Contenido
La Noche del Niño Larva
(Fase II, Serra de Tramuntana)
Uno
No hay dos herencias iguales, de modo que la muerte no nos iguala. Lo que nos iguala es el acto de dormir. No hay diferencia entre un Pericles dormido y un Hitler dormido, no hay diferencia entre un Lennon dormido y su asesino Chapman dormido.
La noche que dormí en la urna del Niño Larva, Fase I soñé con un acantilado y un mar en calma, pasaba un barco y no sabía si ese barco iba a alguna parte o por el contrario regresaba. Sólo poco antes de despertarme entendí lo que aquello significaba: las cosas tienen vida propia y por lo tanto destinos propios, no podemos intervenir, sólo cabe observar y aguardar acontecimientos. Le conté a Biel el sueño y convenimos que la Fase II de El Niño Larva tendría que desarrollarse junto al mar, en algún acantilado, cuanto más alto mejor, donde yo debería vivaquear en una urna a ser posible transparente. Por proximidad y fácil acceso, pensamos en la Serra de Tramuntana, Mallorca. Concretamente, en un terreno, cercano al pueblo de Deià y propiedad de un amigo común, que da directamente a un pronunciado acantilado.
Nos pusimos a trabajar en la construcción de la urna (paredes de metacrilato transparente, delgada estructura de aluminio, base de madera y todo desmontable para poder ser trasladado), y pronto quedó clara mi incapacidad para el trabajo manual, el cual requiere visión espacial y sólidos conocimientos de materiales y sus resistencias. Por milagrosa fortuna Biel posee tales conocimientos, de modo que él se encargó de la construcción de la urna. Cuando la vi terminada casi me caigo. Un conmovedor cajón de aire, iluminado en su interior por una sucesión de leds. Lugar tan propicio para un niño larva como para un espíritu santo.
Dos
El 31 de mayo de 2015, a las 10 de la mañana, tras atar las piezas de la urna a la baca del coche, cargamos toda clase de material fotográfico, metros y metros de cable, ropa de abrigo, agua, comida y nos pusimos en camino. La carretera, en un principio amable, cambia súbitamente a cuestas muy viradas al iniciarse el ascenso a la montaña, donde ya nunca se despega de la línea de costa. Asciendes entre diferentes capas de un mar de niebla hasta alcanzar el pequeño altiplano, donde acostumbra a lucir el sol pero hay muchos baches. Pensé que en cualquier momento la baca, y con ello el chasis del viejo Citroen, cedería bajo el peso de la urna; nada de eso ocurrió. Cuando llegamos, ya Pepe, nuestro amigo, estaba esperándonos con la verja de su finca abierta al campo de olivos que precede a la casa, anterior a su vez a la plataforma que da al acantilado. Dejamos el coche lo más cerca posible de ese acantilado. Los escasos 20 metros que nos separaban del precipicio hubo que hacerlos a pie: de peligrosa aproximación, el trecho nos obligó a hacer una cadena humana para pasar todo el material así como la urna en piezas, que deberíamos montar in situ, en la misma plataforma de roca. En todo ello, unido a la localización de los lugares idóneos donde ubicar las cámaras fotográficas, empleamos la mañana y parte de la tarde. El sol no dejó de abrasarnos. Ni para comer nos detuvimos.
Después, varios amigos nos trajeron la cena, que compartimos con ellos y con la puesta de sol. Todos disfrutamos de la tortilla de patata y el trampó. Por lo que pudiera pasar, rechacé el vino y cualquier otra clase de alcohol. Nadie lo comentaba, pero con la proximidad de la noche el nerviosismo hacía tiempo que mediaba entre nosotros. Alguien dijo algo acerca de aquella película de Cronenberg, La mosca: debido a un fallo en un experimento, un científico muta paulatinamente en una mosca de tamaño humano. Todos se rieron. A las 11 de la noche se fueron, incluido Pepe, el dueño de la casa, que prefirió no interferir en nuestros desvelos. Sentados ante un mar cada vez más oscuro, Biel me dijo:
— ¿Tienes miedo?
— ¿Miedo a caerme por el acantilado?
— No. Me refiero miedo en general.
— En absoluto-, respondí.
Minutos más tarde Biel, valido de una linterna, ultimaba todos los detalles de luz y exposición, dejaba las cámaras disparando, me despedía y se encaminaba hacia la casa, a unos 100 metros, donde intentaría dormir.
