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Madrid, ceniza encendida

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Hace cinco años, Dis Berlin y yo nos apropiamos del epígrafe que encabeza estas líneas —extraído de un texto de Manolo Quejido— para titular un doble proyecto de libro-exposición en memoria de una serie de creadores desaparecidos prematuramente entre 1980 y nuestros días. Aunque promovida con ahínco, la iniciativa no llegó a consumarse, tal vez porque, como observaba Joseph Brodsky, «de una aportación colectiva, habla mejor un heredero que un participante».

La maqueta original, concebida como un conjunto de retratos fotográficos y semblanzas literarias en forma de dípticos, incluía los dedicados a Javier Utray, Félix Romeo, Fernando Vijande y Antonio Vega, firmados, respectivamente, por José del Río Mons e Ignacio Gómez de Liaño, Ouka Leele y Martín Casariego, Alberto García-Alix y Danielle Tilkin, Pablo Pérez Mínguez y Diego Manrique. A modo de memorial, reproducimos el texto de presentación de la propuesta y un catálogo abreviado de autores (65, de un total de 130 recopilados).

Madrid, ceniza encendida

«El gran arte y los grandes logros creativos son raros en el mundo, y la mayoría de las veces sólo se producen en aquellos momentos y lugares donde una concentración inusual de energía y la fricción de muchas mentes análogas permiten que las chispas de inspiración se fusionen y enciendan una llama.» (Santayana)

En mayor o menor medida, sus breves y veloces trayectorias tuvieron como escenario la ciudad de Madrid en el curso de las dos últimas décadas del siglo XX y los tres primeros lustros del XXI. Figuras más o menos reconocidas o secretas del imaginario colectivo combinaron la práctica artística, el quehacer intelectual y el activismo cultural y contracultural con el ejercicio de un arte de vivir irrepetible y a menudo irreparable. Ninguna de ellas se aproximó al límite invocado por Solón en una de sus elegías: «Hasta los 80 años ansía vivir el hombre que llega a la vejez aprendiendo siempre».

Si el olvido se impone, además del ayer perdemos el mañana. No sólo sería poco agradecido, sino poco inteligente abandonar a su suerte el valioso legado, a menudo disperso y fragmentario, de una constelación intergeneracional de músicos, escritores, pintores, escultores, arquitectos, cineastas, fotógrafos, diseñadores, modistos, galeristas y diletantes diversos. La desmemoria acelerada que planea sobre nuestra época hace más inquietante que nunca la posibilidad de que un patrimonio tan cercano en el tiempo y el espacio desaparezca bajo la inmediatez electrónica y la vertiginosa secuencia de las transformaciones sociales. Pero ya Petrarca, el primer intelectual europeo en sentido moderno, evocaba la erosión inexorable de la memoria: «Pronto se arruinará la tumba misma, se borrará del mármol la inscripción; ahí sufrirás segunda muerte». El diálogo entre los que se fueron y los que se irán instaura el verdadero presente de la cultura, cuyo propósito último estriba en prevenir esa extinción adicional de los seres humanos.  

«Si los individuos olvidan los beneficios recibidos, las naciones sufren una amnesia absoluta», advertía Ramón y Cajal. «Perder la memoria es peor que la muerte», asegura Alberto García-Alix. Inseparable de la tradición europea, el proceso de transferir lo heredado y hacerlo intemporal remonta sus orígenes a las conmemoraciones fúnebres de la Grecia arcaica. En su Metafísica, Aristóteles enuncia ya las primeras y radicales conclusiones: «La experiencia se genera a partir de la memoria. Una multiplicidad de recuerdos sobre un mismo asunto acaba por fundar una experiencia única».

La historia de la cultura occidental puede interpretarse como una sucesión de variaciones sobre el mismo tema, que en realidad es doble: memoria de la experiencia y experiencia de la memoria. La relación entre ambas es rica en matices: «En todo cuanto hacemos, los muertos participan» (Píndaro); «Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos» (Quevedo); «Si nuestro afecto a los muertos se va debilitando, no es porque hayan muerto ellos, sino porque morimos nosotros» (Proust); «Los muertos piensan, hablan, obran; pueden aconsejar, aprobar, censurar. Por eso tiene sentido preguntarse qué quieren los muertos. Y mirad bien, escuchad bien: los muertos quieren vivir, y quieren vivir en vosotros» (Alain); «Los arrebatados prematuramente no nos necesitan ya. ¿Pero podríamos nosotros existir sin ellos?» (Rilke).

