente, de hecho el autor renunció a entrevistarse personalmente con él y prefirió documentarse bibliográficamente: uno de los méritos de Peace es su titánica tarea de documentación. ¿Quiere el autor a su protagonista? De algún retorcido modo sí.

El libro se detiene en el umbral de los grandes éxitos de Brian Cough. Despedido por el Leeds, Cloughie recaló en el banquillo del modesto Nottingham Forest y conquistó por dos veces la Copa de Europa, la primera de ellas en el año mismo que Margaret Thatcher ganó sus primeras elecciones. El contraste, para quien conozca la trayectoria política de Mister Clough, es notable, porque nuestro entrenador nunca dejó de apoyar a piquetes huelguistas, participar en las marchas de protesta de los mineros y manifestar hasta su muerte su simpatía por la izquierda. El mismo Nottingham, radicado en una ciudad que padecía los estragos de la desindustrialización, decidió ya en su fundación en 1865 vestir completamente de rojo en honor a Garibaldi.

El Clough socialista, simpatizante de la causa de los mineros, alérgico al acomodado Southern England, se consumió en medio del alcoholismo. Esperó su turno para que le fuera trasplantado un hígado en las listas de la Seguridad Social, esa que la Thatcher se aplicaba a quebrantar. El trasplante llegó, pero Cloughie duró apenas unos meses más. Su gesta permanece insuperada. Su paso por el “puto, sucio Leeds” no ha podido tener mejor homenaje que este Maldito United