Tres
Me introduje en la urna. La iluminación interior deslumbraba tanto que dudé poder conciliar el sueño. Además, algo que no estaba en nuestros planes: por efecto de esa luz interior, no veía nada de lo que ocurría fuera. Era aquello un escaparate dentro del cual puedes ser visto por las aves, por los olivos, por las cabras, por los insectos y por los ocasionales coches que pasan por la carretera, la cual discurre a escasos 200 metros, pero tú no ves nada de lo que hay afuera; dentro de la urna eres ciego.
Fue entonces cuando por primera vez pensé en Ramon Llull. No en vano, a pocos kilómetros se ubica el lugar (especie de cueva, no entendí cómo había podido olvidarla) en el que 1267 el místico mallorquín experimentó en cinco noches consecutivas cinco visiones de Jesucristo crucificado, causándole esto tal impresión que le llevaría a vender sus propiedades y a abandonar a su mujer y a sus hijos para predicar por Asia y Europa la palabra de Dios. En Argel fue por ello torturado. Me acomodé en el saco, miré hacia el mar, donde sólo distinguí las luces de un barco; parecía una tarta de cumpleaños. No tardé en dormirme.
Me desperté un par de horas más tarde. Todo silencio salvo el clic de los disparadores de las cámaras fotográficas, que cada 30 segundos se accionaban. La naturaleza funciona sola, pero pensé qué significa que una máquina funcione sola. Me revolví en el saco y vino a mi cabeza la escena de la película La mosca que alguien había comentado en la cena, concretamente cuando el protagonista, sabedor ya del imparable el proceso de mutación que le llevará a la muerte, le dice a su exnovia en tanto una afilada lengua emerge de su boca:
“¿Alguna vez has oído hablar de la política de un insecto? Yo tampoco. Los insectos no tienen política. Son sencillamente brutales. Sin compasión ni concesiones. No se puede confiar en un insecto. Me gustaría convertirme en el primer insecto político.”
Me pregunté si en sus noches en su cueva Ramon Llull habría pensado en Jesucristo crucificado como en un hombre mutado en insecto, incluso pensé si esa mutación era la que una noche como ésta él había experimentado haciendo salir de su boca un hilo de fuego lleno de palabras. ¿No es acaso todo estado místico una espontánea mutación que sólo puede hacerse hacia abajo, hacia el mundo animal, pues hacia arriba ya sólo está lo inalcanzable, lo divino? Pasó otro barco, éste más cerca. Por la música y el rumor de voces supe que dentro había una fiesta. Pensando en esa fiesta y en moscas y místicos que abarrotan las fiestas del Planeta me quedé otra vez dormido.
Cuatro
Sobresaltado, me despertaron unos golpes de nudillos en una de las paredes de la urna. Consulté el reloj, cuatro de la mañana. Como ya he dicho, la luz interior me impedía ver a través de las paredes de metacrilato, así que atendiendo al reclamo de esos golpes me deslicé y asomé la cabeza. No vi nada fuera de lo común. El mismo olor a romero y olivo, y el mismo ruido de fondo de la naturaleza. Volví a meter la cabeza en la urna y al cabo de unos segundos los golpes de nudillos sonaron de nuevo. Asomé la cabeza, con idéntico resultado. Fue a la tercera vez cuando vi una polilla que, a mi lado, atrapada dentro de la urna intentaba salir dando cabezazos contra las paredes. Por un efecto de resonancia similar al de un tambor el sonido era asombrosamente amplificado. Observé unos segundos sus desesperados cabezazos; en tal desesperación detecté un ritmo. Con los pies dentro del saco la impulsé hacia el exterior. Era ése el mensaje, me dije, que de algún modo llevaba toda la noche esperando, al cual, en un cadena de imágenes tan inéditas como contundentes, le siguió este quinteto de iluminaciones:
1) En el Principio no había nada, sólo gente. La humanidad es la sustancia primigenia de todo cuanto vemos.
2) De los humanos, y por transformación irreversible de los cuerpos, aparecieron todas las especies de animales, así como todas las cosas: las estrellas, los ríos, las aves, los olivos, los minerales, las cabras, las cucharas, los Estados, los automóviles, etcétera. Cualquier cosa individual que vemos es el final de una cadena cuyo origen fue un humano.