En un ensayo titulado Cultura, Emerson afirmaba que mientras el mundo persigue el poder y la riqueza, «la cultura corrige la teoría del éxito». «El éxito es quedarse quieto y mirar a la gente profundamente», declaraba en 1988 Carlos Alcolea, formulando de paso la genuina intención de Madrid, ceniza encendida: suscitar y compartir una profunda mirada retrospectiva a partir de un conjunto de retratos fotográficos y semblanzas literarias. «Eso es lo que se entiende por cultura: que todos aquellos que nos han precedido vuelvan a tomar la palabra cuando nosotros hablamos, y vuelvan a mirar cuando miramos», discurre el poeta chileno Raúl Zurita.

Un cómputo de difuntos precoces —entre los 21 y los 66 años, por ejemplo— vinculados al ámbito de la cultura, ilustra mejor que cualquier estadística la intensidad vital y espiritual de una determinada comunidad en un determinado momento. Pese a incontables carencias, Madrid no ha renegado todavía de su capacidad de experimentación e intercambio, reiteradamente puesta a prueba ante toda clase de aberraciones institucionales y políticas. Esa continua tensión dificulta, sin duda, la cuidadosa decantación de la experiencia, la paciente y atenta estructuración de la memoria y los archivos. Sin embargo, no hemos olvidado por completo los beneficios recibidos, no hemos olvidado que la muerte es preferible a la amnesia, no olvidamos que el auténtico acontecimiento es aquel en que una multiplicidad de recuerdos cristaliza en una experiencia única.

***

Algunos nombres Edad †
   
Eduardo Benavente(1962-1983) 21
Eusebio Sempere (1923-1985) 58
Fernando Vijande (1929-1986) 57
Ulises Montero (Gabinete Caligari, 1953-1986) 33
Toño Martín (Burning, 1954-1987) 33
Costus (Enrique Naya, 1953-1989, 36
 & Juan José Carrero (1955-1989) 34
Juantxu Rodríguez (1957-1989) 32
Jaime Gil de Biedma (1929-1990) 61
Diego Lara (1946-1990) 46
Bob Smith (1944-1990) 46
Luis Frangella (1944-1990) 46
Ray Heredia (1963-1991) 28
Carlos Alcolea (1949-1992) 43
Camarón de la Isla (1952-1992) 40
Juan Benet (1927-1993) 66
Pedro Casariego (1955-1993) 38
Pepe Espaliú (1955-1993) 38
Félix Rotaeta (1942-1994) 52
Manuel Piña (1944-1994) 50
Antonio Flores (1961-1995) 34
El Ángel (1961-1995) 34
Pilar Miró (1940-1997) 57
Martin Kipperberger (1953-1997) 44
Eduardo Haro Ibars (1948-1998) 50
Ricardo Franco (1949-1998) 49
Poch (Derribos Arias, 1956-1998) 42
Bambino (1940-1999) 59
Rafael Pérez-Mínguez (1950-1999) 49
Enrique Urquijo (Los Secretos, 1960-1999) 39
Luis Claramunt (1951-2000) 49
Juan Muñoz (1953-2001) 48
Carlos Berlanga (1959-2002) 43
Chicho Sánchez Ferlosio (1940-2003) 63
Víctor Mira (1949-2003) 54
Adolfo Schlosser (1939-2004) 65
Michi Panero (1951-2004) 53
Kike Turmix (1957-2005) 48
Patricia Gadea (1960-2006) 46
Javier Utray (1945-2008) 63
Leopoldo Alas (1962-2008) 46
Blanca Sánchez (1948-2007) 59
Quico Rivas (1953-2008) 55
Iván Zulueta (1943-2009) 66
José Miguel Ullán (1944-2009) 65
Txomin Salazar (1949-2009) 60
Antonio Vega (Nacha Pop, 1957-2009) 52
Mario Pacheco (1950-2010) 60
Juan Ramón Yuste (1952-2010) 58
José Luis Brea (1957-2010) 53
Jesús del Pozo (1946-2011) 65
Sigfrido Martín Begué (1959-2011) 52
Jorge Berlanga (1958-2011) 53
Félix Romeo (1968-2011) 43
Miguel Martínez-Lage (1961-2011) 50
Enrique Sierra (Radio Futura, 1957-2012) 55
Luis Mansilla (1959-2012) 53
Bernardo Bonezzi (1964-2012) 48
Pablo Pérez-Mínguez (1946-2012) 66
Germán Coppini (1961-2013) 52
Luis Pérez-Mínguez (1950-2014) 64
Ángel González García (1948-2014) 66
Moncho Alpuente (1949-2015) 66
Agustín Tena (1957-2015) 57
Arturo Marián-Llanos (1965-2016) 51

En portada, Viento, de Mireia Sentís.