3) De este modo, el humano no es cima y final de un camino evolutivo sino que es el principio. El cuerpo y el espíritu de las estrellas, de los ríos, de la aves, de las cabras, de los minerales, de los Estados o de los automóviles es el verdadero zenit de la evolución planetaria, y, como tales, todos ellos a su modo se organizan social, estética y políticamente.
4) Tales autónomas organizaciones de los animales y de las cosas en general están tan metamorfoseadas y separadas de nosotros que ni las vemos ni jamás las veremos. Una distancia infinita nos separa de ellos.
5) A veces una polilla rompe esa distancia y sin otra intención que hacer una visita regresa a la larva que fue -al humano que fue- y allí se detiene a recordar su propia metamorfosis.
Cinco
A las 7:30h me desperté; el sol muy alto, la urna era ya una sauna. Las cámaras fotográficas no cesaban su oración de disparos. Mientras me desperezaba observé el mar, muy plano, y la línea de horizonte perfectamente perfilada. Me pareció imposible que eso mismo de ahí afuera hubiera estado también allí toda la noche, a mi lado. El barco regresaba, continuaba la fiesta; de hecho, el volumen de la música había aumentado. Miré hacia la casa, ni rastro de Biel, estaría durmiendo. Me entraron unas ganas tremendas de un café y unas tostadas, y eso fue lo que hice.
Minutos más tarde, sentados en la mesa del porche, ante el café recién hecho, Biel me dijo:
— ¿Has tenido miedo?
— ¿Yo?, no, por qué iba a tenerlo—, respondí, y acto seguido le pregunté:
— ¿Y tú?
— No, no, yo tampoco. Sólo una polilla me molestó. Daba golpes contra el cristal de la ventana, parecía desesperada.
Agustín Fernández Mallo (larva, texto y sonorización de vídeo), Gabriel Lacomba (entomólogo, imágenes y vídeo)
Niño Larva, Fase II, pertenece al Proyecto Niño Larva, en desarrollo http://www.proyectolarva.com
Gracias a José Vidal Valicourt y Amelia Llop por prestarnos el acantilado. También a Eduardo Laplaza, Miquela Forteza, Aina Lorente y Héctor Laplaza por el apoyo y la intendencia.
Un adelanto de El Niño Larva (fase II) se emitió en El Escarabajo Verde (La2, TVE) http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-escarabajo-verde/escarabajo-verde-...
La Noche del Niño Larva
Uno
No hay dos herencias iguales, de modo que la muerte no nos iguala. Lo que nos iguala es el acto de dormir. No hay diferencia entre un Pericles dormido y un Hitler dormido, no hay diferencia entre un Lennon dormido y su asesino Chapman dormido.
La noche que dormí en la urna del Niño Larva, Fase I soñé con un acantilado y un mar en calma, pasaba un barco y no sabía si ese barco iba a alguna parte o por el contrario regresaba. Sólo poco antes de despertarme entendí lo que aquello significaba: las cosas tienen vida propia y por lo tanto destinos propios, no podemos intervenir, sólo cabe observar y aguardar acontecimientos. Le conté a Biel el sueño y convenimos que la Fase II de El Niño Larva tendría que desarrollarse junto al mar, en algún acantilado, cuanto más alto mejor, donde yo debería vivaquear en una urna a ser posible transparente. Por proximidad y fácil acceso, pensamos en la Serra de Tramuntana, Mallorca. Concretamente, en un terreno, cercano al pueblo de Deià y propiedad de un amigo común, que da directamente a un pronunciado acantilado.
Nos pusimos a trabajar en la construcción de la urna (paredes de metacrilato transparente, delgada estructura de aluminio, base de madera y todo desmontable para poder ser trasladado), y pronto quedó clara mi incapacidad para el trabajo manual, el cual requiere visión espacial y sólidos conocimientos de materiales y sus resistencias. Por milagrosa fortuna Biel posee tales conocimientos, de modo que él se encargó de la construcción de la urna. Cuando la vi terminada casi me caigo. Un conmovedor cajón de aire, iluminado en su interior por una sucesión de leds. Lugar tan propicio para un niño larva como para un espíritu santo.
Dos
El 31 de mayo de 2015, a las 10 de la mañana, tras atar las piezas de la urna a la baca del coche, cargamos toda clase de material fotográfico, metros y metros de cable, ropa de abrigo, agua, comida y nos pusimos en camino. La carretera, en un principio amable, cambia súbitamente a cuestas muy viradas al iniciarse el ascenso a la montaña, donde ya nunca se despega de la línea de costa. Asciendes entre diferentes capas de un mar de niebla hasta alcanzar el pequeño altiplano, donde acostumbra a lucir el sol pero hay muchos baches. Pensé que en cualquier momento la baca, y con ello el chasis del viejo Citroen, cedería bajo el peso de la urna; nada de eso ocurrió. Cuando llegamos, ya Pepe, nuestro amigo, estaba esperándonos con la verja de su finca abierta al campo de olivos que precede a la casa, anterior a su vez a la plataforma que da al acantilado. Dejamos el coche lo más cerca posible de ese acantilado. Los escasos 20 metros que nos separaban del precipicio hubo que hacerlos a pie: de peligrosa aproximación, el trecho nos obligó a hacer una cadena humana para pasar todo el material así como la urna en piezas, que deberíamos montar in situ, en la misma plataforma de roca. En todo ello, unido a la localización de los lugares idóneos donde ubicar las cámaras fotográficas, empleamos la mañana y parte de la tarde. El sol no dejó de abrasarnos. Ni para comer nos detuvimos.
Después, varios amigos nos trajeron la cena, que compartimos con ellos y con la puesta de sol. Todos disfrutamos de la tortilla de patata y el trampó. Por lo que pudiera pasar, rechacé el vino y cualquier otra clase de alcohol. Nadie lo comentaba, pero con la proximidad de la noche el nerviosismo hacía tiempo que mediaba entre nosotros. Alguien dijo algo acerca de aquella película de Cronenberg, La mosca: debido a un fallo en un experimento, un científico muta paulatinamente en una mosca de tamaño humano. Todos se rieron. A las 11 de la noche se fueron, incluido Pepe, el dueño de la casa, que prefirió no interferir en nuestros desvelos. Sentados ante un mar cada vez más oscuro, Biel me dijo:
— ¿Tienes miedo?
— ¿Miedo a caerme por el acantilado?
— No. Me refiero miedo en general.
— En absoluto-, respondí.
Minutos más tarde Biel, valido de una linterna, ultimaba todos los detalles de luz y exposición, dejaba las cámaras disparando, me despedía y se encaminaba hacia la casa, a unos 100 metros, donde intentaría dormir.
Tres
Me introduje en la urna. La iluminación interior deslumbraba tanto que dudé poder conciliar el sueño. Además, algo que no estaba en nuestros planes: por efecto de esa luz interior, no veía nada de lo que ocurría fuera. Era aquello un escaparate dentro del cual puedes ser visto por las aves, por los olivos, por las cabras, por los insectos y por los ocasionales coches que pasan por la carretera, la cual discurre a escasos 200 metros, pero tú no ves nada de lo que hay afuera; dentro de la urna eres ciego.
Fue entonces cuando por primera vez pensé en Ramon Llull. No en vano, a pocos kilómetros se ubica el lugar (especie de cueva, no entendí cómo había podido olvidarla) en el que 1267 el místico mallorquín experimentó en cinco noches consecutivas cinco visiones de Jesucristo crucificado, causándole esto tal impresión que le llevaría a vender sus propiedades y a abandonar a su mujer y a sus hijos para predicar por Asia y Europa la palabra de Dios. En Argel fue por ello torturado. Me acomodé en el saco, miré hacia el mar, donde sólo distinguí las luces de un barco; parecía una tarta de cumpleaños. No tardé en dormirme.
Me desperté un par de horas más tarde. Todo silencio salvo el clic de los disparadores de las cámaras fotográficas, que cada 30 segundos se accionaban. La naturaleza funciona sola, pero pensé qué significa que una máquina funcione sola. Me revolví en el saco y vino a mi cabeza la escena de la película La mosca que alguien había comentado en la cena, concretamente cuando el protagonista, sabedor ya del imparable el proceso de mutación que le llevará a la muerte, le dice a su exnovia en tanto una afilada lengua emerge de su boca:
“¿Alguna vez has oído hablar de la política de un insecto? Yo tampoco. Los insectos no tienen política. Son sencillamente brutales. Sin compasión ni concesiones. No se puede confiar en un insecto. Me gustaría convertirme en el primer insecto político.”
Me pregunté si en sus noches en su cueva Ramon Llull habría pensado en Jesucristo crucificado como en un hombre mutado en insecto, incluso pensé si esa mutación era la que una noche como ésta él había experimentado haciendo salir de su boca un hilo de fuego lleno de palabras. ¿No es acaso todo estado místico una espontánea mutación que sólo puede hacerse hacia abajo, hacia el mundo animal, pues hacia arriba ya sólo está lo inalcanzable, lo divino? Pasó otro barco, éste más cerca. Por la música y el rumor de voces supe que dentro había una fiesta. Pensando en esa fiesta y en moscas y místicos que abarrotan las fiestas del Planeta me quedé otra vez dormido.
Cuatro
Sobresaltado, me despertaron unos golpes de nudillos en una de las paredes de la urna. Consulté el reloj, cuatro de la mañana. Como ya he dicho, la luz interior me impedía ver a través de las paredes de metacrilato, así que atendiendo al reclamo de esos golpes me deslicé y asomé la cabeza. No vi nada fuera de lo común. El mismo olor a romero y olivo, y el mismo ruido de fondo de la naturaleza. Volví a meter la cabeza en la urna y al cabo de unos segundos los golpes de nudillos sonaron de nuevo. Asomé la cabeza, con idéntico resultado. Fue a la tercera vez cuando vi una polilla que, a mi lado, atrapada dentro de la urna intentaba salir dando cabezazos contra las paredes. Por un efecto de resonancia similar al de un tambor el sonido era asombrosamente amplificado. Observé unos segundos sus desesperados cabezazos; en tal desesperación detecté un ritmo. Con los pies dentro del saco la impulsé hacia el exterior. Era ése el mensaje, me dije, que de algún modo llevaba toda la noche esperando, al cual, en un cadena de imágenes tan inéditas como contundentes, le siguió este quinteto de iluminaciones:
1) En el Principio no había nada, sólo gente. La humanidad es la sustancia primigenia de todo cuanto vemos.
2) De los humanos, y por transformación irreversible de los cuerpos, aparecieron todas las especies de animales, así como todas las cosas: las estrellas, los ríos, las aves, los olivos, los minerales, las cabras, las cucharas, los Estados, los automóviles, etcétera. Cualquier cosa individual que vemos es el final de una cadena cuyo origen fue un humano.
3) De este modo, el humano no es cima y final de un camino evolutivo sino que es el principio. El cuerpo y el espíritu de las estrellas, de los ríos, de la aves, de las cabras, de los minerales, de los Estados o de los automóviles es el verdadero zenit de la evolución planetaria, y, como tales, todos ellos a su modo se organizan social, estética y políticamente.
4) Tales autónomas organizaciones de los animales y de las cosas en general están tan metamorfoseadas y separadas de nosotros que ni las vemos ni jamás las veremos. Una distancia infinita nos separa de ellos.
5) A veces una polilla rompe esa distancia y sin otra intención que hacer una visita regresa a la larva que fue -al humano que fue- y allí se detiene a recordar su propia metamorfosis.
Cinco
A las 7:30h me desperté; el sol muy alto, la urna era ya una sauna. Las cámaras fotográficas no cesaban su oración de disparos. Mientras me desperezaba observé el mar, muy plano, y la línea de horizonte perfectamente perfilada. Me pareció imposible que eso mismo de ahí afuera hubiera estado también allí toda la noche, a mi lado. El barco regresaba, continuaba la fiesta; de hecho, el volumen de la música había aumentado. Miré hacia la casa, ni rastro de Biel, estaría durmiendo. Me entraron unas ganas tremendas de un café y unas tostadas, y eso fue lo que hice.
Minutos más tarde, sentados en la mesa del porche, ante el café recién hecho, Biel me dijo:
— ¿Has tenido miedo?
— ¿Yo?, no, por qué iba a tenerlo—, respondí, y acto seguido le pregunté:
— ¿Y tú?
— No, no, yo tampoco. Sólo una polilla me molestó. Daba golpes contra el cristal de la ventana, parecía desesperada.
Agustín Fernández Mallo (larva, texto y sonorización de vídeo), Gabriel Lacomba (entomólogo, imágenes y vídeo)
Niño Larva, Fase II, pertenece al Proyecto Niño Larva, en desarrollo http://www.proyectolarva.com
Gracias a José Vidal Valicourt y Amelia Llop por prestarnos el acantilado. También a Eduardo Laplaza, Miquela Forteza, Aina Lorente y Héctor Laplaza por el apoyo y la intendencia.
Un adelanto de El Niño Larva (fase II) se emitió en El Escarabajo Verde (La2, TVE) http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-escarabajo-verde/escarabajo-verde-...